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Artículo de Irén Rab publicado el 3 de febrero en el diario conservador Magyar Hírlap.

“Una democracia falsa, una democracia hueca y encadenada, una burla de la democracia, un teatro de la democracia”, así suena la obertura del coro polifónico de la UE. Los miembros del coro son parlamentarios europeos conocidos, que han dejado el cargo o que están empezando. La pieza lleva el significativo título de “¡Hola, dictador!”. El tema de la película de Arte es el Estado de derecho en Hungría y el protagonista es el primer ministro húngaro. Todo el mundo habla de él, todo gira en torno suyo, es a la vez el conflicto, la complicación y la solución. En la obra también aparece el coro de la oposición húngara unida, las mismas caras conocidas de siempre de Budapest, así como algunas organizaciones cuya existencia está amenazada y que creen estar guardando las últimas migajas de la democracia.

La estructura narrativa de la historia es realmente moderna, y el director ordena y evalúa los momentos importantes de la vida del protagonista. Podemos seguir cómo entra en la política el revolucionario radical Viktor Orbán y cómo se convierte en un renegado, traicionando sus valores liberales para convertirse paso a paso “con toda su pandilla en verdaderos criminales” tras hacerse con el poder. La benévola UE se limita a observar impotente todo lo que sucede, no ha sido preparada para ello. Existe el peligro de que el modelo de Orbán siente un precedente y otros sigan su ejemplo. El drama trabaja con niveles de tiempo cambiantes y el recién descubierto salvador de los verdes alemanes, Daniel Freund, nos guía por el laberinto de información.

Una película de propaganda impecable

Arte, un canal de cultura europeo en manos germano-francesas, sorprendió en Navidad a sus espectadores, acostumbrados a algo mejor, con esta maquinación que recuerda a un documental. En contra de la práctica habitual, la película puede verse no solo siete días después de su emisión, sino durante tres meses en la propia videoteca de la emisora. El 2 de febrero se volvió a emitir en Arte en horario de máxima audiencia. Es una película de propaganda alemana que sigue el modelo de las películas de Goebbels. Una hora y media de película, solo para desacreditar a Hungría, a su gobierno legítimamente elegido según las reglas de la democracia y a la política húngara. La película sugiere que no hay ni democracia ni valores en el mundo húngaro. Solo Viktor Orbán existe en todas partes, es el origen de todo y mientras él defina la política en Hungría, los valores húngaros, y los valores europeos comunes, están supuestamente amenazados. En aras del equilibrio, un representante oficial de la parte gubernamental también tuvo la oportunidad de exponer su punto de vista: de la hora y media de película, el portavoz gubernamental Zoltán Kovács dispuso de un minuto y medio. Un único abogado defensor frente a 22 fiscales.

Eso es todo lo que se necesita, dice la oposición húngara; después de todo, la película no es para los húngaros, sino para los europeos. Normalmente, la tarea de un documental es establecer los hechos; sin embargo, en este caso el objetivo es revelar hechos alternativos aderezados con leyendas urbanas. Porque cuando alguien trabaja con prejuicios en lugar de con hechos reales, está claro que sirve a fines propagandísticos. Gracias a las consignas políticas, la calificación de Orbán como dictador está ya predeterminada desde el principio. La tarea de la película consiste únicamente en justificar y fundamentar esta certeza con proclamas.

El coro de Bruselas

Echemos un vistazo, sin pretender ser exhaustivos, a los “bruselenses” que opinan: Martin Schulz, que renunció a su cargo de presidente del Parlamento Europeo en favor de la esperada cancillería en Alemania. No solo no llegó a canciller, sino que llevó a su partido, el SPD, a un mínimo histórico, pero ha seguido siendo su líder. El viejo comunista Asselborn, del pequeño estado de Luxemburgo, eterno campeón de los valores europeos como Viviane Reding. Según Asselborn, Hungría debería ser simplemente excluida del proceso de toma de decisiones europeo, y Reding, incluso después de diez años, no ha entendido el espíritu de la nueva constitución húngara.

Aún hoy, Manfred Weber también culpa a Orbán de su intento fallido de convertirse en presidente de la Comisión. Mientras viva no podrá perdonarle eso. Ahora está empujando al Partido Popular Europeo tan a la izquierda como pueda soportarlo. La vicepresidenta parlamentaria socialista de la UE, Katarina Barley, es la que más se preocupa por el Estado de derecho. Dice que no hay otra historia, ni otra cultura en Europa del Este. Los valores fundamentales, dice Barley, son universales. Hace unos meses, Barley ya hablaba de hambrientos húngaros y polacos, y hace dos años, cuando aún era la ministra de Justicia alemana, afirmó que los ciudadanos de la antigua Alemania del Este no eran lo suficientemente maduros para la democracia. Tampoco podía faltar la estruendosa declaración de Danny (Cohn-Bendit), que se cambió de rojo a verde y que tamborileó por la libertad de los medios de comunicación húngaros en 2011. En una hora y media pueden caber bastantes cosas.

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El Parlamento Europeo pasó meses tratando de encontrar una solución al problema de cómo el mecanismo del Estado de derecho podría encajarse de alguna manera en el acuerdo de la cumbre europea del verano. Por supuesto, temían un veto húngaro que paralizara todo el proceso. Pero lo que más duele a los diputados es que no pueden ver lo que hay detrás de las bambalinas. Las reuniones del Consejo Europeo son secretas, nada se filtra y no se sabe qué país adopta cada posición. Es un fallo del sistema que el artículo 7 no pueda aplicarse a pesar de todos los esfuerzos, se queja Freund. Estos poderes deben ser retirados del órgano supremo. Mientras los jefes de Estado y los primeros ministros de los Estados nacionales decidan sobre las cuestiones más importantes, todos los esfuerzos de los miembros comprometidos con la democracia serán en vano.

El coro de la oposición húngara

Daniel Freund viajó a Budapest el pasado otoño en nombre del Parlamento Europeo para recoger munición contra Orbán. Se reunió con las fuerzas de la oposición que desempeñan el papel de informadores clave en los informes Sargentini, Jourová y otros sobre Hungría. Visitó Klubrádió, el semanario Magyar Hang, el CEU, el imperio de Gábor Iványi, el despacho del alcalde (esto es una novedad) y la oficina de Transparencia Internacional. En su viaje le acompañó el parlamentario Ákos Hadházy, héroe húngaro de la lucha contra la corrupción. Hadházy gusta en Occidente porque a sus ojos es un verdadero independiente. No saben en qué circunstancias fue expulsado del LMP, conocido como Partido Verde. Para ellos es un hombre realmente creíble que sabe que Orbán está utilizando el dinero de la UE para ampliar su poder. El dinero de los contribuyentes alemanes fluye a través de los proyectos de la UE hasta que el dinero finalmente acaba blanqueado con la familia Orbán. Solo Bálint Magyar, el eterno liberal, podría superarlo. Según él, la única diferencia entre Hungría y los estados mafiosos de Asia Central hoy en día es que aquí los oligarcas no engordan con petróleo y gas, sino con el dinero de la UE.

Este tipo de creación de opinión es un viejo y conocido truco de los propagandistas. En primer lugar, se hace una afirmación fáctica espectacular como tesis inicial, se ofrece un trozo de verdad, que luego se puede deformar, doblar, alterar, encubrir o refutar, según la concepción. Los argumentos falsos se mezclan con elementos de la realidad, la conclusión final es la que convenga, en este caso: Orbán restringe la libertad, viola los valores europeos y construye una dictadura.

“Hay miedo oculto en todas partes”

Veamos el tema de la libertad de prensa como ejemplo: el equipo de rodaje visita la redacción de Magyar Hang. Allí, el redactor jefe les cuenta que al día siguiente de las elecciones de 2018, Orbán organizó entre bastidores el cierre del diario Magyar Nemzet y había hecho despedir a un centenar de periodistas del mismo. Todavía recuerdo que fue así como también lo interpretó la prensa alemana en su momento. Entonces, como ahora, no mencionaron que el periódico era propiedad de Lajos Simicska, que tras el famoso Día G de 2015, impulsado por el odio a Orbán, quiso transformar el partido de derecha radical Jobbik en una fuerza de oposición capaz de gobernar. El plan fracasó y Simicska, decepcionado, cerró sus portales de noticias. No sólo Magyar Nemzet, sino también Heti Válasz, HírTV y Lánchíd Rádió corrieron esta suerte. Atribuir todo esto a Orbán es simplemente una mentira.

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El periódico Magyar Hang lucha por sobrevivir, no recibe ningún encargo publicitario del gobierno (¿por qué habría de hacerlo?). No hay suscriptores, dicen, porque la gente del campo tiene miedo de pedir un periódico independiente, al igual que los impresores tienen miedo de imprimirlo. Hay miedo oculto en todas partes. Por eso tienen que hacer imprimir el papel en Eslovaquia, y no porque los costes de impresión sean mucho más baratos allí. La visita a la redacción permite a Freund disertar sobre la ley de medios de comunicación, la supresión de la prensa independiente y la unificación de periódicos y revistas en una fundación. Olvida mencionar que en la gran Alemania también hay imperios mediáticos y que unas pocas fundaciones tienen en sus manos el quinto mercado mediático del mundo, y que también poseen cuotas de mercado en Hungría, aunque no tan grandes como las que habían conseguido inmediatamente después de la caída del comunismo.

Ninguna universidad ha sido expulsada de Europa desde la década de 1930

También merece la pena analizar la visita al CEU. Según el rector Michael Ignatieff, la universidad no representa ninguna ideología. Llevaba 25 años operando en Budapest y se vio obligada a marcharse por una directiva burocrática arbitraria. La CEU intentó cumplir los requisitos legales, pero tenía que llegar a un acuerdo con Orbán y éste no había querido firmar el contrato. Se le dio un ultimátum y, al parecer, tuvo que abandonar Budapest en pocos días. Desde la década de los 30 ninguna universidad había sido expulsada de Europa. El traslado en sí ha costado 200 millones de euros, pero eso no es lo que le duele al rector. Lo que realmente le duele fue la violación de la libertad académica en general. Y he aquí que la autocracia de Orbán está, al parecer, restringiendo aún más las universidades: En este caso, se hace referencia al ejemplo de la universidad de arte dramático, que lleva meses luchando por su autonomía. También en este caso, la película hace malabarismos con algunos granos de verdad y oculta deliberadamente otros. Por ejemplo, que el CEU tiene dos campus, uno en Viena y otro en Pest, en Nádor utca.

Toda la película está estructurada según este esquema. Como una verdadera masoquista, la vi dos veces para obtener algunas ideas interesantes. La película arremete contra la política de Orbán y trata de manipular a los ciudadanos europeos. Orbán es la oveja negra que ignora la solidaridad europea, cuestiona los valores europeos e impide que la ayuda del coronavirus llegue a tiempo a los países necesitados. Mantiene a Europa en jaque, si es necesario hasta que Merkel y Alemania ceden al final. Molesta a los bruselenses y lo admiten: Orbán es seguro de sí mismo, nunca elude las discusiones, lleva su postura al extremo. Socava la Unión Europea de una manera que nunca rompe las reglas.

Orbán representa un modelo diferente de política porque juega con las cartas sobre la mesa y no se anda con rodeos. Pero lo más peligroso para ellos es que todo un país está en manos de este hombre. ¿Qué pasaría si le apoyaran aún más, como ya hacen los polacos o los países de Visegrado? ¿Qué pasaría entonces? “En la cumbre de la UE, 26 países ya bailan al son de Orbán. Casi podrías quedar impresionado”, dice Daniel Freund. “¡Pero es aterrador!”

Por eso se hizo esta película. Y me temo que habrá más. Orbán se interpone en el camino de las fuerzas políticas que anhelan unos Estados Unidos de Europa. Y actualmente tienen la mayoría en Europa.

Autor

Álvaro Peñas