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El golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 se jugó en tres escenarios distintos con cuatro actores diferentes, pero todos con la misma importancia: En el palacio de la Zarzuela con el Rey Juan carlos, en Valencia con el general Jaime Milans del Bosch, en el Congreso de los Diputados con el coronel Tejero y en Madrid con el general Armada. En este artículo el periodista Julio Merino recuerda su entrevista con Milans del Bosch en prisión en 1983 y lo que el militar contó sobre aquella noche.

Ya sé que intentar cambiar la Historia sólo está al alcance de los del «agit-pro» y la «Memoria Histórica», pero eso no va a ser óbice para que este humilde periodista cuente lo que se vivió aquel fatídico 23 de febrero de 1981 y lo que le contaron los principales protagonistas de aquella noche: En la Zarzuela, el Congreso de los Diputados, en Madrid, y en la Capitanía General de la III Región Militar, o sea Valencia.

Del cuarto protagonista, el general Alfonso Armada, a pesar de las tres entrevistas que tuve con él no conseguí sacar ninguna razón, ni ningún argumento, válidos, pues en las tres ocasiones dijo cosas distintas: Sólo pude sacarle en claro que él todo lo que había hecho en su vida lo había hecho «en nombre del Rey».

Es necesario aclarar lo que fue de verdad la noche del 23-F de 1981, los papeles que jugaron don Sabino, el Secretario del Rey, aquel día, y luego Jefe de la Casa Real, y el del general Milans del Bosch, el único de los Capitanes Generales comprometidos con la «Operación Armada», en su doble versión: con la «Moción de Censura», legal, constitucional y apoyada por el Rey Don Juan Carlos, y la ilegal, anticonstitucional y no autorizada por el Rey, protagonizada por el teniente coronel Tejero y el «traidor» (así lo calificó el Rey) general Armada.

Los considerados cabecillas del golpe de Estado.

Y hecha esta puntualización sigamos con el general Milans, en la Prisión Naval del Ferrol del Caudillo año 1983 y lo entonces me contó: 

«La primera llamada de la Zarzuela se produjo sobre las 9,15 horas. Cogió el teléfono el Coronel Ibáñez, que estaba, junto con el Teniente Coronel Mas, en mi despacho y me lo pasó en cuanto vio que era el Rey en persona. Yo me puse de pie rápido y hasta firme, casi con alegría, creyendo que Su Majestad me llamaba para felicitarme y darme ánimos. Y por ello exclamé con un tono alegre:

– A las órdenes de vuestra Majestad, Señor.

– ¡Jaime! déjate de formalismos y dime qué estás haciendo, respondió casi en un grito, que a mí me dejó de una pieza.

– Señor -y juro que no me salían las palabras- lo que estaba acordado.

– ¡Cómo acordado! ¿Con quién?, y su tono seguía desconocido para mí.

– Majestad, con el general Armada.

– ¿Cómo? ¿Con el general Armada?… Pero, ¿qué es lo que teniáis acordado? ¡Locos¡, estáis locos.

– Pero, Señor, vuestra Majestad ¿no está enterado del …?

– ¿Enterado de esa locura que se está cometiendo en el Congreso de los Diputados? -y gritó- ¡Yo no estoy enterado de nada!… ¡Y ahora mismo pones freno a todo lo que estás haciendo!

– Pero, Majestad, esta misma mañana Armada me confirmó que Vos le habíais dado el Visto Bueno y que incluso habiáis aprobado el Gobierno que va a proponer.

– Eso es mentira, Jaime. Yo no he aprobado nada ni sé nada de ningún Gobierno. Jaime, te ordeno que pares todo, cojas un avión y te vengas a Madrid.

– Pero, Señor, yo no puedo hacer eso. Ya es tarde para frenar lo que hemos acordado entre todos.

– ¡Cómo entre todos! ¡Jaime, cuelga el teléfono y cumple mis órdenes!

Y sin más, ambos colgamos el teléfono. Eso sí, y no me importa reconocerlo, me temblaban las piernas y el corazón se me quería salir. ¡Dios, Dios, Dios!, comencé casi a gritar, con gran asombro del Coronel Ibáñez y el Teniente Coronel Mas. 

El entonces príncipe Juan Carlos y Milans del Bosch durante unas maniobras militares.

– O sea, que el general Armada nos ha traicionado, dejó  caer Diego Ibáñez.

-¡Ponedme urgente con Armada!, exclamé.

Conversación con Alfonso Armada

Y en dos minutos tuve esta extraña conversación con él.

– ¡Alfonso! ¿Qué está pasando aquí? Me ha llamado el Rey.

– Jaime, ahora no puedo hablar contigo.

– ¡Cómo que no puedes hablar conmigo¡

– No puedo, general, no puedo, y el muy cabrón me colgó.

– Mi general, esto se pone feo, dijo Mas. Creo que Diego tiene razón,  Armada nos está traicionando.

– Hay que hablar con los demás. Ponedme rápido con Campano y mientras yo hablo con él llamad a Merry, a Pascual Galmes, a Elísegui y a todos. Necesitamos saber qué está pasando en las Capitanías Generales.

– Ángel ¿Qué pasa por ahí? ¿Has visto ya el Bando que te he enviado?, le dije al general Campano en cuanto lo tuve al teléfono.

– Jaime, sí, lo he recibido, pero me tiene mosca Armada… ¿por qué no está en la Zarzuela como estaba programado?, respondió Campano, el Capitán General de la VII Región Militar.

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– Eso quisiera saber yo, Armada, sí, está muy raro.

– Oye, Jaime  ¿Y el Rey? Me ha llamado varias veces, pero no me he querido poner. El Rey me da miedo, no puedo olvidar que es un Borbón.

– Ángel, y si se tuercen las cosas ¿qué hacemos? , y todavía me callé que yo sí había hablado con SM y lo que había hablado.

– ¿Has hablado ya, después de sacar el Bando, con Pascual y Merry?

– No, pero voy a hablar con ellos en cuanto te cuelgue. Oye, habla tú también con los que puedas.

– ¿Y Armada? ¿Qué hacemos con Armada?

– Yo sólo te puedo decir una cosa, ya no puedo dar marcha atrás.

-¿Y con «el Rubio»?, añadió muy serio, refiriéndose al Rey, que así le conocemos entre nosotros. ¿Estás seguro de él?

– Pues, si te digo la verdad ya no estoy tan seguro. Creo que Armada ha actuado muy a lo suyo.

– Y yo, sólo te digo otra: Con el Rey o sin el Rey, tenemos que echar a esta gente.

– ¡Por España!

– ¡Por España!

El general Alfonso Armada.

Y sí, fui hablando con ellos. Primero con Merry y después con Pascual. Merry estaba exultante, ansioso de sacar sus tropas y proclamar el Estado de Guerra, a la espera de que Armada le llamara desde la Zarzuela. Lo cual era lógico, porque esa era la «luz verde» para salir todos a la calle, la presencia de Armada junto al Rey. 

– ¿Y no te basta que yo haya sacado ya los carros?, le dije, para ver cómo respiraba.

– Jaime, yo haré lo que acordemos todos. Esta tiene que ser una Operación de todos.

– No, si al final me dejáis solo.

– Eso ni hablar… ¡y lo celebraremos juntos… Tengo los motores en marcha.

Y más o menos así fue con todos, menos con el de Canarias, Del Hierro no quería saber nada de nada. A esas horas la pelota todavía estaba en el tejado, por eso lo de Madrid iba a ser  decisivo, si la Brunete asoma la gaita por la Castellana ya no hay quien lo pare y las llamadas del Rey y Sabino, yo diría mejor las de Sabino. Sabino con su «ni está ni se le espera»  a Juste y la indecisión de Rojas para hacerse con la acorazada fueron la puntilla».

Segunda llamada del Rey

Pero, terminada mi lectura, Milans, y al ver que yo me quedaba callado, preguntó: 

– Bueno ¿y qué?

– Mi general, hay muchas cosas que no veo claras.

– Mira, Merino, para entender todo lo que pasó aquella tarde noche hay que situarse en medio de la tormenta. En primer lugar tendrías que preguntarte por qué saqué yo los carros y lancé el Bando de Guerra antes que los demás, cuando lo hablado era hacerlo al mismo tiempo para que no hubiese capacidad de reacción, pues, tiene fácil respuesta, porque no estaba muy seguro de mis «compañeros» y pensé que si yo tiraba para adelante ellos, todos, ya no tendrían más remedio que seguir, pero, ni así lo hicieron. ¿Y por qué, te preguntarás?, pues porque unos no se fiaban de Armada ni de que el Rey estuviese, ciertamente, detrás y apoyando y reclamaban un gesto público del «Rubio» y otros ¿quieres que te diga la verdad? Porque en el fondo lo que querían era traer una República. O sea, nosotros, Armada y yo, o al menos yo, sólo pretendíamos cambiar de Gobierno y reconducir la penosa situación que estábamos viviendo, pero, otros querían mucho más.

– ¿Y lo del Rey? ¿Creyó de verdad que el Rey aprobaba el Plan B de Armada? ¿Y no se le ocurrió hablar con él para comprobarlo todo?

– Pues, claro que sí, no una sino varias veces le solicité audiencia y siempre lo dejaba para más adelante, eso sí, siempre con cariñosas palabras y la última vez unas semanas antes del 23, que estuvo en Cartagena y me acerqué a saludarle. No te puedes imaginar el abrazo que me dio en público y  allí en un momento que pude se lo volví a decir: «Majestad, ya sabe que tengo mucho interés en hablar con Vos ¿cuándo me podriáis recibir? Es verdad, Jaime, hace tiempo que no hablamos. Habla con Sabino, que lo tienes aquí mismo, y le dices de mi parte que te fije día y hora. Además, en esta ocasión tenemos mucho de qué hablar». Y hablé con Sabino, pero llegó el 23 y Sabino no me había llamado. La primera vez que hablé con él, con SM, fue cuando me llamó esa noche, que ya te he contado.

El coronel Tejero en el Congreso de los Diputados.

– Y esa noche ¿no volvió a hablar con él?

– Sí, Sí… dos veces más. Pero, sigue leyendo, todo lo tienes ahí.

Y seguí revolviendo folios. Aunque enseguida me aparecieron los dos Bandos de Guerra que decretó el Capitán General de la III Región Militar con su firma original, Jaime Milans del Bosch.

– Sí, ahí los tienes, los dos Bandos que dicté aquella noche: El de las 9, declarando el Estado de Guerra, y el de las 4 de la madrugada que lo retiraba.

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– Mi general, eso son 7 horas de diferencia ¿y qué pasó en ese tiempo?

– Muchas cosas, como te puedes imaginar. 

– Mi general  -exclamé sin pensarlo al terminar de leerlo-, el primer bando parece que acababan de entrar por los Pirineos las divisiones de Hitler y el segundo bando es como la Rendición de Breda.

– Pues, no andas descaminado. El primero lo redactó Diego  (se refería al coronel Diego Ibáñez, su ayudante y hombre más fiel), aunque, eso sí, le indiqué que tuviese en cuenta el del general Mola del año 36, y el segundo me lo envió ya redactado Sabino, aunque yo le añadí algo para disimular la bajada de pantalones.

– ¿Y cómo fue la segunda llamada de SM y a qué hora?

– Pues dura, pero en otro tono de la primera. En cuanto me puse al teléfono ya lo noté. Pero sigue leyendo, esa segunda conversación si la escribí para mi Defensa en Campamento aunque luego, por consejo de Santiago  (en este caso se refería a Santiago Segura Ferns, su abogado defensor y mi coautor de «Jaque al Rey», como ya he dicho en otra reportaje) no la presentamos.

– ¿Cómo van por ahí las cosas, Jaime?, me preguntó de entrada.

– Señor, ¿y cómo quiere que vayan?… Lo del Congreso va mal…

– Pero, no has retirado el Bando de Guerra, o sea, que no estás cumpliendo mis órdenes.

– Majestad, antes de eso tenía que hablar con mis compañeros.

– Sí, ya lo sé, ya sé que has hablado con todos, menos con González del Hierro que no ha querido saber nada.

– Señor, el honor.

– Por favor, Jaime, no hablemos de honor en estas circunstancias.

– Majestad, pero al menos me permitirá que hable de lo que está pasando, y mejor de lo que ha pasado.

– No creo que sea este el mejor momento para hablar del pasado.

– Señor, pero yo no puedo quedar como un bandido, cuando vos sabéis de mi lealtad, os puedo asegurar que todo lo que he hecho ha sido porque creí que Alfonso (se refería al general Armada) sólo era su mensajero.

– Y hasta cierto punto lo fue. Porque yo sí le acepté lo de la «Moción de Censura», y con el apoyo del PSOE, como modo de apartar a Suárez del Gobierno y reconducir la horrible situación que vivíamos, pero, la dimisión de Suárez lo cambió todo y cuando me propuso el otro Plan se lo negué en redondo.

– Pues él me aseguró  -y perdone Majestad que le interrumpa- el día 14 que lo de Tejero seguía e incluso me hizo llegar la lista de un Gobierno que, según él, SM le había aprobado el día anterior.

– Pero, por lo que veo, te ocultó que le obligué a jurarme que no haría nada, pero nada  ¡y lo juró! Eso es una traición. ¿Y por qué no me llamaste directamente para confirmarlo?

– Señor, intenté hablar con vos en varias ocasiones, la última el día 22, y no pudo ser.

– Bueno, Jaime, ahora lo más importante es que esto acabe y que acabe bien. Por eso te pido que hables con Tejero y le convenzas de que abandone. Hay que evitar males mayores para todos y tú retira tus tanques y el Bando de Guerra. Después te llamará Sabino y os ponéis de acuerdo para hacer las cosas bien. Quiero que salves tu honor.

Milans del Bosch y Juan Carlos I.

– Majestad, yo creo que lo deberiáis pensar mejor.

– Jaime, no hay que pensar nada, todo está ya pensado.

– Señor, sé que Vos también habéis hablado con los demás Capitanes y sé lo que os han dicho, pero…

– Pero ¿qué? Jaime, habla claro.

– Majestad, hay algunos que no son muy monárquicos…

– ¡Eso no es verdad, Jaime!

– Señor, a Vos no os lo dirán, pero a mí sí y sé que esto podría tomar otros derroteros.

– ¡Jaime, cuelga, te volveré a llamar!

Y yo quedé anonadado. En ese momento, en verdad, no sabía cómo podía terminar todo.

– ¿Y qué pasó?, le pregunté yo asombrado y con toda la curiosidad del mundo.

– Sigue leyendo, Merino… Sí, hubo otra tercera conversación y hasta una cuarta. 

Pero aquí lo dejo por razones de espacio. Aunque queda mucha tela que cortar. Sobre todo repasar bien lo que estaba «programado» si Tejero dejaba pasar a Armada al Hemiciclo y se aprueba el “Gobierno Armada” pues no hubiera sido constitucional y hubiera sido necesario cambiar la Constitución del 78 y empezar de nuevo. De todo eso y de la «Trama Civil» habrá que hablar, aunque sólo sea para que el»23-F» no pase a la Historia como algunos han querido que pase.

Autor

REDACCIÓN