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Cuando se oye: «Hay que adaptarse a los nuevos tiempos», se trata de cubrirse con una losa cobarde de omisiones o acciones apartadas de la lógica moral, siempre exigitiva e inaplazable. Esos “nuevos tiempos”, da la triste casualidad que los hacemos nosotros y no caen del cielo como una nube de piedra. Es el Nuevo Orden Mundial masónico, con su dictadura mundial del anti-Cristo. Es como ese «pecado colectivo social» del que nadie tiene culpa personal tranquilizándose artificialmente en una falsa exculpación.
Es la consecuencia del liberalismo ateo, que odia el examen de las responsabilidades individuales y este autoengaño trae consecuencias antisociales degradantes de la moral ineludible.
Otra cuestión bien distinta es 1a observación desde la fe sobrenatural de la marcha de «los signos de los tiempos», en referencia evangélica, que versan sobre los destinos de la Humanidad, relativos a las profecías bíblicas y el cumplimiento de los planes divinos en los fines salvíficos a los que el orden divino se ajustará. Esta previsión inteligente nos hace “oler» la venida de los acontecimientos cuya causa eficiente es la Providencia divina y la causa final es la salvación personal de sus creaturas racionales.
Da que pensar, la sucesión casi continua de los trastornos mundiales en una naturaleza que parece vengarse de las culpabilidades morales de esta Humanidad cada vez más desvinculada de los favores que el Creador ha dispensado para la felicidad del humano, en sus justas relaciones, primero con ese amor sobre todas las cosas, que es Dios y después, con nuestros hermanos, en Dios Creador.
Abusamos de los recursos naturales y nos creemos autosuficientes alejándonos del sentido unitivo y trascendente con el Ser por excelencia, del que procedemos y dependemos a cada instante, creyendo que eso de la religión y la fe es una superchería propia de aquellas gentes supersticiosas del pasado, a la vez que las de hoy se adornan con amuletos idolátricos, como tratando de tener fe en algo. Ya es contradictorio que el hombre moderno sea capaz en su tecnología de lanzar cohetes planetarios, crear herramientas electrónicas que parecen un verdadero milagro en teléfonos móviles, “inteligencias” artificiales y ordenadores potentísimos, y cuando le pilla un virus microscópico le humille hasta la impotencia más imprevista; puede llegar al macrocosmos y ser impotente ante el microcosmos.
La actual pandemia es otro “signo de los tiempos» alusivo a las advertencias divinas de que el humano no lo puede todo por sí mismo y que tampoco puede desligarse del fin último para el que ha sido creado por puro amor divino, que además de crearle, le ha redimido de la forma más humillante, demostrativo del empeño del Dios-Amor de llevarle a la bienaventuranza eterna a quien es la guinda en el pastel de la creación.
Es 1a soberbia humana cuando se cree que ya tenemos de todo para hacer el único paraíso posible en este mundo y que el cielo, sólo es para los gorriones, como dice el marxismo. ¡Con qué sencillez Dios puede dejar en cueros a la creatura que se le revuelve!
Cuando mordemos el polvo de la humillación, es cuando el humano gira los ojos otra vez al cielo. Nunca el hombre es más grande, que cuando se arrodilla ante su Creador.
¿A dónde nos llevan esos “signos de los tiempos“? A la reflexión profunda y humilde para nuestra conversión rectificando conductas. No se trata de asustar, sino de evitar la frustración de la Sangre de Cristo y llevar a la Humanidad al fin maravilloso e insondable de compartir la felicidad eterna con su Creador, única razón justa y amorosísima del Ser, que por esencia y potencia, no puede ser otra realidad que la Amorosa, y por eso su paciencia es inconmensurable y nos avisa en tantas apariciones marianas, para nuestra fidelidad al Dios justo.
Bien dijo San Pedro: “Señor, a dónde iremos? Solo TÚ tienes palabras de vida eterna»….
A reflexionar, pues, sobre este “signo de los tiempos». El que avisa, no es traidor.
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