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Prescindiendo de la igualdad como valor superior del ordenamiento jurídico, como igualdad real y efectiva del individuo o como principio de igualdad ante la ley de todos los españoles, conceptos pretendidos y recogidos en el articulado de la Constitución del 78, tomamos la senda de lo vulgar, de lo antijurídico, en definitiva, dirigimos nuestros pasos por el atajo del hombre de la calle.
Generalmente, la democracia, y en particular, nuestra prostituida y hermoseada democracia tan degradada y acicalada como lo fue en su día la II República, tiende a satisfacer los instintos igualitarios, primarios y rencorosos de la masa.
Antes España era un país alegre, bastante próspero y ordenado, sus ciudadanos respetaban el principio de autoridad; ahora la nación se ha convertido en una masa disforme, egoísta y acobardada, en un pueblo dividido, arruinado y rebosante de saña. Los malditos y aberrantes gobiernos socio-comunistas de los últimos años han revuelto intencionadamente la charca de la historia y sus pestilentes emanaciones han contaminado la sociedad.
Las febriles y ansiosas huestes de la antiEspaña utilizan y se valen de cualquier cosa o concepto que deriven en el deterioro de la convivencia o en la trasgresión del orden natural; entre ellos, la entelequia de la igualdad está permanentemente presente como cizaña inoculada a la desgraciada población.
Entre los hombres que viven de su trabajo siempre habrá desigualdad, esta, les dará la diversidad de carácter, personalidad, energía, cultura, posición social, formación, idea, opinión…; no sucederá lo mismo con los burócratas y piojosos comunistas, ni con los actuales socialistas podemizados moralmente y codiciosos hasta el punto de que es prácticamente imposible encontrar a un “progre” que no se decante por el ejercicio del latrocinio de las arcas públicas, en ambos casos, sí podremos observar el sublime gozo de vital igualdad que experimentan a modo de parásitos revolucionarios; esta feligresía de sanguijuelas se compone por aquellos hombres, a los que se refería Santo Tomás de Aquino: “Temo a los hombre de un solo libro”
Se puede soportar el argumento humanista de tintes religiosos que predica la igualdad esencial de los hombres, justificándolo en una fe profunda, dimanante de los principios elementales y naturales del cristianismo que equipara al bueno con el malo; al inteligente con el estúpido; a la madre Teresa de Calcuta con el terrorista Otegui; al español cabal, honesto, trabajador y decente con el ejemplar súbdito gubernamental, el sociólogo Tezanos, profesional tan sectario como manipulador; a los Reyes Católicos con el traidor Sánchez; al leal coronel Pérez de los Cobos con el general de la Guardia Civil, Santiago, el que quería “minimizar” los bulos y críticas al gobierno en la pandemia; a cualesquiera de las pocas señoras que uno tiene el placer de tratar con las repulsivas representantes del ponzoñoso y sobrevenido feminismo radical; al prestigioso y honesto Tte General Pérez Alamán con el General que en su despedida de Cataluña como inspector general del Ejército no supo mantener su boca cerrada, augurando un futuro de lealtad de la Comunidad con la España constitucional; conclusión, “con cualquiera que reconociendo o no, que es un crapuloso, un sucio, una porquería humana, dice:, tú no eres mejor que yo”
Don Quijote se expresa de este modo: “ Repara, hermano Sancho, que nadie es más que otro sino hace más que otro”, de lo cual se infiere que acepta la desigualdad en las posiciones sociales y en los actos, que es aceptar el mundo y la civilización; pero en lo que afecta a la esencia del “ser” resuelve que el que hoy obra mal, mañana sus actos pueden ser honestos y beneficiosos para la comunidad.
En mi opinión, Don Quijote está en un error, en su contexto temporal, dicho mensaje se somete a la cultura del humanismo cristiano de la época; de lo cual puede deducirse que entra en contradicción con lo que Mateo en los Evangelios nos dice: “Por sus obras los conoceréis”, precisando con énfasis lo siguiente: “guardaos de los falsos profetas, que vienen con vestidos de ovejas, pero son lobos rapaces”; así pues, el evangelista consagra la evidente desigualdad entre los hombres al dar prioridad a los actos cometidos por ellos.
Todos somos pecadores, todos podemos redimirnos, en esto se sustenta en términos cristianos la igualdad del género humano, si obviamos las doctrinas religiosas, será la Historia quien nos enseñe la realidad, la miserable o noble condición del hombre y el supremo valor de la desigualdad de los hombres.
Fuera de esta hipotética capacidad de conversión, no existe ninguna igualdad entre los hombres.
¿Acaso creemos que esta insidiosa grey de socio-comunistas, etarras e independentistas son sujetos que puedan o quieran redimirse voluntariamente?
La única opción es eliminarlos políticamente, y cuando menos neutralizarlos, esta es la gran empresa que nos atañe a todos los españoles del siglo XXI; para ello hay que emplear toda la fuerza que seamos capaces de reunir y desde luego perder el temor, el miedo que nos provoca el que la izquierda radical se haga dueña de la calle. Esta minoría radical, violenta y despreciable no puede tener en jaque a toda una Nación, estos, sí son iguales, pues tienen los mismos objetivos e idéntica catadura delictiva y moral.
La triste realidad nacional nos ilustra sobre lo inaceptable que es caer en el señuelo, en la perversa argucia de que todos los hombres son iguales, no es sino otra de las estafas de los totalitarios que se aprovechan de las masas y de la necesidad que tienen de un mito, una bandera, algo que las una y les de conciencia de su carácter colectivo y gregario.
Como punto final, recordemos un epigrama sobre el jorobado Torroba, donde su autor, Manuel del Palacio, hace notar la fantasía de la igualdad entre los humanos.
Igualdad, oigo gritar
al jorobado Torroba,
y se me ocurre pensar:
¿Quiere verse sin joroba,
o nos quiere jorobar?
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