22/05/2024 00:15
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El confinamiento o la reclusión, más allá de las clases telemáticas, me ha permitido leer varios libros que tenía pendientes. Uno de un gran historiador y amigo, Luis Eugenio  Togores, y otro del  siempre prolífico y entretenido Eslava Galán que es más novela que otra cosa con tesis muy muy discutibles y dependencia de tópicos de matiz antifranquista trufados con las lindezas de Viñas (un libro perfectamente prescindible que puede embaucar con el título). Ambos  tratan sobre el mismo tema, uno con mayor peso documental y menos dependencia de la divulgación,  el de Luis, y el otro, lástima de tiempo (volver a escribir lo de siempre es casi un género). Abarcan las  relaciones  entre Franco y Hitler. Togores ha contado con la correspondencia inédita mantenida entre Franco, Hitler y Serrano Suñer, especialmente  reveladora,  para fijar lo sucedido entre la caída de  Francia y la entrevista de Hendaya (con aportaciones muy interesantes sobre las relaciones hispano germanas en el  período subsiguiente), cerrando así  un largo debate.

Tengo la impresión que las aportaciones de  Luis Togores caerán  en saco roto  y volveremos, como en un bucle, a las  manipuladas interpretaciones al estilo de las de Eslava Galán. Es evidente y notorio en tantos y tantos autores el deseo de vincular a  Franco al III Reich y de mantener que quiso entrar en la Guerra al lado de Alemania pero que a Hitler, simplemente, no le interesó.

No pocos han elaborado con mayor o menor extensión, ante la evidencia, la tesis de la “tentación” ante  el hecho evidente de que Franco no entró en la  II Guerra Mundial. Hay quienes escudriñan los obligatorios planes militares ante el conflicto como prueba fehaciente del deseo activo  de entrar en la guerra, del ardor belicoso de  Franco, y desprecian  algo tan lógico como  el tener preparados planes de contingencia, lo que en aquellas circunstancias haría cualquier Estado Mayor. Que Franco, como todos los militares de su tiempo, pensara en la posibilidad de ocupar y recuperar Gibraltar  y se trazaran planes sobre ello debiera extrañar muy poco; que se trazaran planes operativos en el norte  de África cuando los tenía Francia  tampoco debe resultar  extraño.

Algo he  apuntado sobre este tema en nuestra obra “Franco. Una biografía en imágenes” (SND Editores). Se suele decir que el ejército español no tenía capacidad ninguna, que estaba atrasado… pero eso  se suele hacer desde una visión muy distinta a  la de 1939-1940. Franco contaba con una masa de maniobra con experiencia de combate que tenía la suficiente capacidad como para ocupar Gibraltar y operar en el norte de África. En 1940, tras Dunkerque, el ejército británico había perdido gran parte de sus equipos en Francia, ni tan siquiera tenía armas para equipar a los movilizados en caso de una invasión. Es más, en Londres, en caso de un movimiento español se daba por perdido tanto Gibraltar como Portugal y se esperaba trasladar su base operativa a las Azores. Inglaterra no tenía capacidad de respuesta real en aquellos momentos.

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Franco no quiso entrar en la II Guerra Mundial, hay que decirlo así. Franco estuvo dispuesto a entrar en la guerra europea (guerra de Alemania contra Inglaterra y los restos de  fuerzas francesas en colonias) de  forma condicionada durante la caída de Francia, o, mejor dicho, estuvo  dispuesto a entrar  cuando la guerra estuviera a punto de terminar para sentarse en la mesa de negociación y obtener beneficios para España al derruirse el dominio franco-británico en una más que previsible mesa de paz. En el verano de 1940 esto no era una entelequia, era una  posibilidad que estaba encima de la mesa: la posibilidad de que  Inglaterra se aviniera a  negociar. De hecho, Francia pidió  la mediación de Franco en la rendición.

Lo que Franco  propone a  Hitler es iniciar negociaciones para entrar en la guerra. ¡Sorprendente! Los historiadores no suelen reparar en este  hecho en toda su dimensión. Si uno desea entrar en una guerra para ganar gloria con la pólvora lo hace sin más, mucho más si le hierve belicosamente la sangre. No abre negociaciones con la potencia virtualmente vencedora. Es un caso singular en la historia. Y Franco se toma meses para negociar.

Las negociaciones fracasan por la actitud alemana, por la dilación española, por las condiciones españolas y por la lista de contrapartidas exigida que es evidente que Alemania no puede satisfacer. Lo que demuestra el profesor Togores con la nueva documentación es lo que se ha sostenido durante años, que cuando Franco va a Hendaya ya ha decidido no entrar en la guerra y espera alargar el juego. La célebre tentación ha durado poco más de tres meses. Él decidía y decidió. Así de sencillo, pese a los intentos, que hubo muchos, de torcer su voluntad.

Había muchos elementos indirectos que ratificaban esa idea antes de tener en la  mano la comprobación documental. Por un lado, la lectura no solo de los testimonios sino de las actas de Hendaya (incompleta la alemana y la del traductor español); el temor conocido y revelado del Caudillo de pudiera no volver de Hendaya y fuera  retenido por los alemanes; el rezo ante la que  después fue  conocida como la Custodia de Hendaya que Franco conservó y fue regalada a un monasterio.

A partir de ahí Franco lo que dijo, una y otra vez a Hitler fue NO, con todas las letras, pero dejando siempre un resquicio (en África había aprendido que el cerco absoluto es un error). Y decirle NO a Hitler no era tan sencillo como hoy pudiera parecer.

Se pueden dar todas las vueltas que se quiera pero recurramos a los testimonios documentales.

Muchos años después, Winston S.Churchill, al redactar sus amplísimas memorias de guerra, que  van  acompañadas de numerosos documentos capturados al enemigo, reflexionaba sobre su tesis, acertada, con respecto a la posición de España tras Hendaya y la decisión firme de Franco de no entrar en la guerra. Recoge en ellas la  carta que un disgustado Hitler escribe a Mussolini. En ella explica al Duce  cuál es  su visión de la guerra (“la guerra en el oeste está prácticamente ganada”) que, evidentemente, Franco no compartía. En ella indica al Duce que  es necesario “un violento esfuerzo final  para aplastar a  Inglaterra”, y por ello pedirá a Mussolini, poco después que  trate de convencer a Franco (entrevista en Bordighera en febrero de  1941) para que entre  en la guerra lo que dada la situación en el norte de África hubiera sido trascendente. Volvamos a lo que Hitler pensaba sobre  la actitud de  Franco  en diciembre de 1940 y dejemos que sean sus palabras las que cierren el debate.

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“España. Profundamente turbada por la situación, que Franco considera ha empeorado, España se niega a colaborar con las potencias del Eje. Temo que Franco está a punto de cometer  el peor error de su vida. Considero que su idea de recibir de las democracias materias  primas y trigo como recompensa a su abstención de entrar en el conflicto, es en extremo inocente. Las democracias le mantendrán en continua espera hasta que haya consumido el último gramo de trigo y después desencadenarán la lucha contra él.

Yo deploro todo esto, porque por nuestra parte habíamos completado nuestros preparativos para cruzar la frontera española  el 10 de enero y atacar Gibraltar a principios de febrero [es curioso que Hitler estimara que necesitaría 20 días para llegar hasta el peñón]. Creo que la victoria hubiese sido relativamente rápida. Las tropas designadas para esta operación habían sido especialmente escogidas e instruidas. En el momento en que el estrecho de Gibraltar caiga en nuestras manos, el peligro de un cambio de frente francés en el norte de África y en África occidental queda definitivamente eliminado.

Me apena, por consiguiente, esta actitud de  Franco, tan poco en concordancia con la ayuda que nosotros, usted, Duce y yo, le prestamos cuando él se encontraba en una situación difícil. Conservo todavía la esperanza, la vaga esperanza, de que en el último momento se dará cuenta de las catastróficas consecuencias de su conducta y que, aunque tardíamente, sabrá encontrar el camino de los campos de batalla, donde nuestra victoria tiene que decidir sobre su propio destino”.

Creo que poco más se puede decir cuando quien lo dice es el propio Hitler en una carta de la que se desprende que la estrategia de Franco fue la acertada. Y es que Franco siempre fue muy hábil, desde los tiempos de la guerra civil, en sus relaciones con Hitler y Mussolini.