21/11/2024 11:54
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Hace pocos días tuve oportunidad de consultar la nota que el arzobispo de La Plata concedió al medio Perfil1, que lo entrevistaba a raíz de su reciente nombramiento como prefecto del Dicasterio de la Doctrina de la Fe. Recién he terminado de leerla y no puedo decir que me haya sorprendido en demasía lo expuesto por el prelado, ya que su derrotero ideológico es de público conocimiento. Empero, debo confesar que pocas veces he visto personas tan bien dispuestas al ridículo, particularmente en lo que concierne a la historia de la Iglesia, que es lo que trataremos en este envío.

¿Y qué tiene que ver acaso la Inquisición aquí?, podrá preguntarse quién no esté familiarizado con la estructura eclesial. El Dicasterio de la Doctrina de la Fe no es otra cosa que lo que históricamente se denominó Santo Oficio de la Inquisición2, el cual, como sabemos, no goza precisamente de buena prensa. Pocas instituciones históricas continúan generando tal morbo a escala global, de manera tal que resulta comprensible el súbito interés de los mass media por conversar con el ex rector de la UCA.

Lo curioso del caso, empero, es la aceptación unánime que obtuvo Fernández por parte de medios tradicionalmente hostiles a la Iglesia, como Página 12, que, celebrando la designación papal, califica al nuevo inquisidor como “uno de los nuestros”.3 Para comprender lo que prima facie pareciera una evidente contradicción, es preciso primero remarcar la importancia capital que tiene el dicasterio dentro de la Iglesia, el cual, entre otros menesteres, tiene como función tutelar y defender la integridad de la doctrina católica, y examinar y proscribir errores y falsas doctrinas4. Naturalmente, para que esta institución actúe conforme a su naturaleza y cumpla correctamente con su tarea, será necesario que quién la regente sea una persona consustanciada con la recta doctrina católica, caso contrario, se corre el riesgo de promover actitudes e ideologías contrarias al evangelio. Y el titular aquí es conocido por sus posturas progresistas y su apertura a la agenda globalista. Esto explica entonces porque no constituye contradicción alguna que los aplausos provengan de los enemigos de la Iglesia.

***

Pero vayamos ahora a nuestro tema: La Inquisición.

Fernández abre la discusión afirmando lo siguiente: Evidentemente, la historia de la Inquisición es vergonzosa, es dura, y contradice profundamente el Evangelio y la propia enseñanza cristiana. Por eso es tan horroroso”. Así comienza su alocución. Sin embargo, sorprende a propios y extraños cuando, ¡sólo dos párrafos más adelante!, agrega que: “(a) los hechos del pasado hay que evitar juzgarlos con categorías actuales” (¿En qué quedamos, monseñor?). Esto es una contradicción lógica.

Empezamos mal.

Afirma seguidamente haber sido ¡perseguido por la Inquisición! (sí, leyó bien). ¿En qué consistió acaso la presunta persecución inquisitorial? En haber sido llamado en alguna oportunidad a fundamentar determinadas afirmaciones ambiguas en torno a la homosexualidad. Esto, nos dice, le resultó “muy molesto”, pues se habría cometido la imperdonable osadía de cuestionar parte de su tesis. Extraña persecución inquisitorial ésta, donde la censura no aparece en ningún momento…

Pero hablemos de la Inquisición, que es el tema central aquí. Comencemos diciendo que, en esencia, el Santo Oficio no fue distinto a los tribunales que tienen y tuvieron todas las religiones a través de la historia. Los llamados “tribunales de fe”, cuya función estriba en cuidar y supervisar la ortodoxia de la propia fe, denunciar las desviaciones a la recta doctrina e investigar los delitos religiosos. Hasta aquí, todo claro. ¿Y qué hacía la Inquisición? Muy sencillo: investigaba. ¿Qué investigaba? Si el cristiano acusado de cometer determinado delito religioso era o no culpable. Allí terminaba su actuación.

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Muchas veces, las denuncias eran desestimadas prontamente, por entender que carecían de sustento. Otras veces, se daba curso a una investigación más exhaustiva, a lo que hoy llamaríamos “juicio”, donde la persona contaba con un sinfín de garantías procesales (algo inaudito para la época) que le permitían defenderse (tenía derecho a abogado). ¿Cómo solía terminar esto? La mayor parte de los procesados era absuelta y en el 98% de los casos, los castigos para los encontrados culpables consistían en algún ayuno, peregrinación o vestir un sambenito. Solo bastaba arrepentirse del delito cometido para obtener el perdón, por eso debemos hablar de la Inquisición como un tribunal de misericordia.

Ahora bien, ¿qué pasaba con aquellos encontrados culpables de delitos muy graves como la herejía y que no se arrepentían? Conforme a las leyes del Estado (en cual la Iglesia no podía intervenir) éstos debían pasar a la órbita secular. Y, pero entonces, ¿cuántas personas mató la Inquisición? Ninguna. ¿Cuántas personas torturaron los inquisidores? Ninguna. Solo el Estado tenía atribuciones para decidir y aplicar el castigo capital. ¿Qué hubo herejes ejecutados por los estados a través de la historia? Sin duda, puesto que la herejía fue considerada por todas las religiones y por todos los estados como el peor crimen que una persona podía cometer. De hecho, los romanos equiparaban este delito al de lesa majestad, es decir, era tan grave como atentar contra el propio emperador. ¿Y por qué consideraban tan grave el delito de herejía? Porque la herejía, y sobre todo la violencia de los herejes, quebraban el orden, la cultura y la paz social de la nación, es decir, atentaban contra el Bien Común. Y no se equivocaban. Un caso claro son las guerras de religión entre protestantes en los siglos XVI y XVII, dejando un saldo de 200.000 personas muertas, como señala el propio historiador protestante Charles Lea, entre otros. En la España inquisitorial, en cambio, no hubo guerras civiles por motivos de religión.

En resumen, vigilar la integridad de la fe y combatir la herejía era de interés general, tanto para la Iglesia como para los estados. Para la Iglesia, porque buscaba la salvación espiritual de la persona (y nadie ponía en duda en aquel entonces la existencia del infierno). Para los estados, porque la fe era el factor de unidad principal en la población y en cual estaba basada la propia cultura e idiosincrasia. Recordemos, por si hiciese falta, que estamos tratando aquí con sociedades verdaderamente Cristo céntricas. Pero todo esto no podrá ser comprendido por aquellos afectos al anacronismo histórico.

Prosigamos.

Analicemos ahora los calificativos utilizados por el “Tucho” para referir la Inquisición. Si, como nos dice, la historia del Santo Oficio es “vergonzosa”, evidentemente, en esta lógica, también debieron haberlo sido todos los pontífices, mártires y santos que formaron parte de ella desde 1232 (instauración de la inquisición medieval) hasta 1830 (finalización de la inquisición española). De modo tal que hombres como Santo Domingo de Guzmán, San Pedro mártir, San Pedro de Verona, Gregorio IX, Sixto IV, etc., y hasta San Pío V, que no solo fue papa y santo sino Inquisidor General, habrían sido sujetos repudiables. ¿Y qué decir de San Juan Pablo II que habló laudatoriamente de la Inquisición o del propio Benedicto XVI que afirmaba que la Inquisición fue un progreso, ya que desde entonces no podía condenarse a nadie sin juicio ni proceso? Como nota al margen, habría que recordarle al nuevo prefecto que la misma Iglesia realizó un Simposio sobre la Inquisición en 1998, dejando ya el tema zanjado definitivamente: la Inquisición fue un tribunal justo y misericordioso.

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Por último, nos dice el “Tucho” que la Inquisición era “dura”, cruel, lo cual parece difícil de creer, especialmente a partir de hechos bien conocidos e historiados, que cuentan como los delincuentes comunes, al momento de ser apresados y a fin de evitar la justicia ordinaria, fingían haber cometido un delito religioso para ser procesados por la Inquisición. ¿Por qué? Porque era vox populi que las cárceles de la Inquisición eran, por lejos, las mejores de Europa, y porque a diferencia de los sumarísimos juicios civiles, la Inquisición le ofrecía una serie de medios de defensa que le permitía salvarse. Si esto no funcionaba, podía fingir arrepentimiento y obtener así la absolución. ¿Qué tal? Visto aquello, si de algo acaso podría acusarse a la Inquisición es de haber procedido con excesiva lenidad.

Que un católico promedio ignore lo que fue la Inquisición, vaya y pase. Que un alto funcionario de la Iglesia lo ignore, es muy grave (máxime conociendo sobradamente los efectos que esta leyenda negra tiene en los fieles). Ahora bien, que el titular y Prefecto del Dicasterio de la Doctrina de la Fe no conozca su propia historia, resulta imperdonable.

Según lo veo, tiene tres opciones, monseñor. La primera es rectificarse públicamente. La segunda es debatir públicamente con quien suscribe. La tercera -poco aconsejable entre hombres de bien-, es adoptar el silencio cómplice.

Sin más a que hacer referencia, me despido.

Cristián Rodrigo Iturralde

5/7/2023

1 En Diario Perfil, Modo Fontevecchia, 6/7/23. Cfr. https://www.perfil.com/noticias/modo-fontevecchia/victor-tucho-fernandez-este-dicasterio-que-voy-a-dirigir-fue-el-santo-oficio-la-inquisicion-que-incluso-me-investigo-a-mi-modof.phtml. Las citas textuales a lo largo de esta nota corresponden a esta entrevista.

2 En el año 1988 el tribunal fue renombrado, llamado desde entonces Congregación para la Doctrina de la Fe, hasta que en 2022 Francisco le dio la actual denominación.

3 Cfr. https://www.pagina12.com.ar/564021-victor-tucho-fernandez-uno-de-los-propios.

4 Constituye, en suma, una guía segura para que el laico sepa aquello que es compatible o no con la fe cristiana. Un antecedente claro de su accionar lo constituye sin dudas el Decreto contra el Comunismo de 1949, donde se declarada a esta ideología como anticristiana. Documento completo en: http://64.227.108.231/PDF/SIC1949118_369-370.pdf.

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Geppetto

Temible Inquisicon?
¿Para quien?
Para los liberales masonicos sin duda, ellos son los que han cambiado la historia para descargar en la Inquisicion sus propias maldades

Soros

Como buen espía de Soros (Infovaticana) de las tres opciones que señala usted en su magnífico artículo añadiría una cuarta:
Renuncie ipso facto al nombramiento y retírese con carácter de urgencia para poder discernir su trayectoria sacerdotal por el bien de su alma y el pueblo de Dios. (Todavía está a tiempo) y como esto no sucederá y la jerarquía actual no lo hará (el Derecho Canónico sí establece qué hacer, pero Bergolio parece ser eterno) sólo nos queda esperar y Dios actuará. ¡Dónde sobreabundó el pecado….

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