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La «Gloriosa» triunfante en Cádiz se perdía en las Cortes de Madrid entre discursos y discursos, unos a favor de la Monarquía y otros a favor de la República… hasta que se impuso el hombre fuerte de la revolución, el general Juan Prim, y venció la Monarquía, aunque no la Monarquía de los Borbones («¡Los Borbones, jamás, jamás, jamás volverán a España!») sino una Monarquía electiva y como España, arrojados los Borbones, se había quedado sin Rey hubo que ponerse a buscar uno… Ahí surgieron otra vez las discrepancias y los inútiles enfrentamientos dialecticos a favor o en contra de los candidatos que fueron ofreciendo los distintos grupos políticos presentes: el Duque de Montpensier, cuñado de Isabel II; Fernando de Sajonia-Coburgo; Leopoldo de Hohen- zollerm-Sigmaringe, pariente del Rey de Prusia; el general Espartero (que de entrada no aceptó) y, por último, el Duque de Aosta, el segundo hijo  del Rey de Italia, Víctor Manuel i.  Al final resultó elegido el Duque de Aosta, como Amadeo de Saboya I, por 191 votos frente a los 27 del odiado Duque de Montpensier.

Pero, el destino y los españoles decidieron otra cosa. Porque casi antes de llegar a España su principal valedor, el general Prim, a la sazón Presidente del Gobierno, cayó asesinado y su primer acto fue acudir a la Catedral de la Virgen de Atocha para rezar ante su cadáver… y sin Prim estaba condenado a sufrir los vaivenes de la política española. Como así fue, ya que su Reinado (sólo dos años) vivió todos los componentes sempiternos de una nación descompuesta por los enfrentamientos y las Guerras Civiles, los separatismos, la corrupción, las luchas de los Partidos, una mala administración y miseria, huelgas, paro, ambiciones, atentados terroristas…

 

Y claro está, aquel pobre hombre no aguantó y se marchó (la gota de agua que rebasó su capacidad de aguante fue el atentado que sufrió un día que paseaba con su esposa, la Reina, por el Retiro madrileño). Pero, su Carta de Despedida, como abdicación, describe mejor que ningún argumento, lo que era aquella España del XIX, en realidad la España de siempre… con una diferencia, que allí no estaba Don Pedro Sánchez Pérez-Castejón, el eterno Presidente en funciones, con sus ansias de Poder. Seguro estoy que Don Pedro se reirá del Rey Don Amadeo… por su dimisión. ¿Dimitir? ¡Eso, jamás, jamás, jamás!

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Lo dijo  Ganivet: «Los españoles jamás sabrán vivir en Democracia y nunca estarán a gusto con la Libertad… Es un pueblo que sólo se siente bien cuando no tiene que pensar» y lo completó Julio Camba: «El español es poco amigo de pensar, pero si piensa no hay otro pensamiento más que el suyo».

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.