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“Es necesario preservar la libertad a toda costa, hasta la embriaguez. Esta es la regla del hombre de intelecto: Habere, non haberi (Poseer, no ser poseído)”.
Estas palabras pertenecen a Gabriele D’Annunzio y son extraídas de su novela “Il piacere” (El placer) publicada en 1889. Conocido como el Vate, es decir el profeta, el poeta sagrado, fue un personaje muy difícil de clasificar. Su vida fue concebida como una obra de arte en todas sus manifestaciones. Poeta, novelista, dramaturgo, periodista, militar, héroe de guerra, político, propagandista, bon vivant, líder revolucionario, patriota, amante infatigable… Gabriele D’Annunzio fue un personaje único, excepcional e inigualable y el referente del llamado esteticismo, decadentismo o simbolismo de fines del siglo XIX.
Como escritor tuvo un éxito arrollador entre el público que aclamaba sus obras y su persona como hoy lo harían los fans de una estrella del rock. Además gozó del reconocimiento de grandes de la literatura como William James, Marcel Proust o James Joyce que lo pusieron a la altura de un Flaubert, Tolstoi o Kipling.
Su obra artística se funde con su vida personal, con sus excesos e innumerables amoríos, su patriotismo y pasión por Italia, con su temeridad y valor guerrero en el campo de batalla. En la Primera Guerra Mundial se alistó como voluntario, fue aviador y perdió un ojo, bombardeó Viena con panfletos patrióticos, y en la bahía del Carnaro participó de la legendaria incursión naval suicida y victoriosa con lanchas torpederas de la Marina Italiana conocidas como “MAS” (Motoscafi Armati Siluranti).
Fruto de esa acción militar contra buques Austro-húngaros en la Bahía de Buccari, lo motivó acuñar su famoso lema en latín conocido como Memento Audere Semper (“MAS”), traducido como “Recuerda Siempre Atreverte”, cambiando e inmortalizando el significado de la sigla de las torpederas convirtiéndola en un lema de audacia, coraje y compromiso..
Il Vate fue un político revolucionario, un conductor, un líder carismático que en 1919 entró en Fiume, la ciudad irredenta italiana, al frente de un grupo de 2500 legionarios, soldados y veteranos Arditi leales a su jefe. Allí se proclamó la Regencia italiana de Carnaro, declarándola un Estado libre y soberano, desafiando a los acuerdos internacionales de la posguerra, y como un acto de justicia frente a la llamada victoria mutilada italiana. A Memento Audere Semper le siguieron el Eia! Eia! Eia! Alalà! en remplazo del grito ¡hip, hip, hip, hurra!, Ardisco Non Ordisco, Quis contra nos?, A noi! o Me ne frego!, así como la recuperación del milenario saludo romano. Fiume fue un Estado encabezado y dirigido por un poeta, y por ello no solo fue una reivindicación patriótica y nacional, sino un experimento político y social avanzado, reflejado en su constitución -la Carta del Carnaro- y en un estilo de vida cotidiano totalmente novedoso y revolucionario e incluso excesivo. A partir de entonces el Vate entró en la Historia se hizo leyenda.
En su párrafo extraído de “El Placer” el padre del protagonista le ofrece la consigna de “poseer la vida”, es decir, disponer de la libertad e independencia en nombre de uno mismo y de las propias ideas, pero sin ser finalmente poseído por ella.
D’Annunzio lleva por delante la libertad como principio esencial del hombre como ser racional que tiene la capacidad de decidir por sí mismo, incluso hasta el límite alcanzado por esa peligrosa “embriaguez”. Recurre a ello rematando con un lema “Habere, non haberi” es decir “Poseer, no ser poseído”, expresión latina tomada del filósofo griego Aristipo. Estas palabras justifican la tenencia de lo material e incluso la riqueza, pero lanzan la advertencia de que el individuo puede caer bajo la tentación y terminar por convertirla en el fin último de la vida del ser humano, siendo esclavizado por ella.
Esa libertad fue la que le inspiró a pasar de la voluntad a la acción, a atreverse a lo prohibido e incluso casi imposible y a consumar la vuelta a la patria italiana de esa tierra que por historia, cultura, lengua y tradición nunca debió perderse. D’Annunzio dijo: “Después de este acto de renovada voluntad declaro: yo soldado, yo voluntario, yo mutilado de guerra, me siento interpretar la voluntad de todo el Pueblo sano de Italia proclamando la integración de Fiume a la Patria”.
La empresa dannunziana de Fiume logró conciliar lo impensable y unió bajo una misma bandera a los aguerridos Arditi, a sindicalistas, nacionalistas, anarquistas, creyentes, ateos, republicanos, monárquicos, hombres y mujeres unidos por un mismo sueño de libertad. Todos llegaron a la ciudad bañada por el Adriático desde toda Italia, Europa y el mundo. Uno de ellos fue el inolvidable Harukichi Shimoi, el japonés conocido como “el samurái de Fiume”, que se unió sin reparo alguno a la causa. Solo D’Annunzio, el poeta armado con el Amor, pudo conseguir esa hazaña libertaria sin parangón en la historia. Solo la cobardía, la traición y el fuego pudo acabar con su sueño.
Seamos como Gabriele D’Annunzio, seamos osados, pero comprometidos con la Patria y la vida. Seamos capaces de conjugar el placer y el sacrificio. Busquemos la belleza, lo estético sin dejar de lado lo ético. Poseamos sin ser poseídos, recordemos siempre atreverse, seamos libres, pero de verdad.
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