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Hemos repasado los capítulos de las “Memorias desde mi aldea” de Javier Martínez de Bedoya dedicados a su niñez y adolescencia (Martínez de Bedoya, jonsista a fuer de liberal – Parte primera); a la primera juventud en la universidad (Martínez de Bedoya, jonsista a fuer de liberal – Parte segunda) y a su paso por la Falange, que abandona defraudado por lo que ve en Marqués de Riscal (Martínez de Bedoya, la Falange por dentro – Parte tercera).

Tras el año de doctorado en Madrid (curso 34-35), Martínez de Bedoya está durante el curso 35-36 en Alemania. Ha abandonado la militancia política y pone tierra de por medio, pero llega el verano del 36 y el Alzamiento le sorprende en las Vascongadas.

 

VIII. Tübingen, Heidelberg, Guernica (Julio 1935-julio 1936)

En Tübingen, Martínez de Bedoya estudia alemán unos meses, para perfeccionarlo. En Heidelberg obtiene un puesto de profesor de español, que le permite continuar allí un año. Alemania vive en plena efervescencia nacionalsocialista, tras haber superado el tremendo desempleo de los muy difíciles años 33 y 34:

“Aquel invierno me impresionó que las jóvenes de la Jungfrau [asociación de las jóvenes alemanas] pidieran por la calle ayuda económica para los desvalidos a cambio de pequeños recuerdos en cartón o metal; me pareció un acto de solidaridad simpática y visible…” (p. 87)

Trabaja con un profesor llamado Buckhardt, del que dice que temía los nazis más que a un nublado; sin embargo cuenta que cuando el Führer se dirige por radio a toda la nación el 7 de marzo de 1935 para anunciarles que va a ocupar la margen izquierda del Rin, desmilitarizada tras la guerra, y ve  desfilar a los soldados por debajo de su ventana, pide a su mujer una botella de champagne y saluda a los soldados con el brazo extendido.

A pesar de la inestable situación de España, decide venir pasar el verano del 36:

“… mi padre me rogaba encarecidamente que no fuese a Guernica, describiéndome el clima de odio e inseguridad que agobiaba al país; Onésimo, desde la cárcel de Ávila circunstancia que ignoraba, me pedía con ahínco que escribiese a José Antonio Primo de Rivera, encarcelado en Alicante, no para reingresar en Falange, sino para borrar las diferencias personales en unos momentos como estos en los que todos los patriotas íbamos a tener que aceptar del brazo de los militares el reto revolucionario del marxismo” (p. 90). 

 

En Guernica estaba cuando asesinan a Calvo Sotelo.

 

El estallido de la Guerra Civil (julio 1936 – agosto 1936). Bedoya va a Pamplona el 14 de julio y vuelve extrañado del ver el descarado ambiente insurreccional de la ciudad, en la que todo el mundo hablaba del alzamiento.

 

“Mi tío Celestino nos refirió que en la conversación con su pariente le había preguntado si el general Franco participaría y que la respuesta había sido: «Con Miss Canarias no se puede contar seguro para nada”. Comprobé que el ataque a Franco, además de aludir a su indiscutible “estrellato”, se orientaba hacia el blanco demagógico de su rectitud personal y de su voz gangosa, tal y como había oído hablar de él a mi amigo de Llodio, el legionario José Azula, cuando en el Tercio le criticaban por la dureza de los castigos que con suavidad de modos impartía a la Legión, y por el detalle de ir al combate con los guantes blancos puestos, desafiando con doble valor temerario al enemigo y al carácter de sus legionarios, sin concesiones y con extremada corrección.

Aquella noche mi padre me resumió así el sedimento que había dejado en él la jornada: «El elemento sorpresa, característico de los golpes militares, va a fallar. Se va a tener que combatir de verdad. Me parece que en esta ocasión hay demasiados ojos y oídos abiertos». (p. 94)

Se produce el Alzamiento, de la forma confusa que sabemos. Bedoya se refiere al discurso de Onésimo Redondo escuchado en Radio Burgos y que resume en 3 puntos: 1. Rebelión frente el artificio, la impureza, el fariseísmo y el centralismo absorbente de la gran ciudad. 2. Reiteración en la repulsa del fascismo. Dijo: «En el Alto de los Leones he estado con nuestros muchachos, a quienes no se les puede, inconscientemente, llamar fascistas porque no hemos tratado de copiar nada del extranjero, sino de responder a un anhelo nacional». 3. Pleno acuerdo con los militares.

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La animadversión hacia el “fascismo” de Onésimo Redondo es casi obsesiva.

Al día siguiente muere Onésimo. Para Bedoya es “la mayor ilusión desilusión del mundo”. Sigue en Guernica, en estas condiciones:

“Íbamos medio detenidos, medio militarizados, todos cuantos se presumía que éramos de derechas y españolistas (en el sentido de no ser de izquierdas ni tampoco nacionalistas vascos); nos dotaron de picos palas y sacos y nos pusieron a las órdenes del “Gitano”, hojalatero del pueblo, quién, por lo visto, había llegado a la categoría de sargento en la Legión. Trabajábamos ocho horas en hacer trincheras a base de zanjas y de llenar sacos terreros.” (p. 97)

 

Un detalle, de los que tantos hubo en la Guerra Civil:

“Una noche se presentó en mi casa el presidente del Frente Popular. Me traía un oficio concediéndome permiso por enfermedad para presentarme en el Hospital de Basurto a efectos de reconocimiento médico. Yo me quedé sorprendido y no entendía bien la intención del oficio. Él precisó: «Es necesario que se vaya usted mañana mismo de Guernica. Yo no puedo hacer más en su favor que justificar su salida de aquí. No me haga preguntas”. Me dio la mano y me deseó suerte. Comprendí que me pagaba generosamente el vermú de aquella mañana lluviosa y sin playa; y que me ocultaba algo desagradable relacionado con mis antiguas actividades políticas, seguramente descubiertas al fin por alguien.” (p. 97)

Se instala temporalmente en Bilbao escondido en casa de un amigo mientras gestionan el permiso de salida, basado en el hecho de que tenía un puesto docente en la Universidad de Heidelberg. Embarca con la colonia alemana. Llega a Burdeos y después pasa la frontera por Dancharinea. 

 

Los problemas de la España nacional (septiembre 1936-marzo 1939). Se dirige a Pamplona y se aloja en el Hotel La Perla, cuyo dueño, Juan Moreno, era el jefe territorial de Falange. Le hacen responsable del funcionamiento sindical en San Sebastián y abre una Central Obrera Nacional Sindicalista (CONS). Pronto le reclaman en Valladolid.

 

Este era el ambiente allí:

“… Andrés Redondo -quien en olor de multitud, tras el entierro de Onésimo, había asumido la sucesión política de su hermano, como en los viejos tiempos de la Reconquista-” (p. 101)

“Me encontré con un Valladolid «azul»; los «conversos» en auténtica riada habían transformado el ambiente y el perfil de la ciudad que yo había conocido… Sobre este telón de fondo ideológico actuaban cuatro partidos políticos: la Falange en primer plano dialéctico y multitudinario (la Fai-lange la llamaban los conservadores aludiendo a todos los “incorporados” como si todos viniesen de la Federación Anarquista Ibérica); los tradicionalistas de las grandes boinas rojas, con sus requetés combatientes; la CEDA, muy quebrantada por el fracaso parlamentario democristiano, pero con una militancia de la JAP en los frentes, con Luciano de la Calzada a la cabeza; y por último, Renovación Española, agrupando a los fieles a la dinastía de don Alfonso XIII, también con su pequeña milicia de boinas verdes. Evidentemente estaba planteada la lucha por el poder, para cuando acabase la guerra, entre estos cuatro grupos.

(…)

 

“Vi con cierta claridad que no debía adscribirme a ninguna de las facciones que dentro de la Falange de Valladolid se percibían al primer contacto y, menos aún, a ninguna de las tendencias que a nivel más alto se disputaban la ausencia de José Antonio, detenido en Alicante. En definitiva, yo era un «apartado voluntario» de aquella politiquería interior que dejé en la calle Marqués de Riscal de Madrid.” (p. 101-102) 

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Una vez más, muestra su escepticismo hacia la política de capa y espada. Sobre la designación de Franco como Generalísimo y jefe del Estado: 

“Cabanellas, con ocasión de una visita a Valladolid, nos hizo la confidencia, a Mercedes y a mí, pocos meses después, que Franco había logrado el éxito porque se había votado a sí mismo, anécdota que muchos años más tarde oí referida a Adenauer y que antes se ha contado de otros grandes hombres”. (p. 103)

 

 Visita a Mercedes Sanz-Bachiller, la viuda de Onésimo Redondo:

“– Mi vida junto a Onésimo tenía un sentido profundo; ahora tengo que sacar a mis tres hijos adelante, pero no yo no siento esto de la Sección Femenina, esto de hacer política con las mujeres solas. Andrés mi cuñado quiere conseguir para mí un estanco…

Y en ese mismo instante, al oírla, comprendí que era Mercedes el gran instrumento que ponía Dios en mi camino para realización de mis ideas sobre la urgencia de combatir el hambre y la miseria que nacen como consecuencia de la guerra, máxime cuando esta es civil. Inmediatamente me puse a referirle todas mis preocupaciones al respecto y a improvisar algunas de las posibles soluciones, contándole algo de lo que había visto desde la calle en Alemania…

– Javier, tenemos que jugar con prisa; esas madres necesitan sentir que son personas, sentir que las comprendemos. Yo voy a pedir dinero prestado para comenzar.” (p. 104-105)

Y así empiezan. Posteriormente le presentan un plan al general Mola, que lo respalda inmediatamente:

“El 28 de octubre se realizó en Valladolid la primera colecta para el Auxilio de Invierno; se recaudaron cuarenta y seis mil pesetas que, entonces, me parecieron una fortuna”. (p. 104-105)

 

El Auxilio de Invierno arranca con muy buenos auspicios: 

“El 19 de diciembre logramos poner a punto en Auxilio de Invierno la segunda institución que recababa el realismo de aquellas horas fratricidas que había que superar de alguna manera: las Cocinas de Hermandad. En ellas se cocinaba para los adultos víctimas de la guerra, principalmente viudas sin trabajo y los ancianos que hubiese han perdido su sostén en el hijo que caído. Los alimentos condimentados se llevaban en tartera a las casas, donde deben de ser consumidos de forma participativa y familiar. 

La extensión y la intensidad del esfuerzo social realizado en tres meses escasos y el alcance de lo que estábamos preparando nos crearon los temidos roces con Pilar Primo de Rivera, por entender ella que nos movíamos en el área de la Sección Femenina”. 

(…)

Ante las dificultades que surgían en todas las provincias no tuvimos más remedio, Mercedes y yo, que pedir una entrevista a Manuel Hedilla, como jefe de la Junta de mando provisional de Falange que era. Nos recibió en Salamanca el 10 de febrero de enero de 1937. Yo no lo conocía de nada. Me pareció un hombre tosco y receloso, pero lleno de espíritu que pretendía alzarse por encima de tantas intrigas como estaba viviendo.” (pp. 106 y 107)  

El capítulo X sigue y tiene algunas anécdotas memorables. Lo contaremos en el siguiente capítulo.