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Estos días está circulando por los medios de circulación y estamentos políticos antimonárquicos la no tan anecdótica noticia de que nuestro Rey permaneciera sentado ante la exhibición provocadora de la espada de Simón Bolívar. Digo provocadora porque ese acto no era inocente, ni tan siquiera supuestamente patriótico desde el punto de mira de los colombianos, sino un intento de afrentar al representante de nuestra nación española, el Rey, como jefe del Estado español y representante del legado histórico y patrimonio cultural español, o más bien hispanista. Ese tipo de gestos son muy característicos de esa izquierda neomarxista de aquí y de más allá del Atlántico, y nada diplomática, pues la concurrencia de nuestro más alto representante en aquel acto era incompatible con ese gesto falto de la más exquisita diplomacia.
Se nota y se ve que los diferentes ataques a nuestra dignidad como españoles, cuya máxima expresión es la constante colocación invertida de nuestra enseña nacional en actos de diversa naturaleza, con la impasibilidad de nuestro jefe del Gobierno y de su equipo de protocolo, ha creado escuela para aquellos que intentan menoscabar nuestra dignidad nacional.
Se me ocurre que a nadie se le ocurriría que fuera la reina Isabel de Inglaterra a Australia, por ejemplo, y se le sentara en una sala con su retrato al revés, o con una representación de los aborígenes australianos recordándole el genocidio cometido por el imperio inglés en la población autóctona. O lo mismo en Filipinas donde fuera Biden y le sacaran a colación el asesinato masivo de más de un millón de filipinos por el solo hecho de utilizar la lengua de Cervantes o por motivos raciales o religiosos. Es de suponer que esa embajada no se contentaría con quedarse sentada a pesar de que la causa de la afrenta es muy diferente a lo que se pretende respecto a España por una leyenda negra que estúpidamente aún es exhibida por personajes como Etxenike, el podemita descendiente de emigrados vascos que buscaban una forma de vivir en lo que era una extensión de su patria española.
No es un tema baladí lo que ha hecho el Rey con su gesto, ni un desprecio hacia Colombia, sino más bien lo contrario; con su actitud ha defendido la dignidad de los españoles y la verdad histórica de lo que fue nuestro paso por América. Unos izquierdistas asociados a filoterroristas que se hacen con los poderes en España y América no pueden mancillar nuestra memoria.
Un hurra al Rey.
Enrique de Gandía, notable historiador nacido en Buenos Aires a comienzos del siglo XX, con una trayectoria más que notable en la historiografía americana, nos relata con meridiana claridad la obra de la masonería en Hispanoamérica y su clase criolla, es decir adinerados descendientes de españoles, ávidos de poder y de riquezas que no les proporcionaba según sus desmedidas aspiraciones el Imperio español cuya pretensión era cohesionar socialmente a la diversidad autóctona con los descendientes de los encomenderos hispanos. La infiltración de las ideas de Rousseau y de Voltaire en la mentalidad criolla hizo estragos en la idiosincrasia transmitida por el legado del Testamento de Isabel, la Católica. Y por eso caló con fuerza esa alianza de la masonería asociada con el interés de Francia, y, sobre todo de Inglaterra por derrumbar el poderío hispano y fraccionar los antiguos virreinatos.
Quienes se sublevaron contra España no era la gente sencilla. Los descendientes de los amerindios, no, eran quienes se beneficiaron del poder económico regido por avaros traidores a la causa hispanoamericana, vendidos a los conspiradores anglosajones y norteamericanos que veía su oportunidad de fragmentar y parasitar esa unidad que garantizaba el Imperio generador de civilización católica. Se mezclaban dos intereses: liquidar el trasunto cultural católico y modificarlo, y formar pequeños países que se rindieran ante la depredación económica anglosajona y su piratería, con el propio interés norteamericano de aprovecharse de la fragmentación de pequeños países incapaces de financiar sus estados emancipados para así anexionarse a partes importantes de Mëjico, de California, Arizona, etc. Se trataba de y subordinar al centro y el sur del continente al nuevo poder emergido. Los paganos de esta situación fueron los más débiles, es decir justo aquellos a los que ahora se invoca como perjudicados por España, aquellos que se sumaron a las fuerzas realistas contra los insubordinados. Los sedicentes Simón Bolívar y San Martín, que tenían claro que a España había que liquidarla fueron sus próceres sedicentes, muy parecido a lo que vivimos hoy por el indecente Puigdemont y demás caterva. En aquel caso había que desmantelar el Imperio por lo que significaba como depositario del catolicismo emanado desde Isabel, la gran Católica y humanista; y hoy en una segunda fase de la descomposición por lo que sucede en nuestra maltratada patria.
Es muy revelador lo que revela Gandía en su libro, del que extraigo esta breve muestra. También recomiendo la obra de Salvador de Madariaga, El ocaso del Imperio, no solamente por lo que significó Madariaga sino por la lucidez de su interpretación.
“El licenciado Ovalles recuerda que, en Madrid, el diputado mexicano a las Cortes, don Francisco Fagoaga, presentó un proyecto que, en muchos puntos, coincidía con el de Zea. Parecía un regreso a los tiempos de Carlos III en que también se soñó con una Confederación de reinos hispanoamericanos. Las naciones de Europa miraban América con ojos rapaces. Era un bien que parecía de nadie y que todos querían arrebatarle alguna parte. En 1806 y 1807, Gran Bretaña había intentado apoderarse de Buenos Aires y Montevideo y extender su invasión al resto de América. Así compensaba la pérdida de la América del Norte. Su derrota en el Río de la Plata impidió un gran cambio en la historia del mundo moderno. La documentación monumental dada a conocer por la licenciado Ovalles revela proyectos de depredación imaginados por aventureros internacionales. Ofrecían sus planes delirantes a Francia, a Gran Bretaña y a la misma España. Por su parte, Bolívar enviaba al general D’Evreaux a reclutar personal militar a Irlanda. El representante del gobierno de Colombia, Luis López Méndez, otorgaba plenos poderes al general Maceroni para que Europa organizase una expedición con un mínimo de quinientos hombres de infantería y otros doscientos para un ejército de diez mil hombres. El general francés Maceroni, nacido en Nápoles, deseaba volver a Italia y dejar la Nueva Granada porque consideraba que la causa de la libertad estaba más amenazada en Europa que en América. Todos estos pormenores, que dibujan una fisonomía histórica y política y nos revela el licenciado Ovalles, han sido, hasta hoy, totalmente ignorada en Europa. Un señor Cohén, judío, pariente de los Rothshil, revendía pertrechos de los almacenes ingleses a los americanos. Había que formar una escuadra para hacer frente a las últimas naves de guerra españoles. Un teniente coronel alemán, disgustado por no recibir una comisión, traicionó a Colombia y ofreció al duque de Frías, por cuarenta libras, documentos confidenciales que debía llevar a Angostura. En España, como nos relata Ovalles, se pensaba contratar a corsarios para que hiciesen a los americanos la guerra de corso. Lo mismo, por su parte, hacían los americanos desde el Norte hasta Buenos Aires. Son varios los autores que se han ocupado de estos temas aún no suficientemente estudiados. En medio de estas intrigas, un aventurero Mokal terminó suicidándose. Francia pretendía apoderarse de Santo Domingo. La política francesa en América, según un documento, «tenía un carácter miserablemente artero». Francia creía que con cincuenta millones de francos España reconocería la independencia de Venezuela. Los españoles, con su honor, habrían sucumbido todos antes que venderse. Los aventureros Granier y Maceroni, desengañados de hacer fortuna en España, se dirigían a Nápoles «como campeones de la libertad». Intrigantes, traidores, espías, mercaderes de armas y de hombres, políticos fracasados, idealistas sinceros, delirantes, ladrones, falsificadores y canallas abundaban en todas partes. Ovalles nos trae este escenario de luchas y de sueños como no hubo otro en la historia humana. Hasta que el duque de Frías fue trasladado y no se habló del gran plan de Francisco Antonio Zea.” (GANDÍA ENRIQUE, La independencia de América y las sociedades secretas. Ediciones Sudamérica Santa Fé: 1994)
Agradezco como español a Felipe VI su gesto de dignidad. Y me avergüenzo de esta molicie de políticos de tres al cuarto y de una clase periodística rebajada en su autoestima como profesionales de la información.
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