09/05/2024 03:42
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Si gustáis, amables lectores, de planes tenidos por utópicos, pero que en esta hora crítica debemos hacer reales, os diré -parafraseando a Schopenhauerque la única solución del problema político y social que nos amenaza sería la dictadura de los sabios y de los justos. Nada de democracias espurias, ni de demócratas de condición. Y nada, por supuesto, de hipócritas. Ahora bien, ¿dónde y cómo hallar a esos sabios y justos?

El sabio y el justo son conscientes de que el poder corrompe. El sabio y el justo sólo justifican el poder como instrumento para destruir a los oportunistas y encumbrar a los prudentes. A veces, incluso, tras alcanzar el poder, el sabio y el justo lo han rehusado, sin llegar siquiera a utilizarlo, porque comprendieron que no eran quienes para ejercer su autoridad sobre nadie.

La verdad es que no resulta fácil encontrar a un sabio o a un grupo de sabios dispuestos a ponerse a la cabeza de la imperiosa revolución que España necesita. Y ello se debe a que el sabio jamás pretende agradar a la plebe; porque lo que el sabio sabe, al vulgo no le agrada, y lo que al vulgo gusta, el sabio lo desconoce o le apesadumbra. ¿Quién puede agradar al pueblo si le agrada la virtud? La muchedumbre suele elegir a los tramposos para así poder trampear ella también. Os imagináis un líder que se dirija al gentío diciéndoles: «Nada cómodo os prometo; sólo sacrificio, carestías y penalidades. ¡Seguidme!».

Es difícil que la multitud apruebe a alguien si no lo reconoce como uno de los suyos. Para encontrar el favor del pueblo, o eres como él o es menester que te hagas como él. Y el prudente sabe que, con más frecuencia de la deseada, el favor del pueblo se busca por medio de la demagogia, es decir, de las malas artes. Táctica que el sabio nunca utilizará. Y si no es por procedimientos desaprensivos nunca te ganarás la confianza de los que lo son.

Y no sólo la masa es enemigo del sabio y del justo. También frente a los sabios y los justos están, sobre todo, esos fanáticos que salen arrastrándose de sus agujeros para quemar primero verdades y libros, y después hombres. A esos es a los que más hay que temer. Como a los gobernantes y políticos en general que legislan a favor del agravio y en contra de la naturaleza, es decir, de Dios.

La verdadera nobleza no se halla en el dinero o en el linaje, sino en la virtud, en la elevación del alma; la verdadera hidalguía, la verdadera sabiduría, es la espiritual; sólo el que se conduce de acuerdo a un código elevado de principios tiene derecho a ser llamado noble, y sólo el que es justo tiene derecho a ser considerado realmente sabio. Pero de eso ni el populacho ni el malhechor entienden ni quieren entender.

En la actualidad, muchos motivos empujan al sabio a apartarse de los ciudadanos, pero no lo hace porque su amor por la patria está por encima de todo. Esos motivos son el poder del entramado partitocrático, la inercia o indiferencia social, la total ausencia de justicia y, sobre todo, que la virtud tiene más riesgos que recompensas. Al sabio le duele comprobar cómo el pueblo es juguete de la codicia y de la jactancia de la oligarquía; cuán vergonzosa e impunemente murieron las víctimas del terrorismo, sus héroes olvidados y vanamente inmolados; cómo no reacciona ni siquiera ahora que los enemigos lo están esclavizando, sino que continúa temiendo a los mismos a quienes debería infundir respeto o terror.

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Mas a pesar de todo, el ánimo del sabio lo lleva a enfrentarse con el poder. Él, al menos, hará uso de la libertad que ha recibido. Que la haga inútilmente o con provecho, depende de la ciudadanía. El elector se indigna en silencio de que el erario esté siendo saqueado, de que, como pechero, esté pagando sus tributos para el lucro y disfrute de los instalados y de sus grupos de presión, y de que estén en manos de esos mismos no sólo las mayores ventajas y riquezas, sino también la seguridad del Estado y la pervivencia de la nación.

Sin embargo, considerando los resultados de las numerosas elecciones habidas, a esos mismos electores les ha parecido una nimiedad el que los criminales hayan cometido impunemente todos sus execrables delitos, y así han terminado por entregar al enemigo sus leyes, su soberanía y todo lo divino y lo humano. Y los delincuentes que se han atrevido a actuar así, arrastrando a la nación a la catástrofe, no sienten vergüenza, ni arrepentimiento, sino que se pasean ufanos ante la sociedad exhibiendo ostentosamente sinecuras y cargos, e incluso sus opulentos patrimonios y negocios, como si los poseyesen en calidad de honor y no de botín.

Pero el sabio -o los sabios- al que se refiere este artículo, no dudaría en esta amarga hora de España, en liderar una revolución. Y su discurso, al hilo de lo antedicho, sonaría más o menos así:

«¿Soportáis con resignación la esclavitud? ¿Quiénes son esos hombres que se han apoderado de España, vuestra patria? Los peores, sin duda, y todos ellos con las manos manchadas de sangre, de avaricia insaciable, llenos de maldad y de soberbia, para quienes la lealtad, el decoro y, en fin, todo, ya sea honesto o deshonesto, es objeto de oscuro deseo y de comercio. El miedo que deberían sentir por su crimen os lo han traspasado a vosotros por vuestra cobardía. Y si vosotros os preocupaseis por vuestra libertad igual que ellos se apasionan por tener el poder, España no estaría asolada, y vuestros beneficios recaerían en el bien común y en los hombres más dignos, no en los más canallas.

» Pienso que lo más vejatorio para un hombre es recibir una ofensa y no castigarla, pero siendo ya irremediable la estéril amnistía que les concedisteis en su momento, no puedo aceptar de ningún modo que volváis a perdonar a esos viles criminales. Y ello es debido a que por su propia naturaleza todo gesto compasivo hacia sus fechorías se ha de convertir forzosamente en vuestra ruina, como habéis podido comprobar. Pues su arrogancia es tal, que consideran poca cosa haber actuado mal impunemente, si no se les quita la posibilidad de hacerlo en lo sucesivo.

» España ha sido puesta en venta por estos forajidos. Si no se instruyen procesos por esto, si no se castiga a los culpables, ¿ qué nos quedará sino vivir sometidos a los que la han vendido y no han dejado de cometer perversiones, latrocinios y atropellos? Tened en cuenta que esos hombres y mujeres corrompidos pasan la vida despreciando vuestros derechos y vuestro honor, y luego que os los expolian los exhiben como si hubieran vivido honestamente y fuera su virtud la causa de su orgullo. Que ellos vivan en la molicie mientras someten a la ciudadanía a un auténtico suplicio, es ser un amo déspota, no un noble dirigente. Es obligación de un pueblo libre encarcelarlos, ya que no ahorcarlos.

» En lo que a mí respecta ningún discurso puede hacerme daño, pues si es verdadero necesariamente ha de hablar bien de mí, y mi vida y costumbres pueden desmentir al que proclame cosas falsas. En lo que respecta al ejército, la situación actual habla por sí sola y ningún general, ningún soldado, puede olvidar -ni olvidará- sus juramentos, en orden a garantizar la soberanía e independencia de España, así como defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional.

» En cuanto a la responsabilidad que os corresponde y los derechos que os atañen, sólo recordaros que la soberanía nacional reside en el pueblo y que de vosotros emanan los poderes del Estado. Por eso os exhorto a la rebeldía, por activa y por pasiva, y a no olvidar nunca los crímenes de quienes tienen secuestrado al Estado y a sus habitantes. Es necesario que vayáis de la mano con el ejército liberador, que acata el mandato constitucional, no sea que por perdonar a los malos vayáis a perder no ya a los buenos, sino a la patria identitaria que os identifica y dignifica».

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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