19/09/2024 01:51
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Entrevista a Javier Martínez-Pinna, profesor de Historia, investigador y escritor. Autor de varios libros como “Breve historia de las Guerras Púnicas” o “Eso no estaba en mi libro de la Edad Media”. Colabora habitualmente con distintos medios de comunicación, publicando en prensa escrita y en revistas especializadas, como Muy Historia, National Geographic o Clío Historia, y es uno de los fundadores de la revista Laus Hispaniae. Hablamos con él de su último libro, “Eso no estaba en mi libro de historia de la piratería”.

Los piratas siguen teniendo bastante buena fama e incluso se hacen series y películas que los retratan con rasgos nobles o heroicos. Pero la realidad era muy distinta…

Este es uno de los motivos por los que escribí el libro. Efectivamente, durante muchos años, la literatura y ahora los medios de comunicación, han transmitido una imagen de la piratería que poco, o nada, tiene que ver con la realidad. El proceso de idealización de los piratas, como héroes de capa y espada en busca de la libertad, se desarrolla en el siglo XIX en obras como El pirata de Walter Scott o en La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson y, ya en el siglo XX, en el cine e incluso, ahora, en algunos videojuegos como la famosa saga Uncharted, que, por supuesto, no reflejan lo que fueron estos monstruos del mar que, en la mayor parte de las ocasiones, hicieron del asesinato, la tortura y la violación, sus formas de vida más características.

¿Puede que esto se deba a que muchos piratas sirvieron a Inglaterra, como Drake, y a su uso por parte de la propaganda británica, como Errol Flynn en “El Halcón del Mar»?

Por supuesto. Debemos de tener en cuenta que el origen de la piratería inglesa contra los intereses españoles en América se produce durante el reinado de Isabel I, cuando Inglaterra aún no tenía la fuerza suficiente para hacer frente a la todopoderosa monarquía hispánica. Es por este motivo por el que la Reina Virgen (o Estéril), tuvo que contratar a sus perros de mar, entre ellos a Drake y Walter Raleigh, con el objetivo de atacar los intereses de los españoles en América. Hoy sabemos que Drake, por poner un ejemplo, fue responsable de auténticas matanzas, incluso en tiempos de paz, pero esto no le importó mucho a la reina inglesa ya que, después de protagonizar todos estos crímenes, lo ennobleció y elevó a la categoría de héroe. Además, el estudio de la biografía de sir Francis Drake es interesante a la hora de desmitificar la imagen del pirata como un hombre arrojado, al que no le temblaba el pulso a la hora de capturar galeones españoles. En general, los piratas no se atrevían a atacar barcos de guerra o ciudades defendidas por una guarnición; es más, la mayor parte de los piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros casi siempre terminaban huyendo cuando, en lontananza, observaban la amenazante silueta de un galeón español.

¿Cuánto hay de propaganda en el daño causado por esos piratas al Imperio Español?

A pesar de todo los que se nos ha querido hacer ver, la mayor parte de los barcos españoles que atravesaron el océano lo hicieron sin problemas. En este sentido, debemos de valorar la creación del sistema de flotas para escoltar a los barcos mercantes que, ya en el siglo XX, copiaron los países aliados para defenderse de los ataques de los submarinos alemanes, y la construcción de fortificaciones en los principales centros de comercio como La Habana, Veracruz, Portobelo o Cartagena. El gran problema que tuvo España fue la necesidad de colonizar, en el siglo XVI, un imperio de dimensiones universales con medios tan limitados, por lo que resulta sorprendente, y es algo que debemos valorar, que nuestros marinos consiguiesen mantener abiertas las rutas comerciales durante dos siglos.

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Respecto a la abundante literatura sobre la piratería, ¿qué hay de cierto en las novelas, en las islas del tesoro y en los “códigos” de los piratas?

La creencia en la existencia de fabulosos tesoros pirata comenzó a fraguarse desde bien pronto pero la fiebre por el amarillo metal se intensificó con la aparición de obras muy populares como El libro de los piratas de Howard Pyle. En general, los piratas solían gastarse su parte del botín en alguna de las sórdidas tabernas y prostíbulos que inundaban las calles de las principales madrigueras pirata, sobre todo la Tortuga y Port Royal, pero en algunas ocasiones sabemos que ante el temor de caer en manos de un navío español o para evitar ser traicionado por uno de sus compañeros, escondieron sus riquezas en algún lugar desconocido para disfrutar de su oro cuando las circunstancias fuesen más propicias. En Eso no estaba en mi libro de historia de la piratería sigo la pista de alguno de estos tesoros como el del Capitán Kidd o el de la Isla del Coco. En cuanto a los códigos, existieron, y fueron una terrible herramienta en manos de los capitanes para garantizar la disciplina a bordo, ya que su incumplimiento estaba penado con terribles castigos.

No obstante, la piratería no es un invento inglés. Los romanos ya tuvieron que hacer frente a los piratas y, al parecer, lo hicieron con bastante eficacia.

La piratería existe desde los mismos albores de nuestra historia. Uno de los momentos de apogeo de la piratería en el mundo antiguo se produce cuando los primeros “aventureros del mar” se lanzaron contras los barcos fenicios que, cargados de riquezas, atravesaban el Mediterráneo en dirección a Egipto, Malta o Tartessos. Precisamente, tanto la mitología griega como la Odisea, nos informan sobre este tipo de actividad delictiva. En cuanto a Roma, en un principio se benefició de la piratería ya que era la mejor manera de conseguir esclavos. El problema para Roma llegó cuando la actividad de los piratas fue tan intensa que interrumpieron las rutas comerciales en zona oriental, sobre todo después de la alianza entre los piratas cilicios y el gran enemigo de la Roma Republicana, que fue Mitrídates VI del Ponto. Por este motivo, el Senado ordenó a Pompeyo Magno terminar por la vía rápido con el problema de la piratería. Por supuesto lo consiguieron. Entre los altos dignatarios que cayeron en manos de los piratas cilicios destacó Julio César.

Otros piratas menos conocidos, pese a que la expresión “no hay moros en la costa” nace por causa de sus terribles razias, son los piratas berberiscos que asolaron todo el Levante español.

Durante una buena parte del siglo XVI, los pueblos y ciudades costeras del Mediterráneo occidental sufrieron violentos saqueos protagonizados por los piratas berberiscos. No es este un episodio tan bien conocido como el de los piratas del Caribe, pero debemos de recordar que durante mucho tiempo estos criminales del mar llevaron a cabo auténticas atrocidades en el Mediterráneo. Ya desde finales del siglo XV, la costa española estaba infestada de corsarios. Con el apoyo de miles de berberiscos del Magreb y exiliados musulmanes ibéricos se fueron estableciendo en el norte de África, en lugares como la bahía de Tánger, el peñón de Vélez de la Gomera y en pequeños puertos situados a escasa distancia de la península ibérica y de las islas Baleares, Cerdeña y Sicilia. Entre los corsarios más sanguinarios al servicio del imperio turco, aliado con el rey francés Francisco I, destacó Jeremin Barbarroja, cuyo ataque la ciudad de Mahón es tristemente recordado. En estas fechas, recordemos, la monarquía española mantenía continuas guerras con Francia y los turcos, por lo que, solo cuando la situación era algo más estable se pudo invertir recursos para luchar contra esta lacra. Cabe destacar la construcción de un sistema defensivo en el Mediterráneo, con una serie de torres de vigía que aún podemos ver, de forma abundante, en provincias como Alicante.

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¿Quién sería el personaje que mejor refleja lo que era realmente un pirata?

La piratería fue una actividad tremendamente violenta. En el libro trato de demostrar, recurriendo a las fuentes primarias como la obra de Exquemelin, que los capitanes piratas fueron, en general, unos psicópatas que llevaron a cabo acciones de pesadilla con la intención de conseguir un gran tesoro que, en la mayor parte de las ocasiones, solo existía en su imaginación. Entre estos monstruos, muchos al servicio de Inglaterra, destacaría a Henry Morgan y al infernal Olonés. No tenemos aquí espacio para describir todas las atrocidades que cometieron, pero, te puedo asegurar, que el lector quedará sorprendido al comprobar los tipos de torturas empleados y el ensañamiento con el que trataron a todos aquellos que caían en sus manos.

Y al contrario, ¿qué personaje fue la peor pesadilla de los piratas?

Hubo alguno. En el libro destaco a los corsarios españoles que, a diferencia de los ingleses, franceses y holandeses, tuvieron un papel más defensivo y en apoyo de la legalidad vigente. En el siglo XVIII se produjo una auténtica guerra entre corsarios españoles y corsarios ingleses, franceses y holandeses, en los que sobresalió el español Amaro Pargo. También quiero destacar a don Álvaro de Bazán, el azote de los corsarios, que puso contra las cuerdas a los franceses en la segunda mitad del siglo XVI.

También quería aprovechar para preguntarle por la revista Laus Hispaniae, de la que usted es miembro fundador. ¿Qué valoración hace del éxito de la revista desde su salida en noviembre del año pasado?

Seguimos asombrados por el éxito de este proyecto, pero, sobre todo, por la enorme cantidad de autores consagrados que han decidido colaborar con esta revista, con Laus Hispaniae, que nació con la intención de promover la divulgación de la historia de España y con el doble objetivo de formar y entretener. Para mí, personalmente, Laus ha sido un motivo para la esperanza, porque me ha permitido comprobar que existe una nueva generación de autores, que han trabajado con nosotros, como Pedro Fernández Barbadillo, José Crespo Francés, Miguel Ángel López Asunción, Alberto G. Ibáñez y otros muchos, que están llevando a cabo una labor importante para recuperar la idea de España como una nación que ha aportado mucho más bien que mal al conjunto de la humanidad.    

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Álvaro Peñas
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