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Ente concepto consiste en ceñirse al trabajo encomendado, una especie de apagón de la ambición, al no estar dispuestos a sacrificar su tiempo por un trabajo que no le considera como ser humano, al remunerarle con el mínimo salario posible, con el que no podrá nunca comprarse una vivienda y ni siquiera pagar el alquiler del próximo mes. Porque estos jóvenes no encuentran sentido a la cultura del sobresfuerzo no remunerado en el trabajo.
El origen de este término no está del todo claro y parece más bien una evolución de un movimiento llamado «Tam Ping», o perfil plano, activado en China hace pocos años, como rechazo a la cultura del exceso de trabajo; condenado por el Partido comunista chino y censurado en sus redes sociales.
También se cree que empezó con un vídeo que se hizo viral, puesto en las redes de un usuario llamado Zaid Kham, en el que destaca un lema: «Tu trabajo no es tu vida». Muchas redes sociales se hicieron eco de este principio, que analizaron medios como The New York Times, The Guardian o The Cut y que llegaban a concluir que la antiambición era ya un fenómeno en ascenso entre los jóvenes.
Los propagadores de la renuncia silenciosa parecen estar de acuerdo en que el principio básico consiste en no trabajar en exceso y que uno vale lo que vale su trabajo.
Alejandro Niño, especialista en crecimiento empresarial, cree que se trata de una respuesta de las generaciones más jóvenes al más difícil todavía, vivido durante la pandemia, la guerra de Ucrania, la crisis energética y la galopante inflacción, que nos han dejado un panorama inquietante y desigual. Se produce entonces un cambio de tendencia en el estilo de vida, hacia una economía de la insuficiencia, no ajustada a un reparto más justo de recursos y beneficio; sistema que pide salarios justos, que no quiere decir de mínimos, pero siempre acordes con los costes reales de la vida; un rotundo no al modelo low cost.
Esta situación puede explicar lo que viven en Wall Street, por primera vez, sobre los problemas de captación de los mejores talentos, entre los recién salidos de las universidades norteamericanas, que no desean trabajar de 8 de la mañana a las 11 de la noche, porque quieren vivir y trabajar en coherencia con la vida real.
Opiniones para todos los gustos
Adam Grant, psicólogo de la escuela de negocios de Pensilvania (The Waston School) lo entiende así: «Renunciar en silencio no es pereza, es una respuesta a los trabajos de miseria, los jefes abusivos y los salarios bajos. Cuando no se preocupan por ellos, la gente deja de preocuparse por los demás. Si piden un esfuerzo adicional por un trabajo hay que responder con un salario justo.
El sociólogo Alejandro Niño asegura: «No creo que el mundo laboral apoye la mediocridad. Las personas no pueden permitirse no querer crecer. El crecimiento forma parte de nuestro bienestar. De ahí la importancia de adecuar los lugares, espacios y estructuras laborales para poner el capital humano en el centro de los negocios, y no al revés.
Otros críticos defienden la cultura de la ambición y no la de la renuncia. Adriana Huffington, en la revista Fortune explica: «Renunciar al silencio no trata sólo de renunciar a un trabajo, es un paso a la renuncia a la vida; representa una respuesta al síndrome del trabajador quemado, y no es su solución. El término será nuevo pero el concepto es antiguo: la falta de compromiso del empleado, cansado de escuchar frases como ésta: tenemos que hacer un esfuerzo».
Gallup, empresa especializada en encuestas internacionales de opinión, aporta esta reflexión: «Se habla mucho de renunciar en silencio, pero muy poco de despedir en silencio, cuando no se aumenta el salario a empleados durante años, pese a que realizan todo lo que le piden».
Se diría que renunciar silenciosamente implica establecer límites entre los trabajadores y sus vidas personales, algo que parece positivo, aunque echa por tierra creencias alimentadas por generaciones de que uno obtendrá un ascenso, que él es el que más trabaja, el primero que cumple el horario laboral, el que acepta su trabajo por encima de su nivel salarial, con la esperanza de obtener un aumento en el futuro. Muchos lugares de trabajo han prosperado con esta ilusión.
Los más jóvenes se preguntan: si alguien que pone su esferzo y energía en un trabajo mal pagado puede aspirar a comprar una casa y tener hijos algún día, cuando no tiene la certeza que dentro de medio siglo el mundo será sostenible para vivir…
Este fenómeno pone sobre la mesa que las nuevas generaciones empiezan a cambiar su escala de valores y deciden dar valor a factores como la sostenibilidad, la salud mental y una vida en línea con la cultura del sobreesfuerzo.
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