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legué a este descargo de conciencia de Abad de Santillán por una referencia escuchada en el programa de la Historia Desconocida de la Falange dedicado a las relaciones de esta con el anarquismo. En efecto, Abad de Santillán lamenta en el libro el fusilamiento de Jose Antonio… cuatro años después de los hechos, cuando el lamento quedaba muy elegante y no podía tener más efecto que dejar en buen lugar al que lo profería. Como la referencia a Jose Antonio está en una nota al final del libro, acabé leyéndolo entero. El libro puede descargarse, por ejemplo, aquí: https://www.holaebook.com/book/diego-abad-de-santil-por-qu-perdimos-la-guerra.html. Pero si es solo por la referencia de Abad de Santillán a Jose Antonio, esta está copiada al final de este artículo.
El libro es de interés desigual, aunque tiene, para mí, varios testimonios provechosos. Lo peor de todo son las dudas que deja Santillán como fuente (vamos a bajarlo de la mitra abacial, que resulta muy sospechosa en la cabeza de un anarquista). No es solo su parcialidad, que se le supone (por ejemplo da en llamar fascistas a los militares alzados, incluso a la CEDA), sino por las patrañas que recoge en algunos asuntos. Creo que no estamos ante un impostor (asegura al principio: «Nos guía la ambición de ser sinceros»), pero sí ante un fanático encenegado por la ideología. Por ejemplo, nos cuenta que en todos los conventos se encontraban armas y de disparaba desde ellos intensamente…
No hemos impedido que las iglesias y conventos fuesen atacados como represalia por la resistencia hecha desde ellos por el ejército y los siervos de Dios. En todos encontramos armamento o hemos forzado la rendición de las fuerzas parapetadas en ellos.
Esto desapareció de la propaganda roja hace ya mucho tiempo, como los caramelos envenenados.
Su apreciación del Alzamiento es igualmente sesgada. Para nuestro anarquista, se trató de «sublevación militar, clerical y monárquica [que] había sido perfectamente andamiada en el país y en el extranjero». No hay para él un movimiento civil paralelo, y considera que el Alzamiento estaba «perfectamente andamiado» aunque fracasó como golpe de estado. Y andamiado incluso en el extranjero, aunque hubo que salir corriendo a pedir munición y aviones.
Se da como hecho probado que los generales complotados y figuras representativas de la restauración monárquica y del espíritu de la reacción, habían negociado de antemano con Italia y Alemania a fin de conseguir apoyos materiales y diplomáticos. Se mencionan alijos de armas que tienen ese origen y que llegaron con bastante anticipación para los primeros choques.
¡Falso de toda falsedad! Habían tenido contactos con Italia, sin negociación de ningún tipo. Quede esto como prueba de las limitaciones del autor del libro, que en principio no afectan a sus testimonios directos.
Antes de pasar a los asuntos que considero de mayor interés del libro, presentemos las razones por las que Santillán considera que perdieron la guerra, ya que ese es el título del libro:
1.º «La idiocia republicana», que no apoyó a los anarquistas catalanes. Santillán asegura que estos hubieran podido contener el Alzamiento en todo el país al principio, como lo hicieron en Cataluña, y lamenta que los republicanos no hubieran puesto la República en sus manos. Como que no les conocieran de antes. Muchas gracias por los votos en las pasadas elecciones, señores cenetistas, pero no estamos tan desesperados; además, el golpe no ha triunfado. No es difícil imaginar que esto pensarían Giral, Azaña, Prieto y compañía.
2.º «La política de no-intervención, propuesta y practicada por el gobierno socialista— republicano de Francia». El «abandono de las democracias»… queja común con los republicanos. E igual de ingenua. Las «democracias» conocían lo que se cocinaba al sur de los Pirineos, y estaban mucho más preocupados con el guiso que les estaban preparando al norte de los Alpes.
3.º «… la intervención rusa», que llegó tarde, fue carísima, de pésima calidad material y humana, y tan sesgada políticamente en favor de la minoría comunista que acabo desmoralizando al resto de los frentepopulistas. Pues lo mismo. Los soviéticos tenían sus propios intereses; mayor culpa tuvieron los republicanos al ponerse en sus manos.
Pues eso, la de Santillán es una explicación parcial -de parte- en que se carga contra los comunistas (tercer punto), y se comprende. Sucede como en el chiste del parlamentario novato que le dice al compañero de escaño, señalando el otro ala del hemiciclo: «Entonces, ¿ahí está el enemigo?» y el compañero le aclara: «No, esa es la oposición; el enemigo está aquí, alrededor de nosotros».
El segundo punto -la neutralidad (benevolente) de Francia- es un tópico entre los perdedores, que consideran ingenuamente que las «democracias» estaban obligadas a ayudarles. Tiene un pase en el caso de los republicanos, pero que anarcas y rojos crean que Francia e Inglaterra -las «democracias burguesas»- estaban obligadas a ayudarles en sus designios revolucionarios resulta ridículo.
El primer punto, que pretende que republicanos frentepopulistas hubieran debido entregarse a los anarquistas, es igualmente ingenuo. Aunque por supuesto, la división política y geográfica de la zona republicana entre republicanos de izquierda, socialistas, comunistas, anarquistas y separatistas, fue causa mayor de su derrota. En varios sitios apunta Santillán cómo anarquistas, socialistas y comunistas, se reservaban la mayor parte de las armas y el personal en la retaguardia para que no se hiciera el otro bando con el control político.
Desde el punto de vista militar, su opinión de que si los anarquistas hubieran sido armados desde el principio hubieran arrasado en el frente de Aragón y acabado con el Alzamiento, es discutible. Como su propuesta de que lo que procedía en aquellas circunstancias era una guerra de guerrillas, que él insiste es la forma española de guerrear («—Militarmente esto es el caos, pero es un caos que funciona. ¡No lo perturbéis!», palabras del coronel Jiménez de la Beraza que Santillán recoge). El capítulo V, trata de los aspectos militares. Para los expertos.
Hay un asunto que me intriga, y que no he visto corroborado en Internet:
Fuendetodos; el 21 de setiembre de 1936, en una acción por sorpresa, típica. Eran apenas 140 hombres, con escaso armamento. Dominaron el pueblo y resistieron dos contraataques de 700 falangistas provistos de ametralladoras y de morteros. Fueron socorridos cuando les quedaba ya una sola caja de munición. ¡Todavía en las milicias de los primeros meses era posible la iniciativa de los valientes!
¿De verdad nos quiere contar que ciento cuarenta anarquistas aguantaron la acometida de 700 falangistas? No he visto nada en Internet. Al contrario, si fuera el caso tendríamos varias películas.
Los dos testimonios de mayor interés, para mí, son, primero, el esbozo biográfico de Negrín (capítulo XI). Se trata de un vividor con mucha labia que hizo carrera tanto en la universidad como en la política haciendo la pelota a los personajes más influyentes del momento. Un oportunista en toda regla; hubiera sido treinta años más joven y habría estado medrando a la sombra de Romanones. Santillán lo califica crudamente de impostor:
Los aduladores hablan en algunas ocasiones del dinamismo del Dr. Negrín. Negrín es, al contrario, un holgazán. Su dinamismo se agota en ajetreos inútiles, en festines pantagruélicos y harenes sostenidos por las finanzas de la pobre República para solaz del novedoso salvador de España. Este hombre no ha trabajado nunca, y ahí está su vida estéril para demostrarlo, ni tiene condiciones para concentrarse un par de horas seguidas sobre un asunto cualquiera. Por lo demás, ese ministro universal y dinámico necesita la ayuda de los inyectables para su vida misma de despilfarros y de desenfrenos.
Segundo, los sucesos de mayo del 37 en Barcelona (capítulo 7). Dejo pendiente leer algún libro sobre este episodio que supuso el principio del fin del sindicalismo anarquista. No sé si algún historiador lo ha comparado con los sucesos de Salamanca, que supusieron el fin del sindicalismo nacional de la Falange. Curioso paralelismo.
El gobierno de la república, entregado cada vez más a Moscú, decide acabar con la excepcionalidad de una zona independiente de facto y en manos de los anarquistas. Estos, ingenuamente, se dejaron neutralizar. Santillán cree que con estos sucesos se trataba de hacer descarrilar la operación de ataque por el sur de Madrid hasta Extremadura, para cortar en dos la zona nacional. Los rusos se negaron a cooperar en la operación por no fiarse de Largo Caballero, presidente del gobierno entonces y no suficientemente maleable para sus propósitos. Parece ser que Santillán está al margen, fuera de Barcelona, cuando esto se produce, y se acusa a sí mismo «de haber sido causa principal de la suspensión de la lucha», cuando aún estaba Barcelona en el poder de las armas anarquistas. Sería el principio del fin del anarquismo hispano… Los mandos anarquistas fueron cazados después poco a poco como moscas en los frentes por milicias de obediencia comunista.
Tras los sucesos, Largo Caballero será reemplazado por Negrín, en perfecta sintonía con los soviéticos. Se lanza la operación de Brunete, que se salda con grandes pérdidas y supondrá el principio del fin para una zona roja que a principios del 37 se sentía tranquila tras contener los ataques del Jarama y Guadalajara.
Como dicho, para mí estos son los asuntos más interesantes. En menor grado lo es la extinción del Alzamiento de julio del 36 en Barcelona por los anarquistas (capítulo IV) y los capítulos VIII y IX, dedicados a elogiar el ejercito de milicias anarquista, frente al ejército sovietizado que se forma en la segunda mitad del 37 y a criticar la influencia soviética, con información varia del crimen comunista y de sus checas. La desbandada de Cataluña está contada en el capítulo XIV.
Otro tema interesante, por lo anecdótico, es el españolismo declarado de Santillán, que hace suyos episodios como el de los Comuneros de Castilla y el alzamiento reaccionario de 1808 (el no lo ve así), al considerarlos esencialmente populares. El españolismo transluce a lo largo de todo el relato; reivindica incluso a Viriato. Hay frases como esta: «sentimos como una herida mortal toda invasión extranjera, en tanto que fuerzas militares o en tanto que ideas no digeridas por nuestro pueblo.» Aunque poco antes dice solemnemente esta tontería: estamos más ligados a lo africano que a lo europeo según la historia, la etnografía y la geografía. Para mayor bochorno, desarrolla después la tesis.
Y no solo reivindica el españolismo, sino también la «tradición». Tratándose de un anarquista, esto tiene tanto mérito como hacerle hablar español a un catalán secesionista. Santillán afirma que los anarquistas tenían derecho a alzarse, porque nunca habían jurado acatar al régimen republicano. No así los militares, que lo habían hecho. Y, dice, «En la tradición española, la palabra de honor empeñada es inviolable». Si no se os saltan las lágrimas no tenéis corazón. Y otra referencia curiosa a la tradición: «Los incendios de Julio de 1936 entran perfectamente en la tradición del pueblo que busca la destrucción de los símbolos de su miseria y de su esclavitud.» Por cierto, en este asunto, los anarquistas serían inocentes: «Respondemos que ni oficial ni oficiosamente ha salido de las organizaciones libertarias de Cataluña la idea de la quema de iglesias y conventos». Pues muchas gracias; no lo sabía.
En resumen; un libro prescindible con algunas partes aprovechables.
Nota sobre Jose Antonio Primo de Rivera:
A pesar de la diferencia que nos separaba, veíamos algo de ese parentesco espiritual con José Antonio Primo de Rivera, hombre combativo, patriota, en busca de soluciones para el porvenir del país. Hizo antes de julio de 1936 diversas tentativas para entrevistarse con nosotros. Mientras toda la policía de la República no había, descubierto cuál era nuestra función en la FAI, lo supo Primo de Rivera, jefe de otra organización clandestina, la Falange española. No hemos querido entonces, por razones de táctica consagrada entre nosotros, ninguna clase de relaciones. Ni siquiera tuvimos la cortesía de acusar recibo a la documentación que nos hizo llegar para que conociésemos una parte de su pensamiento, asegurándonos que podía constituir base para una acción conjunta en favor de España. Estallada la guerra, cayó prisionero y fue condenado a muerte y ejecutado. Anarquistas argentinos nos pidieron que intercediésemos para que ese hombre no fuese fusilado. No estaba en manos nuestras impedirlo, a causa de las relaciones tirantes que manteníamos con el gobierno central, pero hemos pensado entonces y seguimos pensando que fue un error de parte de la República el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera; españoles de esa talla, patriotas como él no son peligrosos, ni siquiera en las filas enemigas. Pertenecen a los que reivindican a España y sostienen lo español aun desde campos opuestos, elegidos equivocadamente como los más adecuados a sus aspiraciones generosas. ¡Cuánto hubiera cambiado el destino de España si un acuerdo entre nosotros hubiera sido tácticamente posible, según los deseos de Primo de Rivera!
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