16/05/2024 23:45
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Esta es la novena parte de la serie sobre el libro Largo Caballero, El tesón y la quimera, de Julio Aróstegui. Las partes anteriores están aquí. Continúa el capítulo 7. ¿Revolución?, ¿qué revolución? (1933-1936). El capítulo está dividido en varias partes y esta tiene el rótulo: “De la segunda radicalización a la quimera insurreccional: Octubre de 1934”. Ya hemos visto que con “quimera insurreccional” se refiere Aróstegui a una revolución con mil muertos y una destrucción sin precedentes en España, como contaba Pla:

Los setenta edificios que conformaban el perfil urbano de la capital de Asturias han sido saqueados, volados y quemados.

Se tome la calle que se quiera, inmediatamente aparecen casas reventadas, tejados derrumbados, montañas de material humeante derribado, hierros retorcidos. La ciudad desprende un olor insoportable a causa del hundimiento de las cloacas.

Los radicales y las derechas ganan las elecciones a final del 33. Sobre este hecho, Aróstegui repite los mantras de la izquierda uno detrás de otro:

Las elecciones de noviembre tuvieron una notable cantidad de irregularidades, sobre todo en aquellos sitios donde aún tenía influencia el tradicional caciquismo, y fueron las primeras en que se ejerció el voto femenino.

 

Las irregularidades, muy aireadas y protestadas, llevaron a socialistas y republicanos de izquierda a considerar ilegítimo el resultado y a pedir su repetición.

 

… el apoderamiento del poder por las derechas extrarrepublicanas, auspiciado por la actitud del Partido Radical, y la amenaza de desmantelamiento de la República.

 

«El poder en manos de los lerrouxistas en connivencia con los monárquicos era un peligro inminente para la República, conquistada por el pueblo en una lucha electoral pacífica», escribiría Caballero

 

La realidad de una irreparable involución de la República, personificada tantas veces —aunque generalmente de forma incorrecta— en el fascismo, parecía verdaderamente factible.

 

Caballero lamenta ahora haber cooperado a traer la República:

En el mitin de Don Benito, Caballero sostuvo algo inaudito: que el primer error fue limitarse a un movimiento pacífico y el segundo, permitir la convocatoria de unas Cortes, las Constituyentes. «Fuimos a unas Cortes, prematuramente, antes de hacer la revolución para que luego la hubiese sancionado el Parlamento. Que no extrañe a nadie que si otra vez nos vemos en parecidas circunstancias, el pueblo se acuerde que fue un error ir tan precipitadamente a la convocatoria de un Parlamento»[79].

Nótese que es la misma estrategia que el PSOE sigue con la llamada Transición. Conspiran para traerla (en realidad ellos no: se lo dieron todo hecho en este caso), tras traerla la ocupan, y cuando les desalojan del poder se vuelven contra ella y empiezan a segarle al nuevo régimen la hierba sobre los pies.

Empieza la preparación de la sublevación socialista. Aróstegui nos vende las excusas habituales de ser una sublevación “defensiva”:

«Realizar la acción que se estimase necesaria contra todo intento de fascismo, restauración o dictadura». El partido acordó nombrar una comisión de tres miembros —De los Ríos, Carrillo y De Francisco— para entrevistarse con la CE de la UGT. En la reunión, las peculiares posiciones de Besteiro tuvieron ya una primera manifestación: la de preguntar si tal acción tendría como finalidad «la defensa de la República y la democracia»

Las dos posiciones más destacadas, las más contrapuestas también, fueron las de Caballero y Besteiro. Caballero dijo que «el compromiso debe ser para realizar un movimiento revolucionario a fin de impedir el establecimiento de un régimen fascista»…

El [Comité Nacional] del partido se reunió el día 26 del mismo mes. Caballero tuvo una intervención importante. Empezó señalando ante los convocados que la reunión tenía por objeto «la actitud de violencia en que se hallan colocadas las fuerzas de la derecha en contra de la República».

… lo que Trifón Gómez le dijo a Prieto en su visita. Su posición era clara: si las derechas hacían un movimiento para implantar la dictadura fascista, «la Unión iría con el Partido a donde fuese necesario», pero «si lo que deseaba era realizar un movimiento para destruir lo actuado e implantar la dictadura de los trabajadores, entonces ellos estimaban que debía meditarse mucho lo que se hacía y puntualizar bien el pro y el contra de un movimiento de esta naturaleza». Posición sin duda renuente, pero no negativa en términos absolutos.

El partido presentó, en definitiva, una propuesta en tres puntos cuya redacción se atribuye el propio Caballero. El sindicato y el partido harían un movimiento conjunto «para impedir que las derechas [extrarrepublicanas] se adueñen del poder de manera violenta o solapada»…

Caballero se limitó a decir que había firmeza en la decisión de impedir una dictadura fascista. «Lo que pase después no se puede prever».

Es decir, Caballero buscaba una excusa para la sublevación y aprovechar para implantar la “dictadura del proletariado” (es decir, de los dirigentes del PSOE, con algún compañero de viaje), sin declararlo frontalmente.

Pero partido y sindicato estaban divididos, hasta que las posiciones de los besteiristas son desbordadas:

Entre los días 11 de enero, fecha de la nueva reunión conjunta de las Ejecutivas de partido y sindicato, y el 27 del mismo mes, en que se produjo la dimisión en bloque de la Ejecutiva de la UGT presidida por Besteiro, los acontecimientos se precipitaron y su resultado final fue el triunfo ya definitivo de las posiciones que habían venido propugnando la preparación y realización de un «movimiento revolucionario».

Prieto se une a la revolución, y redacta el programa, que se mantiene en secreto, y al que posteriormente le daría reparos referirse:

La elaboración de un programa que fijase los objetivos del movimiento revolucionario fue, a partir de aquel momento, el punto esencial de los esfuerzos del socialismo. Y fue, desde luego, el detonante definitivo de un completo cambio en la relación interna de fuerzas que llevó al triunfo de la línea que encarnaban entonces al unísono Caballero y Prieto.

El documento que redactase Indalecio Prieto tenía una importancia excepcional, por su contenido mismo y por la persona que lo concibió. Lo extraordinario de él es la proposición de unas medidas que nunca habían llegado tan lejos en el pensamiento transformador socialista y que estaban expuestas con una claridad y precisión inigualadas. Contenía diez puntos de ruptura donde se recogían los problemas fundamentales, desde los institucionales a los económicos, con especial insistencia en los agrarios, presentes en aquel momento y cuya persistencia se arrastraba de antiguo —la propiedad, la enseñanza, la religión, el Ejército, con la propuesta de disolución de este y de la Guardia Civil, etc.—, pero obviando los derivados de la industria.

El texto de Prieto superaba en sentido transformador todo lo que el dirigente había dicho o escrito en cualquier momento anterior de su trayectoria.

… fue aceptado por unanimidad. Bien es verdad que aquel programa no fue difundido. No lo conoció la militancia política y sindical socialista, pero sí sus dirigentes[99].

Prieto mismo tardó mucho tiempo en aludir en público a él y lo hizo cuando los hechos quedaban ya lejanos, pero seguro que no menos vivos. Fue en el discurso pronunciado en Ejea de los Caballeros, en la gran concentración socialista del 17 de mayo de 1936, donde hizo una reconsideración muy importante de los sucesos de octubre y del «infantilismo revolucionario» que, según él, se había desarrollado después de ellos.

… que «la huelga general que se declarase en toda España no se limite a ser solamente una huelga pacífica sino que por el contrario debe ser un movimiento eminentemente revolucionario en el cual volquemos todos los elementos defensivos de que dispongamos contra el adversario».

Besteiro se resiste, aclara que eso es ir a la revolución, pero los dirigentes del PSOE ya se habían echado al monte y ganan en votación:

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El día 13 se dio conocer a la Ejecutiva de la UGT el contenido del programa y presumiblemente, aunque no de manera formal, los puntos de acción propuestos por Caballero. Besteiro mostró de inmediato su desacuerdo y, para intentar llegar a un texto común, fue el propio Prieto quien, al día siguiente, se reunió con él en una entrevista particularmente significativa que Besteiro narró días después.

Lo fundamental fueron los razonamientos de Besteiro, tan escasamente compartidos ya. Puso sobre la mesa con toda claridad la primera distinción fundamental: Los programas serían más o menos discutibles, pero uno supone un programa de acción continua, según los momentos, como sea necesario, y el otro supone un programa para hacer un movimiento, apoderarse del Poder y ejercer dictatorialmente este Poder para encauzar la revolución social. Yo no voy a repetir lo que he dicho muchas veces. Estimo que este es un cambio de ideología, de táctica, completo que no se pueden llevar a la práctica en organismos como los nuestros sin una consulta con el Pleno o con el Congreso.

Sometida a votación la disyuntiva, votaron a favor del programa del partido 33 Federaciones de Industria, mientras que 2 lo hicieron en contra

El resultado era incontestable. A su vista, Trifón Gómez primero y luego Besteiro expusieron la decisión de la Ejecutiva de dimitir en pleno.

El programa que tú desenvolviste ayer me parece a mí de una temeridad tan grande que si logra el proletariado asaltar el Poder en esas condiciones llegará a él en una situación, por el esfuerzo que haya tenido que realizar, por los sacrificios que haya tenido que hacer, a que no ha llegado asaltando el Poder ningún Partido revolucionario socialista del mundo, inclusive el ruso… Y si puede sostenerse en el Poder tendrá que hacer tales cosas que no creo yo que las pueda resistir el país. Eso para mí constituye una verdadera pesadilla y me parece una obsesión en los demás, funesta verdaderamente para la Unión General de Trabajadores, para el Partido Socialista y para todo nuestro movimiento.

Esas ultimas palabras son de Besteiro a Prieto.

Estaba, pues, muy claro: el camino que llevaría a octubre comenzó a recorrerse al empezar febrero.

 

La organización para el movimiento se basó en la actuación siempre conjunta de las tres organizaciones —PSOE, UGT y FJS—, designando representantes en cada provincia que habrían de constituir los «comités revolucionarios». Estimaba Caballero, por ejemplo, en cuanto a las órdenes cursadas, que la mayoría de los comités, «por miedo a la divulgación se guardarían las órdenes y las instrucciones sin darlas a conocer». Así parecía justificar lo ocurrido, pues, según él, esa falta de diligencia quedó probada suficientemente porque «muchos pueblos no se levantaron por desconocimiento del asunto».

… aparición, en mayo de 1934, de la revista Leviatán, obra predilecta del periodista y ensayista, integrado ahora en el partido, Luis Araquistáin, y que representaba el pensamiento socialista más identificado con la propuesta de un movimiento revolucionario. Se ha dicho que Leviatán fue «la vanguardia intelectual… de la radicalización socialista»[114].

Fue precisamente en septiembre de 1934 cuando, según relata Caballero, la socialista Margarita Nelken le comunicó el deseo de visitarle por parte de «un representante de la IIIª Internacional» que dijo llamarse Medina. Era, según se sabe bien, la primera aparición ante los socialistas del italoargentino Vittorio Codovila o Codovilla —la grafía del apellido aparece de las dos maneras—, delegado de la Komintern en España y asesor del PCE, que tanto protagonismo asumiría después.

La odiosa judía Nelken era una comunista infiltrada en el PSOE. Prieto sin embargo (“socialista a fuer de liberal”), empieza a mariconear ya en verano:

Dijo que tenía temor a la «posición extremista» en que se hallaban muchas gentes y que, si triunfase un movimiento, el problema vendría «a la hora siguiente a la de su triunfo» y la decepción de las gentes por no poder hacerse realmente una política socialista. «No hay hombres preparados», sentenció, lo cual, dicho sea de paso, recordaba llamativamente a las acrisoladas posiciones de Besteiro. En suma, el Prieto de julio no era el de enero…

Los hechos son conocidos, con la disculpa de la entrada de cuatro hombres de la CEDA en el Gobierno el PSOE y los separatistas catalanes se echan al monte. La cosa acaba mal:

… a fin de no comprometer a los organismos de la clase obrera se dijese, cuando alguien lo preguntara, que el movimiento había sido espontáneo e impuesto por los hechos políticos». Se trataba de que solo se declarasen responsabilidades personales, nunca de los organismos. Fue lo mismo que se acordó en el frustrado movimiento de diciembre de 1930.

Esta es la misma disculpa de la violencia frentepopulista desatada en la España roja: espontánea, la justicia del pueblo indignado.

Aróstegui achica espacios, una vez más:

No es nuestro propósito, ni sería factible realizarlo aquí, relatar una vez más cómo se desenvolvió aquella huelga-insurrección

 

Como han señalado diversos autores, la orden que se cursó el 4 de octubre de 1934 no era de insurrección sino de huelga general. O, en el mejor de los casos, se trataba de una huelga que había de transformarse en insurrección.

Como dicho, Aróstegui rebaja la Revolución a huelga, seguida de insurrección. Una huelga con acopio de armas al por mayor, instrucciones secretas y demás.

En la evaluación del resultado, su punto de enfoque no en que se alzaran en armas contra la República, sino en que fracasaran:

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Lo cierto es que, pese a su intento de hacerlo, difícilmente podía Caballero quedar exculpado de las deficiencias en la preparación del movimiento.

 

El caso es que la organización en la capital había estado desde pronto muy en la mano de Caballero y que, sin embargo, no transcribe en sus escritos ningún pasaje de mínima inculpación por error propio alguno, sino más bien lo contrario.

 

El socialismo español carecía de toda tradición, técnica y capacidad organizativa para un movimiento de ese tipo. Y la primera evidencia de ello fue que se tendió a confundirlo con una huelga general.

 

Atención a esta andanada de los anarquistas contra Caballero:

… un hombre de mentalidad restringida y de dilatada soberbia, que nunca hizo declaración de fe revolucionaria y que fue siempre, de hecho, un adalid del socialismo reformista; tipo de obrero aburguesado que no cree en nada y que conserva sus medios de vida holgazana engañando a todo el mundo; personalidad de patrañería (sic) y de rencor, que perjudicó más a la revolución con sus manejos en la secretaría de la UGT y en el Ministerio de Trabajo que toda la actuación política capitalista.

Lo de vida holgazana no era cierto.

«¿Por qué ha adoptado usted esa posición francamente revolucionaria?», preguntaba Febus, entrevistador de Caballero para El Socialista, el 15 de noviembre de 1933 en Salamanca, cuando el líder obrero, presidente del PSOE, iba a pronunciar un discurso electoral en la ciudad. «Porque las derechas lo han querido —respondería este—. Ellas nos han llevado a la lucha en este terreno. Yo respondo con ello al ideal socialista, y me atengo a la experiencia de los años de ministro»[155].

Esta aparentemente decepcionante respuesta a una pregunta clave acerca de lo que en la época apareció como un viraje desbordado hacia el radicalismo, encierra, sin embargo, a poco que se analice con algo de detenimiento, algunas claves importantes. La supuesta radicalización era de hecho una reacción ante el obstruccionismo de las derechas españolas frente a la labor ministerial de los dos años anteriores.

¿Pero de qué me habla? ¿Por qué tendrían que aceptar las derechas la legislación socialista sin más?

Así como en los años 1930 a 1933 fue Julián Besteiro el que llevó la representación adversa en las luchas que se batían en el seno del Partido contra el criterio de Largo Caballero, en 1935 y 1936 fue Indalecio Prieto el que había de sostener duelos apasionados e implacables contra el bolchevizante Largo Caballero. Besteiro se enfrentó con el colaborador de la burguesía; Prieto con un catecúmeno de la dogmática leninista»[157].

La sesgada actitud de Indalecio Prieto en todo este proceso de la radicalización tiene una notable importancia para la historia del socialismo

Lo menos que puede decirse es que, entre 1930 y la primavera de 1935, la convergencia de las posiciones de Prieto y Caballero apenas tuvo sino fisuras menores. Está claro que en 1933-1934 Prieto se sumó claramente a la línea insurreccional, vio los peligros para la República en una posición muy semejante a la de Caballero y los suyos, ¡y redactó en febrero de 1934 el gran programa de la revolución!…

A fines de 1935 se operaría la consagración de su tendencia y su preponderancia en el partido, aunque no, desde luego, en la UGT. Antes de su «conversión» había tenido tiempo todavía de ensalzar el movimiento de octubre.

Prieto era un tarambana. Y si vio la República en peligro en el 34 después de dio cuenta del error. En todo caso, el comportamiento de la derecha, que tras aplastar la revolución tendría que haber dado impuesto la “dictadura fascista” y no lo hizo pone de manifiesto la hipocresía de las izquierdas.

Su origen y razón de ser se encuentra plenamente explicado por la política crecientemente fascista de las derechas españolas contra la democracia republicana. Y cualesquiera que sean las enseñanzas que se deduzcan de esta acción en defensa de las libertades más elementales amenazadas por la presencia de la CEDA en el Gobierno, yo he de anticipar aquí que la lucha ha sido magnífica; que ha sido un ejemplo de decisión obrera y una gloria para el proletariado español, que se ha batido contra el fascismo no en interés propio sino en interés de toda la Internacional…

Aróstegui saca sus conclusiones ¿Revolución? Nada de eso¡Solo una “quimera”!:

… la enseñanza de toda esta historia es que la suposición de que, en la España de aquellos días, el fragmentado movimiento obrero español, dirigido por el socialismo, estuviese capacitado para conseguir «todo» el poder político por la vía insurreccional, no fue sino una lamentable quimera.

La calificación de quimera no es algo que hayamos inventado aquí. Un hombre de la autoridad moral y política de Manuel Azaña dijo, bastante antes de que aquello se consumara: «Era quimérico suponer que [los partidarios de tal vía] ganarían la partida con una huelga general, por muchos motes de revolucionaria que le pusiesen».

Al igual que reconocía el político que no era posible una República cerradamente burguesa por la incapacidad de la burguesía, habría de reconocerse que no lo era una República socialista porque la clase obrera no estaba tampoco en condiciones de hacer una revolución. Esta fue la quimera de Caballero y, con él, de casi todo el socialismo en 1934.

Pero no fue una quimera, desde luego que no lo fue. Fue una revolución que pudo sofocarse porque solo triunfó en una provincia. Que los cálculos de los socialistas fueran quiméricos es otra cosa, y que ahora los historiadores califiquen como “quimera” (una nueva categoría histórica) lo que los protagonistas vivieron como revolución es también otra cosa, muy distinta.

En este punto, la credibilidad de Aróstegui es irrecuperable y hay que pasar por el resto del libro como se pasa por un bosque con trampas.

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