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Don Camilo J. Cela, en su obra «Mazurca para dos muertos», describe las señales del hijoputa, bajo el título indicado. Unas señas de identidad que nos advierten del individuo así denominado. Versa en muchas páginas de estas señales, al socaire del hilo del relato y las reputa en nueve señas o señales, aunque es difícil que alguien pueda tenerlas todas, matiza. La utilidad de conocer estas señales, salta a la vista, al prevenir situaciones de riesgo en el trato o acercamiento a personas desconocidas y peligrosas, ignorando que llevan delante su DNI, cifrado en tal calificativo que se puede escribir y nombrar tanto en una sola palabra, como separado, con la preposición -de- en medio, y que alude peyorativamente al nacido de mujer pública con padre desconocido.
Pero en cuanto a la impaciencia por conocer las susodichas señas o señales, don Camilo José Cela, ya aclara al principio de la obra la siguiente advertencia:
«-¿Y cuáles son?
-Ten paciencia, ya las irás sabiendo poco a poco».
Con esta paciente recomendación franciscana nos muestra la dificultad que surge al querer entender las cosas complicadas. Pues si el exterior del individuo que percibimos con nuestros ojos, -la cara espejo del alma-, es lo primero que se concibe, adonde concluyen sus verdaderas intenciones perversas, necesario será conocer antes ese exterior para inferir y saber después cuáles son sus adentros, desde donde arranca su retorcida voluntad. Se necesita buena vista y oído.
Así nos dice que «la primera señal del hijoputa es el pelo ralo», y el color -puntualizará más tarde-, según los días, con lo que nos viene a sugerir la condición camaleónica y relativa de este tipo de individuos, cuya maldad le surge en su propio corazón.
Digno es resaltar que el autor si habla de señales físicas es a propósito de algo, o sea, de la conducta o intenciones y comportamientos propios -formas y movimientos-, de quienes acusan tales rasgos o señas, que nos advierten de las consecuencias que comportan; un designio en el pensamiento aceptado por la razón del que les juzga.
También es conveniente anotar que el autor habla de señas y de señales, como metiéndolas en el mismo bombo, justificación sobrada para ambos términos tan parecidos y sinónimos, por lo que sendas expresiones tienen aquí idéntico valor semántico.
Justo es igualmente significar que el término «hijoputa», como término escrito junto -tal cual lo vemos- no aparece registrado en el diccionario de la RAE, mientras que en las páginas críticas de las redes sociales es la palabra más usada (Víctimas de la LOGSE), esgrimida a la hora de la descalificación o insulto personal, escrito tanto junto como separado, en cuya forma segunda, sí aparece en el DRAE, para indicar, «mala persona». También figura, «Hideputa«, como palabra desusada, para «hijo de puta», y en su única acepción. Vocablos como ‘hi de puta’ o ‘hijo de puta’ están en la literatura del Siglo de Oro y en obras como El Quijote o El Buscón. También vemos la ambivalencia de «hijo de puta» como ofensa y como encomiástico. La evolución del término, y su integración en el lenguaje habitual, ha llevado a un uso menos peyorativo; incluso, y según varias sentencias judiciales, no está considerado insulto a efectos legales, al menos en España.
La locución nominal «hijo de puta» conforma uno de los tacos o insultos más utilizados en la lengua castellana, expresa laWikipedia. Aunque para revelación encontrada en Internet, la que se nombra así: «Un nuevo estudio revela que el hombre desciende del hijoputa«. Bajo este titular -que menosprecia al mono-, se refleja un interesante estudio que señala, cómo los cromosomas fueron transmitiéndose desde el inicio de los tiempos primitivos cuando las tribus del «homo sapiens» gestaron los primeros hijoputas que poblaron la tierra. Tales evidencias ancestrales han ido evolucionando hasta las más sofisticadas formas de «amargarte la vida», que utilizan los hijoputas actuales, en los entornos familiares, laborales y otros.
Sentido biológico de trascendencia, ya que las especies del reino animal y vegetal, nos muestran cómo perviven los individuos más fuertes y dominantes que al ser superiores transmiten sus genes.
Es fácil pues entender, que quizá descendemos de algún hijoputa anterior, al haber existido tantos entre nuestros ancestros, y llegado a santos tan pocos, y con un patrón de comportamiento que se repite inalterable desde que Caín -el primer hijoputa probado- matara a su hermano Abel.
«La segunda señal del hijoputa es la frente buida, ¿ves la de Fabián Minguela?, bueno, pues una cosa así.» Puede leerse en la página 23 de Mazurca… Aspecto éste no muy viable de descifrar, ya que si claramente identificáramos al hijoputa bien nos libraríamos de su acción depredadora y maligna; y la buena gente sería feliz manteniendo a raya a la mala sin mayores esfuerzos. Mas, no por el hecho de ponerla en su sitio, si no por más que a quien es bueno le sobra para ser feliz con que le dejen en paz. Al santo, capaz de vivir feliz hasta en el hueco de un árbol, le vale con verse rodeado de gente de fiar y que no grite mucho.
Demostrado queda que los hijoputas, enemigos de la paz, hacen estallar todas las guerras. Para detectar las señas del hijoputa hay que fijarse mucho en él, y posiblemente alguno llegue a tener varias señales que lo acreditan como tal, aunque con una sola ya le llega. Si bien, en este ejercicio de observación, basta con que sólo se le haya detectado la primera para que el investigador no aguante más y abandone el proyecto que le implica estar al lado del objeto criminal investigado. Pues dicho así, a bote pronto, al hijoputa sólo lo puede resistir otro igual de hijoputa que él. Tal para cual, pero no darán lugar a ningún tipo de investigación. Los hijos de puta van eliminando sin miramientos a los demás que no lo son y pillan desprevenidos. También ocurre que dos iguales no tienen porvenir ni se investigarán uno al otro, al encontrar la identidad. Por lo tanto, en el reino animal, dos hijos de puta juntos son excluyentes del estudio; y si, de no aliarse, solo uno, puede hacer tanto daño, dos unidos que conspiran en lo suyo, acabarán exterminando el mundo, si Dios no lo remedia.
En España es incalculables el porcentaje de estos ejemplares por kilómetro cuadrado. Es el pan nuestro de cada día. Como decía aquel subteniente borracho: hay más hijoputas que botellines, y tenía razón. El término hecho de la contracción semántica de los dos sustantivos parece femenino al acabar en tal género, aunque casi siempre se refiere al masculino. Y al igual que algunos dicen miembro, y después «miembra» -presumiendo ser de izquierdas-, y se quedan tan frescos dando la nota, creídos de arreglar el diccionario, pues terminarán expresando hijoputo, al resaltar el género macho culpable, y en su afán de defender el llamado sexo débil mediante el feminismo reinante -sin rey- en tales filas republicanas.
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