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En 1975 el grupo británico Supertramp publicaba su álbum titulado “¿Crisis? ¿Qué Crisis?” (Crisis? What Crisis?). No fue un gran disco de su carrera musical, pero sí se lo recuerda por algunos aciertos como su título, su portada y por una canción en particular. De su título, la contundencia en el cuestionamiento; de la portada, esa icónica imagen de un hombre sentado en una silla tumbona debajo de una sombrilla rodeado de caos, ruina y suciedad; y de la canción “Solo un día normal” (Just a normal day), su perspicaz letra. En ella puede leerse:
Mi vida es irreal
Y, de todos modos, supongo, simplemente no estoy calificado,
Al menos dos veces, así es como me siento
Bueno, no sé la razón
No sé qué decir;
Parece un día normal
Y tengo que vivir mi propia vida
Simplemente no puedo perder el tiempo;
Pero tienes cosas extrañas en mente.
Come mucho duerme mucho,
Pasando el tiempo
Tal vez encuentre mi camino
¿A quién estoy engañando?
Sí, soy solo yo.
El título, la imagen de portada y la canción de Supertramp son la metáfora perfecta de la situación política de la España de hoy: todo marcha sobre ruedas y su protagonista está tirado solitariamente en la tumbona mientras todo se derrumba, pasando el tiempo y encantado de conocerse así mismo.
En 1958, el italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor de “El gatopardo”, nos regaló la famosa y elocuente frase pronunciada por Tancredi Falconeri, el joven y oportunista sobrino de Don Fabrizio, Príncipe de Salina, noble de la Sicilia borbónica, que sintetiza el pensamiento del momento vivido durante el período de cambio de régimen con la Unificación italiana o il Risorgimento: “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie” (Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi). Otra metáfora, que sumada a la anterior sintetiza lo que hoy vivimos en España.
Resulta curiosa la obsesión de querer ver lo que no hay y de confundir el deseo con la realidad. Tal vez sea un mecanismo de autodefensa o una señal de simplificación analítica por comodidad. Todas las cabeceras periodísticas definen al cambio de personajes del gabinete del ejecutivo como una crisis que anuncia el principio del fin del sanchismo, o que el gobierno está dando palos de ciegos cuando en realidad no lo es.
Pedro Sánchez es más mucho más listo de lo que muchos piensan. Dijo y se desdijo en una cosa y la contraria; hizo y deshizo; llegó, lo echaron, volvió y no solo salió reforzado, sino que consiguió hacerse nada menos que con el gobierno de España. A pesar de que en muchas ocasiones parezca lo contrario, su poder discrecional crece en lugar de disminuir. Lo demuestran los hechos concretos. A pesar del desastre de gestión durante la pandemia y la calamidad económica y social, nada ha torcido el rumbo de su Agenda: las leyes más liberticidas, ideológicas y totalitarias han pasado y siguen adelante. Pedro Sánchez es un excelente gestor de los intereses globalistas sin lugar a duda. Los objetivos de diseño político interior y exterior llevan su nombre y nada le ha pasado factura, ni siquiera el ridículo de los 27 segundos de la “reunión” con el presidente norteamericano en la cumbre de la OTAN.
Con su cuajo y su media sonrisa habitual, el presidente anunció los cambios en su gobierno como un fortalecimiento en la dirección “social, verde, digital y feminista”, apelando a un recambio generacional y a más mujeres en su gabinete, que posicionan a España a la vanguardia mundial. Y más de lo mismo: concordia territorial, “el gran salto adelante” (una figura poco afortunada que remite a la industrialización forzada que culminó con millones de muertos en la China de Mao), políticas de igualdad, sostenibilidad, progresistas y demás mantras políticamente correctos.
El gobierno sigue su larga marcha, con sus ministros morados que continúan ahí, intocables, con sus ertes perennes y sus masters volátiles, multipansexualidades para no sentirse solos, solas y “soles”, omnipresentes objetivos sostenibles, coloridos y circulares, universidades en demolición y ruina racional, y chuletones sintéticos por el bien de nuestra salud y la del planeta.
Por otro lado, el ala socialista de la Moncloa revalida sus propósitos más allá de la salida y entrada de unos jugadores por otros. La ley Lomloe de educación, la de eutanasia, la de “la igualdad real y efectiva de las personas trans”, la de Memoria Histórica y Democrática, y la de Seguridad Nacional están ahí; mientras tanto la oposición se limita a contarnos lo mal que va todo, a describir, a diagnosticar y a preocuparse…
El presidente del Reino de España es claro en sus intenciones, busca posicionarse como un líder mundial y colocarse a la vanguardia de la reconfiguración y construcción del nuevo mundo. Es un ingeniero social global y local. Sus actos no son solo por necesidad de “permanecer dos años más en la Moncloa”, como repetitivamente oímos en boca de políticos y analistas, sino que son el reflejo de su profunda convicción. Todo lo que hace es para poder sentarse un rato en una silla de la nueva Yalta del Nuevo Orden Mundial, o al menos, estar unos segundos en algún pasillo con los amos del mundo.
La España actual se deconstruye para moldearse y modelar su sociedad a imagen y semejanza del sueño de John Lennon en su “Imagine”: un One World, un solo mundo sin razas ni fronteras donde no haya religiones y todos vivamos en paz. Es el “no tendrás nada y será feliz” de las predicciones del Foro Económico Mundial. Su pueblo ya lo ha aceptado. Nadie pone freno real a su megalomanía. Fuera de la política hace mucho frío y si en verano nos quedamos sin la semana de vacaciones y las gambas en Torrevieja, eso sí que sería una tragedia…
Es sorprendente que Supertramp y Giuseppe Tomasi di Lampedusa nos hayan dado una clave para leer entre líneas la situación política de la mitad de la legislatura: No es crisis, es gatopardismo.
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