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Todavía no se ha convertido en una plaga bíblica, pero quizás ya vaya camino de ello. Me refiero a lo siguiente: cuando aparecieron las redes sociales, los adolescentes de todo el planeta se sumaron a ellas con su habitual entusiasmo. Eso de colgar fotos con sus viajes, fiestas y demás se convirtió en el último «hit».
Después se dio una vuelta de tuerca con el selfie y con el artilugio que vino a continuación y que alguien, con guasa, bautizó como «palo-selfie». Los niveles de vanidad y autobombo iban creciendo como la espuma, pero aún no habían llegado a su culmen.
Y ahora está lo que digo que todavía no es una plaga bíblica, pero va camino de serlo. Conozco a algunos fotógrafos que, cada vez con mayor frecuencia, son requeridos para elaborar «books» -esto es, un conjunto de fotografías- por encargo de un joven o incluso un adolescente. En plan profesional y porque yo lo valgo. Con cargo, claro, a la Visa de papá. Chicos y chicas deslumbrados con la idea de ser modelos, actores, cantantes y demás (curiosamente, casi ninguno de ellos quiere ser escritor, por ejemplo), y que tiran de fotógrafo profesional para que les haga su «book». Y ahí les tienes, posando, poniendo cara de interesante o con posturitas sensuales, imitando a las modelos de los anuncios, y colgando sus «book» en las redes sociales.
Llevan tanto tiempo oyendo de sus entregadísimos padres lo guapísimos que son, lo especiales que son, el talento tan extraordinario que tienen, que se lo han acabado creyendo. Y claro, ya no basta el simple reconocimiento de papá y mamá; ahora, el mundo tiene que conocer que ha nacido una estrella, y Tik Tok e Instagram se inundan de fotografías de adolescentes llamados a la gloria.
El domingo pasado vi a una de esas chicas, que no debía tener más de 18 años, posando en pleno centro de Madrid ante un fotógrafo profesional con cara de aburrido y de estar pensando «otra que quiere ser estrella». Me quedé observando cómo él y la asistente que le acompañaba trataban de sacar el máximo partido de una chica con bastante poca gracia y soltura. La adolescente estaba sentada al borde de una fuente, con la cara más pintada que una puerta, enseñando cacha y posando de todas las maneras posibles. Se estiraba, se tumbaba, boca arriba, boca abajo, con las piernas cruzadas, sin cruzar… Y el fotógrafo dándole compulsivamente al botón de la cámara. Después, lo de siempre: a subir las fotos a las redes y a esperar a que los ansiados «Like» caigan como maná del cielo.
La realidad suele ser otra: llega un momento en que se desencantan; creen que el mundo no ha entendido su talento, que no se les ha dado la oportunidad que necesitaban para triunfar y todo queda en agua de borrajas y en unas fotos colgadas en su perfil con unos pocos «Me gusta». Y unos padres, claro, que siguen alimentando el sueño inalcanzable de sus hijos.
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