14/05/2024 15:07
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Esta es la cuarta parte del repaso al libro Dípticos de historia de España, de Claudio Sánchez Albornoz. Las partes anteriores están aquí.

El díptico Dos españoles del siglo XX se compone de Con ocasión de la muerte de Ortega y Gasset y Azaña, recuerdos y reflexiones.

De Ortega y Gasset leemos que:

Ninguno le ha superado en la primera mitad del siglo XX como pensador… el Altísimo le dotó de una singular inteligencia, con una memoria prodigiosa, con un maravilloso talento de escritor, con una mágica palabra y con un gran placer por la lectura.

sus inmensas lecturas fueron archivadas por su magnífica memoria, ayudada por una ordenada anotación. … le sugerían meditaciones, pensamientos, ideas…, que anotaba en el caudal de fichas impolutas que solían poblar sus bolsillos.

Si su prosa fue hermosa y atrayente, no menos atrayente y hermosa fue su palabra. Quienes no hayan gozado del placer de escucharle pueden imaginar el efecto de un gran pensador, de lecturas inmensas y de memoria prodigiosa, que con voz bien timbrada y gesto bello, cuidado y elegante, hablaba como escribía, con la misma profundidad de pensamiento…. Ortega deleitaba; ni emocionaba ni arrebataba; encantaba…

desde Suárez, España no había alumbrado ningún filósofo de dimensión universal como él lo ha sido.

Con lo último exagera. El caso es que Ortega y Gasset se ha quedado en nada y actualmente no tiene influencia ni vigencia alguna. Y aquí pone don Claudio a sus divagaciones históricas en suspenso:

Su concepción de la historia española estuvo, así mismo, matizada de luces y de sombras. Alumbró algunas sugestiones sobre ella que no pueden ser discutidas ni olvidadas, pero también aventuró juicios y opiniones desafortunadas, singularmente en su España invertebrada, al decidirse a interpretar la vida toda de nuestra patria común. En mi libro España, un enigma histórico, cuyas raíces más remotas llegan hasta la reacción hostil que la obra citada me produjo en la ya lejana juventud, he contradicho algunas de sus tesis.

Pues eso.

Encuentro mucho más interesante la otra parte del díptico, Azaña, recuerdos y reflexiones, por su interés histórico:

Cuando se reorganizaron los partidos políticos, al advenimiento de la República, ingresé en el de Acción Republicana que él presidía: una agrupación de profesores y de intelectuales de centro izquierda. …

Fue Azaña el mejor orador de las constituyentes y la mejor cabeza de ellas; y que me perdone la memoria de don Niceto. Este era un residuo oratorio de las décadas anteriores…

Era, empero, don Manuel -yo le llamaba así- enérgico en sus maneras con frecuencia, pero en el fondo débil de voluntad

Eso es conocido, y es una combinación desastrosa. Atención a esto:

Tras siglos de señorío de la Iglesia en la vida española, el anticlericalismo estalló violento y poderoso, y la masonería, potentísima y numerosísima en las filas republicanas, se lanzó la batalla contra la clerecía. … Habían sido disueltas [las órdenes religiosas] -grave error histórico- cada vez que habían gobernado en España las izquierdas radicales. Azaña, inteligente y sereno, comprendió la estulticia de tal disolución, que implicaba un grave daño para el porvenir de la República. Y el 14 de octubre de 1931 pronunció un magnífico discurso que evitó un gravísimo nuevo error. Le recuerdo muy bien. Le temblaban las manos al empezar a hablar. Hubo de echar carne a las fieras con su frase: «España ha dejado de ser católica» y aceptando la disolución de “la Compañía”, es decir de los jesuitas. Los socialistas se convencieron, pidieron que el dictamen volviera a la Comisión y se evitó una temprana iniciación de la guerra civil.

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Oculta Sánchez Albornoz -porque no puede alegar ignorancia- que la Iglesia había sido despojada sin miramientos de todo su patrimonio hacía un siglo -por los antecesores de aquellos republicanos, precisamente- así que nada de “señorío” sobre España. Quienes se hicieron con su patrimonio a precio de saldo, les dejaron después la salida de la educación. En aquel momento, querían quitársela también, siguiendo la trayectoria de la república laico-masónica francesa. No por una aconfesionalidad neutral, sino para adoctrinar ellos a los niños.

Lo que es nuevo para mí -porque no recuerdo haberla oído antes- es que la más famosa frase de Azaña fuera solo una finta estratégica y estuviera dicha con la intención no de insultar a los católicos, sino de evitar mayores daños. Creo que haría falta alguna declaración o insinuación de Azaña en ese sentido, para darle verdadera validez. Pero no me consta. En todo caso, mucho mejor hubiera sido que la guerra civil hubiera estallado entonces. Y sigo lo que en otro lugar dijo el propio Sánchez Albornoz.

Frente al energumenismo de muchos republicanos, don Manuel era un moderado. Lo he referido en otra parte. Después del triunfo de la CEDA muchos correligionarios y muchos socialistas pensaron enseguida en la revolución. … También he consignado como delante de mí intento detener a los socialistas para que no iniciarán la Revolución de Asturias. Y es sabido que, con ocasión de su ida a Barcelona al entierro de Carner, procuró evitar el malhadado levantamiento de la Generalidad.

Interesadamente. Sánchez Albornoz proporciona aquí una prueba de que los republicanos de izquierdas -que se subieron a la parra del estado tras perder una elecciones municipales y que nunca sometieron su constitución a un referéndum- no tenían intención de dejar gobernar a la derecha.

Es notorio que, no obstante su evidente moderación política, era odiado, así, odiado, por la derecha…

Oiga, ¿y por qué no lo iban a odiar? Dentro de la civilidad, por supuesto. Que yo sepa, en un país libre, odiar no es delito. Insultar puede serlo, pero odiar solo lo es desde que se han introducido recientemente los “delitos de odio”, que se aplican de forma odiosamente asimétrica.

Y fue profeta; no le dejaron gobernar, especialmente el tampoco inteligente como ambicioso Largo Caballero, a quien Araquistain, entre otros, había convencido de que iba a ser el Lenin español. Azaña batallaba contra tal energumenismo. Alguna vez le he visto sentado en una silla, agotado, hundido y le he oído decir: “Albornoz, no puedo más, ¡qué país!, ¡qué momento!”.

Esa triste realidad y el error del Frente Popular de destituir a don Niceto le llevó a desear la Presidencia de la República. Pagó cara esa doble equivocación porque los partidarios de Largo Caballero -estuvieron a . de matar a Prieto- y las asustadas e irritadas derechas agitaron trágicamente la vida española en la primavera de 1936.

Sí, esas terribles derechas se quejaban del crimen de los aliados obreristas de quellos “profesores y de intelectuales de centro izquierda” tenían que haberse dejado eliminar. El propio Azaña les advirtió que ahora la derecha era él.

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A fines de abril y en su casa, se había acordado, a propuesta de Giral, proclamar oportunamente la dictadura republicana tras la elevación de Azaña a la presidencia de la República, para salvar las instituciones y la libertad. Yo estaba sentado junto a Giral y apoyé en el acto su proposición, que fue acordada por unanimidad. Pero faltaron agallas a Azaña y sus colaboradores para adoptar la salvadora medida. Y estalló el “glorioso movimiento” el dieciocho de julio y don Manuel fue un prisionero angustiado de la nueva y terrible situación.

Tampoco se lee esto en los libros de historia; pero, en todo caso, se trata de un golpe de Estado o un golpe de fuerza, como quieran. Así era aquella República de “igualdad, libertad y fraternidad”, que empezó con una Ley para la Defensa de la República que permitía al gobierno provisional suspender las libertades de los no republicanos a su antojo. Y ahora nos cuenta don Claudio que también pensaron en una “dictadura republicana”. Pues no estoy seguro de que los obreristas del PSOE -el energuménico de Largo Caballero, como dice él- y los anarquistas les hubieran dejado ejercerla.

Conociéndole no puedo dudar de sus torturas durante la tragedia que ensangrentó España de 1936 a 1939. “No quiero ser presidente de una república de asesinos”, exclamó al conocer los sangrientos sucesos de la Cárcel de Madrid. Cuando conoció el rumor de que el Museo del Prado había sido bombardeado – gracias a la Divina Providencia ese crimen no se había realizado- exclamó: “A ese precio no quiero la República”.

Pero siguió en el machito hasta el final… Don Claudio repite otra vez lo de “Albornoz, la guerra está perdida; pero si por milagro la ganásemos, en el primer barco que saliera de España, tendríamos que salir los republicanos, si nos dejaban.”

No obstante mi ida a Valencia en septiembre de 1937 para renovar mi lealtad a Azaña y a la República, en enero de 1938 el ministro comunista de Instrucción Pública me destituyó de mi cátedra como a Ortega, a Marañón, a Américo Castro, a Pitaluga… todos republicanos.

Se trataba de republicanos que habían huido de la España republicana para salvar la vida. Ortega y Marañón volvieron tras la guerra.

He dicho que he sido más azañista que de Izquierda Republicana y lo repito hoy. Sí, he coincidido con Azaña más de una vez frente a azarosas y erradas decisiones de otros republicanos. Azaña fue un regalo de la Providencia a España. Un regalo que tiró por la borda el energumenismo de muchos que navegaban en la frágil carabela de la República.

Hay que ser bastante atrevido para dejar esta afirmación por escrito.

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