21/11/2024 19:33
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Dos de los objetivos de la Agenda 2030 son: garantizar una educación inclusiva, la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de todas las mujeres y niñas. El alcance de dicha educación inclusiva es, aparentemente, el aprendizaje conjunto de niños con y sin discapacidad o dificultades. Lo de la igualdad de géneros pretendidamente será la igualdad entre el hombre y mujer; y el empoderamiento de mujeres y niñas no tiene otro significado que el de conseguir la suficiente fuerza o autoridad de dicho grupo respecto de otro y otros grupos. Pero estos fines ocultan distintos fines.

A estas alturas parece ser que no solo existe género femenino y masculino, sino que ambos han sido sustituidos por la diferencia de orientación sexual, con lo que podemos tener como géneros el heterosexual, homosexual, bisexual, demisexual, pansexual y autosexual, entre otros. Con ello tenemos que la educación tiende a incorporar o integrar todas estas orientaciones en una normalidad ajena a la natural de la heterosexual, con lo que la igualdad no va encaminada a superar discapacidades o dificultades, sino a conseguir un fin puramente ideológico planteado desde el aspecto de la inclinación sexual del individuo.

En cuanto a la igualdad hombre y mujer, el fin es el de empoderar a las mujeres y niñas sobre los hombres y niños, con lo que un grupo ha de quedar por encima del otro. La pretendida igualdad se diluye y ello en perjuicio del hombre y del niño, futuro hombre, en aras de un fin antisocial. No hablamos  de una supuesta ectogénesis, o lo que es lo mismo, la creación y sostenibilidad de la vida en un ambiente artificial, conforme a las ideas de Haldan al plantear, en 1923, el transhumanismo, olvidándose  que fue Marinetti fue el inventor del futurismo, al que Unamuno, en su artículo El Trashumanismo, de 1909, negó contenido alguno, como tampoco reconoció que las palabras por él inventadas: trashombre y su derivada trashumanismo, carecían de contenido.

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El artículo 14 de la Constitución actualmente vigente en España recoge el principio de igualdad entre españoles sin tener en cuenta el nacimiento y el sexo, más vale no nacer varón porque eso conlleva ya una inclinación de esa presunta balanza igualitaria en su perjuicio. Ser varón o mujer ya produce un distingo no biológico sino ideológico, y si la inclinación futura no es exclusivamente heterosexual ya puede dicho varón comenzar a pedir perdón.

Hemos pasado de la idea de que el varón tenía todas las prerrogativas y que sometía a la mujer, al otro extremo: el que debe ser la mujer la que marque todas y cada una de las directrices del entendimiento de la sociedad y cómo debe conducirse el hombre respecto de ella. Esto es un completo absurdo porque se rompe el más elemental equilibrio, además de ser una patada al sentido común. Ni el hombre ha sido tan brutal y tirano, ni la mujer la doncella siempre sometida.

Bien es verdad  que si leemos lo confesado por Rousseau -aquel que escribió Emilio o De la educación– de que compró junto a su amigo Carrió una niña de once a doce años, previamente instruida para luego repartirla en la posesión entre ambos, excusando la corrupción con el pretexto de su protección,  y teniendo en cuenta que sus tres hijos los entregó a la inclusa, contra el deseo de su madre, siendo el único fin el que aquellos no contrariaran la buena y feliz vida que Rousseau entendía debía seguir y tener, podemos pensar que la mujer no pintaba nada.  

Pues hoy tenemos unos nuevos, mejor decir, nuevas rousseau cuya finalidad no es otra que aliviarse con los hombres pero sin los hombres. Este nuevo género de rousseau no solo abunda en la izquierda sino en la derecha, como hemos podido comprobar con las declaraciones de la señorita Ayuso, aprobando que si una muchacha de dieciséis años no quiere seguir con ello (considerando este ello como algo neutro como una piedra), sus declaraciones contienen menos escrúpulos que los de Rousseau como corruptor y entregador de hijos.

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La ideología actual ha conseguido rebajar del plano de la igualdad al hombre, se le ha hecho autor no presunto de violencia doméstica y sexual por la sola palabra de la mujer; si la mujer aborta el hombre no tiene nada que decir, y ahora, una niña de dieciséis años podrá interrumpir la vida del nasciturus por su propia voluntad. Esto es, igual libera al varón de su responsabilidad como padre, que lo atenaza con todas las responsabilidades derivadas del nacimiento, sin que aquél pueda tener voz ni voto. No digamos ya el daño que se causa a los padres. Pero parece que unos y otros aceptan que unos seamos más desiguales que otros.

 

Autor

Luis Alberto Calderón