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El Teniente de Ingenieros Pedro Mohíno, enarbola la bandera de la Republica en la madrileña Puerta del Sol, en la tarde de 14 de abril.

Un joven Teniente de Ingenieros, destinado en el Regimiento de Zapadores nº2 con sede en Carabanchel, Pedro Mohíno Díez, se convertirá, por derecho propio, en uno de los protagonistas más conocidos de la explosión de júbilo, que se desató  en las calles de Madrid, el día 14 de abril, con motivo de la marcha del Rey Alfonso XIII al exilio y el advenimiento de la II república Española.

 

La Puerta del Sol, corazón de todas las Españas, hierve esa tarde de entusiasmo por la llegada del nuevo régimen. Una abigarrada multitud, venida de todos los rincones de la vieja piel de Toro y por supuesto miles de vecinos de Madrid, se dan cita delante del ministerio de la Gobernación, a los pies del célebre reloj, que cada 31 de diciembre, saluda la entrada de un nuevo año en España. Allí se encuentran también, para inmortalizar con su cámaras de fotos, momento tan irrepetible en la historia de España, reporteros gráficos de todos los medios, entre ellos el conocido fotógrafo madrileño Alfonso, que dispara a diestro y siniestro su cámara, a fin de  recoger para la posteridad momento tan decisivo.

 

El joven Teniente, que contaba 26 años de edad, de uniforme, tocado con su gorra de plato oficial, desatado en su alegría, aparece en la Puerta del Sol, desde la vecina calle de Alcalá, subido en un vehículo de servicio público, rodeado de varios paisanos. Mohíno enarbola y flamea al viento una bandera tricolor, que se convertirá en la enseña oficial del nuevo régimen, entre las ovaciones y el entusiasmo acalorado de miles de ciudadanos, que rodean el vehículo y que  a duras penas se desplaza hacia el centro de la Puerta del Sol. Él tendrá, el honor de colocar la enseña que porta en sus manos, en el balcón principal de Gobernación, -incluso antes de que en él haga entrada  el gobierno provisional-, entre los gritos enfervorizados de las miles de personas que allí se habían dado cita. Pedro Mohíno será efusivamente felicitado y abrazado por Niceto Alcalá Zamora, Miguel Maura, Manuel Azaña, Prieto y otros dirigentes republicanos. Sin proponérselo se ha convertido en el primer abanderado oficial de la naciente II república.

 

Pero ¿quién era aquel Teniente de Zapadores?

 

Pedro Mohíno Díaz nació el dos de mayo de 1904, posiblemente en tierras palentinas, de donde era oriunda su madre.  Ingresó en la Academia de Ingenieros en agosto de 1921. Promovido al empleo  de Teniente el día 12 de julio de 1927, es destinado al  Regimiento de Zapadores Minadores número 2 de guarnición en el madrileño barrio de Carabanchel. Tras cuatro años de estancia en él, se le destina  en junio de 1931, al Batallón de Zapadores Minadores número 1, de guarnición en Campamento.

 

Cadete Pedro Mohíno Díez.

 

En junio de 1935 el Teniente Mohíno pasa a ser destinado al servicio del ministerio de la gobernación, concretamente al Cuerpo de Seguridad y Asalto, donde en una de sus compañías mecanizadas sentará plaza.

 

Ascendido a capitán el 30 de diciembre de 1935, Pedro Mohíno solicitará, en el mes de marzo, la baja en el cuerpo de Seguridad y Asalto, quedando disponible forzoso y siendo destinado en abril al Batallón de Zapadores Minadores número 7, de guarnición en Salamanca.

 

En Salamanca Mohíno, con su batallón permanecerá en la ciudad, en cuya universidad brilló con luz propia Fray Luis de León, hasta el mes de mayo, debido a unos graves incidentes acaecidos en la cervantina  Alcalá de Henares.

 

El día 15 de mayo, un oficial de uno de los regimientos de caballería que se asientan la plaza, camina por una calle alcalaína. Unas mujeres reclaman su presencia para que intervenga en favor de dos niños del asilo, que están siendo maltratados por varios matones. El oficial se enfrenta a ellos, Y ante el valor y gallardía del militar español, los cobardes  expanden entre las gentes que se han detenido  para contemplar el incidente, el odioso sambenito de que tanto los niños como el militar son fascistas. La turba la emprende entonces de forma violenta contra el oficial que como puede huye del lugar. Pero la mecha del odio está ya prendida. A lo lejos aparece, montado en una bicicleta, el capitán Isidro Rubio, que se aproxima al lugar. Es recibido con una lluvia de insultos y piedras, e incluso  con varios disparos. El capitán Rubio, sorprendido por tal agresividad, logra como puede llegar hasta su domicilio, que es sitiado por la plebe con intención de asaltarlo. El capitán solicita auxilio a su cuartel. El gobernador Militar de la plaza, general Alcázar, prohíbe a los miembros de la guarnición salir de sus acuartelamientos, pues ha pedido la llegada de fuerzas de Asalto desde Madrid. 

 

Con la noche como aliada, el capitán y su familia, esposa y tres hijos pequeños,  abandonan, por la parte trasera su casa, en el  momento en que los asaltantes marxistas rocían de gasolina la puerta de entrada a la vivienda, Por la carretera logrará alejarse de Alcalá con dirección a Madrid. No finalizarán ahí los incidentes. En un autobús, procedentes de Madrid regresan a  Alcalá varios oficiales de la guarnición. Las turbas los reciben con intención de acabar con ellos, los que los militares impiden abriéndose paso a tiro limpio.

 

Regimiento de Caballería de Calatrava.

 

De inmediato se celebra en la casa del pueblo una asamblea que pide que los dos regimientos de Caballería acantonados en Alcalá de Henares, el de Calatrava n º 2 y Villarobledo n º 3, salgan inmediatamente de la ciudad. En una decisión sin precedentes, donde queda, de forma manifiesta reflejado, el odio y sectarismo que las autoridades frente populistas sentían por el Ejército, el Ministerio de la Guerra decide el traslado urgente de los regimientos de Caballería, que serán sustituidos por el 7º Batallón de Zapadores Minadores de guarnición en Salamanca y el Batallón Ciclista, acantonado en Palencia.

 

Cuarenta y ocho horas después de aquellos incidentes, los dos Regimientos de Calatrava y Villarobledo fueron trasladados a Salamanca y Palencia respectivamente. Ante la premura de la marcha, algunos oficiales se negaron en redondo a abandonar Alcalá de Henares. Serían condenados por insubordinación y recluidos en prisiones militares de Navarra y Palma de Mallorca.      

 

El Batallón Ciclista compuesto por ocho compañías, cinco de fusiles y bicicletas y tres de ametralladoras en camiones y motos, con un total de 910 hombres llegará  a Alcalá  el día 20 de mayo, haciéndolo  en el mes de junio, el batallón de Zapadores, compuesto por cuatro compañías con una dotación de alrededor de 500 hombres, con el capitán Mohíno al frente de una de sus compañías. Allí le va a sorprender el Alzamiento Nacional de los cuatro días de julio, 17, 18,19 y 20.

 

Ante  la llegada de noticias de que el ejército de África se ha sublevado contra el gobierno del frente popular, las dos unidades militares de guarnición en Alcalá de Henares quedan acuarteladas.  El Batallón Ciclista que manda el teniente coronel Gumersindo de Azcárate, en su cuartel de la plaza de San Diego. Por su parte el batallón de Zapadores al mando del teniente coronel Mariano Monterde, comandante militar, a su vez, de la plaza de Alcalá de Henares, cuya sede está en el cuartel de Lepanto.

 

Batallón Ciclista del Ejército de Tierra.

 

Con el paso de las horas, la guarnición alcalaína conocerá que el ejército lucha en las calles de Barcelona. Que los generales Mola, Franco, Queipo de Llano, Cabanellas, Saliquet y López Pinto junto a Varela, se han sublevado en  Navarra, Canarias, Sevilla, Zaragoza, Valladolid y Cádiz. Que los coroneles Gistau, Aranda y Cascajo, lo han hecho en Burgos, Oviedo y Córdoba. La sublevación se ha extendido como un reguero de pólvora a toda España.

 

En la mañana del lunes día 20, el teniente coronel Monterde  recibe una orden del Ministerio de la Guerra de formar inmediatamente una columna con fuerzas del Batallón Ciclista y del Regimiento de Zapadores, con el objetivo de frenar a las fuerzas sublevadas, que a las órdenes del coronel García Escámez, se dirigen al puerto de Somosierra, para cortarles el paso en la Nacional I.

Con la tropa formada en el patio del cuartel,  ya municionada y pertrechada, los tenientes coroneles Monterde y Azcárate, entran la sala de Banderas del acuartelamiento,  donde se encuentra reunida la totalidad de la oficialidad de los dos batallones. Allí les conminan a salir de inmediato con la columna formada, ordenado que lo haga primero la 3º Compañía de fusiles de Batallón Ciclista,  que manda Isidro Rubio Paz,  un militar que se había distinguido en el pronunciamiento  de parte de la guarnición de  Jaca, el  12 de diciembre de 1930, en contra de la Monarquía y en  favor de la República, organizado por los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández, los cuales serían fusilados dos días después al fracasar la asonada. Isidro Rubio sería condenado a  la pena de treinta años de reclusión, que quedarían en  seis  y amnistiado posteriormente con el advenimiento de la república.

 

Un capitán, Juan Aguilar, pide órdenes concretas y firmadas, De seguido el comandante Baldomero Rojo, se niega a cumplir dichas órdenes. Al comprobar que los oficiales son todos proclives a unirse al Alzamiento Nacional, que dirige el general Emilio Mola. Ante aquella explosiva situación, el Teniente coronel Monterde exige al capitán Rubio la salida inmediata de la tropa. Rubio se niega en redondo. Es entonces cuando el teniente coronel desenfunda su pistola reglamentaria para obligar por la fuerza a los díscolos sublevados a cumplir sus órdenes. Lo mismo hace Azcárate. Los dos tenientes coroneles apuntan a sus oficiales, obligándoles a levantar las manos.  Ante ello, los capitanes Aguilar y Rubio desenfundan también sus armas y disparan contra los tenientes coroneles, que alcanzados por las balas, caen al suelo. Monterde muere en el acto y Azcárate resulta herido y es hecho prisionero.  Una vez que los sublevados se han hecho con el cuartel, el capitán Asensio se traslada al contiguo cuartel de Zapadores donde informa a los capitanes Mohíno y Salazar de la muerte del teniente coronel Monterde y el apresamiento del teniente coronel Azcárate. El comandante Baldomero Rojo, ayudado por los capitanes Mohíno y Salazar, detienen a los comandantes Besga y Fraile.

 

El comandante Baldomero Rojo, segundo jefe del Batallón Ciclista,  se hace cargo de la situación y redacta el bando declarando el estado de guerra. Las tropas, arengadas con vivas a  España, la república y el ejército honrado,  por el capitán Mohíno, salen a las calles, leyendo el bando en la plaza de Cervantes y ocupado los lugares más estratégicos de Alcalá. La compañía que lee el bando va al mando del capitán Mohíno, acompañado de  banda de cornetas y tambores,  música y el estandarte tricolor del Batallón Ciclista. Se hacen con el Ayuntamiento, donde detienen al alcalde socialista Pedro de Blas. Las tropas tienen que hacer frente a los disparos de milicianos marxistas emboscados por las calles de la ciudad.   

 

Al alba del día 21 aviones gubernamentales bombardean algunos lugares de Alcalá, Desde Madrid, al mando del coronel Ildefonso Puigdengolas, se dirige a Alcalá una columna de unos cinco mil hombres, compuesta por una sección del Regimiento de Aerostación, una compañía de Zapadores, una sección de Transmisiones, ocho camiones “Bilbao”, así como tropas de aviación provenientes del aeródromo de la propia Alcalá de Henares, que no se ha sublevado y numerosos milicianos.
Los sublevados conocen que en Madrid ha fracasado el Alzamiento con la caída del cuartel de la Montaña y que ya no podrán recibir ningún tipo de ayuda. Además llega a su conocimiento que la columna de Puigdengolas está entrando en Alcalá.

 

La situación se hace insostenible y a las once de la mañana el comandante Rojo decide deponer las armas. Envía un emisario a Puigdengolas con la propuesta de  que pondrán fin a su resistencia si se garantiza la vida de  oficiales, quedando libre de todo cargo los suboficiales y la tropa. En el cuartel de Zapadores el capitán Mohíno, con la intención de salvar a sus compañeros, se arrogó para si la responsabilidad de haber sido el autor de la rebelión de la unidad, sin delatar a ningún compañero.  

 

Aceptadas las condiciones por Puigdengolas, los  oficiales  salen del cuartel. En ese instante, milicianos asesinan a dos mandos del arma de Ingenieros, hiriendo a un tercero. El coronel Puigdengolas, pistola en mano, se enfrentó a la milicianada marxista, evitando el asesinato de más oficiales, que fueron conducidos presos al puesto de la Cruz Roja, donde permanecerían hasta el día 23 de julio en que fueron trasladados a la cárcel Modelo de Madrid.

 

El día 22 de agosto la cárcel Modelo, como hemos referido en anteriores  artículos, es asaltada por milicianos socialistas, comunistas y anarquistas. Una condenable, alevosa y miserable acción, que  acabaría desembocando en el asesinato  de conocidas y destacadas personalidades políticas como Melquiades Álvarez, José Martínez Velasco, Julio Ruiz de Alda, Manuel Rico Avelló, Fernando Primo de Rivera, José María Albiñana y los generales Capaz  y Villegas, entre otros. La chusma roja, sedienta de sangre, accedió a la cárcel y con el pretexto de un incendio provocado por ellos mismos, se situaron con ametralladoras, en lugares estratégicos de las tejados  y ametrallaron sin piedad a los presos que habían salido al patio, completamente desprotegidos,  huyendo despavoridos  de la llamas del incendio.

 

El capitán Mohíno sería uno de los que, ayudados por el general Oswaldo Capaz y el coronel Agustín Muñoz Grandes, como referimos en el artículo “1936. El asesinato del General Oswaldo Capaz, el último conquistador español, a manos de las milicias rojas, en el asalto a la cárcel Modelo de Madrid”, publicado en este mismo Correo de España, el pasado 18 de febrero, lograría sobrevivir a aquella cobarde e inicua matanza,  al desenfilarse de las balas marxistas que arreciaban contra los reclusos indefensos que corrían de un lado a otro de los patios de la cárcel Modelo con intención de poner sus vidas a  salvo.

 

Fachada principal de la cárcel Modelo de Madrid.

 

De forma urgente, los militares que no han sido asesinados en el asalto a la cárcel Modelo, serán juzgados al día siguiente por un tribunal presidido por el presidente del Tribunal Supremo Mariano Gómez, junto a otros dos magistrados del alto tribunal, y un jurado de catorce miembros donde están representados el  PSOE, partido comunista, Juventudes Socialistas Unificadas, Unión Republicana, Casa del Pueblo, Organizaciones Libertarias, FAI y la CNT. El Secretario del Tribunal era el oficial jurídico militar señor Calderón; como defensores de oficio el Colegio de Abogados designó a varios miembros del mismo.  

 

El mismo día 23, la propia cárcel Modelo se inician los juicios sumarísimos que serán numerosos, determinándose un plazo de cuatro horas de duración como máximo para la vista de cada causa.  Uno de los primeros es  contra el comandante Baldomero Rojo Arana y los capitanes Isidoro Rubio, Pedro Mohíno y Juan Aguilar. En  su declaración, delante del tribunal popular, el capitán Mohíno, dejará patente su amor a España y a la república. Manifiesta que se sublevó junto a sus compañeros de armas de Zapadores y del Batallón Ciclista con lealtad a la república,  al comprobar que el gobierno del Frente popular llevaba a España hacia el abismo. A pesar de que no conoce, según sus palabras, a los mandos militares que dirigen la sublevación militar, se ha unido a ella en el deseo de que a España regresase el orden y la tranquilidad. Durante la vista el capitán Mohíno dejó claro que no buscaba el perdón, pues había actuado con el corazón  y que a la salida de su cuartel para sublevarse,  había llevado el estandarte de su batallón al ayuntamiento de  Alcalá  con el  mismo honor y orgullo que lo había hecho en la tarde del 14 de abril de 1931, cuando colocó en el  balcón principal de la antigua casa de correos de la madrileña Puerta del Sol, la bandera republicana, después de tremolarla por las calles de la capital de España.

Nada de aquello salvaría de la muerte al capitán Mohíno. Tras una farsa de juicio, el  tribunal encontraría   a los cuatro mandos militares como culpables de un delito de rebelión militar previsto en el artículo 237 del Código de Justicia Militar, que castigaba con la pena de muerte a «los que se alcen en armas contra la constitución del Estado, los Cuerpos Colegisladores o el Gobierno legítimo».

 

Capitán Pedro Mohíno Díez.

 

Los capitanes Mohíno, Rubio y Aguilar, serían pasados por las armas, junto al Comandante Rojo Arana,   en la madrugada del día 25 de agosto, por un pelotón de milicianos, no se sabe con certeza si  en el propio recinto carcelario o en el exterior del mismo en la explanada de la Escuela de Arquitectura en la cercana ciudad universitaria. En 1940, con España ya en paz, el gobierno del Generalísimo Francisco Franco, concedió a la madre del capitán Mohíno una pensión anual de 7.500 pesetas. 

 

El cadáver de Pedro Mohíno fue inhumado al día siguiente, en una  fosa de las muchas abiertas aquellos días en el Cementerio del Este, dado que no hubo nadie que reclamara sus restos.

 

LEER MÁS:  1946. El asesinato en La Coruña por los maquis de Arcadio Vilela Gárate. Por Carlos Fernández Barallobre

A fecha de hoy, se desconoce dónde fue enterrado el Abanderado de la República. Animo a la tarada de Cabra, que le encanta hablar por teléfono en bragas; al mentiroso macarra de ceñido pantalón que habita en la Moncloa; al del moño sucio hoy nuevamente encoletado; a la ajada y marchita margarita; al marlascón mariposón; a la nueva bellarra; a la “mejor ministra que tuvo España en toda su historia”, que manifiesta sin rubor que el comunismo es libertad; a la que bebe de la misma copa que el gordo prevaricador, abogado de los narcos venezolanos, el Balta; al “niño probeta”, al cabezón maligno del bólido y a toda su cuadrilla de rufianes, catalufos, sepulcros blanqueados canallescos vascos, el bloque de tontos separatas gallegos y canarios, al vividor de Teruel-que vive en Valencia-   y a los colegas de los etarratas, a que se afanen en encontrar los restos mortales del primer abanderado de aquella «idílica» segunda república española, -cuyo “pasado luminoso” cegó tanto a los españoles que se vieron inmersos en una guerra civil-  asesinado por los mismos que la destruyeron, es decir socialistas, comunistas, anarquistas y separatistas. Sería un gesto de buena voluntad por parte de estos farsantes miserables que pregonan de forma contumaz y mendaz que en España hay más fosas comunes que en la Camboya del rojo comunista asesino Pol Pot. Y sin embargo no encuentran ninguna. Eso sí con esa justificación se hacen multimillonarios. ¡Caraduras! ¡Sin vergüenzas!  Y que ayude en la búsqueda también el de las anchoucas de Cantabria, que como fue de todos, seguro que tiene buena información.

Autor

Carlos Fernández Barallobre
Carlos Fernández Barallobre
Nacido en La Coruña el 1 de abril de 1957. Cursó estudios de derecho, carrera que abandonó para dedicarse al mundo empresarial. Fue también director de una residencia Universitaria y durante varios años director de las actividades culturales y Deportivas del prestigioso centro educativo de La Coruña, Liceo. Fue Presidente del Sporting Club Casino de la Coruña y vicepresidente de la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña. Apasionado de la historia, ha colaborado en diferentes medios escritos y radiofónicos. Proveniente de la Organización Juvenil Española, pasó luego a la Guardia de Franco.

En 1976 pasa a militar en Fuerza Nueva y es nombrado jefe Regional de Fuerza Joven de Galicia y Consejero Nacional. Está en posesión de la Orden del Mérito Militar de 1ª clase con distintivo blanco. Miembro de la Fundación Nacional Francisco Franco, es desde septiembre de 2017, el miembro de la Fundación Nacional Francisco Franco, encargado de guiar las visitas al Pazo de Meiras. Está en posesión del título de Caballero de Honor de dicha Fundación, a propuesta de la Junta directiva presidida por el general D. Juan Chicharro Ortega.