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Esta es la décima parte de la serie sobre el libro Largo Caballero, El tesón y la quimera, de Julio Aróstegui. Las partes anteriores están aquí. Continúa el capítulo 7. ¿Revolución?, ¿qué revolución? (1933-1936). Muestra a un PSOE que no solo es revolucionario sobre el papel, sino que se da cuenta de que tiene suficiente fuerza para intentar crear una república socialista, por los votos, desde el Gobierno, o por las balas, mediante la revolución. El capítulo está subdividido el varias partes. Esta parte tiene el rótulo: “La Fatal Quiebra: 1935”.
Tras la Revolución de Octubre, Largo Caballero fue encarcelado, pero es puesto en libertad por falta de pruebas. En el PSOE hubo después mucho movimiento de sillas, incluso se intenta apartar a Largo Caballero. Esta es una carta de los caballeristas en su defensa:
No aceptamos denominaciones de bolchevismo ni de reformismo, ni de centrismo, porque preferimos la de socialistas, nada más y nada menos que de socialistas, que no repudian la acción revolucionaria: que creen que reforma y revolución, legalidad e ilegalidad, no son, aunque lo parezcan, términos antitéticos cuando se saben conjugar inteligentemente…
Unos peligrosos oportunistas, sin más principios que hacerse con el poder. No hacen falta más detalles.
La siguiente parte tiene el rótulo “El Frente Popular: Renuencia y Pragmatismo (1935-1936).
Cuenta el periodo entre la campaña para las elecciones de febrero y el comienzo de la guerra. El Frente Popular, que empezó siendo una coalición republicano-socialista, acabó ampliado por la izquierda hasta los comunistas y sindicalistas de Pestaña.
A pesar de todo ello, Caballero entendió pronto aquel año 1935 que la convergencia con los republicanos de izquierda era absolutamente imprescindible si se quería conseguir lo que él consideraba el objetivo fundamental de cualquier alianza electoral en la que participase el socialismo: la composición de una mayoría parlamentaria capaz de promulgar una amnistía general para todos los presos por los sucesos de octubre. Lo problemático era la naturaleza de tal convergencia.
… el programa de la coalición electoral no fue desgranado por Caballero en un mitin sino ya tardíamente: en el cine Europa de Madrid el día 9 de febrero. La coalición electoral con el republicanismo era absolutamente necesaria, pero era «una alianza, coalición circunstancial».
El movimiento de octubre, diría, «espontáneo e incontenible, réplica a aquellas elecciones insinceras, tiene un valor incuestionable: ha salvado a España y especialmente a todo el proletariado, de la ignominia de la implantación del fascismo…».
Es imposible que él y sus oyentes creyeran eso, y si lo creían hay que concluir que la democracia la carga el diablo. Lo de “elecciones insinceras” es otro concepto que no existe en la práctica política, una quimera usando el término de Aróstegui.
Diría que la transformación de la sociedad capitalista no podría hacerse «por medio de la democracia capitalista». Habría que hacerlo, «como dijo Pablo Iglesias», revolucionariamente. Sin embargo, eso no quería decir que «todos los días tengamos que estar en la calle, en la revolución, no». A las luchas revolucionarias se iría cuando se encontrase una «coyuntura que históricamente imponga esa actitud» a la clase obrera. Porque «la clase burguesa no abandonará el Poder, el usufructo del Poder, más que ante la revolución».
Estaban poniendo una espada de Damocles sobre la cabeza de la derecha, y declarándolo con el pecho hinchado. A su vez, condenaban que la derecha se apartara para que no le cayera encima y se revolviera…
En Alicante, al final de su discurso del 26 de enero, hizo tal vez las declaraciones más agresivas hasta ese momento. En el clima político nacional en el que se desarrolló aquella campaña, pronunciarse sobre el uso de la violencia fue casi una obligación de todos los oradores…
…
Con una República burguesa, aunque «ya hemos declarado muchísimas veces que no es nuestra República», «todavía cabe la esperanza de que se pueda caminar con cierta facilidad hacia nuestro ideal», pero si triunfan las derechas no habrá remisión; tendremos que ir forzosamente a la guerra civil declarada. No se hagan ilusiones las derechas, no digan que esto son amenazas; son advertencias.
La frase le reportó grandes y prolongados aplausos, decía la crónica. Pero el discurso guerracivilista, que no fue reiterado, tampoco fue exclusivo de la oratoria de la izquierda obrera. En el extremo contrario, Calvo Sotelo no se había recatado de decir que si alguien encontraba una invocación a la fuerza en sus palabras no debía sorprenderse: «Sí, la hay». Y no era más suave el verbo de Gil Robles.
La comparación no se sostiene, Calvo Sotelo nunca hizo un llamamiento a la revolución. Y no es comparable en ningún caso un llamamiento a la revolución y uno a detenerla.
Un día después del último mitin, las elecciones dieron un apretado triunfo al Frente Popular, en unos comicios caracterizados por su razonable limpieza.
Así, se quita de encima el asunto del gran pucherazo de febrero del 36, quien repica la calificación “insinceras” a las elecciones del 33. Se fundamenta en el libro de Tusell, superado por investigaciones recientes: 1936 Fraude y violencia en las elecciones del frente popular.
Y llegamos a la primavera del 36, en que Caballero se dedicó a agitar:
En el mes de abril, Caballero redobló su actividad pública con intervenciones en actos y mítines…
… el asunto más movido de los tratados en ese momento fue el de la destitución del presidente de la República y la designación por los socialistas de un candidato.
No menor relieve tuvieron las previsiones del futuro político. La idea central sería la de que no se podría volver al turno «pacífico» de los partidos en el poder. Después de lo de Octubre y del 16 de febrero, diría, tenía el presentimiento de que la clase obrera española «no lo tolerará, no lo consentirá».
Una anécdota:
En definitiva, el día 10 de mayo se elegía presidente de la República a Manuel Azaña en el Palacio de Cristal del Retiro, y los socialistas dieron allí un insólito espectáculo: la riña a bofetadas entre Julián Zugazagoitia y Luis Araquistáin, que está bien documentada[294].
Zugazagoitia era prietista y Araquistáin caballerista. Tras el nombramiento de Azaña como presidente, el PSOE no permitió un gobierno de Prieto:
La propuesta de Prieto obtuvo 19 votos, todos ellos de seguidores suyos —Negrín, Belarmino Tomás, Vidarte, Bugeda, González Peña, entre otros—, frente a los 47 que obtuvo la propuesta de Del Vayo apoyada por el caballerismo, con Caballero a la cabeza…
… el conjunto mayoritario del Partido Socialista, evidentemente con el caballerismo a la cabeza, no quería repetir la experiencia republicano-socialista del primer bienio —ni siquiera la más aquilatada propuesta de Fernando de los Ríos de una solución «socialista-republicana»—, sino que el proyecto político contrario pasaba por el agotamiento de la experiencia republicana burguesa, la unificación política del «obrerismo organizado» y la muy utópica espera, sí, del acceso al poder del proletariado como clase, no se sabía bien en qué momento ni por qué vías.
Es decir, no querían cooperar en la gobernación de la república, porque tenían otros planes. Caballero sigue a lo suyo:
Intervino en esos meses en un total de ocho grandes mítines. Antes de la sublevación militar, sus últimas palabras públicas se emitieron en Londres en las reuniones de la Federación Sindical Internacional ya en el mes de julio. El tema dominante en todo el período fue de nuevo la unificación de las organizaciones obreras.
Alianzas Obreras y la unificación sindical con el PCE; «nos queda la unificación política del proletariado entre el Partido Comunista y el Partido Socialista», que consideraba más factible después de que se celebrase el Congreso del partido, mientras continuaba el proceso de fusión de las Juventudes.
«La revolución a que nosotros aspiramos —lo hemos dicho muchas veces— no se puede hacer sino violentamente» porque la clase capitalista no cedería nunca el control del Estado. A la fuerza material habría que sumar «una ideología y una teoría revolucionaria. Sin esta no hay revolución»[316].
… la gran concentración de Zaragoza, el 31 de mayo, en la que intervinieron también José Díaz por el PCE y Santiago Carrillo por la FNJS…
En el tremendamente borrascoso debate mantenido en las Cortes el día 16, Calvo Sotelo, en medio de la demagogia más desenfrenada, ciertamente, aludió al discurso diciendo que Largo Caballero era un hombre de «consecuencia política», que no cambiaba sus ideales, pero que en este había «acentuado su posición política… con mayor estruendo, con mayor solemnidad, con mayor rotundidad».
Osea, el principal partido del parlamento, que apoyaba al gobierno aunque no formaba parte de él (47 votos se oponían a ello, contra 19), se dedicó a hacer política de después de las elecciones dando sin parar mítines (“ocho grandes mítines”; en realidad concentraciones obreristas) con llamadas a superar a aquel gobierno “burgués” mientras intenta la unidad con los comunistas y resto de los obreristas. No, no es normal. Tampoco es normal que un historiador pase por alto eso mientras califica de “demagogia desenfrenada” una actuación parlamentaria.
La agitación y división interna del partido era tal que necesita un congreso. Antes del congreso (el 29 de junio, Caballero había presentado sus propuestas en dos intervenciones publicas, por ejemplo:
Pero había que dejar «las cosas clarísimas», y «aunque implícitamente estaba en nuestro programa la dictadura del proletariado, hace falta llevarlo a él de una manera explícita».
Y un aviso para navegantes: «No se asusten porque hablemos en este tono, que nosotros no podemos emplear términos académicos porque la clase obrera no los entiende o nosotros no sabemos expresarlo por falta de condiciones para ello, y lo que hace falta es que la clase obrera lo comprenda».
Aróstegui dice que esas palabras han sido presentadas como prueba de bolchevización, con escaso fundamento. No sé qué más fundamento sería necesario.
El congreso del PSOE no puede zanjar realmente la división, porque era insoluble, porque la mayoría del PSOE estaba definitivamente bolchevizada, a pesar de la negación de Aróstegui. Largo Caballero va a Londres al congreso de la Federación Socialista Internacional. Allí le sorprenderá la sublevación militar.
Tras la sublevación militar el PSOE organiza inmediatamente sus milicias y pide al Gobierno la entrega de armas etc. Aróstegui dedica el resto del capítulo a evaluar la actuación de Caballero, exculparle de ser el principal causante de la Guerra Civil:
… existe en principio un hecho palmario que los documentos muestran de forma incuestionable: Largo Caballero y el caballerismo mostraron una sólida reticencia ante una nueva coalición con el republicanismo en las condiciones de la del bienio 1931-1933.
… [esta colaboración] no podría representar más que una táctica transitoria, temporalmente limitada, en la marcha del proletariado hacia la conquista del poder y la transformación social. O si se prefiere, en términos más expeditivos, hacia la revolución y la dictadura del proletariado.
…La ocasión, sencillamente, se presentaría más pronto que tarde. Y las condiciones para ello, decía Caballero en junio, parece que iban a darse de forma acelerada…
… cierta historiografía que le atribuye, erróneamente a nuestro juicio, un papel determinante en los orígenes de la sublevación y de la guerra civil. Lo que equivale a decir que la actuación del dirigente en aquellos meses de preguerra ha sido juzgada con los tintes más negativos desde la perspectiva de la estabilidad del régimen y la política reformista republicana. Como hemos visto, él se defendió ardorosamente, entonces y después, frente a esas imputaciones.
Las responsabilidades que habrían de deducirse para la gobernación del país no son en forma alguna, en el caso de Largo Caballero, más evidentes que en las de otros muchos dirigentes, de Azaña a Gil Robles y de Casares Quiroga a Calvo Sotelo.
Podría parecer que Aróstegui piensa que la oposición tiene responsabilidades en la gobernación del país. En todo caso, nos hace una vez más trampas, porque nos ha dejando negro sobre blanco que la actividad de Caballero llamando a la revolución, a la destrucción del régimen. ¿No podrían entonces defenderse las derechas?
En su momento fue el propio Caballero el que llamó la atención acerca de quienes veían en las posiciones del obrerismo un acervo de provocaciones e intemperancias que podían favorecer la reacción violenta de la España oligárquica. Negó siempre la relación de causalidad de una cosa sobre la otra. No fue asunto, pues, que no fuese advertido.
¿Puede seriamente mantenerse la existencia de una relación de causa a efecto, como tantas veces se ha hecho, entre la sublevación militar y las declaraciones del obrerismo sobre el poder y la revolución social? ¿Fue la sublevación antirrepublicana una respuesta a un alto grado de conflictividad social y de violencia política en la España de 1936? ¿Fue la «retórica revolucionaria» del caballerismo una causa eficiente de los designios golpistas?
¿Pero cómo no va a haber relación?
La línea que separa unas y otras se visualiza bien entre la «retórica antirrevolucionaria» de los ideológos de la sublevación y de sus epígonos hasta hoy, de una parte, y la historiografía atenta a un número mucho mayor de registros que inciden en el problema.
Esto es bla, bla, bla.
Como han dicho recientemente autores de solvencia, «la movilización civil de la primavera de 1936 no tuvo conexión, ni fue parte, ni siquiera el principal motivo, de la rebelión militar»[339].
Misma respuesta.
Calvo Sotelo, el más provocador de todos los enemigos de la República, elogió la Dictadura, aludió al discurso de Largo Caballero en Oviedo el día 14 —cuyo texto mostró— y se declaró fascista.
Es muy grave esta manipulación de Aróstegui. Según recuerdo, eso lo dijo en un discurso, con un condicional y para efecto retórico. He buscado el discurso, pero lo único que he encontrado es la conclusión, citada por el socialista Zugazagoitia:
«Si el decir esto es declararse fascista, como me indica alguno de mis interruptores, yo confieso que soy fascista».
Despreciable banderilla la que trata de poner Aróstegui.
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