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“Me entristece ver que los socialistas quieren demoler el Monumento a los Descubrimientos, y eso que soy un socialista de pura cepa. La perfidia y la estupidez que circulan por aquí son desmesuradas”. Esta era la respuesta del que fuera alcalde de Lisboa, João Soares, a la ocurrencia de uno de sus compañeros de partido, el diputado socialista Ascenso Simões. Dentro del afán por reescribir la historia de Occidente, Simões considera que la colosal Plaza del Imperio y el Monumento a los Descubrimientos, obras construidas durante el régimen del Estado Novo de Salazar en los años cuarenta del pasado siglo, están fuera de lugar en “una ciudad que quiere ser innovadora y abierta a todas las sociedades y orígenes”. Por tanto, para ser “un país respetable”, Portugal debe retirar o destruir el Monumento a los Descubrimientos. Hasta ahora, la perfidia y estupidez de Simões no ha logrado apoyos.
Sin embargo, apenas un mes después de su propuesta, el Consejo de Europa señaló que Portugal debía “hacer más confrontar su pasado racista y colonial para ayudar en la lucha contra el racismo y la discriminación”. El Consejo también expreso su preocupación por el ascenso del partido Chega. De momento nadie en Europa ha recogido el guante de Simões, pero es indudable que su propuesta va en el mismo sentido de reescribir el pasado de Portugal. Lo que si se va a inaugurar en el centro de Lisboa y financiado por su ayuntamiento es un “Memorial de Homenaje a los Esclavos”, para lo que se ha elegido al proyecto del artista angoleño Kiluanji Kia Henda, una “plantación” con 540 cañas de azúcar de aluminio negro de tres metros de altura. Entre los pies de las cañas hay intervalos regulares para invitar “a caminar y reflexionar”, con un pequeño anfiteatro en el centro como “punto de encuentro”. Sin embargo, el memorial a los 7.000 portugueses, blancos y negros, salvajemente masacrados hace 60 años por los independentistas angoleños sigue en el baúl de lo políticamente incorrecto.
Estatua de Cecil Rhodes en el Oriel College
En Génova, según informa Emanuele Mastrangelo para el Centro Machiavelli, los comisarios de la cultura de la cancelación han encontrado otro monumento “fascista” que debe ser destruido. Se trata de la estatua de Rafaelle Rubattino. Un armador del siglo XIX que proporcionó barcos para patriotas italianos como Carlo Pisacane o Garibaldi. También compró para Italia la bahía de Assab en el Mar Rojo, lo que sería el primer núcleo de la futura colonia de Eritrea, y fue uno de los fundadores de la marina italiana. A ojos de los fanáticos “woke” Rubattino es la esencia del mal. Patriota, es decir “fascista”, colonialista, prospero hombre de negocios, es decir “explotador”, blanco, católico y heterosexual. Sólo una cantidad tan enorme de pecados, originales y desarrollados durante su vida, podrían haber unido en su contra a asociaciones de estudiantes, feministas, liberales, marxistas y proinmigración. Grupos como “Ni una menos”, “Reza en silencio por la paz”, “Better Together” y “Be Woke” han exigido la retirada de la estatua de Raffaele Rubattino.
El gorrión de Bachman, víctima de la ornitología occidental.
Pero la cultura de la cancelación no revisa únicamente a las figuras del pasado, sino que también purga el presente. La antaño prestigiosa universidad de Oxford se ha convertido en un sumidero de corrección política. La última prueba de devoción por la causa sucedió la semana pasada, cuando los estudiantes decidieron retirar un retrato de la reina Isabel II de las paredes del Magdalen College. El consejo estudiantil decidió retirar el cuadro, ubicado en la sala común, para hacer de esta sala un espacio más “inclusivo”. Por lo visto, los estudiantes extranjeros y “racializados” se sentían mal en la sala común porque el diabólico cuadro les recordaba el pasado colonial de la monarquía inglesa. Parece más un caso para los cazafantasmas. El problema de Oxford es que esta podredumbre mental no sólo afecta a los estudiantes y los profesores son los primeros en señalar que se debe cancelar de la historia occidental. En otra institución de la universidad de Oxford, el Oriel College, 150 profesores han manifestado que no enseñarán a los estudiantes ni participarán en otras actividades, como conferencias y seminarios, hasta que no se “elimine la estatua del imperialista Cecil Rhodes”. El Oriel College fue acusado de racismo en mayo por negarse a retirar la estatua de uno de sus edificios, lo que motivo la creación de una comisión de investigación “independiente” que convenció al Oriel College de la conveniencia de eliminar a Cecil Rhodes para “combatir el racismo y los continuos efectos del colonialismo”. El problema es el coste económico de su retirada, razón por la que Cecil Rhodes aún permanece en la fachada y la causa de la pataleta de los profesores progres.
Black Lives Matter, un movimiento marxista, ha sido el gran impulsor de la cultura de cancelación con la excusa del antirracismo, especialmente en el Reino Unido, donde hasta la fecha han cambiado el nombre de 39 calles, casas y escuelas y la demolición de 30 estatuas y monumentos conmemorativos de figuras históricas británicas. Movimientos como el BLM son en su origen grupos extremistas y minoritarios, pero de pronto reciben cuantiosas subvenciones por parte de “filántropos” millonarios que los ven útiles para su agenda globalista. Patrisse Khan-Cullors, cofundadora de BLM, ha decidido ser “marquesa” y se ha comprado varias propiedades inmobiliarias, entre ellas una mansión de 1,4 millones de dólares en un vecindario blanco de California. Este servilismo hacia la agenda globalista también le consigue un apoyo desmedido de los medios de comunicación y de las élites políticas, que presentan su causa como justa y necesaria.
Algunos creen que todo esto es anecdótico, que dentro de un tiempo pasará y que basta con arrodillarse un poco para que nos perdonen nuestros pecados. Pero no nos engañemos, esto es una verdadera revolución. Nuestro pasado, nuestra historia, lo que hemos sido y lo que somos ahora, es una herejía intolerable para los fanáticos de la corrección política. Lo que se pretende es deconstruir el pasado del mundo occidental y de ese modo escribir un futuro sin identidad completamente distinto a lo que hemos vivido hasta ahora. En Estados Unidos, donde la locura de la corrección política ha alcanzado cotas insospechadas, la lucha contra el racismo ha llegado a las matemáticas y, como publicaba The Washington Post el pasado 3 de junio, a los nombres de los pájaros. Varios ornitólogos han denunciado que algunas aves, 150 especies, llevan nombres de “esclavistas, racistas y ladrones de tumbas”. La culpa es, por supuesto, de “la ornitología occidental y la exploración natural vinculada a una mentalidad colonialista”. Todo, absolutamente todo lo construido por el hombre occidental es intrínsecamente perverso. No existe redención, sólo una culpa heredada que nos marca de por vida. Si queremos tener un futuro debemos hacer frente a la cultura de la cancelación, si hoy nos arrodillamos llegará un día en el que no podremos levantarnos porque no sabremos quienes somos.
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