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En este lugar tres veces sagrado para nosotros porque aquí se nos está dando un ejemplo permanente de heroísmo, porque aquí están las cenizas de nuestros hermanos, porque aquí está la promesa de la resurrección, nos reunimos para conmemorar el XV aniversario de unas fechas gloriosas en las que los mejores, los más intrépidos, los más audaces, los más apostólicos de los nuestros, ofrendaban su vida en aras de lo más alto y sublime de los ideales. 

Venimos aquí no como mujeres enlutadas y llorosas a apiadarnos con un sentimentalismo fácil de los que un día vivieron a nuestro lado. Aquí venimos no a traer rosas y pétalos que aromen a unos huesos marchitos. No traemos ni rosas ni luto. Al contrario, traemos alegría en el corazón y banderas blancas que la brisa de esta mañana de otoño está rizando con vehementes explosiones de júbilo. Traemos ora­ciones y plegarias para pedir por ellos y para pedirles a ellos que rueguen por nosotros. 

Nuestra demostración juvenil no es de pena. Nuestra demostración juvenil es una demostración de espiritualidad, de agradecimiento al Señor que ha hecho crecer pujante en nuestra alma las tres grandes virtudes teologales de la Fe, la Esperanza y de la Caridad. 

Aquí, ante la muerte, recordamos el RESURREXI SICUT DIXIT ALELUYA sin la cual toda nuestra religión para nada sirve.

Tenemos fe en la resurrección de la carne, esperamos que, como Cristo, un día estos huesos resecos y calcinados vuelvan a llenarse de vida. Amemos a los que aquí yacen, ofreciéndoles los tesoros de las indulgencias que ganamos para que se hallen en la presencia del Señor.

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Estos, los que aquí moran en este grande e inmenso dormito­rio, ya conocen aquel don que Cristo ofreció a la Samaritana junto al pozo de SIQUÉM. 

Que nosotros también conozcamos todo el valor y todas las dimensiones de este don de lo alto, para que, en este momento, al mi­rar las tumbas que nos rodean, las cruces y las lápidas de piedra y de mármol que se yerguen y extienden en nuestro derredor, juzguemos, no como el mundo, sino como cristianos que aprendieron muy bien aquello que dice el Libro de la Sabidurías «Porque eran agradables a Dios les hizo el singular beneficio de sacarles de en medio de las maldades. Fueron arrebatados para que la malicia no alterase su entendimiento, pa­ra que lo aparente no sedujera su alma». ¡Y que contraste! A pesar de ello, las gentes «no entendiendo tales cosas lloran su temprana muer­te olvidando que ya estaban en sazón para la eternidad”. 

De estos y de aquellos de los que morían obsesionados por los enemigos de Cristo, de los que caen en los frentes de batalla de­fendiendo los ideales de Cristo, están llenos todos los pueblos y to­das las encrucijadas de nuestra tierra. Son como símbolo que se levanta, como hito luminario que nos alumbra y nos indica las grandes direcciones del espíritu, como estandartes y guiones que se empavesan para decirnos ¿dónde está el auténtico frente de batalla? Estos y aquellos desde entonces y para siempre nos recuerdan a las generacio­nes que les siguió aquel compromiso de cruzada, que vosotros, los muchachos de hoy, y nosotros, los que ya nos vamos curtiendo en el tra­bajo, suscribimos un día con todo entusiasmo y toda la emoción propia de las decisiones irrevocables.

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Aceptemos el legado de sangre de estos mártires y de estos héroes prometiendo caminar sobre sus huellas y ofrecerlo todo, hasta la vida, como ellos, por Dios y por España.

Como ellos y a pesar de los enconos, de las avaricias, de la desgana, de los torpes apetitos que tratan de sofocar nuestra vocación, luchemos por la unidad católica de España a la luz de Roma, por la inocencia de los niños, por la santidad de la familia, por la honestidad y austeridad de las costumbres, por la justicia en las relacio­nes sociales, por la grandeza del imperio.

De ese gran imperio de amor que no distingue de pueblos, de razas, de riqueza o de pobreza, de salud o enfermedades, de ese impe­rio que en España tiene como grandes vías las que en estos años condujeron a la juventud de Acción Católica hasta un pilar y un pórtico, donde la Madre de Dios y el Apóstol Santiago tienen sus más espléndidos Altares.

Que la Virgen del Pilar guarde los destinos de España y será porque como grita vuestro lema. Dios ayuda y Santiago.

 

Autor

REDACCIÓN