28/04/2024 10:00
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En los asuntos de justicia, que son lo esencial de la convivencia humana, aquí se han dormido todos. Durante la nefasta Transición, contemplando a los gobernantes y dirigentes españoles, enseguida se percibe que, del Rey abajo, existen miles de topos trabajando bajo tierra, sin que nos sea posible en muchos casos seguir sus parciales estragos, aunque sí su gran objetivo: la aniquilación de España y de sus hombres y mujeres más ilustres.

El expediente Royuela, que revela parte de esos estragos, es la cara oculta de esta nación fallida por culpa de una Transición ingrata e infiel a las esencias patrias; de esta España que los demócratas han convertido en un sepulcro maloliente, blanqueado por la propaganda del pesebre informativo. La sucesión de casos acumulados en el expediente Royuela muestra la siniestra realidad de esta democracia criminal que asfixia a la nación española. Su compendio de infamias constituye la más certera parábola de un estercolero abarrotado de excrementos y sangre por el que los españoles se pasean diariamente con indiferencia.

El expediente Royuela nos recuerda que no hay perfume comparable para el olfato de un socialcomunista -y el de sus valedores y financiadores- como el hedor que despiden las heces de sus doctrinas, la podredumbre de sus demoliciones y los cadáveres de sus enemigos. En estos tiempos, los muertos y los aherrojados son los veraces y los sabios, y los laureados y vivos sus jueces y asesinos.

El expediente Royuela es el muestrario del despotismo y oscurantismo más atroces. Donde gobiernan los déspotas siempre hay pocos hombres de virtud. Y ello es así porque los déspotas temen más a los buenos que a los malos, y siempre el valor y la virtud les son espantosos. Por eso se esfuerzan para que sus gobernados sean delincuentes o tarados, o anhelen serlo; y multan, encarcelan o asesinan a todo aquél que albergue o difunda pensamientos veraces y magnánimos.

El gobierno del déspota es la ruina de los hombres, porque por la maldad de aquél se aparta la ciudadanía de todo civismo y virtud. Y así es lógico que la multitud, criada en inepcia y servidumbre, se haga de ánimo inconsciente y servil para cualquier obra grande y noble. El déspota procura ahogar al pueblo en servidumbre, sin importarle su humillación ni sus gemidos, si es que éste los tiene.

El expediente Royuela es un compendio luciferino, demostrativo de los más bajos instintos del ser humano, cuando se iguala a su maestro Luzbel. El soberbio Luzbel nunca se va a arrepentir de sus monstruosidades, y menos aún se postrará ante la humanidad y la verdad de Cristo y de sus símbolos; al contrario, no dejará de promover brutalidades, tinieblas y catástrofes, de la mano de sus nigromantes.

El expediente Royuela es el espejo en que se mira y reconoce nuestra Transición, considerada sarcásticamente como democrática por quienes se han beneficiado de ella. Una Transición plagada de espíritus de malévola condición que, como Caín el fratricida, deberían gritar: «el justo que me encuentre debe matarme». Pero no se han dado este tipo de muertes, al menos hasta ahora, sólo las cometidas por los dementes maléficos, es decir, por los satanistas de la secta.

Las izquierdas resentidas y las derechas babosas, con todas sus excrecencias, son los dos extremos de la misma serpiente. Y como esa serpiente es enemiga de España, los españoles de bien están obligados a destruirla. Y cuando se habla de demoler lo falso y de purificar lo podrido es vano dirigirse al pueblo en general; sólo a esa minoría crítica que palpita en él, esa parte de la ciudadanía advertida que aún conserva el libre espíritu, porque desgraciadamente la sociedad española de hoy, en general, se asemeja a la lechuza: cuanta más luz se la echa, menos ve.

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Y debido a esta ceguera de condición, los tormentos infernales que la esperan van a ser insondables, nada de fantasías conspiranoicas o imaginaciones absurdas, como lo quieren hacer ver los del agitprop, sino bien reales y bien pronosticados, tal se desprende de las propias agendas de los carceleros y asesinos; eso sí, en nombre de la felicidad. Una felicidad que, por medio de leyes, ostracismos y pandemias -atención a la nueva ola pandémica- traslada al reino de la muerte las penas y miserias de esta vida.

El expediente Royuela es un catálogo de horrores que testimonia nuestro pasado, presente y futuro contemporáneos, y que ensombrece ilimitadamente esa vida que nos ha proporcionado la cofradía de reelegidos. Lo peligroso está en que el gentío no sabe entender y sentir en qué consisten sus males, ni en los que le deparará el Sistema, y así anda siempre corriendo a la busca de un bien que, alcanzado, le aburre. En verdad trata de huir cada uno de sí mismo y, como no puede, abrazado a sus remordimientos y a su odio, sigue apegándose a su particularidad, en espera de los castigos que lo acechan por sus maldades.

El caso es que, en España, hoy, del Rey abajo, hay muchos millones de traidores que por codicia han decidido vender a su patria; y otros muchos millones que por cobardía están dispuestos a dejarse matar por miedo a defenderse. Hoy, en España, la justicia –además del expediente Royuela lo dicen los acontecimientos cotidianos- no sólo se desentiende de perseguir y castigar al culpable, sino que, llevando su iniquidad al extremo, se dedica a afrentar al inocente.

En nuestra utilitaria y capitalsocialista sociedad, el holgazán, el perseguido, no es el que integra grupos de presión -incluidos los partidocráticos-; ni el que se dedica a vender a buen precio sus servicios de intermediación o de amiguismo; ni los que a la sombra del poder se pasan las horas dando o preparando pelotazos especulativos; ni los inmigrantes invasores financiados por la antiespaña con el dinero del Estado; ni los pervertidos, okupas, maleantes y demás guiñapos de las izquierdas resentidas, con toda su variedad de parásitos; no, hoy se califica de holgazán y delincuente al que paga sus impuestos, se encierra en su casa, y ni se aprovecha ni pide nada de todo lo que se roba en esta feria del abuso en que han convertido a la patria, y cuyos frutos no dejan de repartirse entre los feriantes.

Leyendo los impunes episodios del expediente Royuela se comprueba, una vez más, que el buen sentido ni se compra, ni se toma prestado, ni se vende. Y si se pudiese vender tampoco hallaría muchos compradores. Sin duda, a algunos españoles de hoy les bastaría con mostrarles remedios para que pudiesen solucionar los gravísimos problemas que padece su patria, pero a la inmensa mayoría esos remedios es menester imponérselos por la fuerza. Y es triste que a estas alturas tengamos que regresar al pasado para resolver la catástrofe, utilizando nuevamente el dominio violento.

No sirve de nada quejarse, corriendo de un sitio a otro, si estamos cercados por el enemigo y vemos que nadie puede, quiere, ni sabe hacer nada contra él. Por eso, en esta hora, ya no sirven esos comunicadores y tertulianos de derechas que sólo parecen entretenerse en la contemplación del propio ombligo; ni tienen eficacia sus programas y coloquios cansinos e inoperantes.

Cuando debiéramos tener forjada la confabulación de los prudentes para ver por dónde hincar el diente al Sistema liberticida e iniciar la imperativa regeneración, contemplamos melancólicos cómo entre los politicólogos y demás expertos de la cosa, gran parte del tiempo se pierde en bizantinismos y argucias de palabra, discusiones más o menos estériles o engañosas que ejercitan una pretendida sutilidad.

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Inasequibles al desaliento -o aparentándolo-, no dejan de analizar todo tipo de asuntos, en uno o varios sentidos y en los contrarios, ni de hacer y deshacer previsiones y futurismos que al día siguiente se han mostrado inútiles. O, con la candidez del estulto, ante la enésima abominación de los políticos, se preguntan: «¿Nadie va a dar explicaciones?». ¿De quién esperarán explicaciones estos ilusos? ¿De la Monarquía? ¿Del Ejército? ¿De la Justicia? ¿De la intelectualidad áulica y del periodismo estabulado? ¿Del Sistema que acoge y patrocina a todos ellos? ¿Acaso es, no ya inteligente, sino oportuno, pedir explicaciones a quienes metódicamente llevan más de cuarenta años con la piqueta, la gasolina y las cerillas?

¿De tanto tiempo dispone aún España para que sigamos torturándonos y fatigándonos en observar y examinar problemas y actitudes de los insectos capitalsocialistas, y de sus terminales, en los que hay más astucia, maldad y codicia a despreciar que cuestiones a resolver? Busquemos la fórmula para que los sucesos del expediente Royuela no queden impunes, y para ahuyentar, en general, a todos los malhechores de nuestras vidas y de la patria, en vez de golpearnos torpemente una y otra vez la frente contra el muro, y no nos contentemos con satirizarlos, algo que a ellos no les afecta mientras puedan seguir depredando. Porque ya no se trata de satirizar, sino de encarcelar, ya que no de ahorcar.

Hoy, el principal y urgente fin de la minoría crítica consiste en la unión de tanto grupúsculo disperso, y en cómo abrir una brecha en la fortaleza del Sistema. En ello deben centrarse los esfuerzos, repartiendo las cargas en proporción a las fuerzas de cada cual, sin pretender más de lo individualmente soportable, pero sin hacer dejación de lo posible. Delante de todos los españoles están los años nefastos de una Transición que no ha dejado de mentirles. Pero de entre esa totalidad de españoles, no se espera al vulgo, a los instalados ni a los hipócritas. Sólo las almas libres pueden regenerar lo podrido, y tienen la obligación de desenmascarar la tramoya y el oprobio que simboliza; y, diariamente, con toda la fuerza y la sutileza de que sean capaces, han de proponerse reducirla a la verdad.

Es sabido que los primeros que derriban el muro siempre salen sangrando. En esta moribunda y melancólica España, aún no ha habido ni hay nadie que se haya decidido a correr el riesgo. Pero todo llegará. Examinando la situación de los nobles patriotas españoles, se les puede comparar con los sabuesos flacos a los que se refería el escritor irlandés Yeats, que son los mejores cazadores: ¡Oh sabuesos flacos! ¿Cuándo empezaréis a cazar?

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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Antón

Lo cierto es que los creadores, o autores intelectuales, del citado expediente, están TODOS EN PRISIÓN.
Por algo será…
No se puede injuriar y calumniar públicamente, acusando de toda clase de delitos y tropelías, SIN PRUEBAS.

Geppetto

Pues amiogo
Eso es exactamente lo que hace el gobierno y los politicos
El que este procesados lo del expediente Royuela solo da mas confianza sobre su verosimilitud

Manuel J. Iglesias

Así es, una sociedad en franca descomposición gracias a una nefasta Transición diseñada por los enemigos de España como una suerte de vacuna que diese la cara de sus efectos venenosos en el largo plazo cunado las posibilidades de sanación son exiguas.

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