20/05/2024 22:03
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Si los socialistas en Andalucía fueran serios y coherentes, se callarían, pero no se callan, porque la seriedad y la coherencia son valores que nunca han cultivado. Viene esto a cuento porque en La Carolina, localidad de mi provincia, Jaén, en un colegio han tenido que cerrar dos clases de Educación Primaria, al detectarse un positivo por coronavirus. Pues bien, un día, cuando la directora del centro salía del colegio, el padre de un alumno, so pretexto de que su retoño se podía haber contagiado, le dijo a la pobre directora de todo menos bonica, la agredió, luego se quitó la mascarilla el cenutrio y le escupió a la directora en la cara.

Yo no sé si la saliva del caballero llevaba virus o no, pero de lo que sí estoy seguro es de que el escupitajo iba cargado de odio hacia los profesores, un odio incubado lentamente durante mucho tiempo, cocinado a conciencia en los fogones de una clase política infame que, hace ya cuarenta años, nos dejó en Andalucía a los funcionarios, en general, pero a los docentes y a los sanitarios en particular, a los pies de la chusma, de su chusma, que los vota y los mantiene.

La alcaldesa de La Carolina, Yolanda Reche, socialista, como no podía ser de otra forma, ha culpado del percance a la Junta de Andalucía, por no poner los medios suficientes a disposición de los colegios, dice la colega. Hay que tener muy poca decencia (política, me refiero, porque en lo personal yo no entro), para adoptar la postura que ha tomado esta ¿señora? Para quienes lean este artículo, y no sean de Andalucía, sepan lo que ha sido (y es todavía, por desgracia), esta tierra, vamos a comparar lo que le ha sucedido a esta directora, con lo que me pasó a mí, cuando también era director de un colegio.

El actual delegado de Educación de la Junta de Andalucía en Jaén, Antonio Sutil (un abrazo, compañero; la que te ha caído, hijo mío), ha mostrado todo su apoyo a la directora agredida (que no es poco); ha puesto a disposición de la docente ayuda psicológica y jurídica (que es bastante); el artista del escupitajo fue identificado y detenido (que es mucho); y ojalá le den un buen escarmiento, para que otra vez se lo piense un poco más, y apriete fuerte los labios, antes de expulsar hacia los funcionarios, en forma de salivazo, el odio que le han inoculado.

Y ahora vamos conmigo, que fui director de un colegio cuando el chaparrón socialista arreciaba de verdad. Una tarde, estaba yo cerrando el centro, acompañado de mi hijo mayor, que entonces tenía diez años. Se presentó entonces en el colegio, sin previo aviso, un bestiajo sin bautizar (porque si lo bautizaron, el sacramento del bautismo en él hizo poco efecto), que venía a protestar porque la Delegación de Educación había unificado las dos líneas de transporte escolar de la aldea en la que residía, es decir, que como había pocos alumnos, tenían que venir juntos en el mismo autobús los de Secundaria y los de Primaria, con lo que su nena, que era de Primaria, tenía que madrugar un poco más. Vano fue mi esfuerzo por explicarle al energúmeno aquél, que yo poco podía hacer ante esa situación, que era una decisión superior tomada con criterios económicos, y que como representante de la Administración que yo era, tenía que defender la postura de la Delegación, estuviera o no de acuerdo con ella.

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Aquello era un diálogo de sordos, aunque el sordo, y tonto, en este caso, era él. Jamás en mi vida he escuchado tantas barbaridades dirigidas a mi persona, con insultos, menosprecios e ¿invitaciones? constantes a salir al patio para solucionar el problema… a puñetazos. Y todo ante al llanto desconsolado de mi hijo, que estaba allí delante presenciando la escena, la criatura.

Pasé la noche que ustedes se pueden imaginar, y a la mañana siguiente iba a ir al cuartel de la Guardia Civil a presentar la correspondiente denuncia, pero como yo conocía bien el paño, llamé antes a la Delegación de Educación, en concreto al Servicio de Inspección Educativa, para saber con qué apoyo contaba. Pues sí, han acertado ustedes, con ningún apoyo. Desde Inspección Educativa, con el visto bueno de la entonces delegada de Educación, se me dijo que no me iban a apoyar, que denunciar lo sucedido (y darle publicidad, como yo pretendía), era dar una mala imagen del colegio, y que si yo denunciaba, me iba a ver más solo que la una, pues además no había testigos (la opinión de mi hijo no contaba), y que lo suyo era llamar al energúmeno que me había insultado y charlar con él despacio, diálogo, mucho diálogo, talante y buen rollito, me decían desde la Delegación.

Ante esta disyuntiva decidí estarme quieto, aguanté el tiempo que me quedaba en el cargo, y lo abandoné, el cargo, el colegio, y el pueblo, que allí seguirá, lleno de animales de bellota. Obviamente ninguno de mis dos hijos se ha dedicado a la enseñanza, por lo que le estoy profundamente agradecido a Dios, por haber llevado a las criaturas por otros derroteros profesionales distintos al mío.

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Y ya termino. En lo que a mí me pasó se condensan cuarenta años padeciendo en Andalucía a unos políticos infames, que nos han dejado a los funcionarios, en general, pero a los docentes y a los sanitarios en particular, a los pies de la chusma, de su chusma, que los vota y los mantiene. Por eso ahora, cuando se empiezan a hacer las cosas de otra manera distinta en esta tierra (al caso de la directora del colegio de La Carolina me remito), los socialistas deberían de callarse, pero no se callan, porque no tienen decencia (me refiero a la política, porque yo en lo personal no entro).

Autor

Blas Ruiz Carmona
Blas Ruiz Carmona
Blas Ruiz Carmona es de Jaén. Maestro de Educación Primaria y licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación. Tras haber ejercido la docencia durante casi cuarenta años, en diferentes niveles educativos, actualmente está jubilado. Es aficionado a la investigación histórica. Ha ejercido también el periodismo (sobre todo, el de opinión) en diversos medios.