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¿Cuál fue el primer asesino en serie de la Historia?
Locusta, una mujer de origen galo, experta en botánica, instaló una botica cerca del Palatino. Sabía preparar pociones capaces de acabar con la vida de cualquiera y que nadie sospechara que esa persona había sido envenenada, por lo cual demandaban sus servicios esposas cornudas, hijos que ansiaban la herencia de sus padres o políticos que pretendían amasar inmensas fortunas por la vía más rápida y segura. A cambio de un generoso pago, Locusta les ayudaba a conseguir sus objetivos.
Entre esas personas que acudían a ella estuvo Agripina la Menor, esposa de Claudio, a quien Locusta envenenó. También envenenó a Británico, por orden de Nerón. Se calcula que asesinó a más de 400 personas en el transcurso de su vida criminal, antes de ser ajusticiada por el emperador Galba.
Las víctimas de Locusta eran de la clase alta de la sociedad romana, pero de ambos sexos, por lo cual no se la puede catalogar como una ejecutora “feminista”, pero en la tremenda actividad de esta cruel gala no es difícil ver el antecedente de la cofradía de las brujas que en el mundo han sido expertas en pócimas, en rituales, en protocolos sulfurosos, en conjuros y hechizos. Brujos haberlos haylos y húbolos, pero es indudable que las brujas se llevan la palma (y la escoba, claro).
Las feministas radicales de hoy suelen tomar como su mito más preciado la figura de la bruja, a la que ven como adversaria de los hombres, porque con su proverbial fealdad destruyen el mito de la belleza femenina, porque su actitud rebelde y autónoma no está sujeta a ningún patriarcado… y supongo que esta latría brujeril también tendrá algo que ver con su perversidad, con su falta de escrúpulos para hacer el mal. A mí me da por pensar que quizá el movimiento brujeril es más femenino que masculino por aquello de que la leyenda asegura que las brujas tienen como uno de sus rituales la coyunda con el “Macho Cabrío”, mientras que los brujos no podían fornicar con ninguna “Hembra Cabría”.
Otro motivo para el encumbramiento de las brujas por el feminismo sociopático y misándrico es que la persecución que sufrieron las brujas durante toda la historia las ha convertido en víctimas del patriarcado opresor e inquisidor, así que las “femens” que se desgañitan enseñando sus atributos han tenido fácil ver en ellas las primeras feministas de la historia. El caso es que entre los años 1968 y 1970 hubo un movimiento feminista en Nueva York que se cobijó bajo las siglas WITCH —palabra que significa “bruja” en inglés—: “Women´s International Terrorist Conspiracy from Hell”, que usaba la brujería como arma para cambiar el mundo: “Somos brujas. Somos mujeres. Somos liberación. Somos nosotras. La historia oculta de la liberación de las mujeres comenzó con brujas y gitanas, porque son las más antiguas guerrilleras y luchadoras de la resistencia, las primeras pro aborto practicantes y distribuidoras de hierbas anticonceptivas”. Como se ve, estamos de nuevo ante Locusta, con la diferencia de que estas Locustas modernas asesinan a fetos en el vientre de las madres. Puestos a elegir, me parece que la Locusta romana tenía más corazón, pues sus víctimas no eran fetos indefensos.
Esta pulsión brujeril de las féminas odia-hombres tiene su equivalente en el mundo animal, donde no existe ningún macho que devore a la hembra durante la cópula, pero donde existen especies que practican este coito tan feminista. Sin ir más lejos, tenemos el caso de las famosas arañas venenosas “viudas negras” (Latrodectus mactans), una de cuyas prácticas es que las enormes hembras devoran a los pequeños machos durante el apareamiento, de ahí que se las denomine “viudas”. De esta especie se deriva la catalogación como “viudas negras” de las mujeres que asesinan a sus maridos —y de las que asesina, sin más—.
Otro ejemplo es el de la conocida “mantis religiosa”, un insecto solitario, excepto en la época de reproducción, cuando macho y hembra se buscan para aparearse. Cuando hay más de un macho cerca de una hembra, éstos se pelean y solo uno se aparea. Las hembras son más grandes que los machos. En la mayoría de ocasiones, durante o tras el apareamiento, la hembra se come al macho. Como se ve, los crímenes feministas en el mundo animal superan con mucho al de los asesinatos machistas: ¡Qué cosas!
En los tiempos actuales, hay femilocas suelen esgrimir una frase horripilante en sus “performances”: “somos-las.brujas-que-no-pudísteis-quemar”. Abracadabrante, porque ellas mismas se están calificando como herederas de las brujas, dando a entender que los hombres quisimos quemarlas, pero se nos escaparon volando en sus escobas: ¡Qué cosas!
Sin embargo, la figura de la bruja ha sido desplazada en parte por el mito de la “mujer-fatal-que-lleva-al-hombre-a-la-perdición”, que alcanzó su máximo esplendor en el cine negro que eclosionó en los años 40 del siglo pasado.
La mujer fatal —“femme fatale” en su original francés— es una “personaja” poseedora de una forma de belleza que resulta enigmática y amenazante, pero definitivamente atrayente, que usa perversamente para dominar a un hombre más o menos ingenuo, para lucrarse con sus malas artes y llevarle a la perdición, o, simplemente, para destruirle. Pertenece, pues, a la estirpe de las “devoradoras de hombres”. Más que seducir, hipnotiza. Logra que los hombres se rindan a sus pies, pero su propósito final es destruirlos. Su gran fortaleza residía en el hecho de que era capaz de enamorar a los hombres, sin enamorarse ella. Este arquetipo no ha surgido ahora, ni mucho menos, ya que está presente en todas las culturas, sea en el mito, sea en el folklore. Es así como tenemos a Afrodita, Lilith, Ishtar,dalila, Jezabel, Salomé, Cleopatra, Mesalina, Mata-Hari, y tantas otras.
La mujer fatal tiene serias equivalencias con una especie de vampiro sexual —“vamp”, “vampiresa” en español—, cuyos oscuros apetitos se creía que eran capaces de arrebatar la virilidad y la independencia de sus amantes, convirtiéndolos en una máscara vacía de sí mismos. Esta figura tiene mucho parecido con los súcubos, espíritus demoníacos que se suelen pintar casi universalmente como seductoras mujeres desnudas o con ropas muy pequeñas y reveladoras, con una belleza no terrenal, a menudo con alas demoníacas. A menudo, simplemente aparecen en los sueños como una mujer atractiva y desnuda de la que la víctima no puede deshacerse ni olvidarla, incluso después de despertar.
Otra figura asociada a la “mujer fatal” es la de la “dominatrix” sadomasoquista enfundada en cuero negro.
Es revelador que la mujer fatal aparezca sincrónicamente con el movimiento feminista de comienzos del siglo XX, que por parte de los hombres se veía como una amenaza al mundo de siempre, regido por el patriarcado. En el feminismo misándrico de hoy resuena también el eco de las amazonas, las legendarias guerreras de la mitología que batallaban contra los hombres en las llamadas “amazonomaquias”.
Pero he de confesar que el mito que más me pasma de toda esta patulea de brujas, amazonas, mujeres fatales, locustas y etcétera es el de Circe, la hechicera de la “Odisea”, famosa por sus conocimientos de brujería, herboristería y medicina, que habitaba en la isla de Eea.
Circe, mediante el empleo de brebajes mágicos, conseguía que sus enemigos olvidaran su hogar, y con una vara transformaba en animales a los que la ofendían. Por ejemplo, convirtió en cerdos a una parte de la tripulación del barco en el que Ulises volvía a Ítaca.
Es verdad que la Circe no pudo encerdar a Ulises, se enamoró de él, y le dio 3 hijos, pero, prescindiendo de este final feliz, no me digan que es un claro antecedente de Locustas, brujas, mujeres fatales, vampiresas, y de las feministas de la actualidad, cuya obsesión es convertir a los hombres en cerdos repugnantes.
Sin embargo, al carecer de varitas mágicas, emplean otro truco de magia: un simple beso: es que los tiempos cambian que es una barbaridad.
Así que ya tenemos los besos de Judas, los besos de la mujer araña, y los besos de la mujer Circe: ¿ quién da más?
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Por lo que queda claro de todo este circo femi-mediático-judicial rojo del beso o el pico, es que si un padre feliz por la noche arropa y da un beso en la frente a su amada hija dormida, a la niña de sus ojos y su corazón, o besa a su amada mujer, regalo de Dios, mientras duerme, al ser un beso claramente no consentido, merece todo un proceso judicial por abuso sexual y un asesinato social en toda regla, es decir, como diría el rojo Miguel Sebastián, «hacerles la vida imposible» (en referencia a no habernos inoculado con ese veneno que llaman «vacunas»).
Eso sí, el beso consentido o sorpresivo (no consentido. Ahí estarán las imágenes de las televisiones, que se revisen por quien tenga estómago para ver semejante vómito infrahumano) de dos o más invertidos vestidos de mujeres pintarrajeadas en el aquelarre veraniego del orgullo gay sodomita celebrado por calles y plazas aún no bajo dominio del islam (que les trata infinitamente mejor que el demonio cuando se empeñan en ir al el infierno), como espectáculo escandalizador, corruptor y perversor para los puros e inocentes corazones de los niños y niñas que son testigos involuntarios y aterrados en las calles paseando con su padre y su madre horrorizados de que vean tales escenas de porno impune y pervertido al máximo, es un «derecho» y un «orgullo educativo» que además «deja mucho dinero en grandes ciudades por el turismo de alto poder adquisitivo de esos invertidos y admiradores y genera mucho empleo».
Y luego dicen que las feministas, feministes y feministos (bolcheviques se escondan tras la bandera y las siglas que se escondan) de hace 8 décadas, recluidos en Auschwitz y obligados a trabajar hasta reventar como bestias a golpe de fusta y amenaza continua de ser fusilados, no era en absoluto un acto de justicia.