12/05/2024 13:23
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Uno de los mayores males que padece España es el renacimiento de las taifas o cantones. Ahora lo llaman estado de las autonomías. Una nefasta conversión de lo que hubiera sido una aconsejable descentralización administrativa en un conjunto de “reinos” donde cabecillas, la mayoría de las veces mediocres, juegan a ser virreyes. Un sistema que es sencillamente una de las causas de la ruina económica de España y de la generación de odios entre hermanos.

Muchos son los culpables de la situación a la que hemos llegado y no le veo fácil remedio a este desaguisado. Una de las principales causas del porqué hemos llegado a donde estamos es el aldeanismo de los dirigentes autonómicos. Un aldeanismo que se cura como dice el titulo de estas líneas simplemente saliendo de la aldea.

En apoyo de esta idea me viene a la memoria lo que paso a relatar a propósito de un familiar que ocupara cargos relevantes en la Generalitat de Cataluña durante la época de la guerra. Se llamaba Estanislao Ruiz Ponsetí. Le conocí por la sencilla razón de ser hermano de mi bisabuela. Ocurrió allá por los años 60 del siglo pasado con motivo de una visita que realizó a España en aquellos ya lejanos días. Tanto mi bisabuela como mi abuela eran viudas de militares afectos al denominado bando nacional y por eso causó gran revuelo en la familia la visita de aquel familiar cercano que vivía en Méjico, desde que acabó la guerra, donde estaba exiliado por sus ideas políticas y su participación activa en la misma con importantes cargos políticos en la Generalitat de Cataluña.

 

 

Pero a todo esto, ¿quién fue Ruiz Ponsetí?

Estanis, tal como se le conoce en la familia, fue uno de los 16 hijos que tuvieron mis tatarabuelos menorquines. Su padre, mi tatarabuelo, fue un emprendedor muy notable, fundador de lo que se conoció como la “Sociedad anglo-española de maquinaria”, una empresa puntera en la Menorca de aquellos días, y que aún se recuerda por esos lares. Una empresa que fundó con valentía, después de abandonar la Armada española de la que era oficial y que dejó por haber contraído unas fiebres en Filipinas. Así, Estanis creció en una familia de ideas conservadoras y religiosas. Sin embargo, y pese a esto, Estanislao adquirió una determinada conciencia social que le empujó desde joven a afiliarse a partidos de izquierda y catalanistas.

Estanislao Ruiz Ponsetí, estudió Ciencias Exactas e Ingeniería Industrial en la Universidad de Barcelona y, terminados sus estudios, se implicó en la lucha política de forma muy activa. Fue cofundador y dirigente de la “Unió Socialiste de Catalunya” a la par que profesor de Economía en el Ateneo Politécnico. Durante la guerra ocupó cargos importantes en el Gobierno de la Generalitat, entre otros, el de Consejero de Economía, y, como representante del PSUC, formó parte del Comité de Milicias Antifascistas.

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Finalizada la guerra, logró refugiarse en Méjico donde desde el principio formó parte importante del núcleo de políticos republicanos en el exilio siendo también Vicepresidente del Parlamento de Cataluña en el exilio. Allí en Méjico y merced a su formación profesional e intelectual, se abrió camino en el mundo de la enseñanza y de las editoriales fundando, amén de alguna otra, la editorial UTEHA.

Autor de numerosas obras, destaco las siguientes: “Lugares geométricos de curvatura estacionaria en el cuadrilátero de manivela cilíndrica”, “Curso de geometría descriptiva” o “Las empresas colectivas y el nuevo orden económico”.

Falleció en Méjico en 1967 y, bien situados en la sociedad mejicana, allí viven mis lejanos primos. Pero volvamos al niño que yo era a finales de los 50, ¿1959?, cuando se produjo la visita que efectuó a su hermana, mi bisabuela, en su casa de Madrid, en El Viso, donde yo vivía.

Siempre tuve, y aún mantengo, buena memoria y conservo en la retina la tertulia familiar celebrada con dos de sus hermanas y con mi abuela, en la que, llevando la voz cantante, abominaba de las pasiones que condujeron a la nefasta guerra civil y desde luego sin desprenderse de su catalanidad, reconocer la puerilidad de haberse creído por un momento el ombligo del mundo.

Se lo oí decir muy claro : que su éxito en la sociedad mejicana, en la antigua “Nueva España”, fue debido a su ya, ahora, no negada españolidad, toda vez que si había sido capaz de sacar adelante a su familia en aquellas tierras, el hecho de ser español había sido un factor vital en este devenir. Ya digo que no renegaba de su catalanismo; de hecho la conversación familiar se desarrollaba en catalán, pero tenía esta lengua como española y sabía bien que su salvación en Méjico había sido en castellano, la lengua vehicular de más de quinientos millones de personas en el todo el mundo.

Dicen que el nacionalismo se cura viajando y tengo la impresión de que mi tío bisabuelo participó ampliamente de ese remedio, pues desde la atalaya del Nuevo Mundo percibió la grandeza de la cultura de la gran España de la que, al final de su vida, se enorgullecía como español que era, gracias a ser catalán, aunque de origen menorquín.

Asistimos hoy atónitos, a un «dejá vu», a una repetición de la vieja historia. Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y tal parece que en esa tesitura nos encontramos otra vez. Si hoy he traído, siquiera someramente, la figura de mi tío bisabuelo es para que, desde su vivencia personal, desde su tragedia, alguien extraiga alguna lección que haga reaccionar a una sociedad catalana abocada al desastre. Una población ciega al presente y al futuro por el camino que quiere emprender. Un devenir agravado porque hoy en su seno -al contrario que antaño- alberga a una ingente multitud, catalanes de segunda generación -muchos emigrados desde otras provincias a esta preciosa tierra española-. Un gentío utilizado como cabeza de ariete del independentismo y que se ha llevado por delante, si es que alguna vez existió, ese tan cacareado «seny» catalán.

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Cataluña ha caído en las redes de cuatro iluminados y al menos el 50% de su población está abducida por las ideas que estos siniestros personajes les han imbuido.

Es evidente que se han instalado en la cultura colectiva y cerca están de conseguir que los que intentamos mantener la racionalidad acabemos igual que ellos. Termino con cuatro citas, referentes a los nacionalismos, que no por antiguas han perdido actualidad, más bien lo contrario:

“El nacionalismo es la extraña creencia de que un país es mejor que otro por virtud del hecho de que naciste ahí” (George Bernard Shaw), “El nacionalismo es la chifladura de exaltados echados a perder por indigestiones de mala historia” (Miguel de Unamuno), “El nacionalismo se cura viajando” (Pío Baroja), “El nacionalista cree que el lugar donde nació es el mejor lugar del mundo; y eso no es cierto. El patriota cree que el lugar donde nació se merece todo el amor del mundo; y eso sí es cierto” (Camilo José Cela).

De los siete pecados capitales, siempre ha habido uno -el de la soberbia- que me ha parecido el peor, además del más inútil y estúpido; que se lo digan a Lucifer. ¿Por qué será que no puedo evitar relacionar semejante insensatez con los nacionalismos?

Sí, estoy con Pio Baroja cuando afirmó que el nacionalismo se cura viajando como reza el titulo de este articulo.

No estaría por lo tanto más, que, incluso con cargo a los presupuestos, enviáramos a toda esta caterva de dirigentes nacionalistas catalanes, vascos y gallegos, que tanto daño están haciendo a sus pueblos, a pasar una larguísima temporada allende nuestras fronteras; eso sí : nada de Méjico, sino a Afganistán, Corea del Norte o Mongolia. No sé si se les curaría la paranoia pero al menos nos los quitábamos de enmedio y España podría vivir mejor sin tanto mangante y orate.