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En las partes primera y segunda de esta serie hemos repasado los capítulos de las «Memorias desde mi aldea» de Javier Martínez de Bedoya dedicados a su niñez y adolescencia (Martínez de Bedoya, jonsista a fuer de liberal – Parte primera) y a la primera juventud en la universidad (Martínez de Bedoya, jonsista a fuer de liberal – Parte segunda). Esta tercera parte presenta el testimonio muy interesante de su experiencia en la Falange. Cuando vimos sus primeros pasos en la política, concluimos que, siendo liberal por carácter y formación, fue llevado a la militancia jonsista para hacer frente a la deriva del régimen republicano, que permitió a las izquierdas una agitación criminal que no escondía el objetivo inmediato y declarado de consumar la revolución comunista.

Esta parte tercera muestra las limitaciones del compromiso de Bedoya en esa militancia jonsista y sobre todo falangista, que pronto abandona, defraudado por las ensoñaciones ideológicas de unos, el sindicalismo politizado de otros y el ambiente agobiante de la sede de Marqués de Riscal. Limitaré los comentarios al mínimo para extenderme en la transcripción de los párrafos más relevantes de estos capítulos.

VII. Las derechas en el Gobierno, la Falange por dentro y la revolución socialista (diciembre 1933 – octubre 1934 – junio 1935)

Es un capítulo de gran interés por esas referencias al funcionamiento interno de la Falange. De nuevo, comienza dejándonos una muestra de su falta de verdadero interés en la política:

«Viví unos días de máxima ilusión: en el fondo de mi corazón estaba deseando no tener razón y disfrutar de un país que democráticamente se alejase los extremismos. El propio Martínez Barrios (Gran Oriente de la masonería española y Jefe del Gobierno que había presidido la contienda electoral) resumía así la nueva realidad: «que nadie sueñe ya con el fascio ni con el soviet».

Poco duro la ilusión. principios de 1934 resucitaba el terror: primeramente, bajo forma de ataques aislados a personas y fábricas; enseguida, en un intento de huelga general revolucionaria organizada por la CNT. En nuestro semanario Libertad tuvimos que decir que: «eso ni es sindicalismo ni es fe revolucionaria: es el nacimiento automático del derecho del más fuerte». Por el contrario el órgano oficial del socialismo, El Socialista de Madrid, se lanzó la palestra diciendo «que cuando la hora sea llegada, la UGT hará lo que ahora han intentado la CNT y la FAI.» (p. 65)

Una vez más, corrobora la tesis indicada sobre su jonsismo de ocasión: Bedoya entra en política arrastrado por la deriva de la Segunda República, pero sin una verdadera convicción en las políticas en que militaba y sin ánimo de hacer carrera en esta.

Una curiosidad: el origen del uso jonsista, y después falangista, del bello emblema Yugo y las Flechas y de la igualmente bella canción Isabel y Fernando:

«Un joven propagandista católico, Casado Travesí, insistía en que la época de la unidad que reflejaban el yugo y las flechas de los Reyes Católicos debía expresarse a escala popular en las voces de un himno y nos mostraba la letra que había compuesto; otro asturiano, que terminaba la carrera de Medicina, Suárez Granda, de talante muy liberal, nos tarareaba a todas horas musiquillas que el componía y que debían movilizar, según su opinión, los entusiasmos de la nueva fe; fue fácil ponerlas en relación. Y en la vieja fonda El Sol (con patios para carros y caballerías) donde había un piano en el comedor, muy utilizado por Suárez Granda para ejercicio de sus aficiones, nos empezamos a reunir los tres a la hora del café hasta haber encajado aquello «De Isabel y Fernando, el espíritu impera.» (p. 66)

La Falange estaba despegando y deja a las JONS sin blanca, como es sabido. Bedoya es nombrado Consejero Nacional de las JONS, que se reúne en Madrid para tratar el tema de la fusión de ambas organizaciones:

«Se trataba de un amplísimo despacho que había utilizado don José Ortega y Gasset como director de la Revista de Occidente y para sus famosas tertulias (…)

Las sesiones tuvieron lugar los días 11 y 12 de febrero, mañana y tarde. Ledesma Ramos planteó el tema de unirnos o no con las gentes de Falange, cuya actuación nos estaba dejando sin recursos económicos y sin nuevas adhesiones en los círculos universitarios. Para mejor centrar el debate nos leyó una carta del catedrático Montero Díaz, que no había podido venir desde Galicia, en la cual se oponía la fusión a causa de «las limitaciones derechistas» de la Falange e insistía en la necesidad de «continuar planteando la lucha con el marxismo en el plano de la rivalidad revolucionaria». Fuimos varios los que, en otro sentido, insistimos en los peligros del mimetismo fascista que arrastraban consigo muchos falangistas. () Al final se impuso la precariedad de nuestra situación económica, acorralada por una danza obsesionante de deudas, y una mayoría casi absoluta nos inclinamos por la decisión de matrimoniar.

Ramiro Ledesma y Onésimo Redondo salieron varias veces de la reunión para entrevistarse con Primo de Rivera y Ruiz de Alda a fin de negociar las condiciones. Cada vez que volvían traían alguna concesión simbólica (la bandera, la insignia, el nombre, etc.), pero permanecía invariable que en el triunvirato central habría dos falangistas por un jonsista. Era inútil insistir y se procedió a la firma.» (p. 67).

Es historia conocida. Como el posterior mitin de Valladolid para celebrar la fusión:

«Después intervino Onésimo Redondo; habitualmente era Onésimo un orador nato, fluido, de cuya improvisación surgían ideas y palabras a montones que se ordenaban con facilidad en párrafos concluyentes, bien acabados… impresionó su exigencia respecto a los valores hispánicos, condenando al fascismo como extranjero, del que nada deberíamos tomar «si no queremos cometer el delito de secar con pereza, rutina y cobardía las fuentes de inspiración del ingenio hispano». A continuación habló Ruiz de Alda: la gente veía en él al héroe del vuelo del Plus Ultra sobre el Atlántico Sur y al militar; estuvo discretamente discreto. Ramiro Ledesma no fue nunca orador pero tenía una voz metálica, cortante y unas ideas aún con más filo que su voz: aquel día insistió mucho en torno a que «la España extraproletaria ha de permitir la redención de las masas obreras». Finalmente habló José Primo de Rivera: era un orador de los que se aprenden los discursos de memoria, hasta con puntos y comas, pero resultaba prodigioso de dicción, de riqueza en el registro de tonos, de elegancia en el gesto y de reposo en sus elevadas cualidades intelectuales; se ganó los castellanos…» (p. 68-69)

No podía faltar el cierre de periódicos de derechas a consecuencia de los disturbios provocados por las izquierdas:

«Cuando se abrieron las puertas del Teatro Calderón se oyeron algunos tiros de los marxistas vallisoletanos acostados a distancia…

Un mes después suspendieron Libertad por 4 semanas al amparo de la Ley de la Defensa de la República.» (p. 69)

En verano, Bedoya intenta una vez más dejar a un lado su militancia política para dedicarse simplemente a vivir la vida de un joven de su edad y posición, pero Onésimo y Jose Antonio le insisten. Así resume su reunión con Jose Antonio en San Sebastián:

«Estuvo muy deferente conmigo, me hizo bastantes preguntas por el Partido Nacionalista Vasco y, al final, me comunicó que contaba conmigo para el nuevo Consejo Nacional de Falange Española de las JONS. Una depurada elegancia trascendía de su persona; en él se evidenciaban los argumentos tradicionales en favor de una aristocracia, es deciren él hablaba una raza, una selección hecha a fuerza de tiempo en los embates del poder y del mando. Salí de la entrevista halagado, pero no convencido: en general todos los de Madrid, los que actuaban marcados por el sello de la política madrileña me daban la impresión que representaban un papel sobre las tablas de algún escenario.» (p. 72).

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En el curso 34-35, Bedoya estudia el doctorado en Madrid. Una de las asignaturas es Ciencia Política, que imparte el socialista Fernando de los Ríos. Estudia también alemán. Está en contacto con los falangistas. Los antiguos jonsistas se reúnen antes del Primer Congreso de Falange:

«Los consejeros procedentes del jonsismo nos reunimos la víspera del día 4 de octubre para fijar nuestra posición. Ramiro tuvo claro en su diagnóstico: había que aceptar los deseos y prestigio de José Antonio Primo para ser Jefe Nacional de la organización, pero había que limitar todo lo posible el alcance de la designación a fin de dar tiempo al tiempo y había que oponerse al delirio mimético y carnavalesco de cuantos le rodeaban con ansias de «jugar» al fascismo; en relación con esta última historia, los de Valladolid habíamos sido precursores de una actitud firme que no daría sus resultados en lo que respecta a José Antonio hasta diciembre de este año 1934, cuando se negó a ir al Congreso Internacional Fascista convocado en Montreux.

(…)

El 4 de octubre se inició la reunión de nuestro Consejo Nacional en el local de Marqués de Riscal con un breve y perfecto discurso de José Antonio Primo de Rivera; sin más prolegómenos nos pusimos a debatir el articulado del proyecto de estatutos del partido y a los jonsistas nos derrotaban sistemáticamente en las votaciones sobre nuestras propuestas de periodicidad y renovación de los mandatos de la Jefatura Nacional y en relación con las facultades de la Junta Política, a fin de que ésta fuese algo más que un órgano consultivo, etc. 

Por la tarde surgió evidrioso tema de adoptar una camisa azul como distintivo de los hombres del partido…. Inmediatamente Ramiro Ledesma Ramos se opuso en nombre de una estrategia política que reclama originalidad y un propósito táctico que exigía enlazar por uno de los flancos con la CNTRespondieron que la camisa azul era precisamente un símbolo obrerista. Me lancé yo a continuación para alegar la desilusión de las juventudes ante fenómenos como este de las «camisas», tan irracionales, tan alejados de los planteamientos serios respecto a lo que el marxismo significaba de peligro para la libertad… Onésimo se reservó a fin de intervenir lo más tarde posible: su catilinaria ya fue terrible contra el fascismo y contra su imitación, terminando irónicamente diciendo que «para aceptar un combate solo hace falta corazón…» de momento conseguimos que se dejara el tema para mejor ocasión. (p. 75)

En los días de la reunión tienen lugar los sucesos de la revolución socialista de octubre del 34. A propósito de la camisa azul descartada:

«Ela mañana del 7, José Antonio se nos presentó arremangado, y vistiendo la camisa azul -con lo que decidió por sí antes sí una cuestión harto espinosa en sus consecuencias- y ordenó la clausura del Consejo Nacional en vista de las circunstancias… Salimos a la calle con alguna pancarta y la bandera roja y negra (que como símbolo de unión sindicalista habíamos tomado en préstamo a la CNT); se nos añadieron los trabajadores -sobre todo parados- que se encontraban en ese momento en el patio lateral; unos 500 bajamos, en total, a la Castellana… cuando llegamos a la puerta del Sol seríamos unas 20.000 personas.» (p. 76)

El detalle de la camisa, es una muestra de ese punto de chulería de Jose Antonio. Así lo resuelve Francisco Bravo en su Historia de la Falange:

«José Antonio impuso orden y dijo:

-Basta ya. Puesto que me habéis elegido Jefe, honrándose con vuestra confianza, va a ser ésta la primera determinación de autoridad que adopte. La Falange Española de las J. O. N. S. tiene que ser desde ahora mismo una organización rotunda, varonil, firme; más, si cabe, que antes. Precisamos un color de camisa neto, entero, serio y proletario. He decidido que nuestra camisa sea azul mahón. Y no hay más que hablar

Y Sandoval en la Biografía apasionada:

«Ante la lucha inminente, se decide determinar la prenda uniforme que exprese exteriormente la Sagrada Hermandad y la Milicia. Alguien ha llamado a esta decisión del Jefe «el primer acto de autoridad de José Antonio». Fue por su voluntad por lo que la Falange vistió camisa azul mahón, contra la opinión de algunos, que la preferían negra, como los fascistas italianos; parda, como los nazis; gris o verde. «Camisa azul con cuello de forma legionaria» -como diría después el Reglamento de primera línea-, sin corbata, «que peligra en la lucha de la calle», y con las mangas remangadas por encima de los codos…»

Dejando aparte la forma autoritaria de solucionar el asunto de la camisa azul, creo que fue una buena idea utilizarla como símbolo de identidad falangista. Sigue siendo hoy en día el elemento más conspicuo de la identidad falangista. ¿Por qué no buscar una prenda imprescindible, usada por todos, como parte de una mínima uniformidad que sirva para identificarse? Es este otro detalle más que muestra que a Bedoya no le mueve el impulso político. Se puede decir que Bedoya es un tecnócrata, sin ninguna connotación negativa.

Sobre la estimación del número de participantes en la manifestación, veinte mil personas pueden parecer muchas. Bravo habla de «una muchedumbre, y al llegar a la Puerta del Sol, una riada humana» y Sandoval de » bastantes miles de personas». Fueran veinte mil, fueran menos -o fueran posiblemente más- fue una gran iniciativa. A propósito de ella, en el programa de la Historia Desconocida de la Falange se ha publicado un documental recientemente descubierto que muestra una verdadera multitud. Merece la pena verlo:

No puedo evitar preguntarme por qué estas masas de derechistas se quedaban habitualmente en sus casas y dejaban que las izquierdas destruyeran su país sin hacer prácticamente nada. ¿Qué más les tenían que hacer para echarse a la calle? Solo en otra ocasión mostró la derecha en la calle su oposición a la conducta criminal de la izquierda, en el entierro del alférez Anastasio de los Reyes, asesinado por pistoleros de izquierdas, que aprovecharon para hacer otros cinco muertos mientras las autoridades republicanas miraban para otro lado.

Un testimonio personal sobre Jose Antonio:

«José Antonio tuvo la amabilidad de invitarme a comer al día siguiente en su casa a Onésimo Redondo y a mí. Era un piso antiguo, creo que en la calle de Serrano. Nos abrió la puerta y nos sirvió la mesa un viejo criado muy severamente uniformado. Advertimos, en todos los detalles, que José Antonio allí era el marqués de Estella, Grande de España;…» (p. 77)

Y una muy interesante descripción del lamentable ambiente de adulación y de pretensiones intelectuales que se gastaba en Marqués de Riscal:

«El chalet de Marqués de Riscal tenía tres plantas y todo él hervía de jefes; todos ellos se disputaban una mesa, en cualquier sitio, tras de la cual afirmar sus facultades y bastantes de ellos cobraban un sueldo, algo para mí increíble, pero que justificaban con el argumento de que «Madrid no es las provincias». Todos se disputaban competencias, todos intrigaban y todos estaban pendientes del momento en el cual pudiese llegar José Antonio al edificio para intentar verle a toda costa.

(…)

Fui considerado como un ser afortunado porque sin mover un dedo me atribuyeron una mesa que fue colocada en una habitación donde ya había otras tres: las de Ernesto Giménez Caballero, José María Alfaro y Rafael Sánchez Mazas, cuyas faenas se relacionaban, más o menos, con propaganda, prensa y dirección del semanario FE. El más asiduo en pasar un rato en aquella habitación era Giménez Caballero, dispuesto siempre a hacer política solo con la imaginación; (…) Alfaro venía muy poco, veía José Antonio en Bakanik o en Embassy, a las horas del aperitivo; y Rafael casi nunca se dignaba subir hasta aquella planta, quedándose a nivel del despacho de José Antonio. Cuando por casualidad coincidían los tres, aquél lugar se convertía en un torneo de ingeniosidades. Recuerdo una discusión entre Giménez Caballero y Sánchez Mazas, con muchos y muy precisos argumentos, en la cual Rafael sostenía que la figura y el papel de José Antonio Primo de Rivera en la historia iban a ser análogos al de César, mientras que Ernesto sostenía que tanto su personalidad como su función histórica se correspondían con Augusto. Excuso referir mi asombro ante aquella escena tan alejada de mis ideas de entonces sobre la política.

En este trimestre mío el Riscal, que estoy relatando, dos veces participe en el paseo de José Antonio y una vez fui invitado a almorzar con él y con Sánchez-Mazas en la parrilla del Hotel Nacional, atenciones todas ellas motivadas en su despacho, nunca en la escena final de la calle. Desciendo a estás precisiones porque quiero dejar constancia de que José Antonio no pudo tener más de deferencias personales que las que conmigo tuvo en los pocos meses de unificación política y de veintena mía cómo edad. Mi separación de él respondió a un rápido proceso de desilusión ante aquella burocracia política que me asfixiaba con sus modos y exigencias, ante aquel movimiento que quería incrustarse en la política mediante una actitud cerebralizada de sus cuadros directivos, casi literaria, que no guardaba relación con los cuadros de la base; al menos así me lo parece a mí.

(…)

Rafael Sánchez Mazas era una humanista de primer orden, con una cultura prodigiosa y un verbo agilísimo y a José Antonio poseía una capacidad intelectual fina e incisiva. (…) Allí oí de todo, en la línea de lo brillante y sorprendente: que la esencia misma de la trascendencia era fe sobre razón; que la fe solo podía ser provocada por una minoría selecta; que la política tiene que ver con la arquitectura porque tiene que ver con el amor, el amor edifica; que no había qué escandalizarse por los patrones extranjeros porque ¿qué decir del primer soneto español «fecho al itálico modo»?; qué nada de tratar de reducir, con libertades individuales el papel del Estado -nuevo caballero andante- protector de los desvalidos, en las pobres masas; que el acceso al poder solo podría conseguirse por la vía del golpe de Estado para no hipotecarse con demagógicas concesiones al materialismo de las hormiguitas lugareñas… Ya no recuerdo más frases o conceptos votando de aquella catarata de fuegos multicolores.» (p. 77-78)

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Bedoya se refiere a la discusión de los 27 puntos, y cuenta esto sobre el punto 9, con el que como liberal no está de acuerdo:

«Cuando Ramiro Ledesma Ramos redactó el programa de las JONS tuvo como principal preocupación acercarse lo más posible a la Confederación Nacional del Trabajo, organización laboral del anarcosindicalismo… Yo era decidido enemigo de esa postura en función de mis radicales criterios contrarios a todo cuanto fuese caer en la estatificación (nota esencial del marxismo en su primera y eternizable fase), pusiérase bajo el rótulo que se pusiese está estatificación.

(…)

Ante los argumentos opuestos -evidentemente, no solo los míos- Ramiro y José Antonio decidieron oscurecer tácticamente su pensamiento y a fuer que lo consiguieron al redactar definitivamente el punto 9: España, gigantesco sindicato de productores; organización corporativa; sistema de sindicatos verticales; integridad económica nacional. ¿Es que se podían reunir más perífrasis en ocho líneas?» (p. 80)

En enero de 1935 se cierran las puertas de carruajes de Marqués de Riscal, poniendo sordina a la actividad sindical, y se produce el abandono de muchos jonsistas, entre ellos Bedoya, con Ramiro a la cabeza. Muy probablemente, ambos sucesos estén relacionados:

«Ramiro decidió darse de baja en el partido… Se examinó la situación y decidimos separarnos de Falange. Onésimo precisó que daba su acuerdo, pero no estaba seguro de que la organización de Valladolid le secundase, pidió unos días de plazo y adelanto que no se quedaría el margen de su grupo vallisoletano. (…) 

El 15 de enero se dio a la publicidad la nota de escisión. Y a partir del 16 de febrero nos pusimos a la tarea de hacer y sacar un semanario, La Patria Libre, que diese testimonio de nuestro disgusto…

Ese mes que media entre la escisión y la salida de la Patria Libre fue particularmente angustioso para la sinceridad temperamental de Onésimo, condicionada por la actitud del grupo de Valladolid plenamente ganado por José Antonio. A través de la Libertad que recibía puntualmente en Madrid pude ir siguiendo esta calle de la amargura de Onésimo, que culminó con el fin del propio semanario Libertad el día 20 de mayo de este año 1935 por una orden de José Antonio que exigía volviera al silencio.» (p. 79-80) 

Así concluye la experiencia: «Cuando se terminó toda mi actividad política sentí una sensación de gran alivio.» (p. 81)

Un aparte: en este capítulo, cuenta Bedoya que asiste a un seminario de pago de Fernando de los Ríos, el socialista que fue ministro de la República. Posteriormente contará que recibió cuatro cartas suyas manuscritas. 

Pasa el verano en Guernica con la familia y en julio se va a Alemania a estudiar.

Una reflexión sobre el ambiente de Marques de Riscal para acabar. La descripción de los modos y maneras que se gastaban allí resultarán lamentables a muchos falangistas. Son un mezcolanza inclasificable: una actividad sindical que se interrumpe sin más explicaciones; unos intelectuales dados a la ideología-ficción (la referencia a GC, «dispuesto siempre hacer política solo con la imaginación» es muy ilustrativa); un Jose Antonio que realiza una actividad parlamentaria bastante desconectada del resto de la actividad política de la Falange, y unos jóvenes dedicados a «jugar al fascismo».

Era el año 34, estaban aprendiendo. Tenían que madurar, y lo hicieron. Pero hace pensar en las luchas que se producirán en abril de 1937 en Salamanca cuando Jose Antonio ya no esté. Se trató de una guerra descarnada por el poder entre el clan madrileño que se desarrolló en ese cuestionable ambiente y Hedilla y los falangistas de provincias, militantes poco versados en aquellas ridículas luchas florentinas de los madrileños.

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés