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«Como decíamos ayer», la palabra «izquierda», viene de la Revolución Francesa, cuando terminaron cortándole la cabeza al Rey Luis XVI, el año 1793. (Ya apuntaban maneras) La guillotina del Borbón fue resultado del proceso revolucionario iniciado en 1789. Así el término izquierda quedó asociado a las opciones políticas que propugnaban el cambio político y social, mientras que el término «derecha» quedó asociado a las que se oponían a dichos cambios. Las cosas fueron mucho más allá, hasta ser contrarias a sus teorías, en la izquierda, cuando después salió el Manifiesto del Partido Comunista, en 1848, cuyas doctrinas serían aplicadas en la Revolución Rusa de 1917. La Revolución Rusa fue una copia de la Revolución Francesa, especialmente en los métodos expeditivos de Robespierre, el rey de la guillotina. A Lenin le encantaba que una minoría en nombre del pueblo se atribuyera el derecho de matar libremente. Por supuesto que la cabeza de esa minoría era el partido; y el partido era él, que mataba hasta los que tenía alrededor, al llevar a cabo su principio de: «El Partido se fortalece depurándose». Más de cien millones de muertos, muchos de hambre, tiene a cargo el comunismo, delitos que estos siervos del perverso sistema siempre ocultaron. En el fondo los que dicen ser de izquierdas, no hicieron otra cosa desde su origen que seguir la hoja de ruta de la diabólica doctrina aun sabiendo bien cómo acaba. La esclavitud del comunismo, o religión satánica, necesita hoy ser conocida más que nunca. Su conocimiento es imprescindible para entender el mundo.
La manera de sentarse -ya mencionada- se trasladó a la Asamblea Legislativa, que se reunió por primera vez el 1 de octubre de 1791. Los diputados sentados a la derecha pertenecían al Club des Feuillants y al grupo de los girondinos, portavoces republicanos de la gran burguesía. En el centro figuraban diputados independientes, carentes de programa político definido. A la izquierda diputados inscritos en el club de los jacobinos, que representaban a la pequeña burguesía y el Club de los cordeliers, que representaban al pueblo llano parisino.
En realidad las palabras son símbolos como las siglas, las banderas, o los himnos. No tienen culpa de nada. Son las personas que las usan -que las usan mal- y se juntan detrás de una referencia, distintivo, o palabra, manifestando sus conductas delictivas o raramente ejemplares. (Dios los cría y ellos se juntan) Las palabras son destrozadas como lo que significan y realidad que encierran, por esta auto nombrada «progresía» que no se aguanta sin llamar la atención y dar la nota, en cada lugar y momento. La «progresía», está cambiándolas, mareándolas y corrompiéndolas, para crear la confusión, y embarrar el río, porque en realidad no saben qué decir, ni cómo quieren el mundo, y el comportamiento personal de quienes usan tan repugnante jerigonza, acaba siendo igual de perverso.
Se entiende que tampoco tiene que ver el lugar donde se sienten, su ubicación, está exenta de toda culpabilidad como las palabras. Nada que ver la ubicación, del sentarse a la derecha o la izquierda del presidente; igual se pudieron sentar lo más lejos en el suelo, sobre suntuosas alfombras, de la forma más indecorosa, como hicieron los de Podemos en el Salón de los Pasos Perdidos, del Congreso de los Diputados, cuando el funeral de Suárez, y en otras muchas ocasiones. En Asamblea. Una sentada asamblearia de Pablo Iglesias, y su gente, tipo acampada a lo 15-M, en la Puerta del Sol. (Sólo les faltó hacer una hoguera en el centro como los gitanos) Ni siquiera así habrían disipado su ceguera voluntaria, y el fanatismo más sectario que preside sus vidas tan poco ejemplares.
Según San Agustín, o Santo Tomás y demás doctores de la Iglesia, la expresión «estar sentado», significa, «residir o habitar». Pues Cristo habita a la derecha de Dios Padre, señala el primero. Así la frase del credo, dice: «subió a los cielos, y está sentado a la derecha de Dios Padre Todopoderoso». Algo tendrá el agua cuando la bendicen.
Las palabras nos sirven para entendernos, conseguir la paz, y conocer la realidad; nada tienen que ver con los que las violan, burlan y manchan. Con los que tras ellas ejecutan un comportamiento que deriva en delictivo. Los sitios, o lugares, tampoco tienen mucho que ver, pero estos términos de, izquierdas y derechas que encarnan una actitud ante la vida, vienen casualmente de situarse en las asambleas a la parte derecha o izquierda del presidente; lo fue cuando la Revolución Francesa, y después, tras guillotinar al rey, siguieron las tendencias. Las palabras pueden ser buenas y ocultar los comportamientos más mezquinos, porque las palabras también sirven para engañar. Ahí está la conducta de estos individuos que presumen ser de izquierdas, muchos con las manos manchadas en sangre, y que hacen lo contrario a lo que dicen, porque siempre ocultan sus delitos. Que se sepa, estos miembros del partido, las usan para lo mismo: engañar y engañarse. Se nombran a sí mismos, sacando pecho, de «izquierda progresista feminista», lo mismo que hacían en la guerra, cuando les dio por llamarse «rojos», y ahora les molesta que se lo llamen a ellos. Alterarlo todo como cambiar las palabras les encanta, y es el fin de su desgobierno, porque detrás de ellas hay una realidad que destrozan. El daño que hacen cumpliendo los fines de sus locuras, es un daño voluntario, al que son incapaces de sustraerse. Las palabras son las primeras que sufre su acción depredadora con el juego macabro al que las someten. Hasta prohibir la lengua de Cervantes en algunas regiones españolas. El idioma en el que Dios dio a Cervantes el evangelio del Quijote.
Por eso, hay que prestar tanta atención y cuidado a las palabras; casi se merecen el virtuosismo del poeta. La mejor comunicación y más perfecta que es la poesía. La palabra justa socrática que edifica y protege al hombre. Por eso, y repito: «toda corrupción empieza por el lenguaje», y el que se repite dice la verdad.
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