17/05/2024 06:09
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Yo soy creyente, pero no beato. Soy cofrade, pero no capillita. Soy de Jaén, pero no de Sevilla. Y me tira mucho el Cachorro, pero no la Macarena. Todo ello, gracias a Dios.

En el imaginario colectivo de los andaluces que no somos de Sevilla, subyace la idea de que la Hermandad de la Macarena está formada por una caterva de niños pijos, chulos, endomingados, engominados, señoritos, con poco apego al trabajo, pero con mucho apego a la apariencia, a la ostentación, al vino fino y a la juerga. Como es obvio, lo dicho anteriormente es un tópico y, como en todos los tópicos que se precien de serlo, en él puede haber algo de verdad (muy poco), y mucho de exageración. Pero lo que no es una exageración, sino la realidad, es que a partir de ahora podremos decir de los cofrades de la Macarena, con todo el derecho del mundo, que, por encima de todo, son unos desagradecidos.

Porque si la Hermandad de la Macarena es hoy día lo que es, y cómo es, se lo debe, en gran medida, a Gonzalo Queipo de Llano, que tanto hizo por Sevilla, en general, y por la Macarena, en particular. A la Hermandad se le ha olvidado todo esto muy pronto, pero es que, además, también se le ha olvidado que la decisión de enterrar a Queipo y a su esposa en su Basílica, no la tomó el Gobierno de entonces, sino ellos mismos, es decir, la propia Cofradía, que decidieron que descansara en paz bajo el suelo que ellos pisan ahora, el que era su hermano mayor honorario.

En la exhumación de los restos mortales del militar, no sorprende que la Hermandad lo haya aceptado, cosa que hasta se puede llegar a comprender, cuando de cumplir las leyes se trata, sino cómo lo han aceptado; su actual hermano mayor (por la boca muere el pez), ya lo había advertido días antes, con una actitud servil que produce asco con sólo pensarlo: “sacaremos a Queipo más pronto que tarde”, o, “estamos deseando ya hacerlo”, decía el colega, sin que se le cayera la cara de vergüenza.

Y aquí es donde me quiero detener un poco, en el hermano mayor, pues yo no llego a comprender cómo los hermanos de la Macarena, con tantos como son y con la fe que se les presupone, hayan puesto al frente de su Corporación a un advenedizo, que ni es de Sevilla ni la ha mamado nunca, que está ahí, en ese cargo, para su promoción personal, Dios y él saben con qué fines, y que con su actitud solícita y babosa para con el Gobierno de turno, ha dejado a toda su Hermandad, a toda, envuelta en mierda, ya para siempre, porque el honor, cuando se pierde, ya no se recupera nunca.

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Como, por desgracia, conocí al personaje fugazmente (me refiero a José Antonio Fernández Cabrero, el hermano mayor de la Macarena), me van a permitir ustedes que les cuente una anécdota, pues ahí queda al descubierto la criatura. Es la siguiente.

En Jaén tenemos un clérigo, con ínfulas de obispo, que es cofrade de la Macarena, que eso viste mucho, ya que de esta forma puede ir (el sacerdote, digo) a participar en los cultos que se organizan en esta Hermandad de Sevilla, pues, para que ustedes se hagan una idea, para este cura ir a predicar a Sevilla es como para un novillero mediocre ir a torear a la Maestranza, es decir, un no va más.

Tanto ha ido mi comprovinciano el clérigo con ínfulas de obispo a la Basílica de la Macarena, que tenía que devolver los favores recibidos allí, ¿cómo?, pues invitando al actual hermano mayor (sí, José Antonio Fernández Cabrero), a pronunciar el pregón del Corpus Christi en Baeza, ciudad en la que un servidor ha trabajado durante diez años, y conozco bien, bastante bien.

Cuando supe que el meapilas de Fernández Cabrero venía a Baeza, invitado por el cura con ínfulas de obispo, no lo dudé: me presenté en el patio de la catedral de Baeza, sabiendo que la cosa se pondría interesante, como así fue.

Mis expectativas se cumplieron a rajatabla: el hermano mayor macareno nos soltó, como pregón eucarístico, un ladrillazo bochornoso, un sermón infumable, poblado de lugares comunes y previsible hasta la náusea, aunque eso sí, todo adornado con mucho almíbar, rebosando merengue, en justa reciprocidad con el clérigo jiennense, que lo presentó.

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Y de allí salí con la cabeza caliente y los pies fríos, aunque con la certeza de saber por qué nuestras iglesias están cada vez más vacías, así como la razón por la que en las hermandades hay cada vez menos cofrades serios y coherentes. Conociendo al personaje (a Fernández Cabrero, digo), uno comprende la actitud servil que ha tenido para con el Gobierno, y las prisas que se ha dado por sacar los restos mortales de Queipo de Llano de la Basílica, que si está allí (la Basílica, me refiero), es por el militar cuya tumba acaban de profanar.

Pero la culpa última de todo esto la tienen los cofrades de la Macarena, por haber puesto al frente de su Corporación a un trepa, a un estómago agradecido, que recibirá su recompensa por su sumisión babosa, aunque los demás no nos enteraremos nunca en qué forma.

Es decir que, por lo que se ve, además de desagradecidos, los cofrades de la Macarena son tontos, entiéndaseme, en el sentido (pues no quiero que se me malinterprete), de que no han estado muy atinados a la hora de elegir a su hermano mayor. Como se suele decir en estos casos, en el pecado, llevan la penitencia.

Autor

Blas Ruiz Carmona
Blas Ruiz Carmona
Blas Ruiz Carmona es de Jaén. Maestro de Educación Primaria y licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación. Tras haber ejercido la docencia durante casi cuarenta años, en diferentes niveles educativos, actualmente está jubilado. Es aficionado a la investigación histórica. Ha ejercido también el periodismo (sobre todo, el de opinión) en diversos medios.