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Vaya por delante mi total comprensión, solidaridad y respeto a las personas transexuales, aquéllas que biológicamente nacen con un sexo con el que no se sienten identificados, personas que pueden pasar, a partir de su adolescencia y de tener consciencia de su sexualidad, por un drama personal interior, agravado por el rechazo social. Por consiguiente, no discuto que se les brinde apoyo y ayuda para salir de su situación de angustia e insatisfacción con su identidad sexual ( no voy a caer en la trampa de denominar género al sexo con el que nacemos todas las personas), y que tras la correspondiente valoración médica y psicológica, puedan llegar a tener otra condición sexual e incluso se puedan someter a un arriesgado cambio de sexo, con tal de poder identificarse ante sí mismos y el resto de la sociedad, tal y como se perciben.

Ahora bien, sí discuto e incluso me repugna, que con el afán de estar por encima de las reglas de la naturaleza, se pueda extender esa autopercepción a tiernos infantes, en los que su sexualidad no está ni mucho menos definida; ni que se permita a hombres, con su genética y morfología, participar en competiciones deportivas femeninas, teniendo como rivales a mujeres, que, por su genética y morfología, nacen con una complexión física muscular y una fuerza distintos ( inferiores en esos aspectos, con perdón; porque en otros nos ganan de calle) y así resultará, como ya está ocurriendo, que un atleta mediocre masculino, si compite como mujer trans en una competición femenina, pueda llegar a batir récords y llevarse todas las medallas. Eso más que un avance de progreso, me parece oportunista, hacer trampas a las mujeres que lo son y quieren seguir siéndolo. Y qué decir de los que se perciben como trans especie o trans edad, como el caso del individuo que se sentía pez, probablemente un merluzo, y que se implantó aletas en las sienes, o el adulto de 50 años que se sentía atrapado en el cuerpo de un niño de cinco, y al que se le permitió ir con un baby a una guardería. Al final, todas estas excentricidades lo que hacen es que pierda seriedad la reivindicación de las personas que realmente se encuentran enfrentados a un drama que, tan bien describe la película “la chica danesa”.

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Porque los actuales totalitarios de izquierda, en su afán de hacer el ridículo, en su afán de querer demostrar que son más progres que nadie en el mundo mundial, al final, terminan perjudicando a los colectivos que supuestamente quieren proteger con sus normas de discriminación positiva , porque, en el fondo, ellos son, por encima de todo, trans inteligentes, son personas que se sienten perspicaces aunque atrapados en el cuerpo y mente de unos auténticos gilipollas, y claro, a algunos para cubrir su personal percepción de sí mismos, se les permite llegar a ser diputados, directores generales, consejeros, secretarios, subsecretarios de Estado y hasta ministros.

Pues bien, son estas mentes preclaras las que atendiendo a la tragedia humana de las mujeres que sufren maltrato, diseñan toda una ingeniería de corte ideológico para protegerlas y darles cobertura legal, económica y social. Una batería inagotable de privilegios que, aún en exceso, se justifican para dar amparo a esas mujeres víctimas de maltrato machista en el ámbito doméstico. Pero, mire usted por donde, que se corre la voz que a la mujer maltratada se le concede una renta, puede obtener beneficios en el divorcio, empezando por impedir que el padre pueda pedir la custodia compartida de los hijos, se

puede quitar de en medio al excónyuge molesto chascando los dedos y con el respaldo de toda la maquinaria judicial, puede acogerse a ayudas y ventajas en el ámbito laboral,

universitario, de oposiciones y acceso a la función pública, puede adquirir prioridad en acceso a viviendas de protección oficial, y si es extranjera alcanza un estatus de inmunidad aún cuando se encuentre en situación irregular y se le facilita la reagrupación familiar….

En definitiva, una condición de víctima que en estos tiempos de crisis, puede ser apetecida y codiciada, y que se puede alcanzar con la mera declaración de ser mujer maltratada ante los servicios sociales de un Ayuntamiento, pues ya no hace falta ni presentar denuncia (servicios sociales que cobran subvenciones, por cierto, en función del número de denuncias y de mujeres que se declaran maltratadas). Moraleja y conclusión de todo ello, es que ha crecido exponencialmente el número de mujeres que se declaran subjetivamente maltratadas, perjudicando con ello a aquéllas que siguen sufriendo un maltrato real, que se han diluido en la vorágine y espiral del abuso, un abuso que además ha provocado el drama y la ruina de mucho varón injustamente denunciado.

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Ahora, se anuncia que se quiere aplicar la misma estrategia al colectivo trans, pues se crean normas de discriminación positiva para favorecerles, pero se abre la posibilidad de cambiar de sexo al mero formalismo de una declaración expresa ante el Registro civil, sin necesidad de pruebas médicas o psicológicas. Perfecto. Pues ya pronostico que si se materializa el proyecto, habrá colas ante los Registros civiles para cambiarse de sexo, e incluso me atrevo a vaticinar que el 95% lo será de hombres que quieren ser mujeres con pene. Habrá pocas mujeres que quieran ser hombres con vulva. Y fíjense que esta es una premonición arriesgada, pues todo el mundo sabe que la mujer en España sufre la brecha salarial y sigue encontrándose en situación de discriminación y desigualdad.

Mientras tanto, los trans que sufren, en realidad, el drama interno de su identidad sexual, los que han padecido el rechazo social y quieren reivindicar sus derechos, los que exigen solidaridad y respeto, se confundirán en ese laberinto del esperpento generado por sus patrocinadores trans intelectos.

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REDACCIÓN