20/05/2024 20:31
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Ayer Dios, nuestro Señor,  llamó para recompensarle por su entrega a la defensa de la Fe y la Patria,  la Religión y España,  a un español fuera de serie: a Don José Luis Díez Jiménez y colaborador del CORREO DE ESPAÑA.

No lo anunciará la televisión, ni los grandes medios de comunicación pero su importancia real es superior a la práctica totalidad de cuantos salen en ellos. José Luis es uno de esos  hombres  que  dan verdadera  solidez a la sociedad en sus cimientos pero cuyo valor pasa desapercibido  para la mayoría de quienes los tratan.

Estas líneas no tienen nada que  ver con los obituarios de cumplimiento habituales para dar una imagen mejorada del fallecido y quedar bien con todos.  No son un elogio de cumplido, son simplemente una obligación objetiva de quien lo trató y conocí muy bien por haber luchado codo con codo en muchas causas comunes.

No fue amigo de infancia o juventud. Los conocí hará dos docenas de años en las Jornadas anuales de Zaragoza “por la Unidad Católica de España” del que ha sido alma y motor el padre Dallo y su revista “Siempre p’alante”. 

Desde el primer momento sintonizamos. Y a poco de tratarle quedé,   digamos,  “aplastado” por su capacidad de trabajo. Por más que lo he intentado,  nunca he logrado entender cómo se las arreglaba para hacer lo que,  según mis cálculos,  era imposible realizar en un día de veinticuatro horas. Debería alargarme muchísimo en tiempo y en espacio  pero reconozco que ha sido para mí un golpe tan duro que no me siento en condiciones de hacerlo.

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Deseo únicamente escribir unas pocas líneas para informar y dejar constancia  de esa irreparable pérdida, hablando a lo humano — un idioma que no era el suyo–. Como  el Señor sabe infinitamente que nosotros, ciertamente  nunca podremos considerar una pérdida el hecho de verle  llamar a sus amigos a su lado para recompensarles por servirles con celo y con inteligencia.

Porque José Luis, así trabaja: con inteligencia y eficacia.

Bastaría con enumerar las  “innumerables” iniciativas  — aunque suene a redundancia—  convertidas siempre por él en realidades concretas: “su Radio”, sus películas, sus escritos, sus dibujos –pues además era un artista—y llevaba muchos años poniendo todo al servicio del “apostolado de los medios”. Y en todas sus formas…

Repito que me llevaría muy lejos entrar en explicaciones detalladas de esa su arrolladora actividad, que sigo sin creer posible en  una sola persona, pero que no puedo poner en duda, pues la realidad no se puede negar.

Es una pérdida,  por supuesto para su excelente familia que no hace mucho dijo adiós a la madre y ahora despide al padre, –y a la que por este medio les quiero acompañar en el dolor de esta separación—pero, también,  pueden estar seguros de que lo es en grado sumo para ese ejército de amantes fieles de Dios y de España, que lo demuestran,  con diversas organizaciones.

Sin duda es digno de hacerle partícipe de los sentimientos de San Pablo cuando proclamaba: “He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe…” —bonum certamen certavi, cursum consumavi, fidem servavi…– y es digno también de la esperanza del Apóstol, solo me queda esperar a recibir la recompensa… de ese buen Padre y Juez, que es todo corazón. Por lo cual, si bien ha sido un durísimo golpe, no es del todo triste porque estoy seguro de que nuestro gran Jefe y Maestro que no deja sin recompensa un vaso de agua dado por su amor, premiará con creces el inmenso trabajo de esa máquina de trabajar eficaz y constantemente que era el buen amigo, camarada y hermano..

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