22/11/2024 01:18
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«El vino español es buenísimo, el mejor del mundo». 
El cumplido no es manco viniendo de un francés. Incluso aunque éste fuera la excepción al celebre «chauvinismo» gabacho: Marchal era y así se decía «un europeo nacido en Francia».
Nos presentaron hermanos en común en la capital del Milanesado, justo por donde pasara el Camino Español, la misma tarde que pusiera en píe al auditorio del Memorial Massimo Morsello tocando en compañía de Junio Guariento «Il Domani». Tras unas grappas en el backstage lo convencí para dar una conferencia en Valencia. 
Espartano, viajaba con lo puesto y un pequeño macuto con el cepillo de dientes y un par de mudas. Lo llevamos a un céntrico y coqueto apartamento que pagaba la Organización, y dijo sentirse incómodo… «¿cuánto cuesta?».
No se quedó.
Jack tardó menos de cinco minutos en encontrarse en mi casa tal que en la suya.
Con Nera rendida a sus caricias (no hay lengua para el amor mejor que la francesa), un plato de morcón de Salamanca y otro de queso manchego, y un par de botellas -blanco y tinto, tal vez de la Ribera del Duero, no lo recuerdo- sobre el mantel por hacer boca, desplegué el verdadero objeto de su gula: periódicos viejos.
Marchal miraba con intensidad las fotos y de hito en hito levantaba la vista por encima de los anteojos buscando entre los surcos de mi rostro al muchacho de las instantáneas.
Cuando lo encontraba sonreía con maldad.
«No supe de Juan Ignacio entonces, todos los días mataban a algún camarada en Italia, tampoco nos iba muy bien en Francia, lo siento mucho… aunque vosotros respondisteis con honor».
 
Quería conocer la Valentia romana, «solo conozco Despeñaperros de cuando íbamos en los 60 a visitar a Degrelle», y se quedó en casa una semana… que se me hizo corta.
Descubrí a una persona inteligente, dotada de una gran intuición para la política posiblemente fruto de su temprano escuadrismo, culta, muy culta y muy talentosa, con una sorprendente capacidad para desenvolverse en cualquier idioma, aquel niño que lo pregunta todo porque su curiosidad resulta insaciable, vivaraz siempre, aunque tímido cuando reclamaban su figura.
Porque en realidad Jack fue un fascista raro: era feliz en el anonimato.
«Jack Marchal, simplement: un camarade.»
Podría contar decenas de anécdotas tales cómo cuando ante la estatua de El Palleter sellamos la paz entre los viejos imperios europeos, o cuando se empecinó (con perdón) en bañarse en el Mare Nostrum y tuvimos que hacerlo en pelotas, o cuando se zampó media fideua para 8 ante la mirada atónita de la nieta de Mussolini y otros cuantos hambrientos. O cuando su cuerpo que ya empezaba a no acompañarle me hizo -sin proponérselo- reventar a patadas la puerta del Ginos porque no le dejaran usar el servicio.
Hoy, entre tanto «¡Presente!» me he dado de bruces con la sempiterna mezquindad del «Area»: algún «camarada» allende los Pirineos lamentaba su muerte, pero ponía en duda su lealtad.
Querido imbécil: no lo ha habido del 45 hasta aquí fascista cómo Marchal.
Enamorado de la vida, de la alegría de vivir, de su patria antes qué de su terruño, de su raza blanca, de su civilización, enamorado de sus hermanos de lucha, y… humilde por vocación.
Póngame cada facha, ¡pero de los de verdad!, una foto que simbolice el neofascismo y de cada cien, noventa y nueve dibujaremos una Rata Negra.
Se nos fue Jack, «simplement un camarade», y a un servidor no le quedan lágrimas para escribir con ellas un epitafio digno.
Mi querido amigo: allá donde estés pide una guitara y un par de cigarros, con los tres y tu sonrisa dí a los que allí manden que:
 
«Chi sfrutta nell’ombra sapremo stanar 
se uniti noi marcerem 
l’usura ed il pugno noi vincerem 
il domani appartiene a Noi».
 
Y exige tu lugar entre los Dioses.
No le diré a Nera que marchaste, ella aún piensa que volverás cualquier día a susurrarle en francés mientras le magreas el lomo.
Ladrón.

Autor

REDACCIÓN