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He recibido una convocatoria de la Hermandad de La Legión, para el día ocho de noviembre próximo en un acto organizado por el Ayuntamiento de Madrid y para inaugurar, de manera oficial, la estatua conmemorativa del Centenario de la Legión. Parece que el Ministerio de Defensa se ha desmarcado de dicho acto, quedando el mismo limitado a un acto meramente civil, sin formación militar -conforme es informado por la Hermandad-.

Sí estará alguna representación de los cuatro Tercios, o al menos así es anunciado, y el monumento y la representación legionaria activa me llevan a una serie de reflexiones personales, que paso a exponer seguidamente.

La comparación que provoca el lugar en  el que se erige el monumento actual, pues está prácticamente frente al lugar donde estaba ubicada la estatua del General Franco, que no es otro que el cofundador de La Legión, a cuyo desmantelamiento no acudió ninguna representación legionaria. Parece que en aquella ocasión había que obedecer sin protesta a los gobernadores políticos, mientras que en la presente ocasión hay una tácita permisividad de presencia legionaria activa, porque la estatua parece representar a un legionario cualquiera, magníficamente realizado en su boceto por Ferrer Dalmau, y magistralmente ejecutado por Salvador Amaya.

No sé si la elección de un legionario de la primera época -de la guerra de Africa- para ser esculpida fue idea de Ferrer Dalmau o un encargo cerrado, pero tal elección nos lleva a otra comparación, la que va de la figura de los primeros legionarios, aquellos del Tercio de Extranjeros, con La Legión actual. Se dirá que todo ha de evolucionar y que no podemos guerrear en la actual con el viejo Mauser que empuña el legionario en estatua, y en ello todos estaríamos conformes, pero en lo que no puede haber conformidad es que la finalidad original de la creación de este Cuerpo se haya difuminado por una profesionalización, a mi manera, equivocada.

Millán Astray no entendería hoy que La Legión no sea receptora de hombres con vidas rotas, ladrones, asesinos, sin saber qué eran antes, para ser convertidos en Caballeros. Ya en mi época (1978) se nos dejaba durante todo un día en la Subinspección de Leganés aún vestidos de civil, tiempo suficiente para analizar quién se era, para, finalmente, admitir a individuos sin pasado turbio ni cuentas pendientes con la justicia.

Si La Legión no es una religión mística a través de su Espíritu por la que se puede cambiar el alma de un hombre, entonces ya no nos sirve. Lo digo con todo mi pesar, porque nunca he abandonado tras de mi licenciamiento la conducta legionaria, que ha impregnado mi conformación personal, tanto interna como externa. Y si los actuales jefes de La Legión no son capaces de dar un solo grito en recuerdo de los fundadores, ni un recuerdo -aun liviano- en cualquier Sábado Legionario, es que entonces hemos perdido nuestra más profunda raíz.

No me estoy refiriendo a las Hermandades legionarias, que sobreviven con evidente esfuerzo, sino a los jefes activos, a los que hoy mandan La Legión. Cuando yo llegué a la Unidad de Instrucción del Tercio Gran Capitán, se estaba erigiendo una escultura de Franco a caballo, y a ella contribuyó el que suscribe cuando a mi compañía  tocaba entrar de Unidad de Trabajos, aunque -a decir verdad- los que realmente trabajaban eran los de La Pelota,  sí, aquellos arrestados que limpiaban su culpa con el continuo trabajo forzado. No sé si la misma continuará en el mismo lugar, pero sí sé que la escultura de Franco en el puerto de Melilla fue desmantelada. Creo que la tiene el Ayuntamiento guardada en prevención de cuando vuelva a ser invadida la ciudad. Los melillenses olvidan que si siguen siendo España lo es por La Legión, aquellos primeros legionarios que están reflejados en la escultura erigida ahora en Madrid. 

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Hoy tenemos legionarios profesionales, pero no creo que sean continuidad del legionario de Castellana con Vitrubio. Aquellos seguirán teniendo idénticos guiones y banderines, uniformes de elegante prestancia y resaltada hombría, pero no la transformación de hombres vencidos para una sociedad en Caballeros renacidos para ella. Tal vez tengamos más pistolos que legionarios.

Autor

Luis Alberto Calderón