14/05/2024 02:36
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Funcionarios gubernamentales, líderes estatales, altos funcionarios gubernamentales, jefes de organizaciones internacionales y expertos mundiales se reunieron en Dubái, en lo que dieron en llamar Cumbre Mundial de Gobierno 2022 (WGS2022), para participar la semana del 27 de marzo al 3 de abril en docenas de sesiones, a fin de discutir y destacar los desafíos globales y sus posibles soluciones, centrando la atención en los acontecimientos futuros que prevén y en qué forma aprovecharlos,

    La Cumbre, bajo el lema “Dando Forma a los Gobiernos del Futuro”, continúa consolidando su posición internacional como el principal evento mundial para desarrollar aplicaciones e innovaciones de gobierno a nivel mundial, promoviendo ideas y experiencias. Sus temas y sesiones cuidadosamente seleccionados han seguido el rumbo de los acontecimientos y los desafíos mundiales más destacados, así como las estrategias a través de las cuales buscan alcanzar objetivos unificados.

    Los temas tratados fueron: “Próxima gran fusión”. “Gobiernos y tecnología”. “Nuevas rutas comerciales”. “Futuro de las alianzas árabes en un mundo fragmentado”. “Funcionamiento de las ciudades del mañana”. “Un futuro prometedor: aceleración de la juventud árabe”.

    En cuanto a las sesiones, éstas abordaron la gobernanza mundial.

    Y si es de destacar el título del discurso del secretario general de las Naciones Unidas, convengamos decir que no tiene precio: “¿Es nuestro mundo de hoy nuestro mundo de mañana?”

    Ante esta realidad, no parece que podamos dejar de advertir la contradicción que supone hablar de un Orden Político en Occidente sin etiquetarlo de cristiano, que se define por la relación de la libertad del hombre con el auténtico bien que consiste en la ley eterna establecida por la Sabiduría de Dios. Una ley que es al mismo tiempo natural, en cuanto resulta comprensible mediante la razón humana, y divina, puesto que se manifiesta a través de la revelación sobrenatural. Cuyos valores, exportados al resto del mundo, han conformado la verdadera civilización. De lo contrario, lo que se ocasionaría es la desorientación y la confusión de las personas y del orden social, que llegaría al punto de no conocer la frontera entre el bien y el mal. Porque la verdad del hombre y del mundo es Dios que nuestro Salvador Jesucristo nos la ha dado a conocer. De donde surge una clara invitación a defender ese orden civilizador para que viva en la VERDAD que nos hace libres.  

    No nos engañan. Desde el principio sabemos que en la Historia del Hombre se libra una batalla agónica entre el BIEN y el MAL que pivota sobre una afirmación, que es en realidad un alarido monstruoso, ¡Non serviam!, y una pregunta que afirma, ¿Quis ut Deus?

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    Resulta curioso que la Cumbre por un Gobierno Mundial se haya organizado en Dubái, mientras en el norte de África se arman barcos para la invasión de Europa y en otros lugares de Oriente las turbas mahometanas están dispuestas a llevar la “guerra santa” que predica el Corán contra los “no creyentes”. Mientras Europa, afectada de un virus patógeno que ha debilitado su espíritu hasta el punto de anular su conciencia de identidad y su afán de soberanía, apenas percibe que su falta de demografía, la inmigración y el yihadismo son nuestros verdaderos problemas, y nuestros retos más urgentes de futuro.   

    A la par de hacer una consideración de pleno sentido común, a saber, que las diferentes civilizaciones del globo están determinadas por sus diferencias étnicas y culturales que el mundialismo en su última fase de expansión, la globalización, trata de simplificar a través de un proceso de homogenización social.

    Fue Samuel Phillips Huntington (1927 – 2008), politólogo y profesor, quien dio la voz de alarma en 1996, y como suele pasar cuando alguien pone el dedo en la llaga, se armó un gran revuelo. Sobre todo, porque el problema que se empezaba a vislumbrar todavía no era percibido como peligro por la ciudadanía occidental. Con todo, su análisis era certero: “Vivimos en un mundo compuesto por múltiples civilizaciones en conflicto”. Siendo así, que su crítica al comportamiento de los ciudadanos occidentales era oportuna: “hipócritas ocasionales y centrados en sí mismos”. Y su advertencia clarividente: “las naciones occidentales podrían perder su predominancia si fallan en reconocer la naturaleza de esta tensión latente”. De esta forma, en “Choque de civilizaciones y reconfiguración del orden mundial, articula su teoría sobre la necesidad que los estados-nación europeos tendrán, en el siglo XXI, que regular sus políticas “en torno al concepto de civilización”, si quieren tener futuro. Habla, pues, del concepto de identidad étnica y cultural que la globalización amenaza. Que fue por lo que la izquierda norteamericana y la europea, aparte de calificarle de “fascista”, se le echó encima con el único argumento de usar mal lo datos de ese impacto aglutinador.

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Pablo Gasco de la Rocha
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