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Unas de las imágenes más entrañables que nos está dejando esta falsa pandemia son los dueños de perros urbanos, todos con salvoconducto para salir de casa a la hora que quieran y cuantas veces quieran. Yo que he estado en la calle en los momentos más estrictos del confinamiento, por motivos laborales unas veces y porque a mí nadie me mantiene en arresto domiciliario, he sido testigo de este momento estelar de nuestra decadente civilización, que es ver la calle, sobre todo por la noche, únicamente poblada de amos de perros (amén de los trabajadores “esenciales” como yo… y de los esbirros del sistema). La dictadura de los incívicos amos de perros ha enseñado su músculo más que nunca. Jamás han estado tan ufanos de sacar a sus mascotas a jiñar y mear en la puerta del vecino y en todos los lugares callejeros imaginables. Paso de decir “deyecciones y micciones” como hacen las leyes que todos incumplen y que las Débiles del Orden no custodian como es su obligación (una más de las que incumplen) porque parece un blanqueo de sus guarradas. Verles pasear y jugar, impunemente, con sus bestias por zonas prohibidas para todos, como parques, plazas, jardines y etc. me ha emocionado, lo reconozco.

Me han entusiasmado las cientos de cagadas y las decenas de miles de meadas diarias y actualizadas rigurosamente cada día, en mi gueto (Hediondo Puente de Bellacos, Madrid) ante la pasividad policial, esa misma policía que caía como ninjas sobre peligrosísimos ciudadanos que iban por el campo o nadaban en el mar, en solitario; o que iban a la compra y no adquirían lo que la policía exigía como compra básica. Me he enamorado, una vez más, de esos dueños –y sobre todo dueñas, sigo siendo un romántico heterosexual – que nos enseñan el esfínter de su can defecando como quien hace churros en plena calle. ¡Ay! qué gratificante visión, sólo superada por la escatología que provocan los pocos amos que se agachan, meten el truño en una bolsa –que pagamos todo – y en vez de llevarla a casa y tirarla por su puto inodoro, la dejan junto a un árbol o dentro de una papelera para que ese aroma nos embriague. Todos menos ellos saben que un perro puede –y debe – hacer sus necesidades en la casa de su amo y que si alguna vez ocasional “le da un apretón” lo recogen y limpian. Punto. El problema es que actualmente hay más seres bípedos con cuadrúpedos que sin ellos… así que me temo que la batalla de la pulcritud, la higiene, el sentido común, el respeto y el civismo; la tienen más que ganada. En memocracia ganan las mayorías, que casi siempre son minorías aliadas, pero eso es otra historia. Eso sí, por quejarme que no quede, oye… ¡hasta ese grado de sometimiento podríamos llegar ya!

También les agradezco el estímulo a mi coordinación corporal sensitiva –ese frenesí neuronal – y el ejercicio físico al que me someten al caminar saltando para sortear las decenas de miles de residuos orgánicos que sus amadas bestias echan por todas las partes de la urbe (hay más meadas que puertas y ruedas de coche del vecino, no pueden hacerlo sólo ahí). Y, por supuesto, les agradezco que estimulen mi instinto avizor y de autodefensa para vigilar a sus bestias cuando caen sobre mí, pues suelen ir sueltas y sin bozal. ¡Toda una aventura selvática ir por la ciudad!

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La insolidaridad, la falta de civismo y la hediondez son las características principales de esta parte del paisanaje, como vemos a diario. Pero hay otro problema añadido… la tortura animal que sus pobres bestias soportan, todo a cambio de comida. Por aquello de que una imagen vale más que mil palabras, dejo esto último para ser visto en un breve vídeo-poema mío, de hace 4 años. Fue censurado, junto al resto de mi canal de jewtube, y lo he vuelvo a subir porque está más vigente que nunca y, todo hay que decirlo, porque quiero volver a recibir los cientos de insultos y amenazas con las que me agasajaron en su día los torturadores de animales urbanos y de ciudadanos cívicos. Me gusta saber que, aunque sea por un minuto en su vida, piensan en mí, ya que el resto del tiempo no lo hacen, al seguir tornando mi ciudad en una cloaca que ríete tú del gallinero más infecto.

Hay amores que matan y amores que maltratan…

Decía Einstein: “(…) la crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura”. Para mí, en los momentos de crisis es cuando lo peor, y los peores, se adueñan de todo y de todos. En nuestro caso con el congojavirus, tenemos: estado policial, poder omnímodo de los gobernantes, privilegios a fumadores y dueños de perros, desempleo, mala sanidad, anulación de la libertad, imperio de la falta de civismo, ruina económica, colapso del sistema educativo… ¿sigo, Sr. Einstein? No olvidemos que él era un genio científico y superdotado intelectual, y yo soy un gilipollas más… pero él era comunista e inventó la bomba atómica, y yo soy anticomunista y sólo he inventado recetas culinarias… Tal vez el mundo necesita más imbéciles como yo y menos genios como Einstein… pero a mí no me hagáis caso, que estoy loco.

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Autor

REDACCIÓN