21/11/2024 20:00
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El lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen, no es una oficina ni un comercio ni una fábrica. Ahí veo yo la importancia de la familia”.

Estás palabras pertenecen a Gilbert Keith Chesterton. Ese gigante con pinta de bonachón, pero con carácter, casi un santo, pero con pocas pulgas, riguroso, pero también con sentido del humor, fue escritor, ensayista y apologeta católico. Sin duda uno de los grandes intelectuales del siglo pasado.

El creador del Padre Brown, cura y detective, y de sus aventuras en esos magníficos relatos de consumo popular, también nos dejó ensayos de hondo calado como Herejes, Ortodoxia, o El Hombre Eterno. Además de biografías, artículos periodísticos y poemas, Chesterton consiguió impregnar en el espíritu de quienes lo hayan sabido leer correctamente, un profundo amor por el bien, la justicia, la fe y la tradición. A su muerte el Papa Pio XI lo definió como Defensor Fidei.

Como hemos oído, definió a la familia como el auténtico lugar donde la libertad y el amor florecen, no en otro sitio. De ahí la importancia de la familia. Y el acabar con la libertad es uno de los motivos de su permanente ataque y asedio.

La familia necesita ser destruida para imponer un modelo con apariencia libre pero deshumanizado. Su defensa hoy debe ser férrea y necesaria, por parte de quienes no se resignan a ser remplazados por nuevos modelos falsos de sustitución.

Porque la familia es el primer lugar del Ser, el primer hábitat natural del hombre como género humano y también su último refugio.

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Defender la familia es defender la auténtica libertad. Para ello hoy hay que ir a contracorriente, ser valientes y llegado el caso, volver a empezar, sí, retornar, comenzar desde cero si es necesario, pero hacerlo de una vez también por la verdad. Tengamos pasión por ella, que es lo que nos hace verdaderamente humanos, igual que lo hizo el inglés más español que pudo existir.

Seamos como Chesterton, seamos como el Padre Brown, Seamos verdaderamente incorrectos, seamos libres, pero de verdad.

Autor

José Papparelli