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En Oviedo, próximo a la Catedral, se encuentra el monasterio de San Vicente, hoy repartido entre el Museo Arqueológico de Asturias y la iglesia de Santa María de la Corte. Frente a él, en el centro de la plaza que lleva su nombre, se encuentra el monumento a fray Benito Jerónimo Feijoo (Casdemiro, Orense, 1676 – Oviedo, 1764). Fue realizado en piedra caliza por el eximio escultor Gerardo Zaragoza, que representó al ilustre benedictino de pie, erguido y en actitud reflexiva. Con el mentón apoyado en su mano derecha y un libro en la izquierda, hoy sigue mirando hacia la ventana de la celda que, desde 1709 hasta su muerte, ocupó durante 55 años. Aquel hombre de fe, estudioso de todo, sabio y polígrafo, que consideraba que “la más ilustre gloria de la antigüedad fue la invención del alfabeto”, escribió sólo en español, pero sus obras fueron traducidas a todas las lenguas cultas, y, sin salir de España, sus palabras influyeron mucho tanto en Europa como en Hispanoamérica. Aquel hombre de pro, que se definió como “desengañador del vulgo”, trató infinidad de temas y plasmó ideas plenamente vigentes tres siglos más tarde. Combatió las supersticiones y los falsos milagros, defendió a la mujer y atacó la avaricia, la corrupción y la mentira. Grandísimo pensador y escritor, en sus páginas siempre encontrará el lector un pensamiento lúcido que ensanchará su mente y elevará su espíritu.

En una época como la actual, en la que la mentira se ha impuesto en las instituciones quién sabe si para siempre, no está de más recordar lo que escribió Feijoo sobre ella: “El mentir es infamia, es ruindad, es vileza. Un mentiroso es indigno de toda sociedad humana; es un alevoso, que traidoramente se aprovecha de la fe de los demás para engañarlos. El comercio más precioso, que hay entre los hombres, es el de las almas: éste se hace por medio de la conversación, en que recíprocamente se comunican los géneros mentales de las tres potencias, los afectos de la voluntad, los dictámenes del entendimiento, las especies de la memoria. ¿Y qué es un mentiroso, sino un solemne tramposo de este estimabilísimo comercio?… ¿Qué falta, pues, a este hombre para merecer que los demás le descarten como trasto vil de corrillos, inmundo ensuciador de conversaciones y detestable falsario de noticias?… El error practicado que hay en esta materia es que la mentira no se castigue, ni las leyes prescriban pena para los mentirosos… [Cómo es posible]¡Qué mienta cada uno cuanto quisiere, sin que esto le cueste nada! Ni aun se contentan los hombres con gozar una total indemnidad en mentir. Muchas veces insultan a los pobres que los creyeron, haciendo gala de su embuste y tratando de imprudencia la sinceridad ajena…” (Teatro Crítico Universal, 1726-1740).

Don Gregorio Marañón, que leyó muy pronto las obras del Padre Feijoo, siempre le citó entre sus grandes maestros, y en 1934 tituló su discurso de ingreso en la RAE “Vocación, preparación y ambiente biológico y médico del Padre Feijoo”. Años más tarde, habiendo tenido el propio Marañón que huir de España amenazado por la “democracia” republicana, recordando cómo Feijoo fue atacado en su tiempo, escribió sobre él: “Pero Feijoo, por su amor a la verdad y a España, hubo de sufrir en su celda, que era su mundo, largas horas de amargura y de persecución… Feijoo sólo quería el bien de su Patria y el de los hombres en general; y ningún bien, decía, es superior al de la verdad… El hombre valeroso que predica la verdad frente a las mentiras sancionadas, sin pensar en su propio interés y exponiéndose a perder en cada batalla la reputación, la libertad, o la vida, tendrá que sufrir mucho, como sufrió Feijoo. Pero es seguro que arrastrará la simpatía de la multitud. No se conoce otro camino más seguro que el del amor a la verdad y el valor para proclamarla, para suscitar la adhesión apasionada de las gentes. Esto es lo que le ocurrió al Padre Feijoo, y este fue el secreto de su gloria”.

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Por cierto, se debe a Marañón la inscripción que figura en la basa del monumento al ilustre benedictino: La ciudad de Oviedo, desde donde el Padre Feijoo derramó por el ámbito de España su inmortal «Teatro Crítico» y sus «Cartas eruditas», dedica al gran polígrafo este monumento claro y perdurable como su genio y como su gloria. MCMLIII”.

Al leer hoy las palabras de Feijoo y Marañón, con una vida pública corroída y degradada hasta la náusea por la mentira, con decenas de miles de compatriotas muertos, ocultados de forma contumaz por nuestros gobernantes y una clase periodística lacayuna y criminal, qué difícil es no sentir un triste escepticismo. Pero qué oportuno, necesario y alentador es recordar los ilustres ejemplos de resistencia y virtud de Fray Benito Jerónimo Feijoo y Don Gregorio Marañón.