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Decía una antigua leyenda que, en la península ibérica, existía tal volumen de masa forestal, existían tantos bosques, que una ardilla podía cruzarla de árbol en árbol sin tocar el suelo. Esa ficción que a todos nos contaron desde la infancia, tras los cambios de clima, la tala, los incendios y la imposición de la agricultura extensiva, ha sido olvidado y se refiere como, eso, un mito de un pasado remoto olvidado por las inclementes olas del tiempo. Ahora bien, hoy en día, han proliferado otras especies que podrían hacer posible esa gesta de la famosa ardilla saltarina, ya que la misma podría cruzar España desde Tarifa a la Estaca de Bares, saltando, y con saltitos cortos, de gilipollas en gilipollas.
Este fenómeno de proliferación de esta nueva especie trans-arbórea, ha sido posible tras lustros de adoctrinamiento, lavado de cerebro, programas de estudios selectivos contrarios a los principios de excelencia académica. Las sucesivas reformas de leyes de Educación, se han ido superando para que cada una fuera peor que la anterior. Lo importante es formar a nuestros niños y adolescentes en cuestiones ajenas a su formación en ciencias y letras y relegando, del todo, su instrucción cultural, que incluso se distorsiona con excéntricas y desquiciadas teorías revisionistas de una historia, que ahora se debe ajustar a nuevos diseños al gusto de la ideología de izquierda imperante, que impone su verdad, por encima de la Verdad. Por algo estaremos a la cola de los estudios internacionales de calidad educativa. Según el último informe del Word Economic Forum, el sistema educativo español no sale bien parado. Ocupa el puesto 38 de 137, quedando por detrás de Indonesia, Brunei, Costa Rica o Líbano, entre otros. Nuestro país se queda muy alejado de los tres primeros puestos, que son para Suiza, Singapur y Finlandia. Los alumnos españoles están más de dos cursos académicos, casi tres, por detrás de los chinos en el informe PISA.
Se adoctrina a los niños desde la educación infantil y no se les ofrece la posibilidad a los padres de disponer de libertad de elección de centro, ni su derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos. Todas las personas tenemos derecho a recibir una educación, una cultura, especialmente desde la infancia. Esos derechos se reconocen en la Declaración de Derechos Humanos y en nuestra Constitución como derechos fundamentales. Mas actualmente, es el Estado, el nuevo ejecutivo sociocomunista, el que, siguiendo una estrategia rancia, caduca y fracasada , pretende influir en las mentes de las personas, empezando desde cuando resultan más dúctiles a la manipulación, es decir desde su infancia. Así el día de mañana, niños serán parte del rebaño de adultos que votan y al que quieren controlar. Por eso el fin, es que la sociedad sea lo más inculta posible, que no tenga capacidad de crítica contra las consignas oficiales: se restringen cada vez más derechos fundamentales, utilizando el arma de destrucción masiva del miedo, y la gente termina aceptando todo de buen grado al estar alienados por medios de comunicación afines; y comenzando esa alienación, cómo no, en las escuelas. Porque los niños no son de los padres, son del Estado. Y esos sí que es contrario a la normalidad democrática, una anormalidad que comienza por estar pastoreados por un gobierno, gran parte del cual no cree en la Democracia sino en el totalitarismo de los regímenes comunistas.
Y lo cierto es que nos encontramos ante una terrible epidemia cultural, una epidemia de gilipollas, semianalfabetos que votan a quienes creen que les representan, aquellos que gastan el dinero público (que según Carmen Calvo no es de nadie) en campañas y estudios de tan profundo calado, como el promovido por el Ayuntamiento de Cádiz para estudiar si las pasarelas de la playa son machistas. Lo cual, a buen seguro, les parecerá una idea brillante a los que han hecho posible que los promotores de chorradas semejantes gobiernen en la Tacita de Plata.
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