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Ahora que la situación global invita a reinventar nuevas fórmulas para casi todo -en tiempo de crisis en todos los pesebres se buscan mesías- parece que es más fácil colar nuevos usos que son abusos. La sanidad, ese producto tan sensible porque en principio «vela» por nuestra salud, recibe con júbilo cualquier innovación que se presente con visos de que va a ser algo bueno para conservarnos la vida. Hace unas semanas se comentó, al parecer con poco fundamento, que en Estados Unidos se había optado por implantar en 2013 un chip en los pacientes para mejor control de su historial clínico y su frecuentación hospitalaria. Sí, se decía microchips en humanos, no en perros. El enfoque de la medida, evidentemente, se hacía desde todos los puntos como altamente beneficioso para el paciente: mayor seguridad, historia clínica siempre a mano y en la mente (de hecho, el microchip se implantaría subcutáneo en la mano o en la frente del paciente), mejor coordinación de los servicios, etc. Y además permitiría acceder a datos financieros y controlar la identificación y las transacciones realizadas por los sujetos que lo lleven implantado.

Como decía Julio Verne, todo lo que un hombre pueda imaginar, otros lo podrán realizar. Si ha pasado por la cabeza de alguien hacerlo, como técnicamente es posible, si es beneficioso se acabará implantando. Para quien realmente sería beneficioso, más que para el paciente, es para quien tiene el control de esa información, no sólo de la parte médica sino sobre todo de la económica. No olvidemos que en la sanidad privada lo que impera es el beneficio económico antes que la salud del paciente. Según saltó como rumor, Obama apoyado por el Senado americano establecía que quien desease recibir asistencia sanitaria en los centros sanitarios estadounidenses debería llevar implantado el microchip. Ante esta eventual irrupción en el ámbito de la vida privada, los más escatológicos veían en esta medida el cumplimiento de la profecía del Apocalipsis (Cfr. Ap 14,9) como una señal de la Bestia del 666. Pero también se especulaba con que el número de la Bestia sale del cálculo del valor de las letras de Nerón César o de la inscripción de la tiara VICARIUS FILII DEI que lleva el papa, o bien que aparece en todos los códigos de barras de los productos «que se compran y se venden» justo al principio, en el medio y al final como dos barras algo más largas que las demás.

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Ignoramos si la idea de implantar un microchip en los humanos tiene origen diabólico, pero sus consecuencias sí pueden serlo. Por sus frutos los conoceréis, dice el evangelio. So capa de tener más asequible y rápido la historia clínica del paciente, se puede ir más allá de una selección de riesgo a la hora de calcular la prima de un seguro de vida o de salud. Se puede hasta negarlo. O simplemente, el microchip puede ejecutar un algoritmo aplicando diferentes parámetros -en el que sin duda tendrá un peso especial la solvencia económica- a partir del cual calcula si tu vida es o no rentable, de manera que, si ya no lo es, podría al autodestruirse liberar una sustancia letal para el portador del chip. Todo esto es, lógicamente, mera especulación, pero quienes han diseñado este microchip seguro que no ven inconveniente para incorporar esta u otras prestaciones.

La medida de implantar un microchip subcutáneo a los pacientes no debería presentarse como algo forzoso y obligatorio. Y menos en el país de las libertades… Casi siempre que se ha querido generalizar una medida inicialmente impopular se ha operado de la misma manera: primero se presenta como algo voluntario y muy ventajoso para quien se adhiera. Los hipocondriacos, habitualmente temerosos por su salud, serán presas fáciles si se les vende como un dispositivo que les permite un mayor escudo de protección al estar siempre controlados por las autoridades sanitarias. Luego se hipertrofia el número de los que han picado. A continuación, se lanza a la opinión pública que la mayoría ya lo tiene implantado, así que no sea usted un raro y anímese a entrar al rebaño. Y si al final usted quiere seguir siendo un raro, le señalarán como insolidario, antipatriota, como un peligro para la estabilidad social, un problema epidemiológico. De manera que la presión social le obligará a adherirse a la medida porque de lo contrario estará poniendo en peligro a la especie humana. Y no exagero: vuelvan a releer el párrafo pensando en lugar del microchip en las vacunas obligatorias del calendario vacunal.

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En esta ocasión, parece que la medida del microchip se ha lanzado como globo sonda, para ver si la población está dormida o reacciona, para ver hasta dónde llegaría para tener derecho a recibir atención médica. Desde el punto de vista sanitario, el microchip no contribuiría a mejorar la salud de las personas. Antes bien, las convertirá en objeto de transacción, de trato. Servirá para acercarnos más a los mitos del gran hermano o de Matrix, pero es algo con lo que sueñan los que trabajan por hacerse con el control de nuestras vidas. Sabiendo en cada momento donde está cada ciudadano, qué es lo que hace, cuánto vale su vida y que se puede disponer de ella por control remoto… hasta sobra la policía. Analicemos la medida porque no lo dudemos: llegará pronto. Y sólo cabe, resignación, sumisión o… no conformarse con ser peón de negras, lo más chungo en ajedrez.

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Artículo publicado el 9 de diciembre de 2012

Autor

Doctor Luis M. Benito
Doctor Luis M. Benito
Luis Miguel Benito de Benito, médico especialista de Aparato Digestivo desde 2000 y Doctor en Biología Celular. Licenciado en Filosofía. Máster en Dirección Médica y Gestión Clínica por el Instituto de Salud Carlos III y Experto Universitario en Derecho Sanitario y Ciencias Forenses por la UNED. Facultativo Especialista de Área del Hospital Universitario de El Escorial y Director Médico de la Clínica Dr. Benito de Benito desde 2011. Autor del libro "Coronavirus. Tras la vacuna" ISBN 978-84-9946-745-0