19/05/2024 22:17
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Querido Gil:
Como te prometí te envío el prólogo que espero sea de tu agrado. Deseo que estés ya totalmente repuesto y en pié de guerra para seguir luchando, a pesar de todo.
A continuación te indico unos pequeños fallos que encontré en el texto.
Un abrazo muy fuerte de tu siempre buen amigo.
Blas Piñar


Prólogo

El libro que lleva este prólogo tiene como autor a un seglar que no sólo se proclama católico sino que, coherente con su confesionalidad, hace uso de la palabra, para dar conferencias, y de la pluma, para escribir; con lo que da testimonio de su fe y realiza una obra de apostolado.
La doctrina sin adulterar y la valentía al pronunciarse de algún modo, traen a la memoria a santa Catalina de Siena, que sin respeto humano, es decir, sin miedo, como nos pedía Juan Pablo II, exponía la verdad y denunciaba a quienes en el seno de la Iglesia no cumplían con su deberes pastorales provocando confusión y hasta escándalo.
 En un escenario como el del tiempo presente,  tiempo de globalización en lo económico, de mundialización en lo político, de monopolización en lo informativo y de secularización y relativismo moral (que encorsetan al hombre y le privan tras una apariencia de democracia un reconocimiento solo en el papel de los derechos humanos) un libro como éste da en el blanco, porque apunta a la raíz de todos los males y al “humus” diabólico que discurre y corrompe a la sociedad y a quienes la integran.
 Para facilitar el entendimiento de lo que en este libro se dice hay que situarse en la perspectiva de lo trascendente, que, por otra parte, es la que nos dice: que el hombre es sobrenatural desde su creación en gracia en el Paraíso, que jamás conoció un estado de naturaleza pura, y que, por lo tanto, lo “natural” en el hombre es lo sobrenatural.
 Ahora bien, si el hombre es un ser social porque “no es bueno que el hombre este solo”, resulta de toda evidencia que una sociedad de hombres en cuanto seres sobrenaturales, debe comportarse y organizar sus instituciones teniendo muy en cuenta que así son los hombres, y no, como especialmente ahora vemos, tratando a toda costa de desposeerlos de esa elevada condición rebajándolos a la categoría de animales desarrollados, de bípedos inteligentes e implumes, privados de la inmortalidad del alma y de la resurrección de la carne.
 Desde esta perspectiva el cardenal Ratzinger*, antes de ocupar el solio pontificio, rechazaba tanto el consejo de Nietzsche, que pedía a los hombres ser fieles tan solo a la tierra, como la postura marxista conforme a la cual el cielo debe dejarse para los gorriones, que Bertolt Brecht traduce afirmando que hay que ocuparse exclusivamente de las cosas de este mundo para hacerlo habitable.
 Este exclusivismo radical ignora como el propio Ratzinger recuerda que el respeto y la colaboración con el Estado que rige a la sociedad ­ aunque el Estado no sea cristiano ­ no margina el hecho de que nuestra ciudadanía esté en el cielo, como dice San Pablo en la epístola a los Filipenses (3,20) y que en la tierra no tenemos ciudad permanente sino que buscamos la ciudad del futuro (13,14), es decir, la Jerusalén celestial (12,22).
 Desde el punto de vista en el que nos encontramos, toda la Historia humana desde el Génesis al Apocalipsis, desde la primera venida de Cristo al encarnarse en el seno de María en la jornada de la Anunciación, en Nazaret, hasta la Parusía y el juicio público a todos los hombres en el valle de Josafat, no es otra cosa que un combate en la eternidad y en el curso del tiempo entre el bien y el mal, entre el Arcángel San Miguel y Lucifer y entre Cristo y el Anticristo; y este combate decisivo, de una u otra manera, se libra tanto en la intimidad y en el comportamiento de cada individuo como en la filosofía y en la textura de la sociedad y de sus instituciones. De ahí que, el cristiano deba dar al Cesar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, pero afirmando que la autoridad del César viene de Dios, y que si haciendo mal uso de esa autoridad quebranta sus leyes y obliga a los súbditos a quebrantarlas, haya que obedecer a Dios antes que al César.
 Por eso, el cristiano debe prepararse y pertrecharse para esa lucha que no puede eludir, y que exige una contemplación de sí mismo y de sus congéneres como hijos de Dios, pero capaces de salvarse o condenarse en función del uso que hayan hecho de su libertad. Si el hombre solamente es considerado y se considera a sí mismo como un sujeto económico (productor o consumidor) o cómo un sujeto político (elector o elegido en comicios electorales) o cómo un sujeto lúdico (que sólo quiere disfrutar y no servir), y prescinde de su carácter sobrenatural, no sólo se desorienta y se desquicia personalmente, sino que contribuye a que la sociedad se desoriente y se desquicie de igual modo.
El quehacer de la iglesia peregrina es esencialmente militante y, por tanto, pastoral y misionera, con el fin de ­siguiendo el mandato de Cristo- dar testimonio de la Verdad, y a través de la gracia vivificante de los sacramentos, a partir del Bautismo, hacernos partícipes, desde ya, de la naturaleza divina.
A mi juicio, un arma de enorme potencia para cumplir con su misión, es la inventada y puesta en práctica por San Ignacio de Loyola. Me refiero a los Ejercicios Espirituales, que el autor de este libro, Gil de la Pisa, ensalza y recomienda vivamente, partiendo de su propia experiencia con reiterado ejercitante. Bajo el título de “Esto vir” se lee: “¡Se hombre! El simulador de vuelo insuperable”; lo que puede llamar la atención y producir una extrañeza interrogante.
Pero la extrañeza, e incuso perplejidad, y la interrogación desaparecen cuando sin perjuicios comienza a leerse y a detectar y comprender como tales Ejercicios se identifican con el simulador en el que se aprende a manejar encarrilar y aterrizar antes de que el aterrizaje definitivo se produzca con éxito en la eternidad. En ese simulador, realmente insuperable de los Ejercicios, se responde con exactitud y eficacia a las tres preguntas fundamentales: ¿Quién soy?, ¿De dónde vengo? y ¿Adónde voy?
No quiero concluir este prólogo sin recordar, porque creo que viene al caso, que muchos pasajes del Evangelio ofrecen, sin alterar su moraleja una interpretación fidedigna, pero que no coincide con su estricta redacción. Se lo oí, por vez primera, al que fue obispo de Madrid-Alcalá y Patriarca de las Indias Occidentales, Don Leopoldo Eijo y Garay. Nos decía, refiriéndose a la parábola del fariseo y del publicano, que también se daba en ocasiones en el publicano una conciencia farisea. Pues bien, al repetido ¿Me amas?  de Jesús a Pedro, y a su triple respuesta afirmativa, podemos añadir la pregunta del hombre al maestro: “Tú, Cristo, ¿me quieres?”.
 A esta pregunta, el Señor, en los Ejercicios espirituales ignacianos le responderá así: “Claro que te quiero, y tanto,  que siendo Dios me hice a la vez hombre, y en la Cruz me inmolé por ti,  y para unirme a ti me quedé en la Eucaristía, y en el cielo, si tú me correspondes, te espera la morada que para ti he preparado, y en la que conmigo, con los santos y los ángeles, vivirás feliz para siempre”.

Autor

Gil De la Pisa
Gil De la Pisa
GIL DE LA PISA ANTOLÍN. Se trasladó a Cuba con 17 años (set. 1945), en el primer viaje trasatlántico comercial tras la 2ª Guerra mundial. Allí vivió 14 años, bajo Grau, Prío, Batista y Fidel. Se doctoró en Filosofía y Letras, Universidad Villanueva, Primer Expediente. En 1959 regresó a España, para evitar la cárcel de Fidel. Durante 35 años fue: Ejecutivo, Director Gerente y empresario. Jubilado en 1992. Escritor. Conferenciante. Tres libros editados. Centenares de artículos publicados. Propagandista católico, Colaboró con el P. Piulachs en la O.E. P. Impulsor de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Durante los primeros años de la Transición estuvo con Blas Piñar y F. N., desde la primera hora. Primer Secretario Nacional.
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