21/11/2024 16:20
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Carlos Aurelio Caldito Aunión, Batalyaws-Badajoz, Taifa Hispánica del Suroeste, junto a «la Raya». 

Han pasado casi 44 años desde que los españoles dieron un sí mayoritario a la Constitución hoy vigente, la mal llamada «carta magna» por muchos ignorantes, y por los trovadores de las ocurrencias de los malvados y mediocres que desde entonces nos mal-gobiernan, pues nada tiene de similar la Constitución Española de 1978 con la «carta magna», documento aceptado por el rey Juan I de Inglaterra, más conocido como Juan sin Tierra, ante el acoso al que fue sometido por parte de los señores feudales, y debido a los problemas sociales y las graves dificultades en la política exterior que vivió durante su reinado, en el siglo XII. 

También hace ya casi 44 años de la publicación del libro Gárgoris y Habidis: Una historia mágica de España, de Fernando Sánchez Dragó, la divulgación del libro supuso en aquella España que apenas iniciaba sus primeros pasos pseudodemocráticos un tremendo interés por brujas, templarios, herejes, moriscos, judeoconversos, y demás heterodoxos; pócimas alucinógenas, y ocultismos y esoterismos de toda clase. 

Llama especialmente la atención la coincidencia -¡Será casualidad!- de que al mismo tiempo comenzaran a brotar por doquier los sentimientos «autonómicos de las Españas» que hicieron que muchos se empeñaran en sacar del baúl de los recuerdos las supuestas señas de identidad de las diversas regiones españolas, que el régimen del General Franco –también supuestamente- había perseguido, censurado, ocultado. 

Los oligarcas y caciques provenientes del partido único del régimen salido de la guerra civil, llamado «Movimiento Nacional» y del denominado Sindicato Vertical, todos o casi todos, hasta entonces entusiastas y fervorosos seguidores del régimen del General Franco, (algunos, si no todos, se acabaron convirtiendo en antifranquistas sobrevenidos, tal cual ocurrió en la Segunda República, cuando quienes habían apoyado al General Primo de Rivera, de golpe y porrazo se convirtieron en sus mayores detractores, empezando por el Partido Socialista Obrero Español, pongo por caso), se repartieron más o menos amistosamente los diversos territorios e instituciones, coparon todos los resortes del poder político, económico y financiero; y buscaron coartadas para sostener y argumentar todo el entramado que, posteriormente se bautizó como «estado de las autonomías». En muchos casos echaron mano de la tradición oral y escrita, de mitos y leyendas más o menos ancestrales, y en otros se las inventaron descaradamente, sin el menor rubor. 

De ese modo se empezaron a propagar patrañas y más patrañas; falacias que se acentuaron cuando los diversos gobiernos «centrales» del PSOE y del PP acabaron transfiriendo plenamente la competencia de la enseñanza pública a las 17 taifas (vaciamiento del Estado que culminó José María Aznar). 

Por poner algunos ejemplos: en Andalucía se «vende» desde hace muchos años, en los centros de enseñanza, como dogma de fe, que hubo un tiempo lejano en que existió el reino de Tartessos; en Galicia se resucitó el mito de Breogán; en Cataluña se inventaron un supuesto Reino de Cataluña (quienes se lo inventaron ahora llegan al extremo de afirmar sandeces tales como que Cristóbal Colón, o Miguel de Cervantes, pongo por caso, eran «catalanes») y se dedican desde entonces a propagar por doquier la mentira de que el 11 de septiembre de 1714 «España venció y ocupó Cataluña», y que Rafael Casanova era antiespañol… 

En fin, un sinfín de despropósitos, y nunca mejor dicho lo de «sin fin», pues parece que esto nunca va a acabar. Cuando uno menos lo espera, si se le ocurre ojear un libro de texto cualquiera (da igual la taifa de la que se trate, sea del noroeste, del centro, del noreste, del sur, del suroeste…) se acaba encontrando ocurrencias a cuál más fantasiosa, e imaginativa. Si es un libro de Geografía uno puede toparse con la versión disparatada de que el río Ebro («Ebre» según ellos) solo fluye por Cataluña, o que el Guadalquivir es cosa exclusiva de Andalucía. En la taifa del suroeste, junto a «la Raya», oficialmente denominada «Comunidad Autónoma de Extremadura» se estudia la epopeya de los «conquistadores» (los Hernán Cortés, Pizarros y compañía) como cosa exclusiva de extremeños y por supuesto, de forma descontextualizada, sin conexión alguna con la Historia Universal, y menos de España o de Europa… Si se trata de Geografía, los alumnos extremeños son obligados a memorizar hasta el más insignificante cerro, o elevación montañosa, o río, o arroyo, o vaguada, que esté comprendido entre la Sierra de Gredos y Sierra Morena… pero sin conexión con el resto de la Geografía de España… Ni que decir tiene que, los alumnos extremeños saben el nombre –en catalán- de determinadas ciudades catalanas, o valencianas, o baleares, pero ignoran que sus nombres en Castellano, mejor dicho Español, son Lérida, Gerona, Ibiza, etc. Y lo mismo podemos decir de las Provincias Vascongadas, o de Galicia. 

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Si nos trasladamos a la asignatura de Filosofía, nos podemos encontrar con ocurrencias tales como que la importancia del sufismo (misticismo musulmán, para entendernos, aunque peque de simplificar) es semejante a la filosofía de la antigua Grecia, pongo por caso. 

Y si se trata de Historia de España (por supuesto, se evita por todos los medios utilizar la expresión «España» no sea que se enfaden los nacionalistas y separatistas de alguna taifa, y se utilizan expresiones estúpidas como «estepaís»), se afirma como dogma de fe, que durante los ocho siglos de dominio musulmán en la Península Ibérica, hubo una convivencia pacífica entre cristianos, árabes y judíos. 

En fin «la historia interminable», claro que inevitablemente se acaba recolectando lo que se siembra. 

Aunque alguno piense que cambio de asunto, al mencionar lo que sigue, comprobarán que no es así: circula por internet una frase atribuida a Oto von Bismarck: 

«La nación más fuerte del mundo es, sin duda, España. Siempre ha intentado autodestruirse y nunca lo ha conseguido. El día que dejen de intentarlo, volverán a ser la vanguardia del mundo». 

En la dirección de lo que afirmaba Oto von Bismarck, se puede decir, con absoluta rotundidad que España es el único país del mundo con un sistema político pensado para que aquellos que quieren destruirlo dispongan de los instrumentos institucionales, culturales, educativos, financieros y de creación de opinión para hacerlo con toda comodidad: el «Estado de las Autonomías». 

Parece que Von Bismarck no sabía nada del «Estado de las Autonomía» y tampoco de las Comunidades Autónomas, esa estúpida invención de aquellos lumbreras que, han pasado a la Historia como «los padres de la constitución de 1978» que, nos han acabado llevando a un desaguisado de tal magnitud que, se puede afirmar que estamos inmersos en una situación absolutamente caótica. 

Efectivamente, Oto Von Bismarck, como sabe cualquiera que no sea víctima de la LOGSE y demás leyes educativas «progresistas», es imposible que hubiera oído hablar del fabuloso invento del Estado de las Autonomías, pues murió en 1898; sin embargo, un tal José Ortega y Gasset que, tampoco sabía lo de las Comunidades Autónomas, sí que lo intuyó en los años treinta del siglo pasado. Les invito a ustedes a leer el texto en el que se recoge su intervención, como representante del partido político «Agrupación de Intelectuales al Servicio de la República», cuando se expresó sobre el problema de la estructura territorial del Estado y el Estatuto catalán, de todos modos, por si no desean molestarse en buscarlo, he aquí un fragmento, que no tiene desperdicio: «nuestro grupo siente una alta estimación por el proyecto que esa Comisión (Constituyente) ha redactado» pero advirtiendo a continuación que «esa tan certera Constitución ha sido mechada con unos cuantos cartuchos detonantes, introducidos arbitrariamente por el espíritu de propaganda o por la incontinencia del utopismo». Entre esos «cartuchos detonantes» destacó que para el proyecto «la autonomía fuese algo especial, puesto que no la estatuye para todos los españoles» sino que responde a los deseos «de dos o tres regiones ariscas» lo que dará lugar a «dos o tres regiones semi-Estados frente a España, a nuestra España» y en cuanto al resto de regiones, al afirmar el proyecto que la autonomía sólo se concederá «a aquellas provincias que posean características definidas, históricas, culturales y económicas comunes» esto las animará a «una campaña de nacionalismo allí donde hasta ahora no ha existido». 

Como pueden suponer, los políticos que entonces tenían capacidad de decisión, no le prestaron la más mínima atención… De lo que ocurrió durante los siguientes cinco años, supongo que no hace falta que les cuente. Lógicamente, el filósofo José Ortega y Gasset se acabó marchando del Congreso de los Diputados y disolviendo el partido. 

Se puede afirmar con absoluta rotundidad que, salvo que uno haya sido agraciado con un «carguete público remunerado», a nadie se le puede ocurrir en la actualidad, afirmar que el llamado Estado de las Autonomías ha sido beneficioso para España y los españoles, si exceptuamos a los oligarcas y caciques de las diversas taifas. Todas las «comunidades autónomas», sin excepción (tal cual, vaticinó un tal Joaquín Costa en «Oligarquía y Caciquismo como la forma actual de Gobierno en España: urgencia y forma de cambiarlo») han derivado hacia un estado de corrupción, «descentralizada», de tal magnitud que ya es absolutamente insostenible. 

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El latrocinio institucionalizado es tal que, posiblemente no hay lugar ni momento de la Historia de la Humanidad, que se sepa, que pueda compararse. Auditorios, palacios de congresos, instalaciones deportivas de todo tipo, museos, aeropuertos (muchos de ellos pendientes de inaugurar y que posiblemente nunca lleguen a utilizarse), parques temáticos, autopistas, trenes de alta velocidad (ninguno rentable), polígonos industriales en lugares inimaginables (algunos con el eufemístico nombre de «semillero de empresas»), «observatorios» miles con los pretextos más peregrinos, televisiones autonómicas para autobombo, esplendor y mayor gloria de la oligarquía regional, y una ristra enorme de ocurrencias a cual más ingeniosa y creativa, a cual –también- más gravosa, sangrante, para el común contribuyente. Y luego, está la apropiación descarada, sin ponerse colorados, que han llevado a multitud de caciques y oligarcas a acumular patrimonios injustificables, enormes huchas en paraísos fiscales, propiedades por doquier de políticos, empresarios «patriotas» y adeptos y adictos miles. 

Ellos, los caciques y oligarcas fueron quienes desmantelaron, vaciaron, robaron descaradamente las Cajas de Ahorro, todas ellas supuestamente controladas por las «autoridades de cada Comunidad Autónoma, pero, aquí nunca pasa nada de nada… 

Aquí nadie se libra, todos nos han robado a manos llenas, a punta de normas y decretos, y para más inri, han destruido, o casi la Nación Española (decía el «insigne» contador de nubes, conocido también como José Luis (Rodríguez Zapatero) en su casa, que nuestra nación es algo discutido y discutible…) 

Y, de vez en cuando, para hacer el paripé detienen a algún Bárcenas, para echarle de comer a las fieras y darle carnaza a la televisión-basura. 

No es esto, no es esto, diría Don José Ortega y Gasset, si levantara la cabeza, y por supuesto de lo que más se hubiera sorprendido, sería de ver que en España volvía a repetirse un intento de golpe de estado por el nordeste (octubre de 2017), se hubiera sorprendido de ver cómo nuevamente los actuales catalanes, como ya ocurrió en el año 1934, intentan romper España…; es necesario un «cirujano de hierro» nos diría Don Joaquín Costa si lograra resucitar, aunque ambos es seguro que volvían de inmediato a la tumba, espantados de que se hayan cumplido sus profecías. 

Es imprescindible desmantelar todo el tinglado autonómico, de inmediato, los 17 parlamentos regionales (también el Senado), los 17 tribunales de justicia regionales, los 17 gobiernos regionales, todas las cientos de «consejerías», derogar todo el entramado legislativo que se ha ido elaborando durante más de ocho lustros, recuperar el estado unitario, es también imprescindible re-centralizar la enseñanza, la sanidad, la administración de justicia; crear una única oficina de contratos y compras de bienes y servicios de carácter nacional español, hay que cambiar la estructura de Estado que sufrimos y que los españoles no nos merecemos, inviable económicamente; también hay que promover la ilegalización de todas las agrupaciones políticas que tienen como objetivo la destrucción de nuestra patria y, ni que decir tiene, debe instituirse el «cirujano de hierro», el «cincinato» que proponía Don Joaquín Costa hace más de un siglo, que aplique con firmeza, con la severidad necesaria la ley. 

Y si no se acaba haciendo, tal como acababa sus disertaciones Don José Ortega y Gasset: «al tiempo». 

El tiempo se agota, y quienes podrían refundar la derecha, agrupar a todos los españoles decentes en un sólo bloque, para que la derecha española se presente unida, en una sóla candidatura, en los próximos comicios, no están siendo generosos, ni patriotas y son tan ruines y zafios que con su actitud de inacción y cobardía están siendo los mejores aliados del gobierno socialcomunista de Pedro Sánchez… 

¿Debemos perder toda esperanza? 

«Al tiempo». 

Autor

Carlos Aurelio Caldito