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De eso no se sale. Es una marca y casi media España la lleva en la frente como una señalización de Satanás. La función de este género del siglo XXI es confundir el concepto de la Naturaleza y convertir la maldad en el bien aceptado por adoctrinamiento. El hijoputólico es un sinvergüenza con muchas vertientes, principalmente criminal. Desestabiliza la convivencia siendo un manipulador sin honra y suele hacerlo desde las alturas que le procura la bajeza política, parasitando a costa del esfuerzo de los demás. Antes de ser hijoputólicos con carné de partido, no tenían dónde caerse muertos, pobres de honra pero ávidos de oportunismo. Son los que dictan a los precursores del progreso verdadero, la gente de a pie que sostiene la economía, lo que han de hacer, siendo inútiles que se sirven del erario público y una muestra deficitaria de seres antropomórficos. Destinados a arruinar la vida de los demás, por millones, son hijoputólicos de nacimiento, lo llevan en la sangre por generaciones, rastreras huellas genéticas que dejan pestilencia en un árbol genealógico de majaderos y malhechores. Roban sin excusa y justifican sus obras con basura demagógica. Están enganchados a la droga hijoputólica que les impide cualquier dignidad personal. Desentierran muertos y resucitan asesinos en olor de santidad. Satanás está muy orgulloso de los pringados que irán de cabeza al hoyo oliendo a azufre.

 
Derrochan inmoralidad y traición, exentos de reglas y de conciencia. Se inventan problemas para parecer orquestadores de soluciones, pero al igual que en la frente, donde se esconden cerebros atrofiados, portan en la cara una sutil malignidad que los identifica como hijoputólicos sin remisión.
 
Los hijoputólicos provocan dolor politizado y matan a cientos de miles de personas para luego esconder la cifra del genocidio y culpar al ajeno. Pervierten la infancia, asesinan nasciturus y salen de rositas, mientras puedan. Los hijoputólicos son degenerados y embusteros y en esa virtud siniestra del delincuente que siempre escurre el bulto de las responsabilidades criminales, siguen hijoputeando como si no hubiese un mañana o fueran a perpetuarse en una continuada corrupción a base de comprar voluntades prostituidas desde el poder. Son hijoputólicos por consejo directo del Diablo, espíritus débiles que sucumben a la tentación de la vida fácil, vendiendo barata el alma al acreedor que les pedirá cuentas por haber hipotecado la elemental decencia como seres vivos y, aunque no lo parezca, pensantes. El Demonio se frota las garras a la espera de los confiados incautos. Son cizaña como escoria abundante y se ufanan en la redundancia de lo hipócrita, hediendo a maldad y picaresca como modo de vivir carroñeramente.
 
Ser hijoputólico es una ventaja en esta vida de sacrificio para tantos, aunque a todo puerco le llega su San Martín, y es muy sencillo identificarlos por la vida padre, heteropatriarcal será, que se montan los muy caraduras. Son ricos epulones sin méritos propios y ascienden fulgurantemente en sus carreras de vergüenza, algunos con las rodillas desolladas en pos del éxito personal que los etiqueta como mamarrachos, siempre basadas en el engaño. Pero llegará el momento en que tanto derroche de iniquidad se les atragante porque el hijoputólico recogerá las malas siembras, ya sea vivo o muerto, cuando quiera Dios que se les acabe el abusivo chollo. Es la única rehabilitación de Justicia definitiva para tanto malnacido, Amén. 

Autor

Ignacio Fernández Candela
Ignacio Fernández Candela
Editor de ÑTV ESPAÑA. Ensayista, novelista y poeta con quince libros publicados y cuatro más en ciernes. Crítico literario y pintor artístico de carácter profesional entre otras actividades. Ecléctico pero centrado. Prolífico columnista con miles de aportaciones en el campo sociopolítico que desarrolló en El Imparcial, Tribuna de España, Rambla Libre, DiarioAlicante, Levante, Informaciones, etc.
Dotado de una gran intuición analítica, es un damnificado directo de la tragedia del coronavirus al perder a su padre por eutanasia protocolaria sin poder velarlo y enterrado en soledad durante un confinamiento ilegal. En menos de un mes fue su mujer quien pasó por el mismo trance. Lleva pues consigo una inspiración crítica que abrasa las entrañas.
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