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Kimlicka utiliza el argumento comunitarista de que los seres humanos no son «átomos aislados» y que la pertenencia a un grupo cultural es un bien, un ingrediente para la propia autoestima de un individuo. Las culturas, según este autor pueden potenciarse si se reconocen derechos de grupo.
La igualdad exige que los ciudadanos tengan un acceso a una cultura y muchas culturas sólo pueden fortalecerse con los derechos colectivos. En todo caso, Kymlicka no estaría a favor de los derechos morales del grupo, sino de los derechos morales del individuo y de los derechos legales del grupo, pero no justifica que haya derechos morales colectivos, salvo respecto a las minorías nacionales que tienen el derecho moral a las protecciones externas. Interrogado por cómo conciliar los derechos de los grupos con el Estado liberal, con la igualdad de derechos civiles y políticos de cada ciudadano y con la neutralidad estatal respecto al mercado cultural, contesta que hay una confusión respecto a lo que significa el término «groups rights», pero no dice que los groups rights, implican «restrincting individual rights» y, que por tanto amenazan los valores democrático- liberales. (Hay una traducción al español de esta entrevista en Claves, nº 97, noviembre 1999, pp 43-52). Y esta restricción de los derechos individuales los estamos sufriendo en España con el lavado de cerebro sistemático que se está haciendo en Cataluña y Vascongadas en base a la aplicación de esta teoría que justifica el derecho colectivo de Instituciones a la imposición de ideologías nacionalistas. La cultura debe ser elegida libremente por los ciudadanos y no impuesta por las Comunidades para defender una supuesta cultura grupal ancestral.
Todas las formas de ciudadanía en función del grupo padecen de una deficiencia intrínseca, en la medida en que sitúan al grupo por encima del individuo.
Según Kymlicka sólo a través de una cultura societaria las personas pueden acceder a una gama de opciones plenas de significado. En este sentido afirma que los grupos nacionales
tienen, prima facie, derecho a la autodeterminación, no un derecho a ser propiamente un Estado independiente.
Hay, pues, dos tipos de reivindicaciones que un grupo étnico o nacional podría hacer. El primero implica las reivindicaciones de un grupo contra sus miembros. Sería algo así como los derechos de la nación, de la patria o del Estado frente a los individuos. El segundo implica la reivindicación de un grupo contra la sociedad en la que está englobado, una especie de derecho a la propia identidad individual o colectiva. Serían los derechos de las minorías culturales o de las naciones o pueblos integrados en Estados plurinacionales.
Jeremy Waldron, «Minority Cultures and The Cosmopolitan Alternative», critica el excesivo celo por justificar la pertenencia a grupos culturalmente homogéneos como un derecho colectivo que se justifica por la necesidad o el derecho de los individuos de dar sentido o significados a sus opciones. No discuto que cada opción individual tenga un significado cultural, que no lo creo en su totalidad, pero, en todo caso, no se sigue que deba haber sólo una estructura cultural para que cada opción disponible se le asigne una significación. Las opciones con sentido pueden venir de fuentes culturales muy diversas.
La diversidad y el mestizaje son hoy el destino de la mayoría de la gente. El cosmopolita puede vivir en San Francisco, tener ascendencia irlandesa, vestir trajes hechos en Corea, oír arias de Verdi cantadas por una princesa maorí en un equipo de música japonés, seguir la política ucraniana y practicar técnicas de meditación budista. Lo real es la heterogeneidad cultural y las opciones con sentido se hacen a partir de una inmensa variedad de materiales culturales. Las culturas y los pueblos no son productos naturales, como estamos viviendo en el artificioso montaje de las naciones vasca y catalana. El sueño de la «naturalidad» de los entes colectivos no se mantiene en la realidad. Esa necesidad de pertenecer a unos grupos culturales homogéneos y específicos no se mantiene y debe ser tratada con la misma precaución que las fantasías individualistas sobre el estado de la naturaleza: tal vez útiles como hipótesis para un propósito teórico, pero engañosas para otros.
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