20/05/2024 02:35
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Uno de los ejes, si no el principal, del pensamiento de Luis Vives es que la educación ha de estar indisolublemente unida a la verdad. Algo que a primera vista nos parece lógico, razonable y hasta indiscutible, aunque en la práctica no lo sea. ¿O acaso no son hoy la escuela, el instituto y la universidad, vehículos para la difusión de las patrañas más ridículas? ¿Y quién podrá negar que, con demasiada frecuencia, los maestros, los profesores, catedráticos y académicos se prestan a la divulgación de doctrinas que, a fuer de “políticamente correctas”, condenan la verdad si ésta incomoda al Poder? O dicho de otra forma, ¿no son, a menudo, aquéllos que deberían transmitir conocimientos, los vectores de propagación del miedo y la mentira?

En tal sentido, Vives nos previene contra la pereza y la desconfianza en las propias fuerzas y capacidades, y contra la delegación en otros del propio juicio, que es la vía por la que primero y más habitualmente se pierde la libertad: “Esta apática indolencia nuestra es lo que quieren los conductores perversos, más deseosos de su gloria que de la verdad, para que la cosa se disgregue y parta en partidos y sectas, con el fin de que aquello que con buenas artes no pueden conseguir lo extorsionen con la discordia y como en la guerra civil. […] que no hay secta tan absurda e infeliz que no haya hallado quienes la profesan con juramento. […] Y (quien es adepto a ella) no solamente abraza esta doctrina y se esclaviza a ella […] sino que está convencido de que es verdaderísima y toda otra doctrina que no sea ésta tiénela por sospechosa: hasta tal punto se despoja de su propio juicio”[1].

Una clara invitación a servirnos del propio entendimiento y superar nuestra “minoridad culposa”, como diría Kant dos siglos después[2]; pero también una reflexión que corrige ideas erróneas y sitúa las cosas en su sitio, toda vez que por ignorancia, desidia y engaño tenemos por audacísima, ilustrada y dieciochesca una enseñanza que en rigor, al menos, debiéramos ubicar en el Renacimiento, si no mucho antes, cuando en el siglo I a.C. Horacio enunció la famosa sentencia “sapere aude”[3] –atrévete a saber–.

Vives volverá sobre la cuestión de la división, abordándola desde otro ángulo, al identificar claramente las conductas que alejan del noble y virtuoso propósito de cada uno de los saberes o disciplinas; que no es otro que esclarecer la verdad de las cosas, arrojando luz donde antes había tinieblas. Así, alude con frecuencia a dos vicios: “la ignorancia y la soberbia, que es su hijo natural”. A los que añade el “necio afán de originalidad”, que, como explica, confunde y desvía de la senda del saber: “A esa arrogancia y a esa sed de popularidad siguió la pertinacia en sostener lo que una vez habían afirmado, como si la rectificación de un parecer significase la quiebra del ingenio. De ahí nacieron los partidismos y las sectas […] Y en medio de esas peleas y esos odios, la verdad sufría […]”[4]

Sobre lo dicho, Juan Luis Vives denunciará la impostura de los que con engaño se las dan de maestros o metafísicos, a los escolásticos que se envuelven en sombrías dialécticas, a los médicos que olvidan el objeto de su ciencia, o a los juristas que traicionan el sentido de la justicia y el espíritu de las leyes.

Respecto a los falsos maestros que obtuvieron sus títulos sin aprovechamiento verdadero, pero “henchidos de arrogancia por honores prematuros, se llaman maestros de unas artes cuyos primeros rudimentos desconocen”, afirma el sabio valenciano: “¿Pensamos que pueda haber insolencia mayor que la de aquéllos que, ayunos de toda sabiduría, se presentan a las gentes como vendedores de ella? […] La sabiduría hace a los hombres buenos del todo; la simulación de la sabiduría les hace del todo malos. Y por eso, aquello que con buenas artes no lo pueden mantener, defiéndelo con engaños y malicias”[5]. Una afilada observación, tan certera y pertinente cuando fue escrita, como vigente en la actualidad.

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En refuerzo de lo apuntado, Vives advierte contra las prisas, la vanidad y el oportunismo, condenando las trampas y los atajos. Como apunta en este pasaje: “no les quedaba tiempo ni holgura de puntualizar el uso correcto del lenguaje, como también porque veían que no les iba a servir para la consecución de aquella gloria que ellos ambicionaban, que era la de que se les creyese doctos y talentudos”[6].

Y en idéntico sentido, arremete contra los farsantes que, por elevarse a las alturas académicas, se enfangaban en disputas estériles embrollándolo todo y enturbiando con confusa dialéctica los distintos saberes en un galimatías indescifrable: “Con esto quise decir que no cultivaban la oratoria con un objetivo científico, sino para escalar un puesto de distinción en la ciudad. […] Otros, que gracias a la elocuencia habían conseguido opulencia y poderío, se empeñaron en demostrar que era más difícil el acceso y más fragosa la subida, porque ningún otro se encaramara a igualarles en dignidad, y no les entrasen ganas de poner los pies en una senda tan erizada de dificultades pasmosas”[7].

Atendiendo siempre a la búsqueda de la verdad, Vives pone su acento en el conocimiento y cuidado del lenguaje, y defiende la profesión del gramático, pues: “¿qué profesa el gramático? No solamente la enseñanza de las letras y de las voces, aun cuando ése no es empeño baladí, sino la inteligencia de las palabras y de todo el lenguaje, el conocimiento de la antigüedad, de las historias, de las fábulas, de los poemas, por fin, la interpretación de todos los escritores antiguos”[8].

Palabras oportunísimas que se vuelven dolorosas al ver cómo se habla y qué mal se escribe hoy en día, tras muchas décadas de enseñanza obligatoria, universal y gratuita.

A propósito de la Medicina, Vives lamenta que el anhelo de verdad se vea postergado por el deseo de lucro o de fama, condenando rotundamente la prevalencia de razones espurias sobre el recto ejercicio de tal disciplina: “Complicóse la pasión del logro, como en toda otra cosa, con la codicia de la gloria”[9]. Y así, con meridiana claridad, apunta: “el afán de originalidad […] buscó un camino nuevo e insólito que excitase la admiración […] La codicia del lucro y el deseo de alabanza empujáronles a utilizar aquellos medios que les dieran ocasión de alardear y baladronear ellos de sí […]”[10] Una reflexión que no debe interpretarse como una invitación a la parálisis o una renuncia a la investigación, sino, al contrario, una llamada de atención para que el afán de verdad que debe guiar el progreso del hombre no se vea menguado por distracciones vanas y anhelos pueriles.

Respecto al Derecho y las leyes, Vives recuerda que “el derecho se define como el arte de lo bueno y de lo equitativo”[11]. Y observa que la justicia y la salud social se sostienen en la interiorización de aquellos dos preceptos morales; es decir, por la educación en la virtud y las sanas costumbres, más que por el número de leyes. Razón por la que defiende “que los niños se acostumbren a tomar gusto en las cosas buenas y aversión de las malas”; pues, citando a Isócrates: “Es menester que los que se interesan por el bien de la República, no precisen que se llenen los pórticos con las tablas de las leyes, sino que se inculquen la equidad en la conciencia de los hombres, pues el mejor gobierno de la ciudad asiéntase no en los decretos, sino en las buenas costumbres”[12].

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No obstante, de modo análogo a como hace al referirse a los médicos, Vives advierte de la tentación inherente a los malos legisladores y administradores de Justicia por oscurecer la materia legal con infinitas e inextricables cláusulas; abusando de la importancia y necesidad del Derecho para erigirse así en una suerte de hechiceros y disfrutar de una posición social preeminente. Remitiéndonos a sus propias palabras: “…pero aquéllos en cuya mano están la consulta y la respuesta en Derecho, porque no parezca ser cosa baladí y al alcance de quienquiera el desvelo que se toman por el pueblo, procuran enturbiar las leyes porque no resulte tarea fácil penetrar en su sentido y sea menester acudir a ellos como a un oráculo”[13].

[1] Las disciplinas, Libro Primero, Capítulo V, Ediciones Orbis, vol. 1, Barcelona, 1985, p. 61.

[2] Immanuel Kant. Contestación a la pregunta: ¿Qué es la ilustración?, 1784. “Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo”. Editorial Verbum, Madrid, 2020, p. 9. Traducido también como “minoridad culposa”, “autoincurrida” o “autoculpable”.

[3] Quinto Horacio Flaco. Epistularum Liber Primus, Epístola II, 40. Biblioteca Teubner, Editorial Coloquio, Madrid, 1988, p. 236. El Epistularum Liber Primus donde se halla la citada “Epístola II a Lolio” data del año 20 a.C. Esto es, quince siglos antes que Vives y dieciocho antes que Kant. N. del A.

[4] Las disciplinas, Libro Quinto, “De la corrupción de la Filosofía Natural, de la Medicina y de las Artes Matemáticas”, Capítulo I, p. 194.

[5] Las disciplinas, Libro Primero, “De las Artes en general”, Capítulo X, p. 93.

[6] Las disciplinas, Libro Segundo, Capítulo II, p. 106.

[7] Las disciplinas, Libro Segundo, Capítulo VII, pp. 167.

[8] Las disciplinas, Libro Segundo, “Que trata de la Gramática”, Capítulo II, p. 104.

[9] Las disciplinas, Libro Quinto, “De la corrupción de la Filosofía Natural, de la Medicina y de las Artes Matemáticas”, p. 210.

[10] Las disciplinas, Libro Quinto, “De la corrupción de la Filosofía Natural, de la Medicina y de las Artes Matemáticas”, p. 212.

[11] Las disciplinas, Libro Séptimo, “De la corrupción del Derecho Civil”, Capítulo I, p. 232.

[12] Las disciplinas, Libro Séptimo, Capítulo I, p. 236.

[13] Las disciplinas, Libro Séptimo, Capítulo II, “Donde se demuestra que importa mucho que las leyes sean pocas y claras, y que, a pesar de esto, fueron multiplicadas, oscurecidas y embrolladas por sus mismos intérpretes y  por los príncipes”, p. 237.

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