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En una de las últimas noches del mes de agosto de este verano de 2020, volví a visionar Los hermanos Sisters (The Sisters Brothers), el western del cineasta francés Jacques Audiard, primero de sus títulos o trabajos en inglés, sobre un guion coescrito con Thomas Bidegain a partir de la novela de Patrick de Witt: coproducción estadounidense y francesa, con los actores John C. Reilly y Joaquin Phoenix en los papeles principales (los hermanos Eli y Charlie, asesinos a sueldo que trabajan para un tal Comodoro). 

 

Es la tercera vez que visiono esta cinta, a la que elevo a la categoría de una de mis películas del Oeste favoritas de las realizadas en los últimos lustros; otra de mis preferidas, el remake de Valor de ley, realizado por los hermanos Coen en 2010, a partir del clásico homónimo de Henry Hathaway (cinta de 1969, de producción norteamericana, con un estelar John Wayne). Presentada como «drama criminal de comedia negra», para mí es particularmente buena porque la pareja protagonista, en el papel de hermanos mercenarios o sicarios en plena fiebre del oro en el Salvaje Oeste, en efecto brillan a gran altura. Me gusta por su banda sonora, porque su guion es sólido, convincente, y especialmente porque me parece que está muy pero que muy bien ambientada (y eso que se rodó en España, en localidades de Almería, Navarra y Aragón).

 

Muy bien ambientada, sí. Consideremos, si no, un solo ejemplo (con uno basta, me parece). La secuencia de la araña que se introduce por la boca abierta de Eli, hermano mayor de Charlie, mientras duerme y ronca a pierna suelta. La araña le provocará a la mañana siguiente, una vez despierto Eli, hemorragias internas, daños, sangrado, vómitos… Salta a la vista que este incidente no puede ser fruto de la sola ficción de los realizadores de la película sino una concesión a la verdad histórica. 

 

En efecto, en el Salvaje Oeste este tipo de casos debió ser muy frecuente, habituados y obligados los pobladores de aquellas tierras salvajes y aún casi por conquistar a vivir a menudo a la intemperie, al albur del no deseado encuentro con toda suerte de fieras, alimañas y peligros naturales y no tan naturales: indios, foragidos, pistoleros, ladrones, asesinos a sueldo, asaltadores de caravanas, cazadores furtivos, toda suerte de charlatanes, tramposos y buscavidas, prostitutas, buscadores de oro…

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Y por cierto Los hermanos Sisters me gusta sobre todo por su final. Lo siento, haré algo de spoiler: en verdad cansados de la muy mala y criminal vida que llevan durante años, los hermanos Eli y Charlie llegan a la casa materna. Progresivamente descontentos hasta la enemistad con los modos del patrón Comodoro, habían decidido ir en su búsqueda para liquidarlo; al llegar al inmueble en que tiene sus oficinas el capo Comodoro, se encuentran con que este yace ya cadáver en su ataúd. De modo que ya con todos los deberes hechos y sin haber tenido que despeinarse en la liquidación del jefe -aunque cierta rasquera les quedó, sobre todo a Eli, de no haberlo podido hacer-, deciden regresar a la casa materna. Al principio la madre -que a todas luces parece vivir sola, viuda o separada, tal vez madre soltera…- no los reconoce y los recibe, rifle en mano, con malas pulgas y amenazas. Como es de esperar, se acaban reconociendo e inevitablemente acaban abrazados los tres, la madre y sus dos hijos, en un abrazo infinito a la puerta de la casa. 

 

En un abrazo tantas veces soñado por los tres, deseado y tantas veces postergado en medio de toda suerte de peligros e infortunios, especialmente por lo que respectara a ambos hijos. La madre los besa, los abraza, les cocina comida, les prepara agua para que se duchen, les da ropa limpia y camas… Les confiesa que en muchas largas noches y en no menos largos días se dio a temer que nunca jamás se volvieran a encontrar. Tratemos de imaginarnos entonces cuántas veces los imaginaría muertos por causa de algún fatal desenlace tan propio de ese estilo marginal de vida, tan característico, por lo demás, del Salvaje Oeste.

 

Reparando en la solicitud de la madre, es imposible no considerar el celo de la gallina con sus pollitos, según la bella imagen neotestamentaria de que nos dan noticia los evangelistas Mateo y Lucas (cfr. Mt 23, 37; Lc 13, 34). Pero sobre todo nos viene a la mente la imagen de Padre Dios y la parábola del hijo pródigo: la madre de los dos hermanos Sisters hace las veces del padre bueno que acoge al hijo pródigo, como nos relata Lucas 15, 11-32.

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Recordemos: el hijo pródigo según la parábola del médico evangelista Lucas se va de la casa del padre, con toda su herencia, a tierras lejanas. Y se gasta todo su dinero en vivir a tope: fiestas, mujeres, libertinaje, mala vida… Hasta que, sin dinero ya, sin posibles, habiendo gastado toda su herencia, se acuerda del amor, el cariño y el calor de hogar perdidos en la casa de su padre…

 

Y entonces es cuando decide regresar. Y su padre no lo juzga, no lo aborrece sino que, muy al contrario, celebra su retorno como un triunfo, como una buena noticia, como una bendición de la propia vida.

 

De modo que este final de Los hermanos Sisters ennoblece, engrandece y humaniza la historia. Podemos imaginarnos que los dos hermanos tienen solo el propósito de hacer una breve escala o parada en la casa materna, reponer fuerzas, reencontrarse en parte con su pasado. Y a renglón seguido o sin apenas solución de continuidad, volver a montar en sus caballos para seguir con su feroz estilo de vida tan poco edificante, humanizante, caritativo, evangélico. 

 

O no, quién sabe. Bástenos, como espectadores de la historia filmada, con contentarnos con el final feliz, con el necesario y gozoso retorno a casa de los dos hermanos. A la casa materna, lejos y momentáneamente protegidos del fragor del Salvaje Oeste, como en un trasunto del paraíso que nos espera, que se nos debe, con la amorosa y hacendosa madre al centro, desparramándose hilo a hilo, desviviéndose una vez más por ellos, por sus dos hijos: Charlie y Eli, Eli y Charlie.  

 

Autor

REDACCIÓN