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Desde que los socialistas y sus cómplices llegaron al poder, España dejó de ser una nación soberana para pertenecer a la oligarquía financiera occidental. La querencia internacionalista que siempre ha alentado en el seno del PSOE, impulsada, además, desde la época felipista por sectores ajenos al partido, acabó consiguiendo el propósito, pero no en el sentido original, que, en teoría, no era otro que el de la utopía proletaria, sino en dirección hacia la actual superchería, esa mezcla ominosa de economía capitalista e ideología bolchevique.

 

Desde Felipe González, los líderes socialistas, que han encarnado en su sola persona al partido y al Gobierno, han resultado ser, moralmente hablando, unos pobres hombres balbuceantes de un discurso fullero; unos charlatanes del galimatías comunicativo o del cantinfleo lingüístico. Pero, siendo malvados y estando resentidos contra la España que para ellos simbolizaba el franquismo, y siendo a su vez piezas de poderes superiores, se han mostrado tan dogmáticos y eficientes en la defensa del orden recién instalado, es decir, del nuevo orden, como lo eran en sentido contrario, cuando su objetivo consistía en derribar lo establecido. 

Está ya asumida por la historiografía objetiva contemporánea la crónica criminal del PSOE, como está asumido que en el Manual del Buen Socialista hay una norma utilizada con desparpajo y desfachatez hasta la saciedad: negar la evidencia cuando les contradice y perjudica; y negarla de todos los modos y por todos los medios. Los socialistas, que no se cansan de su inagotable capacidad para mentir y para incumplir sus promesas, se han mostrado siempre como eficaces engañabobos, además de como sumisos seguidores de los dictados de los grandes poderes. 

Los gobiernos PSOE, nominalmente socialistas o frentepopulistas, se han caracterizado por hacer una política al dictado de las clases dominantes. Estos teóricos defensores del mundo del trabajo se han sentido siempre fascinados por su contrario, el mundo dorado del dinero, ese que sostiene a todo político venal y traidor a su patria. Para esta gente, pues, no importa la verdad, sino su apariencia. En consecuencia, todo argumento ha de ser útil para acceder a ese glamoroso y opulento orbe donde se da el reparto de dominios y riquezas, a costa de derrocar por cualquier medio al oponente o imponerse a él. 

La actual hornada de marxistas, del mismo aprovechado linaje que sus antecesores, cuyo dominio consta de decenas de miles de cargos y altos cargos que llegaron de la nada, se han montado en un altísimo tren de vida y sienten pánico a perder el paraíso del despojo impune. Han creado un mundo político corrompido, que corrompe al mundo civil, y que consiste en implantar el abuso de los poderosos mediante el reparto de prebendas del Estado en una sociedad inerte, permisiva de sus delitos. 

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Dentro del capitalsocialismo no hay salvación para los trabajadores, ni para los humanistas, ni para la excelencia; sólo para los delincuentes, los pervertidos, los virtuosos del amiguismo y los funambulistas de la subvención. La política delictiva de este sistema mixto ha hecho del privilegio, de la corrupción, de la intolerancia, del engaño y de la prepotencia un acontecer cotidiano. No asombran ya, por tanto, sus abundantes y descaradas mentiras y manipulaciones; lo que sí llama la atención, lo que aún resulta asombroso, es que no repugnen e indignen a esa mayoritaria opinión pública que los acepta y reelige. 

Es cierto que el PSOE en particular y el frentepopulismo en general, se hallan desenmascarados e incluso superados por las circunstancias, pero secuaces como son del NOM, no acabarán asumiendo las consecuencias de su política saqueadora, ni dando con sus huesos en la cárcel. Por el contrario, con la bendición de sus amos y concediendo con la mano derecha el negocio liberal y con la izquierda la subvención oficial, y colmando de lóbis y demás redes clientelares el suelo patrio, terminarán quedándose con todo el espacio político-electoral. 

Porque, para los que aún no se hayan enterado, los jugadores que están en el tablero no son los Estados, independientes y soberanos, como los hemos conocido hasta ahora, sino los peones de un Estado supranacional -occidental, de momento- que los controla y maneja, y que es capaz de elegir a las personas más idóneas para dirigirlos, siempre de acuerdo con sus intereses supremacistas y siempre elegidos entre lo peor de las alcantarillas ideológicas y políticas. 

Y en esta circunstancia debemos recordar que la paz es siempre un negocio ruinoso para los que comercian con la guerra, y que, por supuesto no interesa a los vendedores de arengas demonizadoras, ni a los profesionales del Mal, sean estos lacayos o señores, y que así podemos encontrar la razón del conflicto bélico ruso-ucraniano. 

Gracias a su agitprop, el socialcomunismo, a pesar de sus horribles defectos, consiguió hacerse pasar por el bastión de los ideales y de los intereses de los pobres del mundo. Al caérsele la máscara, los humildes proletarios han quedado en una situación de desamparo. Pero, en la actualidad, para el socialcomunismo visa oro, el espectáculo ya no puede ser el de un mundo donde hay miseria e injusticia social, sino el de un mundo donde las minorías selectas adineradas -ecologismo, animalismo, homosexualismo, feminismo, etc.- carecen de abogado y son víctimas pendientes de manumisión. 

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Víctimas subvencionadas hasta la saciedad a costa de destruir a la verdadera víctima: el pueblo trabajador que integra la clase media saqueada. Pero es con esos mártires impostados, que han sustituido a los parias tradicionales, con los que ahora se justifican los depredadores de siempre. Una justificación artera, pues en ser el lacayo del Sistema -hoy el NOM- y no el contrapoder efectivo que siempre han dicho ser, y en el que han sustentado su supremacía moral, está el problema de las izquierdas resentidas, su chirriante contradicción. 

El caso es que, a la ciudadanía, con el apoyo de los tontos útiles o los minadores pagados, infiltrados en ella, se la está engañando desde el poder porque así conviene a dichos determinados intereses y planteamientos, con el agravante de que quienes poseen la verdad oficial tienen el monopolio de los medios de comunicación públicos y privados, oficiales y oficiosos. 

Por parte española -que es la que nos incumbe más directamente, aunque bien pudiera extrapolarse a otros países de nuestro entorno-, puede decirse que, perdida la esperanza en la monarquía, en el ejército, en la policía, en la educación y en la justicia, instituciones todas ellas controladas por el dinero, por el chantaje, por la propia apatía o por el sectarismo, sólo nos queda la Providencia, con mayúscula. 

Porque de la providencia humana actual, es decir, de las tragaderas morales de una sociedad que considera normales todas las fórmulas de los poderosos para agenciarse millones, pervertir a la infancia y arruinar a la patria, poco o nada puede esperarse. Y Dios quiera que me equivoque, y que esa minoría ejemplar que se esfuerza en denunciar y oponerse a la omnipresente ignominia, consiga al fin resucitar al ciudadano y transformar el presente, purificándolo.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.