11/05/2024 21:49
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Pues, yo también me he traído a esta cárcel verde en la que voluntariamente me he encerrado huyendo del virus comunista mis libros para leer. Pero,  como novedad,  he querido releerme y aquí me tienen ustedes con mis «Grandes del Siglo XX» para recordar  tiempos pasados. Hoy he tenido curiosidad por ver cómo resolví la vida de «Joselito», el más grande de todos los grandes del mundo taurino. Así que si están aburridos y tumbados al sol lean conmigo:

 

 «Joselito», el torero más grande de la Historia de la tauromaquia española, y con Juan Belmonte los Reyes de la Edad de ORO, al que el gran José María de Cossio define en su famosa obra «Los Toros» como «Un banderillero de facultades prodigiosas, con una muleta que imponía condiciones a los ejemplares y un matador fácil por su efectividad. Torero completo de los pies a la cabeza» y al que el crítico de más prestigio de la prensa española, Gregorio Corrochano, le dedicó esta definición: «Joselito fue un monstruo, un genio de la fiesta, el más grande de todos«. Tan grande debió ser que cuando murió en la plaza de Talavera de la Reina el Califa cordobés Rafael Guerra, «Guerrita», (los otros fueron  Rafael Molina «Lagartijo», Rafael González «Machaquito», Manuel Rodríguez «Manolete» y un quinto, que vive, Manuel Benítez «El Cordobés») le envió al hermano del genio, Rafael Gómez «El Gallo», el siguiente telegrama: «Impresionadísimo y con verdadero sentimiento te envío mi más sentido pésame. ¡Se acabaron los toros!».

 

Afortunadamente los toros no se acabaron y otras ilustres figuras completaron y siguen haciendo grande la tauromaquia española (y como recordatorio hay que mencionar algunas de las figuras que surgieron desde aquel fatídico 16 de mayo de 1920: Ricardo Torres, «Bombita», Ignacio Sánchez Mejías, Marcial Lalanda, «Manolete», Luis Miguel Dominguín, Antonio Bienvenida, Antonio Ordoñez, Curro Romero, Manuel Benítez «El Cordobés», José Tomás y muchos más). Según Ortega «nadie puede entender la Historia de España sin el conocimiento del mundo de los Toros.

Pero, antes de seguir adelante con las cualidades que hicieron de «Joselito» «el más grande» no hay más remedio que hablar de su biografía personal:

José Gómez Ortega, hijo del matador Fernando Gómez el «Gallo» y de la bailaora gitana Gabriela Ortega, nació en Gelves (Sevilla), en la Huerta de «El Algarrobo» el 8 de mayo de 1895 y murió el 16 de mayo de 1920 en la plaza de toros de Talavera de la Reina (Toledo), cuando sólo contaba con 25 años y estaba en la cumbre de los toros. Se dice y se le consideró siempre como un «niño prodigio» del toreo, un genio que ya antes de cumplir los 13 años debutó en Jerez de la Frontera, matando magistralmente seis becerros de Cayetano de la Riva. De inmediato impactó por su estilo, por su capacidad de manejo de las dificultades de la lidia y sobre todo por su capacidad de entender las virtudes o limitaciones de los toros. «Su trayectoria de novillero fue dinámica y meteórica. El 14 de mayo de 1911, por resultar herido Limeño en Écija, tuvo que lidiar seis novillos del hierro de Salas. Su mejor año en 1912, cuando debutó como novillero en Madrid, el 13 de junio, en la plaza de la carretera de Aragón. Era una corrida de toros y dejó pasmados a todos por su competencia lidiadora. Ese mismo año lo hizo en Sevilla, días después, el 23 de junio. En los dos importantes escenarios alcanzó alturas insospechadas, causando sensación.

 

Toma la alternativa en Sevilla con 17 años el 28 de septiembre de 1912 de manos de su hermano Rafael Gómez «El Gallo», a quien también llamasen el «Divino Calvo». El toro del doctorado se llamó Caballero y pertenecía al hierro de Moreno Santamaría«. (Wikipedia).

 

Ahora me van a permitir un alto en el camino biográfico y que traiga a estas páginas la famosa copla que le dedicó Juanita Reina, con música de los maestros Quintero y León y Quiroga. Tanto el texto como la música y la interpretación de Juanita Reina conmovieron a toda Sevilla y al mundo de los toros y todavía hoy se sigue cantando. Era este texto y la canción puede escucharla pulsando el enlace que le adjunto.

 

SILENCIO POR UN TORERO 

Aquella tarde Sevilla

se puso toda amarilla

quebraíta de color.

Y por el aire caliente

su voz clamó de repente

hay que pena y qué dolor.

Silencio en Andalucía,

rezadle un Ave María

y quitarse los sombreros.

silencio el patio y la fuente,

que está de cuerpo presente

el mejor de los toreros.

 

«¡Parece que está dormío, Dios mío,

en su capote de brega!»

Y por Gelves viene el río, teñío,

con sangre de los Ortega.

Suspira bajo su velo

la Virgen de la Esperanza

y arría en señal de duelo

banderas la Maestranza.

Y Sevilla, enloquecida,

repetía a voz en grito:

«¡Pá que quiero mi alegría!

¡Pá que quiero mi alegría,

si se ha muerto Joselito!»

 

Silencio por un minuto,

pintad los campos de luto

el ciprés y el olivar.

De luto las amapolas

de luto Carmen y Lola

Concha, Pepa y Soledad.

Silencio guarda el romero

silencio el torito fiero

y los bravos mayorales.

Crespones en las divisas

silencio pide la brisa

al pasar por los trigales.

 

«¡Parece que está dormío, Dios mío,

en su capote de brega!»

Y por Gelves viene el río, teñío,

con sangre de los Ortega.

Suspira bajo su velo

la Virgen de la Esperanza

y arría en señal de duelo

banderas la Maestranza.

Y Sevilla, enloquecida

repetía a voz en grito:

«¡Pá que quiero mi alegría!

¡Pá que quiero mi alegría,

si se ha muerto Joselito!»

El torero nace, no se hace 

Lo siento, pero también para hablar de toros no hay más remedio que leer a nuestro gran Don José Ortega y Gasset, porque tanto en su obra «El arte del toreo» como en «La caza y los toros» y otros artículos publicados en «El Sol» está todo lo que hay que saber sobre el arte de la tauromaquia… y como vamos a hablar de Joselito, el más grande de todos los toreros, me complace reproducir las palabras que el filósofo dedica a algo tan sencillo como es la interrogante popular en cualquier tertulia taurina: ¿El torero nace o se hace? Según Ortega:

 

«Lo que queda claro y patente es que se torea como se es, porque el buen toreo —como en cualquier disciplina artística—surge desde el corazón y en la profundidad del alma está quiénes somos, qué sentimos y cómo expresarnos. Si el torero nace y no se hace es porque hay privilegiados que saben como expresar esos sentimientos y transmitirlos de forma natural a los espectadores. Si bien es cierto, la técnica, es decir, la praxis (la práctica), es necesaria y como se suele decir, hace maestros, por lo que también es importante y necesaria. Es más, el mismísimo Hemingway en el libro que antes he citado(«Muerte en la tarde»), hace una crítica positiva a la «decadencia» del toreo -entendida como el cambio del toreo valeroso al toreo estético, al que también llama con mucha razón, científico­ del cuál surge el toreo moderno y tecnócrata, además de estilístico y hermoso al conjugar una buena embestida con la elegancia técnica del estilo en un embroque transformador, suprasensorial, emotivo y efímero propio del arte contemporáneo más puro que existe, como para muchos críticos lo es una performance (arte en vivo)».

 

Y eso es  lo que comprobamos en cuanto entramos en la vida y en la familia de José Gómez Ortega «Joselito» y, mejor, si lo hacemos siguiendo las páginas de la obra de Paco Aguado, sin duda el mejor biógrafo del sevillano: «Joselito. El rey de los toreros»:

 

«Crece en un entorno muy taurino –escribe- y se convierte en un niño prodigio del toreo. La transmisión oral de entonces era muy importante: no había escuelas taurinas, cintas de vídeo, retransmisiones televisadas… De modo que Joselito demostraba una gran capacidad de asimilación. Tras muchos años deslumbrando como becerrista y novillero, toma la alternativa con apenas 16 años y tiene un impacto enorme. Aquello supuso un gran vuelco para el escalafón».

 

Y por otra parte en el Cossio podemos leer: «Ciertamente Joselito nació predestinado. Hijo de un gran torero y perteneciente su madre a una gran familia gaditana de toreros y artistas, su vocación no podía ser sino taurina, si ya no se desviaba al arte flamenco, en el que su prosapia materna era igualmente ilustre. Cuando Joselito pudo darse cuenta de la situación de la fiesta taurina, en el alborear de sus aspiraciones, una gran figura, la de Antonio Fuentes, consumaba su decadencia, y la pareja «Bombita-Machaquito» seguía dominando las plazas, aunque con signos inequívocos de declive. Es importante notar que Joselito contempla este panorama de las fiestas con ojos infantiles, sin los resabios del aficionado maduro que convoca todos sus recuerdos para la comparación y el contraste. Joselito, con sus ojos infantiles, no tenía otro término comparativo que lo que él imaginara que podía hacerse con los toros, y los diestros que veía torear desde su reveladora infancia tenían que ser con su toreo el fundamento de su concepción del arte que aspiraba a practicar.

 

Joselito no alcanzó a ver a «Guerrita», aunque oyera contar sus historias, y ante la vista, y en ese terreno del dominio de los toros, tan sólo tenía el ejemplo de «Bombita», dominador muy reducido de escala junto al ejemplo del colosal cordobés. Además, en la tradición familiar, el nombre de «Guerrita» estaba muy implicado, ya que fue banderillero de su padre, y pese a pasajeras desavenencias mantuvieron siempre una relación cordial, pronta a convertirse en ayuda si las circunstancias lo reclamaran. No era la concepción del toreo de «Guerrita» la de el señor Fernando «El Gallo», padre de Joselito, ni mucho menos la de su hermano Rafael, pero la admiración por el poder, los recursos y la eficacia torera del cordobés, debieron ser en aquella casa constante objeto de comentario, y en la admiración de tales virtudes toreras iba formando Joselito su concepción del toreo».

 

Lo que está claro es que Joselito abrió sus sentidos oyendo y viendo toreros y toros. Era nieto de un torero y también lo era su padre, Fernando Gómez «El Gallo», de gran renombre y éxitos en sus temporadas americanas, especialmente en México y toreros eran sus tíos y sus hermanos Rafael (se casó con Pastora Imperio) y Fernando… y sus hermanas Rosario (casada con el matador Manuel Blanco «Blanquito»), Gabriela (casada con Enrique Ortega «El Cuco»), Trinidad (casada con Manolo Martín Vázquez «Vázquez II») y Dolores (casada con Ignacio Sánchez Mejías, el gran amigo de García Lorca y de la Generación del 27. «Llanto por la muerte de Sánchez Mejías»).

 

Se dice que a los 8 años ya acompañaba a su hermano Rafael (Rafael Gómez «El Gallo») por los tentaderos y capeas y que ya llevaba la coleta, el distintivo adorno capilar de los toreros clásicos. Ello le permitiría familiarizarse no sólo con los toros sino también con los ganaderos y empresarios. «A su corta edad –decía su propio hermano- mostraba una intuición poco normal, sobre todo por ser un imberbe. A mí me sorprendió desde el primer momento, sabía mejor que los mayores de qué pie cojeaban las vaquillas o novillos que se toreaban en las capeas y más tarde con los toros. Nadie ha conocido mejor a los toros que Joselito«. También se sabe que al crecer estuvo en la escuela, al aire libre, de la Alameda de Hércules, aún a su pesar porque para Joselito sólo existía el mundo del toro. En 1908, a los 12 años, se vistió por primera vez de luces en Jerez de la Frontera, y ante el tamaño del segundo novillo –según se publicó en un diario- el público que llenaba la plaza se opuso a que «un chiquillo de 12 años lo matara»… y se cuenta que aquel «chiquillo» se pasó la tarde llorando de rabia. También se sabe que su trayectoria de novillero fue meteórica y que sus actuaciones acababan siempre entre aplausos y gritos de apoyo. Así hasta el 13 de junio de 1912 que debutó en Madrid y dio comienzo la «Edad de Oro» de la Tauromaquia española.

 

 

Su primera corrida histórica

«Llevaba toreadas nueve corridas de novillos cuando decide presentarse en Madrid el día 13 de junio lidiando una corrida de toros, que no de novillos, porque la preparada del duque de Tovar no le parecía adecuada por pequeña». (José María Cossío).

Según se cuenta Joselito rechazó los novillos de la ganadería del Duque que le habían preparado para su presentación en Madrid en la plaza de la Carretera de Aragón (todavía no se había construido la plaza de las Ventas). «No es esto, no es esto lo que yo quiero para hoy»… exclamó nada más verlos y entonces le mostraron una corrida de toros-toros (más de 4 años y más de 500 kilos de peso) que tenían preparada para otra corrida del día siguiente. Muy bien sabía Joselito, a pesar de sus 17 años, lo que se jugaba esa tarde, sabiendo como sabía que torear y triunfar en Madrid era la cumbre de cualquier novillero que aspirase a ser una figura de la tauromaquia española.

«¿Por qué vamos a llamar Gallito Chico a este enorme torerazo? ¿Chico? (así le llamaban todavía los aficionados por ser el más joven de la saga de los «Gallo» sevillanos) No lo es de estatura. No lo es de sabiduría. No lo es de corazón. Ni de gracia, ni de salsa torera. Gallito Chico, no. Joselito. [….] El quiebro de rodillas, cogiendo el capotillo por el cuello con la derecha y largando tela con la izquierda, para vaciar por este lado, que dio Joselito al salir el segundo toro, fue admirable, colosal, archimagnífico. Y se revolvió el bicho, y Joselito, con el capote al brazo, le dio tres recortes apretándose mucho, y después cuatro verónicas, embebiendo y sujetando con el percal, levantando con gracia las dos manos, y como conclusión un finísimo recorte, tocando el testuz. [….] Joselito, de adentro afuera, como no se acostumbra, él en los medios, dejó llegar al cornúpeto, le quebró con la cintura y le metió los dos palos en la misma cruz. ¡Asombroso!…….Y toma otro par y marcha andando hacia el bruto, y éste arranca y el torero sigue avanzando y al encontrarse, mete los brazos, cuadrando en el propio testuz y quedando los rehiletes en las propias agujas.

Yo juro que desde que se fue Guerrita no había visto un par tan bonito y con tanta frescura y tanta vista elevado.

Y «triplicó» Joselito con otro, monumental. Las seis banderillas en el círculo de una peseta. Palabra de honor. [….]

Joselito torea de muleta como eminentísimo profesor…..Muletea con el compás abierto, cargando mucho la suerte, «amarrando al bruto con la bandera», para llevarle dónde y cómo quiere. ¡Esto es torear! [….]

El chico pequeño de las de Gallito salió en hombros de la Plaza, en medio de una atronadora ovación. [….]

-¿Qué le ha parecido a usted Joselito?

– ¿Joselito? Pues……un fenómeno. Con el capote creo que hoy no tiene rival. Con la muleta recuerda a los mejores toreros en sus buenas faenas, y con las banderillas, un coloso. ¡Así, como suena! (DON MODESTO. El Liberal, 14 de Junio de 1912.)

 

Por su parte el prestigioso Gregorio Corrochano escribía en ABC algún tiempo después: «Las cuadrillas venían bajo el peso de un fracaso en no sé qué plaza y temían que se repitiera en Madrid. A Joselito le parecieron chicos unos novillos del Duque de Tovar que les preparó la Empresa. No había más que una corrida de toros, de Olea. Pues venga la de Olea -dijo Gallito-, que podemos con ella. Un toro desigualaba mucho y se substituyó por uno de Santa Coloma. Parece que lo estoy viendo… Salió el segundo toro y Gallito se hincó de rodillas y dio el cambio. Toreó capote al brazo, hizo quites primorosos, y, animado por las ovaciones, cogió las banderillas. El primer par lo puso al quiebro en los medios de la plaza. Menchero tiene la fotografía, dedicada por José. Estuvo superior en el toro, pero pinchó mucho… Le cogió el toro, se hirió con el estoque, le curaron en la enfermería y salió otra vez. El otro toro era manso y se fogueó y en este toro se le vio un dominio y un conocimiento que anunciaba lo que había de ser.»

LEER MÁS:  EN HONOR DE DOÑA ISABEL DÍAZ AYUSO: Así fue la presentación de Joselito en "Las Ventas”. Por Julio Merino

 

«El entusiasmo del público no tuvo límites. ¡Lagartijo! ¡Lagartijo!, se oía a los aficionados viejos. Don Modesto escribía con su vehemencia habitual: ¡Este! ¡Este! Yo no soy sospechoso señores. ¡Señores, qué Gallito! Pues bien, yo juro aquí que creo que nos hallamos en presencia de un fenómeno torero.!»

 

Fue el comienzo de la EDAD DE ORO, que llegaría a la cúspide un año más tarde con la aparición en escena de otro genio taurino, Juan Belmonte. Entre ambos consiguieron que España viviese más pendiente de los toros que de los desastres políticos que vivía España en aquellos años. (Meses después sería asesinado el Presidente del Gobierno, Don José Canalejas).

 

Corrochano escribiría en su largo ensayo «¿Qué es torear? Introducción a la tauromaquia de Joselito» estas palabras: ¿Qué es torear? Yo no lo sé. Creí que lo sabía Joselito y vi cómo lo mató un toro. Joselito dominaba, como nadie lo había hecho, la lidia del toro y las distintas suertes con la sencillez del genio que era. Dominaba el temple, ese algo que pone de acuerdo el movimiento del toro que enviste y el movimiento del hombre que torea. Se templa el instinto con el instinto, para torear hace falta temple. Temple en capote y muleta que se lleva al toro, temple en el brazo que torea, temple en el hombre que torea con el brazo. Acaso el temple pueda confundirse con la lentitud, aunque son cosas diferentes. El temple depende del toro, como todo lo que se hace en el toreo. Si no van de acuerdo el movimiento del toro y la mano del torero, no hay temple aunque haya lentitud».

   

Por su parte el afamado crítico Santiago Oria «Mangue» publicaba al día siguiente en «El País» (órgano del Partido Republicano) una crónica llena de adjetivos laudatorios, de la que reproducimos algunas frases: «Corrida de toros de la feria de San Antonio. Se lidiaron cinco toros de Olea y uno de Santa Coloma para «Limeño» y «Gallito Chico». Se levanta el niño y con el capote recogido le sacude tres lances, cada uno de los cuales vale por una faena. Luego verónicas estupendas, con juego de brazos de esos que no se aprenden, sino que se sacan del vientre de la madre… Vamos a ver cómo vuelve Gallito. Pues con la muleta, el mismo que fue en su segundo toro. Parado, derecho, adornado y mandando más que un general en campaña. Es un torero en toda la extensión de la palabra. Anda entre los toros como en una tertulia de amigos, tiene gallardías y recursos en todo momento. Señores. Apretarse las taleguillas, que viene pegando. Y para remate de todo lo visto y oído, entra a matar desde corto y tira derecho, y mata media en la misma cruz que mató en el acto. Ovación y salida en hombros hasta el auto, que le devolvió a Madrid entre palmas por la avenida de la Plaza».

 

 

DOS ALTERNATIVAS de Puerta Grande

«Todo se preparó –escribe Paco Aguado en su gran obra «Joselito, el rey de los toreros»- para que Rafael «El Gallo» diera la alternativa a Joselito y a «Limeño» en la plaza de Madrid el 15 de septiembre. Una decisión que la crítica y los más sesudos aficionados consideraron precipitada, tal vez porque, hasta entonces, nadie en la historia del toreo se había doctorado tan joven como «Gallito Chico»: con sólo 17 años y cuatro meses de edad.

Hasta los años finales del XIX, la carrera de los toreros era mucho más lenta. La alternativa les llegaba, normalmente, cuando ya eran hombres cuajados, bien entrada la veintena, y después de haberse hecho primero en las capeas –antecedente inmediato de las novilladas- y luego como banderilleros en las cuadrillas de otros matadores. Sólo en el caso de valorar «medios-espadas» y como visado para un probable doctorado. Fue sólo a partir de las dos últimas décadas del pasado siglo cuando se comenzó a hablar formalmente de novilladas y de novilleros en el proceso de formación de los toreros.

Pero a Joselito no le hizo falta tanto. Y, aun adolescente, ya estaba más que preparado para dar el salto de escalafón. No había lugar para la duda ni la especulación. La última temporada novilleril marchaba sobre ruedas y «Gallito Chico» se había convertido en la gran atracción de la fiesta de su tiempo».

 

España tenía entonces 18 millones de habitantes, más de la mitad analfabetos. Un pueblo pobre y atrasado, cuyos mayores entretenimientos eran el teatro de varietés, los folletones por entregas y, por supuesto, los toros. El fútbol y el cine aún estaban en pañales.

 

Sin embargo, a última hora hubo que cambiar el guión, ya que justo 15 días antes de la fecha señalada, Joselito sufrió una cogida tonta en Bilbao (fue su bautismo de sangre) que le retuvo postrado y sin poderse mover. Entonces se negoció con el empresario de la Plaza de Madrid otra fecha y curiosamente, también ésta tuvo que ser aplazada, en este caso por el gran temporal con tormentas incluidas que cayó sobre la capital el día señalado.

 

Así que el escenario de la alternativa se trasladó a Sevilla, donde tenía firmada otra corrida como confirmación de la alternativa de Madrid. O sea, que se cambiaron las tornas: el 28 de septiembre tomó la alternativa en Sevilla y el 1 de octubre la confirmó en Madrid.

 

Aquella tarde la Maestranza de Sevilla apenas si tuvo media entrada. Al parecer por una «guerra» que se traían entre manos los aficionados con la empresa por los precios caros de las entradas y además porque el tiempo no acompañaba. Actuó de padrino su hermano Rafael Gómez Ortega «Gallito» y como testigo Antonio Pazos. El toro de la alternativa se llamaba «Caballero» y pertenecía a la ganadería de Moreno Santamaría.

 

Pero, para poder comentar lo que fue aquella corrida de la primera alternativa me pareció curioso saber qué habían opinado los críticos y cronistas de los periódicos del día siguiente y a la Hemeroteca me fui. En síntesis esto se escribió ese día:

 

  El Heraldo de Madrid. «La primera de Sevilla. Los dos»gallitos». «Con un tiempo impertinente por su destemplanza, abundantes nubes y temperatura, se celebra la primera corrida. En la plaza una entrada malísima, casi un vacío. Ni aun con el aliciente de la alternativa del fenómeno Joselito se ha conseguido entusiasmar y convencer a la afición, que está muy desengañada por los abusos que con ella se cometen constantemente. Se sabe de distinguidas y salientes personalidades tauromáquicas, que se han retraído voluntariamente. Entre barreras hay gran afluencia de fotógrafos de afición y de oficio y también funciones bastantes operadores cinematográficos. El programa de la fiesta lo componen los hermanos Gallito y Pazos, que tienen que despachar seis toros de Moreno Santamaría. Salen las cuadrillas, suenan aplausos estruendosos y asoma el toro primero. Caballero de apodo, negro de pelo, muy corto de defensas y muy chico de cuerpo. Una monada. (…) Rafael se provee de las armas toricidas y con ellas se encamina al más chico de sus hermanos y al más nuevo de los doctores de la iglesia taurina. El acto parece a muchos digno de palmoteo y corcheas, los aplausos estallan y la charanga rompe a tocar como una descosida. Joselito empieza con un cambio a muleta plegada, continúa con un pase natural bueno y tras otros muletazos  moviditos arranca con un pinchazo casi a un tiempo, por acudir rápidamente el bicho. Luego el niño cita a recibir, resultando un pinchazo aplaudible, y luego de otros pasos encaminados a aliñar, una estocada caída. El diestro salió del embroque con un pase de molinete, rodó sin puntilla la fiera y estalló una ovación en honor del héroe que tuvo que dar la vuelta al ruedo. Ambos hermanos salieron a hombros por la puerta grande.»

 

El Mundo. «En Sevilla también llovía. La sorprendente noticia de la alternativa de Gallito congregó a algunos gallistas, «incondicionales partidarios de los Gómez», pero los huecos en los tendidos fueron muy grandes, tanto que no ni un solo corresponsal omitió esta circunstancia en sus crónicas telegráficas. Eran las cuatro. El paseíllo se recibe con ovaciones. El toreo en comandita de los Gallos con el capote y banderillas provoca encendidos aplausos, llegando a la plenitud emocional con la cesión y traspaso de trastos en la ceremonia del doctorado. Los toros pertenecían a la ganadería de Moreno Santamaría y los más apañados de «cuerna», «monadas» para otros, cayeron en los lotes de ambos. Pazos fue el convidado de piedra, el aguerrido diestro que quedó eclipsado por el momento, arrinconado en el simbolismo, colocado fuera del objetivo y casi olvidado por las anónimas corresponsalías telegráficas».

 

El Imparcial. «El Gallo grande toreó a favor de obra. Su faena fue quizá la mejor de su faena torera; sin duda la más cabal que ha toreado aquí, puesto que le puso un volapié en el lado contrario, atracando el chiquillo a matar con una fe muy pocas veces empleada. La ovación fue estruendosa, reclamando los espectadores que se le otorgara la oreja… y más cuando Joselito se acerca a su hermano y padrino Rafael y le devuelve los trastos de la alternativa, porque el «Divino Calvo», que así se le conocía en el mundo del toro, le abraza y le besa«.

 

Sería la primera de las 681 que torearía a lo largo de su vida y antes de su muerte en Talavera de Reina, el 16 de mayo de 1920 (como puede verse en el cuadro adjunto).

 

 

Aquel 15 de marzo en Barcelona

Aquel 15 de marzo de 1914 comenzó la Edad de Oro del toreo español en la plaza de «Las Arenas» de Barcelona, pues fue allí donde se vieron las caras por primera vez «Joselito» y Belmonte, ya matadores de toros ambos… y fue también el comienzo de la guerra que iban a protagonizar durante los seis años siguientes los partidarios de los dos sevillanos, dos «bandos» irreconciliables que simbolizaron las dos Españas taurinas: la del arte y el conocimiento y la de la valentía y la imaginación. También la crítica se dividió e incluso apoyó la existencia de los dos «bandos».

 

En su biografía novelada de Juan Belmonte el gran Chaves Nogales reproduce las palabras que el propio Belmonte le dedicaría al «Joselito» de aquellos comienzos de su rivalidad: «En aquel tiempo «Joselito» era un rival temible; su pujante juventud no había sentido aún la rémora de ningún fracaso. Las circunstancias providenciales le habían llevado gozoso, casi sin sentir y como jugando, al máximo triunfo, que le hacía ser un niño grande, voluntarioso y mimado, que se jugaba la vida alegremente y tenía frente a los demás mortales una actitud naturalmente altiva, como la de un dios joven. En la plaza le movía la legítima vanidad de ser siempre el primero, y para conseguirlo se daba todo él a la faena, con una generosidad y una gallardía pocas veces superadas. Frente a él yo tomaba fatalmente la apariencia de un simple mortal que para triunfar ha de hacer un esfuerzo patético. Creo que esta era la sensación que uno y otro producíamos».

 

Por su parte el crítico «Don Quijote» escribía en «El Liberal» tras ver a Belmonte en aquella corrida: «Belmonte no se parece a nadie, ni se presta a las mismas consideraciones que los demás toreros en sus respectivas presentaciones. «Joselito» asombraba ya la primera vez que se le veía, por la precocidad de su madurez portentosa. En Belmonte, en cambio, todo son destellos, chispazos, relámpagos de desconocido resplandor. A «Joselito» podía definírsele desde el primer momento. Era un caso claro de superación en la maestría, en la sabiduría, en el dominio y conocimiento del toreo, según todas las normas técnicas y críticas preestablecidas. A Belmonte, no».

 

Y el propio Belmonte le diría más tarde a su biógrafo: «Aquel año de 1914 comenzó mi rivalidad con «Joselito» o, mejor dicho, comenzó la rivalidad entre gallistas y belmontistas. Empecé a torear en Barcelona el 15 de marzo, alternando con «Joselito», y ya seguimos toreando juntos en las cinco corridas siguientes que se celebraron en aquella misma plaza y las de Castellón y Valencia. El público y las empresas se obstinaban en colocarnos frente a frente, queriendo a todo trance establecer un paralelo a mi juicio imposible».

 

Sin embargo, aquella primera corrida de Barcelona fue sólo el aperitivo del «gran banquete» que iba a ser la Feria de Abril de Sevilla de ese año. Precisamente ese año la Feria tendría 5 días de fiesta, uno más de lo que era tradicional, porque el primero de ellos se inauguraba el parque de María Luisa. La empresa de la Maestranza también quiso poner su grano de arena y organizó 5 corridas de toros, planteadas como el primer gran duelo entre «Joselito» y Belmonte… y Sevilla se transformó en un hervidero, donde discutían acaloradamente los partidarios del de Gelves y el de Triana. Pero la estrella mayor era «Joselito» y por ello mismo se anunciaba en los cinco festejos y el trianero sólo en tres. Aunque una cogida sin importancia en la plaza de Murcia motivó que Belmonte no pudiese torear en la primera de Feria… lo que dio lugar a que los «forofos» de «Joselito» hicieran correr el rumor de que Belmonte se había hecho coger para evitar enfrentarse con el que ya era el número uno de la tauromaquia española. «¡Se ha cagao!», decían unos. «¡Eze tiene máz mieo que «Cagancho»!», decían otros. Lo cual no era verdad en absoluto, como demostraría justo al día siguiente.

 

(Curiosamente sobre el miedo del torero Belmonte le diría más tarde a su biógrafo Chaves Nogales estas palabras: «El día que se torea crece más la barba. Es el miedo. Sencillamente, el miedo. Durante las horas anteriores a la corrida se pasa tanto miedo, que todo el organismo está conmovido por una vibración intensísima, capaz de activar las funciones fisiológicas, hasta el punto de provocar esta anomalía que no sé si los médicos aceptarán, pero que todos los toreros han podido comprobar de manera terminante: los días de toros la barba crece más aprisa.

Y lo mismo que con la barba, pasa con todo. El organismo, estimulado por el miedo, trabaja a marchas forzadas, y es indudable que se digiere en menos tiempo, y se tiene más imaginación, y el riñón segrega más ácido úrico, y hasta los poros de la piel se dilatan y se suda más copiosamente. Es el miedo. No hay que darle vueltas. Es el miedo. Yo lo conozco bien. Es mi íntimo amigo.«)

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El hecho es que el 21 de abril, en contra de la opinión de los médicos Belmonte hacía el paseíllo flanqueado por «Joselito» y Gaona y con los tendidos de la Maestranza ardiendo de polémicas. Belmonte se jugaba ese día, a una sola carta, toda su credibilidad (Paco Aguado). Esa noche los partidarios del de Triana invadieron la caseta de la feria donde los partidarios de los hermanos Gómez (Fernando, Rafael y Joselito) se divertían y brindaban ¡hasta con langostinos!, y con mucha guasa les gritaban a los allí presentes: «¡Ea, gallistas, a cerrar!»… y es que la faena que le había hecho al miura «Rabicano» había sido antológica. «Señor don Juan, es usted un maestro, ha armado usted una verdadera revolución«, escribiría el crítico «Don Criterio».

 

Pero la reacción de «Joselito» fue fulminante y al día siguiente la armó, como certificaría el maestro Corrochano: «Está claro, jamás han podido ver los aficionados de todos los tiempos un torero tan cuajado y tan largo como «Joselito»… En esta feria ha demostrado, con calma, con tranquilidad, con clarividencia, que para convencer al público no necesita que salga «su toro», sino que salga un toro, cualquiera, bravo, manso, agotado o poderoso«.

 

El rey triunfa en Madrid

En su gran biografía de Joselito Paco Aguado cita una anécdota de «El Rey de los Toreros» (es el título de su biografía) que por su interés reproducimos, pues creo que define perfectamente la personalidad del sevillano:

 

«Un día de invierno, Sánchez Mejías (que ya era su cuñado) llegó con el recado de un hombre que quería comprar a José uno de sus galgos favoritos, la perra «Levita». El torero se negó en rotundo, advirtiendo que por nada del mundo vendería ni sus caballos ni sus perros, que, precisamente corrían liebres esa misma tarde. Pero «Levita» perdió y al llegar la noche, dolido y afectado por la derrota, Joselito le dijo a Ignacio que dispusiera no sólo de la perra, sino de todo el resto de galgos:

«No quiero confiar en nada ni en nadie que no dependa de mí. Si yo me hubiera podido meter dentro de la perra, seguro que habría ganado».»

 

Pero también le describe físicamente: «El cuerpo de Joselito era una perfecta máquina de torear. Su mente, también. Para su época era un mozo alto, de algo más de un metro setenta. Alto y fuerte, que no fornido, porque sus huesos eran delgados y sus músculos longilíneos y atléticos. Elástico y apretado de talle, de cintura alta y de piernas algo estevadas por sus hábitos de caballista. Sus extremidades, tanto inferiores como superiores, eran largas, de medidas perfectas para el toreo. Gallito tenía un físico torero inmejorable».

 

Aquel año de 1914 fue, sin duda, el primer gran año de Joselito y el año que ascendió al primer puesto de la tauromaquia española, que ya no abandonaría hasta su muerte en 1920. Toreó en 75 festejos, sólo seguido por el otro genio del momento, Juan Belmonte (72), y su hermano Rafael, el «Gallo» (71).

 

Claro que tampoco se quedaba atrás en el tobogán de la fama su gran competidor el «Pasmo de Triana», el que ya se había conquistado a los intelectuales, como se demostró en el homenaje que le ofrecieron en el Retiro de Madrid y cuya invitación firmaron Ramón María Valle-Inclán, Ramón Pérez de Ayala, Julio Camba, el pintor cordobés Julio Romero de Torres y los escultores Sebastián Miranda y Julio Antonio, entre otros. El texto de la invitación, que había escrito Valle-Inclán decía: «Ya que Juan Belmonte se encuentra entre nosotros, hemos juzgado necesario obsequiarle con una comida fraternal en los jardines del Retiro. Fraternal porque las artes todas son hermanas mellizas, de tal manera que capotes, garapullos, muletas y estoques, cuando los sustentan manos como las de Juan Belmonte y dan forma sensible y depurada a un corazón heroico como el suyo, no son instrumentos de más baja jerarquía estética que plumas, cinceles y buriles, antes los aventajan porque el género de belleza que crean es sublime por momentáneo, y si bien el artista de cualquier condición que sea se supone que otorga por entero su vida en la propia obra, sólo el torero hace plena abdicación y holocausto de ella». Ese día nació «el belmontismo». (Recogido de la biografía de Chaves Nogales).

 

O sea,  la guerra total entre los «gallistas» y los «belmontistas». Tanto que cuando se anunció la corrida del 2 de mayo en la que se iban a enfrentar por primera vez las dos figuras sevillanas provocó un tsunami entre los aficionados madrileños y los cientos que llegaron de provincias (como se decía entonces). 

 

«Con esa pasión desatada se anunció el 2 de mayo el primer enfrentamiento de ambos en la plaza de Madrid. Tarde de agosto para la reventa y de infierno para los «guindillas» del ayuntamiento, que hubieron de prodigarse para apaciguar un manicomio de peleas, broncas y tumultos entre los seguidores de las nuevas figuras.

No sucedió nada de interés durante la lidia de los cuatro primeros toros, como los otros dos, de la ganadería de Juan Contreras. Rafael El Gallo había tenido una tarde desangelada y, a esas alturas, el festejo llevaba camino de cumplir el viejo adagio de «corrida de expectación, corrida de decepción». Pero salió el quinto, Azuquero, y Gallito enseguida se hizo presente con el capote. Un buen tercio de varas y quites precedió a cuatro monumentales pares de banderillas y a una excelente faena de muleta que describió así Gregorio Corrochano, ya sustituto de «Dulzura» en las páginas de ABC:

«Solo en el centro del ruedo, con todos los toreros en el callejón, menos Rafael y Belmonte, que están arrimados a las tablas (…) Hay un pase en redondo, sirviéndose del brazo izquierdo como radio, que no le da nadie más completo. Una circunferencia con su valor pi 3,1416… inconmensurable».

La faena había hecho rugir los tendidos de la plaza de Madrid y Joselito quiso rematarla a lo grande, matando en la suerte de recibir. Dos veces citó para ese rancio encuentro mortal, pero en ninguna de las dos acudió el toro de Contreras, al que finalmente optó por tumbar de un sensacional volapié. Y Gallito cortó así su tercera oreja en la capital, que paseó durante varias vueltas al ruedo y en medio de una inagotable ovación. «Una de las más grandes y justas ovaciones que se han dado en Madrid, y la oreja mejor cortada de todas», dijo al día siguiente algún revistero. No me extraña, pues, que «El Ruedo» titulase en portada diciendo: «El rey arrolla en Madrid».

Aun duraba esa ovación cuando se dio suelta al sexto y último de la tarde, «Tallealto» de nombre. «Belmonte –relata Corrochano- torea por verónicas magistralmente; dos de ellas, la cuarta y sexta, dadas por el derecho, que es por donde este torero aguanta más». El toro es noble y suave, y Juan, muy cerca y muy templado, le cuaja una faena de enorme emoción, por el valor y por la intensidad de ese genial toreo de muleta que aún no había podido desarrollar en plenitud en la plaza de Madrid. Y los aficionados se le entregan. No corta la oreja porque falla con la espada. Pero es igual, una gran cantidad de público enardecido se arroja al ruedo y se lleva en volandas a Belmonte».

 

Y Paco Aguado, el biógrafo termina así: «El eco de la faena llega de la prensa a todos los rincones de España. Desde Sevilla, varios partidarios telefonean a Joselito y le preguntan que si «eso» del Belmonte no habrá sido una exageración de los revisteros. Pero el mismo José, el mayor afectado por el impacto belmontino, reconoce que «lo único «exagerao» ha sido el valor de Juan». La corrida del 2 de mayo en Madrid, y su repercusión sin precedentes a todos los niveles, sólo viene a ratificar la inevitable consolidación del torero de Triana como claro rival de Gallito».

 

El mano a mano de la discordia.

Sucedió el 28 de febrero de 1915 y fue el primer mano a mano «Joselito»-Belmonte. Un mano a mano que provocó verdaderas pasiones a nivel nacional. El biógrafo Paco Aguado lo cuenta así:

 

«Toda la prensa de Madrid se desplazó a Málaga para presenciar el primer mano a mano entre «Joselito» y Belmonte, anunciado para el 28 de febrero. Ambas figuras abrían la temporada de 1915 con el enfrentamiento tanto tiempo esperado por el público: un verdadero acontecimiento. Se fletaron barcos desde Barcelona, Palma de Mallorca y Melilla. Y desde Sevilla y Madrid salieron trenes especiales en los que viajó lo más selecto de la afición de ambas mecas de la tauromaquia.

Diez días antes de la corrida el papel estaba vendido, con encargos de entradas desde todos los puntos de la geografía española. Y en Málaga no quedaba una sola cama libre. La expectación era tal que en los periódicos estuvieron lloviendo las críticas a tamaño delirio taurino a lo largo de toda la semana previa al acontecimiento, y entre ellas las que llevaban la firma del mismísimo Miguel de Unamuno.

Pero nada ni nadie podía contrarrestar la fuerza del potente imán que suponía aquel duelo entre los dos fenómenos del toreo. Los críticos de Madrid, conscientes de la importancia del festejo, se desplazaron en masa hasta la capital malagueña.»

 

Sin embargo, el mano a mano acabó en desastre por culpa de los toros, porque «uno tras otro fueron saliendo –como diría un crítico esa noche– seis escurridos y terciados torillos de Morube. Chicos, sin presencia, sin fuerzas, sin casta. Lidiados demasiado pronto, sin rematar aun sus carnes tras el invierno, los seis animales apenas sobrepasaron los 200 kilos a la canal, poco más de 400 en vivo»… y eso a pesar de que los fenómenos le cortaron las orejas a los primeros de sus respectivos lotes.

El crítico Corrochano fue implacable con las figuras: «No es esta la palabra precisa, desilusión; pero nos parece un poco alarmante el calificativo de fracaso aplicado a la corrida de Málaga. Sin embargo, el primer encuentro de «Joselito» y Belmonte ha sido un fracaso (…) El fracaso está en torear ganado despreciable para cualquier torero de alternativa, no ya para figuras que llenan toda una época en la tauromaquia. Nosotros no somos partidarios de toros grandes y destartalados; además, los toros finos y de casta no suelen ser tan desproporcionados y grandes; pero de esto a los seis novillejos lidiados en Málaga por las dos grandes figuras de la torería que se llaman «Joselito» y Belmonte hay toda una cuestión de decoro profesional. ¡Qué pena daba ver toreros tan grandes con toros tan chicos! «Joselito» y Belmonte, no ya al prestarse a torearlos, sino al aceptar este ganado, hacen pensar que ni se dan cuenta de lo que son ni merecen ser lo que nos hemos propuesto que sean».

 

Sin embargo y a pesar del aparente fracaso, esa noche los empresarios de toda España hacían cola ofreciendo contratos millonarios, como diría el propio Belmonte:

 

 «En la temporada de 1915 contraté ciento quince corridas, de las cuales toreé noventa. Alterné con Joselito en sesenta y ocho, porque cada vez los públicos se enardecían más con la competencia, que se obstinaban en suscitar y mantener entre nosotros. Empezamos la temporada toreando mano a mano en Málaga, después fuimos juntos a las corridas de feria de Sevilla, donde también nos pusieron frente a frente. La tercera corrida de feria era la de Miura. Logré aquel año con los toros miureños un triunfo mayor, si cabe, que el del año anterior. Me llevaron en hombros hasta Triana, y al pasar de nuevo el puente, aupado por la muchedumbre arrebatada por el entusiasmo, tuve una sensación neta de plenitud en el triunfo. Fue la de aquella tarde una de las mayores emociones de mi vida«.

 

Según Chaves Nogales Belmonte, en cuanto pudo y para quitarse el mal sabor de boca que le había dejado la corrida de Málaga, se fue a cenar con sus amigos Valle-Inclán, Pérez de Ayala, Enrique de Mesa, Romero de Torres, Julio Antonio y otros nuevos que le presentaron, Vicenta, Répide, López Pinillos y Luis de Tapias.

 

Pero «Joselito» llegó esa noche a una conclusión «España nos necesita a los dos, España siempre estará dividida… por tanto no puedo acabar con Juan». Eran los tiempos del llamado «turnismo político». La alternancia en el Poder –escribe el biógrafo Aguado- de conservadores y liberales, con la oposición testimonial de carlistas y republicanos, marcó gran parte de la era de la Restauración, un tiempo que en lo taurino también estuvo dominado por otro tipo de bipartidismos, los de las parejas de toreros: «Lagartijo» y «Frascuelo», la breve competencia entre «Guerrita» y «El Espartero» o la de «Bombita» y «Machaquito». En un país siempre dividido, hasta la guerra europea vino a crear una nueva separación, la aliadófilos y germanófilos, partidarios de cada una de las partes en conflicto (…). En ese inmejorable caldo de cultivo se fragua con el respaldo popular la pareja «joselito»-Belmonte, cuya aparición en la vida española «da lugar a un bipartidismo enardecido, fanático, violente, que coincide con la toma de conciencia progresiva del fin de una época»».

 

Una cosa estaba ya clara, «Joselito» era el torero de la burguesía y de la aristocracia, de ganaderos y profesionales. Belmonte, el de los intelectuales y el pueblo. «Joselito» representa el clasicismo, la tradición. Belmonte, la revolución. «Joselito» es el torero todopoderoso, dominador y fácil, cuya ciencia entra por la cabeza, por la vía de la admiración. Belmonte es el «fenómeno», el «terremoto», el «pasmo»… un diestro con leyenda cuyo toreo entra por el corazón, por la vía del asombro. Inexplicable. (Aguado).

 

Por su parte Chaves Nogales los compara con Velázquez y Goya. «Joselito» es el Velázquez de «Las Meninas» y «Las lanzas» y Belmonte, es el Goya de las «Pinturas negras». Inteligencia e imaginación, frente a frente.

 

 

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.