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La egolatría, es decir, la admiración excesiva hacia la propia persona, responde a una vanidad desmesurada desarrollada generalmente a lo largo de la infancia y la adolescencia, que en no pocas ocasiones deriva del intento de ocultar un grave complejo de inferioridad, que no hace sino provocar un sentimiento de inseguridad, particularmente ostensible en situaciones que el sujeto interpreta como una amenaza no solo para la autoimagen, sino también para la imagen pública que de manera obsesiva intenta proyectar. Esta suerte de dicotomía emocional es la que parece padecer nuestro inefable presidente del Gobierno, de tal forma que a lo largo de su itinerario político hemos podido comprobar reiteradamente como su comportamiento ha oscilado entre la prepotencia con el débil y la sumisión con el poderoso.
Un buen ejemplo de la desmesurada altanería que caracteriza a Pedro Sánchez cuando la situación le es propicia lo tenemos en los debates parlamentarios, en los que, arropado por su propio partido y por sus socios comunistas, golpistas y filoterroristas, saca a relucir sin escrúpulo alguno su narcisista arrogancia. Así, en primer lugar, el psicópata monclovita, de manera absolutamente indecente, ha evitado sistemáticamente responder a las preguntas planteadas por la oposición, negándose de esta forma a rendir cuentas de su acción de gobierno al conjunto de la ciudadanía representada en el hemiciclo. Pero es que, además, demostrando su falta de talla política y su escasa capacidad intelectual, ha enarbolado un discurso carente de contenido y lleno de descalificaciones e improperios hacia la oposición, provocando con ello un clima de violencia verbal que inevitablemente se ha trasladado a la calle, contribuyendo así a la fractura social y a la confrontación ciudadana.
Paralelamente y como patética antítesis, nos encontramos con el permanente sometimiento de P. Sánchez a los intereses del Rey de Marruecos Mohamed VI. Así, ya desde el comienzo de su mandato, P. Sánchez ha demostrado una evidente falta de carácter a la hora de enfrentarse a las continuas exigencias planteadas por el monarca alauita, cediendo continuamente al chantaje de las autoridades marroquíes -siempre dispuestas a utilizar como arma política los flujos migratorios al territorio español- mostrándose en todo momento incapaz de afrontar con firmeza y determinación el problema suscitado por la inmigración ilegal. Una buena demostración de todo ello se escenificó cuando en abril de 2021 el Gobierno español, a instancias de las autoridades argelinas, trasladó de incógnito al líder del Frente Polisario, Brahim Gali, desde Argel hasta el Hospital San Pedro de Logroño, para ser tratado de las severas complicaciones respiratorias que padecía derivadas de una infección por coronavirus, siendo inscrito con un nombre falso para evitar que el caso saliera a luz, ya que además de poner en riesgo las relaciones con Marruecos, dicho sujeto tenía abiertas en España causas judiciales por torturar a ciudadanos saharauis en los campamentos de Tinduf. La situación, como no podía ser de otra forma, explotó cuando las autoridades marroquíes, una vez conocidos los hechos, consideraron que el Gobierno de España había cometido un “acto de agresión” contra Marruecos al haberse posicionado de facto a favor del movimiento saharaui. En consecuencia, la monarquía alauita tensó las relaciones diplomáticas con España, llamando en mayo a consultas a su embajadora en Madrid, a la vez que impulsaba la llegada de miles de inmigrantes a España a través del paso fronterizo de Ceuta, sembrando durante días el pánico en la ciudad autónoma. Ante tan elevado grado de hostilidad, un acobardado P. Sánchez fue incapaz de implementar una sola medida que reestableciera un cierto equilibrio de fuerzas, llegando incluso al bochornoso cese de la ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, por entender que ya no era una interlocutora válida con Rabat, demostrando con todo ello una debilidad alarmante a la hora de enfrentarse a las permanentes y disparatadas exigencias por parte del monarca alauita Mohamed VI.
A pesar del cúmulo de ofensas protagonizadas por Marruecos contra España, P. Sánchez se avino a celebrar en 2022 una cumbre bilateral con el rey Mohamed VI en Rabat, con la finalidad de recomponer las relaciones bilaterales entre ambos países. Demostrando un profundo desprecio hacia España, en la cena entre ambas delegaciones el monarca alauita tuvo a bien colocar la bandera española boca abajo, lo cual simbólicamente significa “nación rendida”, sin que P. Sánchez tuviera el coraje de exigir que la enseña española fuera puesta boca arriba, aceptando así la humillación a la que estaba siendo sometido. Como colofón y en el colmo del despropósito, se realizó una declaración conjunta de carácter meramente retórico y plagada de concesiones al régimen marroquí, que no sirvió tan siquiera para garantizar la seguridad e integridad territorial de Ceuta y Melilla ni el respeto a los límites de la plataforma continental de las Islas canarias, demostrándose de esta forma, una vez más, la falta de determinación política que, ante enemigos mínimamente poderosos, caracteriza a nuestro pusilánime presidente.
Sin embargo, por difícil que ello pueda parecer, las cosas fueron a peor tras el hackeo, mediante el spyware Pegasus, del móvil de P. Sánchez por parte de los servicios de inteligencia marroquíes, ya que a partir de ese momento esta suerte de homúnculo que tenemos por presidente pasó de la sumisión al servilismo, convirtiéndose así en un pelele en manos de Mohamed VI. Buena muestra de ello fue el giro copernicano protagonizado por P. Sánchez en relación al Sáhara Occidental. Así, contraviniendo la postura mantenida por España desde 1975, año en que el Sáhara dejó de ser un protectorado español, contraviniendo las resoluciones de la ONU y, en consecuencia, la legalidad internacional, e incluso contraviniendo su propio programa electoral, P. Sánchez, sin tan siquiera someter la cuestión a debate en el Congreso de los Diputados, dejó de apoyar la celebración de un referéndum mediante el cual el pueblo saharaui estuviera en condiciones de decidir libremente entre su integración en Marruecos como región autónoma o su independencia y la subsiguiente creación de un Estado propio. Para explicitar su cambio de posición, el pelele monclovita no tuvo mejor idea que enviar una carta a Mohamed VI en la que ponía de manifiesto su apoyo a la iniciativa marroquí de autonomía del Sáhara presentada en 2007, por entender que ello constituía “la base más seria, creíble y realista para la resolución de la disputa”, generando tal planteamiento, como no podía ser de otra forma, un absoluto rechazo por parte del pueblo saharaui, al entender que ello constituía un acto de alta traición a sus legítimas aspiraciones.
El hecho de que, P. Sánchez, atendiendo tan solo a sus intereses personales, eludiera las obligaciones morales contraídas por España con el pueblo saharaui debido a sus vínculos históricos no solo significó rendirse cobardemente a las exigencias marroquíes, sino que también supuso para la nación española, por un lado, un enorme descrédito en el tablero político internacional y, por otro lado, un enorme quebranto económico como consecuencia del grave deterioro de las relaciones comerciales con Argelia, enemigo secular de Marruecos en la contienda por la hegemonía en el Magreb. Así, tras la misiva de P. Sánchez al monarca alauita, Argelia no solo decidió suspender indefinidamente el “Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación” suscrito con España hace dos décadas, sino que también congeló las relaciones comerciales con España y cerró el gaseoducto Magreb-Europa que transportaba gas natural desde Argelia a España para luego ser suministrado a Europa. En la práctica ello supuso para España perder su condición de socio preferente de Argelia, pasando Italia a ocupar tan privilegiada posición, al cerrarse un acuerdo entre el presidente argelino, Abdelmadjid Tebboune, y la presidenta italiana, Giorgia Meloni, consistente en la construcción de un gaseoducto entre ambos países con capacidad para abastecer de energía a toda Europa.
Por último, para culminar este breve relato de despropósitos protagonizados por P. Sánchez, nos encontramos con que el Parlamento Europeo ha aprobado con un respaldo mayoritario una resolución contra Marruecos por la vulneración de los derechos humanos y la represión de periodistas. Demostrando una absoluta desvergüenza, los 17 diputados del PSOE votaron en contra de dicha resolución, siguiendo al pie de la letra, como dóciles siervos de la gleba, las órdenes dadas por P. Sánchez, en una nueva demostración de que este personajillo de tres al cuarto ha hecho de la inmoralidad y la falta de escrúpulos los ejes rectores de su conducta.
Tras todo lo expuesto solo cabe preguntarse qué trapos sucios habrán encontrado las autoridades marroquíes en el móvil de P. Sánchez para que éste se haya visto obligado a ir de humillación en humillación hasta convertirse en un grotesco bufón al servicio del monarca alauita. La respuesta, por obvia, está incluso en el viento que cada mañana nos acompaña al despuntar el alba.
Autor
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Rafael García Alonso.
Doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, Especialista en Medicina Preventiva, Máster en Salud Pública y Máster en Psicología Médica.
Ha trabajado como Técnico de Salud Pública responsable de Programas y Cartera de Servicios en el ámbito de la Medicina Familiar y Comunitaria, llegando a desarrollar funciones de Asesor Técnico de la Subdirección General de Atención Primaria del Insalud. Actualmente desempeña labores asistenciales como Médico de Urgencias en el Servicio de Salud de la Comunidad de Madrid.
Ha impartido cursos de postgrado en relación con técnicas de investigación en la Escuela Nacional de Sanidad.
Autor del libro “Las Huellas de la evolución. Una historia en el límite del caos” y coautor del libro “Evaluación de Programas Sociales”, también ha publicado numerosos artículos de investigación clínica y planificación sanitaria en revistas de ámbito nacional e internacional.
Comenzó su andadura en El Correo de España y sigue haciéndolo en ÑTV España para defender la unidad de España y el Estado de Derecho ante la amenaza socialcomunista e independentista.
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